El general Ramón Díaz Bessone, ex Comandante del Cuerpo II y ex ministro de Videla, admitió que 7000 personas fueron torturadas y ejecutadas bajo la dictadura militar. En un reportaje que se emitirá el 1º de setiembre en la televisión francesa y en otros diez países explicó que no se animaron a fusilarlos por temor a la condena del Papa. La principal enseñanza de los instructores franceses en guerra contrarrevolucionaria fue la inteligencia, dijo.
Los detenidos-desaparecidos durante la dictadura militar fueron sometidos a torturas y ejecutados en forma clandestina, reconoció el general Ramón Genaro Díaz Bessone. Desde los salones del club social “Círculo Militar”, del que fue presidente durante varios períodos, Díaz Bessone sostuvo que en la denominada guerra contrarrevolucionaria los daños colaterales son los desaparecidos y las ejecuciones extralegales. “¿Cómo puede sacar información (a un detenido) si usted no lo aprieta, si usted no tortura?”, preguntó. Díaz Bessone descartó como “propaganda” la cifra de 30.000 detenidos-desaparecidos y dijo que no llegaban a 7000. Pero admitió que fueron asesinados en la clandestinidad, cosa que nunca había hecho antes en público ningún integrante de la cúpula castrense de entonces. “¿Usted cree que hubiéramos podido fusilar 7000? Al fusilar tres nomás, mire el lío que el Papa le armó a Franco con tres. Se nos viene el mundo encima. Usted no puede fusilar 7000 personas”. En el juicio a las juntas militares de 1985 Jacobo Timerman testimonió que el temor a la condena del Papa fue el argumento que altos jefes militares le dieron luego del golpe de 1976 para explicar la opción por la clandestinidad. Díaz Bessone continúa: “¿Y si los metíamos en la cárcel, qué? Ya pasó acá. Venía un gobierno constitucional y los ponía en libertad. Porque esta es una guerra interna. No es el enemigo que quedó del otro lado de la frontera. Salían otra vez a tomar las armas, otra vez a matar”. Las confesiones de uno de los generales paradigmáticos de la dictadura militar, que quedó en libertad gracias al indulto presidencial, forman parte del telefilm “Escuadrones de la muerte. La Escuela Francesa”, dirigido por la periodista Marie-Monique Robin. El documental se difundirá el 1º de setiembre en el Canal Plus de París y en una docena de países. Robin cedió a este diario los derechos de reproducción sobre el testimonio de Díaz Bessone y de los otros generales argentinos entrevistados, Albano Eduardo Harguindeguy, Benito Bignone y Alcides López Aufranc, que se publicarán en días subsiguientes (ver “Discurso del método”).
“Heridas profundas”
Al comparar la guerra sucia argentina con las guerras coloniales francesas que la inspiraron, Díaz Bessone afirma que entre ambas hubo “una gran diferencia: Argelia llegó a su independencia. Los que combatieron quedaron separados, unos en Argelia y otros en Francia. Con el tiempo es más fácil llegar a un acuerdo, a una amistad, a olvidar lo que pasó. Pero acá fue una guerra interna, con características de una guerra civil. Cuando se termina la guerra tenemos que convivir los antiguos enemigos. Y eso es muy difícil. Porque quedan heridas muy profundas, que seguimos viviendo en la Argentina”. Según Díaz Bessone, “como se trató de una guerra interna la reconciliación es muy difícil de lograr”. Insiste en que mientras “los argelinos hoy constituyen un país separado, acá los revolucionarios eran argentinos y siguen siendo argentinos y nos cruzamos en la calle todos los días”. Eso parece obsesionarlo, aunque no termina de extraer las conclusiones de su propio razonamiento, descriptivas del desempeño de un ejército nacional como tropa de ocupación. Por el contrario, intenta una extravagante justificación: “Si los revolucionarios subversivos guerrilleros hubieran ganado esa guerra hubieran implantado un dictador al estilo de Fidel Castro o de Guevara. Yo no creo que hubiera durado mucho. Una cosa es Cuba, una isla, que tuvo la protección soviética. Otra cosa es la Argentina, con más de 5000 km de frontera. Nuestro país hubiera sido objeto de invasiones para expulsar a ese gobierno que hubiera sido una amenaza para todos los vecinos. Con lo cual hubiéramos tenido, en tren de hipótesis, una terrible matanza en laregión, con guerras locales. Todo eso se evitó al impedir la implantación de ese tipo de gobierno”.
