Hora de la visita en Cárcel Central. Dejo el celular en la puerta y entro sin nada, apenas un papel en el bolsillo. Aviso que en media hora me retiraré, no sea cosa que pase como la última vez, cuando no anuncié que saldría antes de que terminara el horario y me suspendieron la visita por 15 días. “Media hora”, repite el guardia que me cachea con firmeza. “¿A quién viene a ver?”. A Ricardo Medina.
El ex policía de 58 años, que me saluda y se sienta en una fila de tres asientos de plástico en la sala de visitas de la prisión, está en Cárcel Central desde hace casi un mes, cuando un juez lo detuvo, junto a otros cinco ex oficiales de las Fuerzas Conjuntas, a pedido de la Justicia argentina. Desde la vecina orilla los quieren extraditar por haber participado en la represión durante la dictadura. Aunque la detención es por las operaciones del Plan Cóndor, sobre los seis detenidos –en particular sobre Medina– pesa un caso paradigmático en la revisión del pasado que promueve el gobierno: el secuestro en Buenos Aires de María Claudia García, la nuera del poeta Juan Gelman, que fue traída embarazada, con 17 años de edad, y luego de parir fue ejecutada y su hija entregada a un policía.
La amplia sala de la prisión se llena con el bullicio de la visita y a pocos metros un grupo de veteranos se reúne en torno a Ricardo Arab, un ex capitán que fue dado de baja del Ejército por cuestiones relacionadas con su vida íntima y que hoy es el único de los cinco militares detenidos que fue alojado junto a Medina en Cárcel Central. Los otros cuatro ex integrantes del Ejército están en unidades militares, gozando de privilegios que no tienen ni Arab ni Medina.
Saco el papel del bolsillo y se lo extiendo a Medina. Es la reproducción de una entrevista radial que el periodista Emiliano Cotelo le hizo al ex jefe del Ejército Raúl Mermot a propósito de la carta en la que los ex comandantes asumen su responsabilidad por los hechos del pasado. Aunque no por todos los hechos. Hay un punto oscuro en el que Mermot duda.
Medina lee la pregunta del periodista: “Una situación como la de la nuera de Juan Gelman, un caso en el que aparentemente lo que habría habido de por medio es la intención de quitarle el bebé …”. Medina lee la respuesta de Mermot: “¿Pero usted puede pensar que alguien pueda dar sensatamente esa orden, que alguien que ahora se hace responsable pueda haber dado esa orden? ¡Pero cómo va a ser un acto de servicio! No, no, de ninguna manera, de ninguna manera”.
Medina dobla el papel, me lo entrega, y dice: “Voy a hacer declaraciones”. Y yo sin lapicera.
“Fue oficial”.
Medina sugiere que pida una birome porque en un rato tengo que abandonar la visita. Detrás de mí, el archiconocido Pablo Goncalvez me extiende una lapicera negra, elegante.
“No se por qué el teniente general (Mermot) dice eso, o no sabe o le informaron mal. Esa detención (la de María Claudia García) como todas las operaciones que se hacían, fue conocida por los mandos. (La mujer) fue detenida en Argentina –por oficiales que se ausentaron del país– permaneció en un local de las Fuerzas Armadas (la sede del Servicio de Información de Defensa, en bulevar Artigas y Palmar), fue llevada al Hospital Militar, tuvo familia, volvió al local, entregan el bebé y a la madre la hacen desaparecer; y todo con participación de diferentes fuerzas, disponiendo de medios a su voluntad para una operación de esta magnitud, ¿y en provecho personal? ¿o sea que no es una operación oficial? ¿pero de qué me hablan? Obvio que los mandos sabían. Fueron partícipes necesarios de estas acciones”.
Durante el gobierno pasado, el senador Rafal Michelini, tras una reunión con el entonces presidente Jorge Batlle, declaró que el mandatario le había dado el nombre del asesino de María Claudia: Ricardo Medina.
“Supuestamente Batlle le dijo eso a Michelini, pero después en el juzgado Batlle lo negó”, rememora Medina, y agrega: “(María Claudia) estuvo ahí pero yo nunca la vi. Sé que estuvo, como sé otras cosas de las que no necesariamente participé. Yo ahí (en el Servicio de Información de Defensa) era uno más, era un subalterno, cumplía órdenes, y mi tarea central era custodiar a los detenidos. En esa época (cuando María Claudia estuvo en la sede del SID) había 24 detenidos, pero nunca la custodié. Ella estaba bajo custodia de los oficiales, y yo era personal subalterno”.
