Muchas veces olvidamos que las que hoy son grandes avenidas un día fueron caminos rurales. Eso pasó con nuestra “calle mayor”, 18 de Julio, a partir de Ejido. Y también con 8 de Octubre. Ambas conformaron el primer tramo del antiguo Camino a Maldonado, que conducía al poblado de La Unión.
Algo similar podemos decir en referencia a la hoy pujante autopista Avenida Italia, que antes fue el angosto Camino de la Aldea.
Si observamos los antiguos planos de la zona —el de Reyes por ejemplo, de 1850, que marca el amanzanamiento de tiempos de la Restauración; también el que registra la mensura judicial de la Estanzuela de Alzaibar, de 1833, que indica los caminos que entonces pasaban por esa geografía— podemos comenzar a tener una idea aproximada sobre cual era el escenario geográfico del viejo Cardal.
En la tercera década del siglo pasado, los troperos y carreros que venían del Este tenían tres caminos para llegar hacia Montevideo. Dos corrían de Oeste a Este y llegaban al Paso Carrasco. Uno de ellos, el ya mencionado Camino de la Aldea; el otro Camino a Carrasco, que ahora se corta en cierta parte pero antes continuaba hasta acercarse a la ciudad amurallada.
El tercero, que signó para un futuro que llega hasta el día de hoy al antiguo poblado de El Cardal, fue el Camino a Maldonado, el más antiguo de los trazados en el área. En el plano de Reyes, de 1829, este camino daba comienzo donde hoy está el Monumento al Gaucho, sitio marcado en esos tiempos por la pulpería de Francisco Escalante.
Rutas accidentadas y difíciles
Cuesta imaginar lo que eran esos caminos a fines del siglo XVIII. La ruta hacia Maldonado nacía con un repecho, transitando una zona de quintas, abordando después el caserío de El Cordón. A partir del cruceiro que dos hermanos gallegos que allí tenían comercio habían hecho traer de su tierra, que estaba a la altura de la Universidad, comenzaba a recorrer campos solitarios hasta llegar cerca del casco de la estancia de Las Tres Cruces. Y luego, siguiendo la línea de la Cuchilla Grande, el camino proseguía entre campos despoblados, cruzando algún arroyo pequeño pero que desbordaba impidiendo el paso con las lluvias del otoño y primavera.
Al cruzarse con el Camino de Propios, empezaban las quintas que auguraban la cercanía del pueblo, hasta que por fin asomaba al humilde caserío que hoy es el barrio de La Unión.
Hasta la aparición de los “ómnibus” de Larravide, el viaje hasta allí era largo y complejo. Esos grandes carruajes con algo de diligencias y muchos de los vehículos urbanos al uso en las grandes ciudades, constituyeron un adelanto notable. Permitieron una fluida comunicación entre Montevideo y la Villa de La Unión a través de viajes regulares, transportando un público que para la época podemos considerar sin exageración de “masivo”.
Pero el elemento que vinculó de modo definitivo a la pujante “villa” con la capital fue el Tranvía de Caballos. En la década de los sesenta del siglo XIX, el camino seguía siendo tal pero ya era mucho más transitable, sobre todo para esos novedosos vehículos sobre rieles ya decididamente urbanos.
El paisaje que los viajeros contemplaban estaba cambiado: el Cordón era ya un barrio en pleno crecimiento, el viejo Cementerio Inglés abría su portal solemne donde hoy está la Intendencia Municipal, y ya existía la Plaza Artola al menos como espacio público. Más allá, por la Blanqueada, las quintas comenzaban a brindarle a la ruta sus serenas arboledas umbrosas y llenas de aves, en una sucesión que llegó a extenderse hasta los propios límites unionenses.
Las chacras del lado de “la Aldea” y los bañados de Carrasco
El Camino de la Aldea, que nacía en Tres Cruces, tuvo desde la segunda mitad del siglo XIX un destino chacarero. Los establecimientos agrícolas lo bordeaban casi hasta su culminación, allá por los médanos del tumultuoso arroyo Malvín. Los vientos arrachados del Río de la Plata azotaban esta ruta, pues no había entonces edificaciones ni bosques que aminoraran su fuerza bravía durante los proverbiales temporales de invierno.
Al llegar el tiempo cálido, los viajeros que iban o venían por ese camino tenían el beneficio de las frescas aguas del mencionado arroyo para hacer un alto en el camino. Antes de arribar a ese curso de agua, podía contemplarse a lo lejos el Molino de Pérez, propiedad de un próspero vecino de La Unión.
Por su parte, el Camino a Carrasco se aventuraba por una amplia zona de bañados, muchos de ellos casi impenetrables para quien no fuera “baquiano”. Por tal motivo lo eludían quienes buscaban seguridad y rapidez. Además, el agua anegaba parte del camino en ciertas épocas del año, siendo los mosquitos uno de los peligros consecuentes. Otro riesgo eran los atracos perpetrados por presidiarios escapados de los trabajos forzados de La Unión que utilizaban esos parajes inhóspitos para esconderse, alimentándose de patos salvajes y otras aves lacustres.
Sendas cruzadas
La actual Comercio fue la ruta que comunicaba la Villa Restauración con el Puerto del Buceo. Por entonces se daba, diariamente, un incesante trajinar de carretas transportando carnes saladas y cueros para exportar, y trayendo los productos que llegaban en los barcos de ultramar. También utilizaban ese camino los cortejos fúnebres, trasladando a su última morada a quienes iban a ser enterrados en el viejo Cementerio de La Unión (ubicado justo enfrente al actual, del Buceo).
El Camino de Propios era más agreste y menos transitado. Su trazo marcaba nada menos que el final de “Los propios” de la ciudad, y el comienzo franco de la zona rural. A su vera se encontraban los campos de Mauricia Batalla, legendaria matrona unionense. Su extensión hasta el borde del Cerrito de la Victoria lo transformó en una de las vías de comunicación —en plena Guerra Grande— entre el cuartel general de las fuerzas de Manuel Oribe y la Villa de la Restauración.
Alejandro Michelena
Crónica inédita en esta versión - Febrero 2007
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