“Interrogatorios duros”
Los asesores franceses que formaron a los militares argentinos predicaban con el ejemplo de la batalla de Argel. Enseñaron la división del territorio en zonas, subzonas y áreas de seguridad, la importancia del servicio de inteligencia y los métodos de interrogatorio de los prisioneros, dijo Díaz Bessone. “Sin un buen sistema de inteligencia es absolutamente imposible desarmar una organización revolucionaria, subversiva, guerrillera, porque ellos no llevan uniforme que los identifique. Al contrario, visten la ropa del paisano, del hombre común, del hombre de la calle. Están en todas partes. Atendiendo un comercio, asistiendo a clases en la universidad o en colegios, enseñando como profesores. Puede ser un abogado, un ingeniero, un médico, un trabajador, un obrero”, sostuvo Díaz Bessone. El servicio de inteligencia “va detectando las células. Toma prisionero a un subversivo. Ese hombre está inserto en una célula de 3 a 5 personas. Es necesario interrogarlo para detectar a otro. Una vez que se reconstruye a la célula, sólo uno de ellos está conectado con la otra célula. De ese modo se puede ir reconstruyendo el tejido, se va armando un cuadro en donde están los nombres de aquellos que pertenecen a una célula, luego la célula con la que están conectados y así sucesivamente hasta llegar a la cabeza, a la cúpula, a la jefatura”, explica Díaz Bessone, quien se declara de acuerdo con la afirmación de que “la única manera de acabar con una red terrorista es la inteligencia y los interrogatorios duros para sacarles información”. A su juicio esa enseñanza de los franceses fue exitosa.
Interrogado acerca de los comandos especiales de paracaidistas franceses que actuaron en Argelia, Díaz Bessone explicó que “acá fue distinto, operó todo el Ejército sin excepciones. Todos los hombres en actividad actuaron en la guerra contra la subversión, desde que se empeñó a las Fuerzas Armadas, en febrero de 1975 hasta que terminó en 1978/9. Con mucha eficacia, en no más de tres años fue aniquilada la subversión”, dijo. Una de las formas de transmisión de las enseñanzas francesas fue la lectura de los libros de Jean Lartéguy, Los Mercenarios, Los Pretorianos y Los Centuriones, en cuyas páginas se describe sin eufemismos la tortura y asesinato de prisioneros. Los asesores franceses “nos recomendaron esos libros. Fue un complemento a esa experiencia, que nos hizo pensar cómo se desarrolló la guerra revolucionaria en Argelia, que después debimos enfrentar nosotros en la Argentina. El método de interrogatorio estaba explícito en los libros de Lartéguy. Les resultó el único posible para obtener información y desarmar el aparato de la guerrilla revolucionaria. Esta es una discusión terrible que va a subsistir a través de todos los tiempos, mientras exista una guerra revolucionaria y se tomen prisioneros”, justifica Díaz Bessone.
“Ninguna crítica”
En defensa de su posición, menciona las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos en Japón y los recientes bombardeos a Irak, en los que murieron civiles no beligerantes. “Los derechos humanos son un progreso enorme en bien de la humanidad. Pero en la guerra se sale a matar. El primer derecho humano es respetar la vida del otro. En consecuencia la guerra debe abolirse. Si atendemos al mensaje cristiano, amaos los unos a los otros, la guerra debe desaparecer. Pero la guerra es una realidad, existe. Y hay que hacerla como dicen Clausewitz y los grandes pensadores franceses. Clausewitz aprendió de Napoleón. El dijo que aquel que no vacile en aplicar toda la fuerza necesaria para conseguir la victoria es el que tiene las mayores probabilidades de éxito”. En una curiosa interpretación del derecho internacional, Díaz Bessone pretende que sus leyes sólo protegen a los prisioneros de uniforme, capturados en una guerra clásica. “Pero no alcanzan a aquellos guerrilleros que no usan uniforme”. El militar argentino argumenta que tampoco “se le respetan las leyes internacionales a los guerrilleros de Chechnia y Al Qaeda”. Estos últimos “fueron llevados a Guantánamo y sacados de los tribunales de Estados Unidos”. Por las dudas, aclara que “no estoy haciendo ninguna crítica”, porque “no se puede hablar de leyes de la guerra contra un enemigo que no respeta ninguna ley. El sería un combatiente privilegiado. A él sí hay que aplicarle las leyes, todas las convenciones internacionales, pero él no respeta ninguna. En esa desigualdad siempre ganaría el guerrillero”.
