Empezó todo de una manera simple y sin darme cuenta. A pesar de la crudeza de este invierno montevideano fui obligadamente al campo tres días. Durante la ausencia se iban a ocupar en arreglar el techo de mi dormitorio al que se le estaba cayendo el revoque.
Al regresar di un vistazo un tanto distraído al remiendo y me pareció que el trabajo estaba prolijo y bien hecho.
Una mañana que no me decidía a levantarme siento unos ojos, mejor dicho un ojo que me mira. Es la sensación rara de una mirada agria, malevolente. Experimento un desasosiego y miro alrededor del dormitorio convencida que no hay nada y pienso: la locura toma otro rumbo del acostumbrado. Pero mis ojos miran al techo y ahí un trozo de revoque prefiguraba la cara de una mujer.
Sé que me va a dar trabajo describirla y no sé si lo lograré. Es ella la parte blanca del revoque anterior, el nuevo la rodea con una melena espesa que se viene sobre la frente y algún mechón se deshilacha sobre una mejilla. Y están los ojos. Uno grande, oscuro con ojeras como la vampiresa del cine mudo, mas con un punto fino como un estilete o como el ojo de un pájaro prehistórico pronto a abalanzarse sobre su víctima. El otro más pequeño y no a la misma altura es como esos ojos que tienen una nube, blanquecino, espectral. Y más abajo, la boca, una caja casi cuadrada, cerrada, apretada, que nunca se abrirá, para no dar a conocer sus secretos antiguos y terribles. Luego sigue el cuello, robusto, de mujer que sabe lo que quiere y lo lleva a cabo por cruel y doloroso que sean los resultados.
Permanecí un rato mirándola. No, mirando el ojo, el importante, el mágico.
Durante el resto del día con muchas ocupaciones se desvaneció la cara misteriosa aunque, en algún momento resplandeció como un astro tapado rápidamente por una nube espesa. Al regresar, después de las tareas acostumbradas me atrapó la lectura del príncipe de la muerte y continué leyendo hasta muy tarde.
Me dormí cansada, pero inquieta.
A la mañana siguiente mis ojos van a su ojo que ha cambiado, está más oscuro y me señala que algo, al caer el día, la noche engendradora de monstruos y vampiros, va a suceder.
Aunque no creo en esoterismos, allá en el fondo de la razón, como viniendo de mundos lejanos en el tiempo y espacio, siempre hay algo muy tenue que percibe el misterio aunque luego se desvanezca con rapidez. Entonces, titubeante entre mi razón y los legados antiguos me digo: ¿qué me anuncia ese cambio que hoy se percibe en el ojo?
Paso el día en mis tareas habituales pero con insistencia se presenta el peligro ignorado, por lo tanto, imposible esquivarlo. Pasan las horas de luz y todo entra en la oscuridad. Se inicia una larga espera. De pronto una llamada cruel y perversa me envuelve en el horror de la voz de mi hija desaparecida en 1976.
Qué manera tan sutil de deshacerme…
Miro el ojo, está entrecerrado pero me mira fijo y con malicia. Ahora sé que cada mañana me anunciará un hecho cruel.
Yo no podré vivir uno y otro día esperando que me caiga una desgracia.
Enloqueceré.
No puedo continuar así.
Mañana temprano llamaré para que me vuelvan a picar el techo.
María Esther Gatti
Memoria para armar
14/7/08
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