Al pie de un cerro se acuna
un triste sauce llorón
y ambos emplean su don
disputándose la luna:
Uno baja a la laguna,
el otro yergue el testuz.
Desde el Sur los ve la Cruz
pestañando en cuatro guías
y encienden las Tres Marías
sus boleadoras de luz.
Mi flete, con el tambor
de su galope tendido,
le pone ritmo al silbido
que disimula un dolor.
Ebrio del lunar licor
un viejo ombú cabecea;
su copa que se ladea
derrama gotas de sombra
que se encharcan en la alfombra
vegetal que lo rodea.
Qué pena me dio partir,
mujer de los ojos pardos,
la de los senos gallardos
y cándido sonreír.
Flor que alegras mi existir,
cómo extraño tus fragancias!
Pero es que existen dos ansias
distintas dentro de mí:
Permanecer junto a ti
y noviar con las distancias.
Con razón siento que el frío
me hace caricias de hielo
si tengo un poncho de cielo
que lo traspasa el rocío
y se me empapa en el río
cuya magia lo retrata;
además, la noche ingrata
me lo hace ver al trasluz
cribado a puntas de luz
por mil rodajas de plata.
Es mía la suerte loca
de libar ansiosamente
el néctar dulce y caliente
de la rosa de tu boca.
Y como si fuera poca
la gloria de tu querer,
lejos hay otra mujer
a quien mil besos le llevo:
El ser a quien más le debo
porque le debo mi ser.
Y padezco sin embargo
porque entre tu amor y el de ella
duerme tendida una huella
su interminable letargo.
Recorro el camino largo
donde no encuentro sosiego.
Sólo en cada extremo hay fuego
para el invierno del alma
y un “jagüel” de amor que calma
mi amarga sed de andariego.
Tus jóvenes ojos bellos
que embriagan con sus reflejos
y sus bellos ojos viejos
donde hay marchitos destellos;
la noche de tus cabellos
y sus cabellos de armiño;
tu cariño y su cariño
con los que arrulláis mi nombre
tú: diciendo adiós al hombre
y ella: recibiendo al niño.
La senda esquiva las frías
matas cubiertas de helada
y en su pena prolongada
prolonga las penas mías.
Hambrienta de lejanías
los paisajes se devora
y como flecha entradora
llevando mi silbo amargo,
cruza la noche a lo largo
y va a ensartarse en. la aurora.
Derrama el alba el tesoro
de su cofre de arrebol
de donde el pícaro sol
recoge una libra de oro.
Ya se ve el rancho que adoro
a lo lejos, encogido,
ya sobre el trillo dormido
es menos fría la escarcha,
más apurada la marcha
y menos triste el silbido.
18/8/08
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