Lejos de negar la tortura, Díaz Bessone la justifica. Dice que “en países que sufren en forma muy aguda la agresión terrorista, hasta la Corte Suprema de Justicia autorizó el uso de la tortura para obtener información como única manera de poder desarmar esa organización de atentados terroristas. Esto no sólo ocurre en Israel. Ha ocurrido en Argelia. Los alemanes, los rusos, todo el mundo lo aplicó. El gran fastidio que yo tengo es que los países grandes no investigan qué pasó por ejemplo en la guerra civil española. Se cometieron atrocidades. En la Segunda Guerra Mundial también. No hay ningún juez Garzón que pida la extradición o juzgarlos en su país a los responsables de violaciones a los derechos humanos. Pero a los pequeños países como el mío sí. Pongámonos de acuerdo. Si nos aplican los derechos humanos a nosotros en una forma absolutamente abusiva, aplicando incluso leyes con retroactividad, aplíquenlo en todo el mundo, en sus propios países. ¿Por qué esa acción persistente contra nuestros países, sobre todo contra la Argentina?”.
“Hubo que interrogar”
Díaz Bessone dijo que en la Argentina se había perdido la distinción entre beligerantes y población civil. “Hemos conocido amigos nuestros, cuyos hijos eran para los padres insospechados, estudiantes, buenos chicos. Ellos no sabían que ese hijo que iba a la universidad estaba en la guerrilla y escondía armas en su propia casa. Al estar metido dentro de la población, a veces se toma a alguien y se piensa que todos los que están en esa casa están complicados en la guerrilla y se cometen errores. Son los errores característicos de esta guerra”, dijo. “La gente que critica no lo va a entender nunca. Pero el error es humano cuando hay guerrilleros infiltrados en la población, hijos, amigos. Una amiga de la hija del jefe de la Policía Federal, le puso una bomba en la cama que voló el jefe de policía y quedó destruida esa familia. Y era una amiga. Se salió a perseguir, se encontraron los padres. Los padres de esa chica, ¿sabían, conocían? Mientras no se averiguó hubo que interrogar. No en vano se la llama guerra sucia”.
“La condición humana”
Díaz Bessone se declaró “muy respetuoso de la condición humana”. Pero el ejemplo no se refería a la guerra sucia militar contra la sociedad argentina sino a su relación con los empleados y empleadas del Círculo Militar, donde sigue atendiendo como dueño de casa. “Cuando era presidente le daba la mano a todo el mundo. No acostumbraba a besar, porque no quería que se pudiera interpretar mal. Ahora que no soy más presidente les doy un beso. Pero en aquel tiempo no. Ya tengo 77 años y no quiero que me digan viejo verde”. También se definió como “un ferviente defensor de la libertad” y dijo que durante la Segunda Guerra Mundial simpatizó con los aliados, contra el nazismo. “Estoy con la libertad, por eso combatimos a los revolucionarios. Al derrotar a la subversión impedimos que se instalara un régimen totalitario. Por eso aparentemente hay mucha libertadde expresión, pero hay un grupo de gente, militar, que tenemos que tener mucho cuidado para hablar de las cosas que estamos hablando. Porque no falta quien busca la manera de hacer un juicio por apología del delito. Tenemos la palabra restringida. Del tema de la tortura no se puede hablar mucho por eso. Es terrible”. Desconfiado, Díaz Bessone colocó un grabador sobre el escritorio y al comenzar la entrevista lo echó a andar. Su confesión sobre las torturas y ejecuciones se produjo en un momento en que creía que la cámara estaba apagada. Su actual esposa, Leticia, lo interrumpió dos veces durante el reportaje, para llamarle la atención sobre detalles que él había pasado por alto al hablar de los desaparecidos. En una de ellas se produjo este diálogo:
Leticia: Los subversivos tenían la pastilla de cianuro, para matarse y matar a otros.
Díaz Bessone: Pero esos son muertos.
Leticia: Pero los cuentan como desaparecidos.
Díaz Bessone: Mucho no quiero hablar de eso.
Página 12
31/08/03
Horacio Verbitsky
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
No hay comentarios.:
Publicar un comentario