En 1976, el canciller Guzzetti informó a Kissinger sobre el Plan Cóndor de exterminio de disidentes de seis países. Así lo revela un documento desclasificado en Washington. También le pidió apoyo para la recuperación de las Malvinas y para el programa económico. Kissinger dio luz verde a la represión y prometió ayuda a Martínez de Hoz pero se manifestó escéptico sobre Malvinas.
Dos meses y medio después del golpe militar del 24 de marzo de 1976, el vicealmirante César Guzzetti comunicó al todopoderoso ministro de Relaciones Exteriores estadounidense, Henry Kissinger, la iniciación del Plan Cóndor, que describió como la “integración de esfuerzos” de la Argentina, Chile, Paraguay, Bolivia, Uruguay y Brasil para combatir “el problema terrorista [que] es común a todo el Cono Sur”. Pese a que en los días anteriores habían aparecido en Buenos Aires los cadáveres de los políticos uruguayos Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz y del ex presidente de Bolivia Juan José Torres, Kissinger no le formuló preguntas y prefirió hacer chistes sobre fútbol y terrorismo.
Guzzetti era el interventor militar en la Cancillería, que dentro del reparto del poder había correspondido a la Armada. El diálogo también incluyó la voluntad de la dictadura argentina de recuperar las islas Malvinas, para lo que pidió el apoyo estadounidense y lo vinculó con el apoyo que ofrecía para la lucha global contra el comunismo, con referencias a Cuba y Angola. Kissinger fue menos receptivo en este punto. Respecto del método represivo adoptado por la Junta Militar, “si tienen que hacer ciertas cosas, háganlas rápido y vuelvan lo antes posible a la normalidad”, dijo. El tercer tema tratado fue la solicitud de Guzzetti de apoyo para el ministro de Economía José Alfredo Martínez de Hoz, a quien Kissinger se comprometió a ayudar.
En el momento de la reunión había tres ciudadanas estadounidenses secuestradas, quienes eran sometidas a torturas: Elida Messina, de la Comisión Fullbright, Gwenda Loken López y Mercedes Naveiro Bender. Kissinger ni las mencionó. Tampoco dijo nada del asalto a las oficinas del alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados, de las que tropas del gobierno argentino robaron el día anterior a la reunión archivos y documentación que luego sirvieron para secuestrar personas. El documento de la Cancillería estadounidense en el que consta el impresionante diálogo fue desclasificado a solicitud del National Security Archives, la organización no gubernamental más importante especializada en el tema, la misma que en 2002 obtuvo la desclasificación de varios miles de documentos a solicitud de las Abuelas y las Madres de Plaza de Mayo y del Centro de Estudios Legales y Sociales.
El encuentro entre Kissinger y Guzzetti tuvo lugar el 10 de junio de 1976 en Santiago de Chile, donde se realizaba la Asamblea General de la OEA. La minuta equivoca la fecha y dice que se realizó el 6 de junio. Pero el encargado del National Security Archive para este proyecto, Carlos Osorio corrigió el error con una consulta a la agenda de Kissinger. Osorio destacó que, según otros documentos desclasificados, en las 72 horas previas a la reunión, los embajadores estadounidenses en la Argentina y Chile comunicaron a la cancillería a cargo de Kissinger los serios indicios sobre participación de fuerzas argentinas de seguridad en el asesinato de los políticos uruguayos y el boliviano (Robert Hill) y que “suponemos que las Fuerzas Armadas y los servicios de inteligencia de todos estos países colaboran en cierta medida” y “son capaces de realizar asesinatos encubiertos” (David Popper).
El encargado de tomar notas durante la reunión fue el actual secretario general adjunto de la OEA, el funcionario estadounidense Luigi Einaudi. Junto con Guzzetti asistieron el embajador en la OEA, Julio César Carasales, y el director de Política Exterior de la Cancillería, Ezequiel Federico Pereyra, un asesor civil que daba línea política a los marinos.
Kissinger anunció que visitaría la Argentina durante el campeonato mundial de fútbol y vaticinó que Carter sería el candidato presidencial demócrata. En el mismo clima cordial, Pereyra contó que en 1817 la Argentina había reclamado derechos sobre California y Hawai. “Si le decimos a la prensa que empezamos a negociar con la Argentina sobre California y Hawai, por lo menos sacaríamos la cuestión de Panamá de los titulares”, chanceó Kissinger. Guzzetti sacó el diálogo de la intrascendencia. “Nuestro principal problema en la Argentina es el terrorismo y constituye la prioridad del gobierno que asumió el 24 de marzo. Para solucionarlo, el primer aspecto es garantizar la seguridad interna y el segundo resolver los problemas económicos más urgentes en los próximos 6 a 12 meses.” Para ello “necesita la comprensión y el apoyo de los Estados Unidos”, dijo. Kissinger respondió que deseaba que el nuevo gobierno tuviera éxito y que haría lo que pudiera para ayudarlo. Agregó que entendía que el gobierno necesitaba afirmar su autoridad, en un momento en el que “las actividades políticas, delictivas y terroristas tienden a confundirse, sin una clara separación”.