En otras conversaciones, durante las cuales se había negado a hacer declaraciones, Medina solía afirmar que las Fuerzas Conjuntas estaban integradas por militares y policías, y que eran los del Ejército quienes llevaban la voz cantante. Los policías, argumentaba, eran personal de segunda.
“Yo, por ejemplo, contra todo lo que se quiera decir, nunca fui a Buenos Aires a operar. Nadie podrá demostrar eso nunca. Nunca estuve en (el centro clandestino de detención) Automotores Orletti ni en ninguna de las bases argentinas”, se defiende Medina.
¿Y de los vuelos en los que se traían detenidos desde Buenos Aires?: “Eso se sabía. Allí se hacían operaciones de inteligencia de las que no todo el mundo estaba al tanto, pero eso se sabía. Se sabía que venía gente detenida que no había caído en Montevideo, pero a mi nunca me mandaron al aeropuerto (a buscar detenidos)”.
¿Funcionarios de segunda clase? ¿Quizás por eso los militares implicados están detenidos en cuarteles, entre sus camaradas, y él está en Cárcel Central? ¿Se siente discriminado por eso?: “Sí”. Medina se calla por un momento y se queda pensando en la serie de preguntas.
“Yo cumplía órdenes”, repite, y añade: “Para el superior, la responsabilidad sobre lo que hagan los subalternos es regla de oro, y por otro lado el subalterno no discute la orden del superior, la cumple como una regla de oro”.
“Ahí (en la sede del SID) había oficiales de las tres armas, el jefe era un general (el hoy fallecido Amaury Prantl) y había coroneles. El jefe del departamento 2 era del Ejército …”.
¿Quién era?, lo interrumpo, sabiendo que ambos conocemos la respuesta, pero para ver si está dispuesto a hablar de nombres: “(Juan Antonio) Rodríguez Buratti”. ¿Y por qué Rodríguez Buratti no está detenido? “Y yo qué se, eso hay que preguntárselo a los mandos. ¡Y (el jefe de la Fuerza Aérea, Enrique) Bonelli! Usted recién me preguntaba por los vuelos y Bonelli reconoció haber piloteado uno de los vuelos que trajo detenidos, pero el que estoy acá soy yo, qué quiere que le diga”, afirma, y sonríe.
Y da más datos de cómo funcionaban la cosas en aquellos años de plomo: “El Servicio de Información de Defensa de Uruguay, el SID, y la Secretaría de Inteligencia argentina, la SIDE, tenían nexos permanentes, oficiales que estaban todo el tiempo en Buenos Aires, a donde yo nunca fui a operar”. ¿Quiénes eran los nexos?: “Había varios, un coronel, un par de mayores”.
Medina baja la voz. Lo miro extrañado. Me hace un gesto. Uno de los mayores del Ejército que actuaba como nexo del SID en Buenos Aires, estaba allí, a escasos metros, visitando a Arab. Le pido nombres pero Medina me dice que no. “Por ahora, no”, acota.
Turco. El ex policía está convencido de que lo quieren usar de cabeza de turco, pero no de ahora sino desde hace un tiempo. Medina asegura que el coronel Gilberto Vázquez, uno de los seis detenidos, se reunió con otro ex policía, José Sande (hoy también preso en Cárcel Central pero por un delito común) para pedirle que se entregara como responsable por el caso Gelman. Desde entonces, Medina y Sande creen que hay militares que buscan cargarles todo el fardo a ellos dos y, a lo sumo, a Arab. “Vázquez eso no lo iba a hacer solo. Tuvo que tener apoyo de otro militares. Obvio que nos quieren usar de cabeza de turco”, ratifica. Medina confía en que no será extraditado: “El pedido de extradición es nulo porque se basa en acuerdos que, cuando ocurrieron los hechos en 1976, no existían”.
“Además”, dice, “Argentina pide la extradición por asociación ilícita en operaciones que fueron avaladas por el Estado uruguayo, ordenadas por las Fuerzas Armadas y por la Policía. Decir que eso era una asociación ilícita es una barbaridad”.
Se termina el tiempo. Me levanto apurado para evitar una nueva sanción. Un par de militares retirados reunidos en torno a Arab me hacen lugar para pasar. Devuelvo la lapicera a Goncalvez, que acuna y mira embelesado a su pequeño bebé. Guardo el papel en el bolsillo de atrás, y salgo.
El Observador
3 de junio de 2006
2/6/08
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