Guzzetti se quejó de “una campaña internacional orquestada contra nosotros” en la prensa extranjera que afecta la “ayuda económica que necesitamos”. Comprensivo, Kissinger dijo que para la prensa no había peor crimen que haber reemplazado a un gobierno de izquierda. “Entiendo que ustedes no tienen otra opción que restaurar la autoridad gubernamental, pero también es claro que la falta de procedimientos normales será usada en contra de ustedes.”
–Queremos restablecer las libertades republicanas. Por ahora tenemos que derrotar al terrorismo y resolver los problemas económicos. Eso lleva tiempo –dijo Guzzetti.
–En el frente terrorista no podemos ayudarlos mucho –respondió Kissinger.
En cambio, agregó, “podemos hacer algo en el campo económico”. Ya sabía que la semana siguiente Martínez de Hoz haría su primera visita a Washington. “Es un buen hombre”, terció el viceministro de Kissinger, William Rogers. A pedido de Guzzetti, Kissinger prometió que lo recibiría durante 15 minutos, como un gesto simbólico, y que usaría su influencia sobre el sector privado para ayudarlo. “Voy a llamar a David Rockefeller (del banco Chase) y a su hermano el vicepresidente” (Nelson Rockefeller).
Pereyra introdujo la cuestión de los refugiados latinoamericanos en la Argentina. Guzzetti explicó que desde 1973 había ingresado medio millón, muchos procedentes de Chile. Kissinger se sorprendió por el número. Guzzetti dijo que muchos “apoyan en forma clandestina al terrorismo”. Según Guzzetti, unos 10.000 de ellos realizaban actividades ilegales.
Se produjo entonces este diálogo:
Kissinger: Siempre pueden mandarlos de vuelta.
Guzzetti: Por elementales razones humanitarias no podemos devolverlos a Chile. Probamos con terceros países pero ninguno quiere recibirlos. Hay muchos terroristas.
Kissinger: ¿Probaron con la OLP? (La Organización para la Liberación de Palestina). Ellos necesitan más terroristas.
Luego del chiste, agregó: “En serio, no podemos decirles cómo manejar a esa gente”.
–El problema terrorista es general a todo el Cono Sur. Para combatirlo estamos alentando esfuerzos conjuntos de integración con nuestros vecinos –dijo Guzzetti.
–¿Con cuáles? –preguntó Kissinger.
–Con todos: Chile, Paraguay, Bolivia, Uruguay y Brasil.
–Entiendo que me habla de actividades económicas conjuntas –quiso saber Kissinger.
–Sí. Actividades en los dos frentes, económico y terrorista –precisó Guzzetti.
–Ah. Pensaba que se refería sólo a medidas de seguridad. Es imposible tener éxito si se concentran en el terrorismo e ignoran sus causas.
Guzzetti se quejó por la incomprensión internacional ante la virulencia terrorista y Kissinger contestó que “los gobiernos militares no siempre son los más efectivos para enfrentar esos problemas”. Quienes no entienden la situación “comienzan a oponerse a los militares y la situación se complica”. Por eso los chilenos estaban “cada vez más aislados”. Lo mismo podía ocurrirle a la junta argentina. “Si tienen que hacer ciertas cosas, háganlas rápido y vuelvan lo antes posible a la normalidad”, les aconsejó “hablando como amigo”. Luego de haber obtenido esa luz verde para apurar los métodos clandestinos, Pereyra defendió la coordinación represiva regional. “La subversión interna está conectada con otros países.” Por eso se necesitaba de esa “unidad regional”. Kissinger insistió en que centrarse sólo en el terrorismo empeoraría los problemas para el gobierno y recordó que en Estados Unidos “recibimos fuertes presiones internas para hacer algo por los derechos humanos”. Agregó que deseaba el éxito de la dictadura y que no haría nada para molestarla.
“Eso significa que me molestarán a mí. Pero descubrí que cuando los ataques personales pasan de cierto nivel, uno se vuelve invulnerable.”
El grupo pasó a otro ambiente y entonces Guzzetti pidió el apoyo estadounidense al reclamo argentino por las islas Malvinas. “Para nosotros es difícil involucrarnos”, respondió Kissinger. “Pero sospecho que, aun así, con tiempo puede solucionarse. Las Malvinas ya no son necesarias para el propósito original de los ingleses, de proteger las líneas de navegación.”
Guzzetti insistió, sobre la pretensión británica de conceder la autodeterminación a los kelpers, que provocaría una reanudación del conflicto, dijo. Ya entonces la Armada vinculaba el tema de la soberanía sobre las Malvinas con los servicios que ofrecía a Estados Unidos en la lucha global contra el bloque soviético. Guzzetti planteó la cuestión de Angola y la intervención cubana. Por último, Kissinger y Guzzetti hablaron a solas durante 4 minutos, de los cuales no se tomaron notas.
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