3/11/08

Reflexiones sobre la impunidad

Médico y psicoanalista, Daniel Gil Editó en 1999 El capitán por su boca muere o La piedad de Eros: ensayo sobre la mentalidad de un torturador, reflexión acerca del libro La ira de Leviatán, publicado por el capitán Jorge Tróccoli en 1996. En diálogo con CARAS y CARETAS, el doctor Daniel Gil evoca a Sigmund Freud y se explaya, desde la perspectiva psicoanalítica, sobre el alcance y la significación de la tortura y la impunidad.

El 15 de mayo se cumplieron 150 años del nacimiento de Sigmund Freud, fundador del psicoanálisis. Al tiempo que le pido una valoración del maestro desde una óptica actual, recurro a su experiencia profesional para reflexionar sobre las consecuencias de la tortura y la impunidad en nuestra sociedad. Es decir, cuál es el abordaje que hace el psicoanálisis de ese fenómeno.

Usted me propone dos grandes temas que, no obstante, están relacionados. Como psicoanalista y como hombre de izquierda, tengo el compromiso de ver hasta qué punto con este instrumento podemos ayudar a pensar y esclarecer algunos aspectos de la realidad que nos ha tocado vivir, y en qué medida podemos aliviar el sufrimiento de los afectados por el terrorismo de Estado.

Pero vamos a pensar primero en la herramienta, en lo que tiene que ver con la vigencia del psicoanálisis y el pensamiento de Freud, sobre todo en oportunidad de este aniversario. Son 150 años de su nacimiento, pero también 106 años de la publicación de su obra princeps, La interpretación de los sueños. Hay quienes dicen. Incluso desde las tiendas psicoanalíticas, que su pensamiento do superado. Creo que eso solo es una injusticia sino un error, porque en el caso de los grandes pensadores de la humanidad -en este caso del mundo occidental- no hay- pensamiento obsoleto. No podemos decir que Platón, Descartes, Kant, Marx, por ser olvidados, circunstancialmente estén obsoletos.




LOS FUNDADORES DE CIENTIFICIDAD
¿Más allá del cambio de las condiciones de su tiempo y circunstancia?

Creo que el error -que han señalado algunos filósofos, Michel Foucault sobre todo- es confundir a los fundadores de cientificidad con los instaurado res de discurso. Galileo y Newton, por ejemplo, fueron fundadores de cientificidad en las ciencias físicas. Todo lo que viene después en la mecánica, en el caso de Newton, son aplicaciones y desarrollos de ese conocimiento, que se amplía y progresa, como diría Descartes, pero no produce cambios cualitativos a ese corpus fundacional. En cambio, a los instauradores de discurso, de los cuales son ejemplos paradigmáticos Freud y Marx, se vuelve permanentemente. Es conocida la frase de Jacques Lacan: "Volver a Freud", lo que no quiere decir hacerlo de manera dogmática, para repetirlo o para monumentalizar su obra. Significa volver a encontrar en sus textos no solamente lo que dicen, sino sus íntimas contradicciones, sus oscuridades, sus lagunas. Es allí donde el pensamiento -tanto en el caso del psicoanálisis como en el del marxismo- se transforma v se amplía, no como sumatoria sino como cambio cualitativo. Es por eso que Lacan -para tomar una de las personalidades paradigmáticas- afirma un retomo radical a Freud, al tiempo que promueve un desarrollo nuevo, ampliatorio y no repetitivo del pensamiento fundacional. Años atrás, Paul Ricoeur, un filósofo francés muy valioso, decía que existían tres filósofos de la sospecha: Nietszche, Marx y Freud. Implícitamente afirmaba que un lector fiel al pensamiento y no al dogma debe tener una actitud permanente de indagación, de sospecha, de cuestionamiento.

Pero volviendo a Freud, estamos ante un pensamiento muy complejo, de una riqueza enorme y que permanentemente, a lo largo de su obra, se autocuestiona, rectifica, desarrolla; por ejemplo su teoría sobre la pulsión de muerte, que no es aceptada por muchos psicoanalistas por considerarla una mera especulación casi metafísica. Sin embargo, es una forma de pensar, de dar una respuesta a problemas que están enraizados en lo más concreto de su experiencia clínica. Por otra parte, Freud era un hombre de su época, de la cual no podía ser ajeno, lo que se advierte por momentos en sus concepciones patriarcales, pero al mismo tiempo fue capaz de cuestionar la sexualidad victoriana y denunciar la servidumbre sexual a la que quedaba sometida la mujer, y analizó de manera valiente -y yo diría revolucionaria- la cultura en textos como Psicología de las masas y análisis del yo, El porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, Moisés y la religión monoteísta.


Hace pocos años, cuando se conoció el primer testimonio escrito por un torturador, usted escribió un libro que nos ayudó a comprender los mecanismos del pensamiento de esos seres terribles. Han pasado años y empiezan a sucederse acontecimientos que cuestionan la impunidad. ¿Qué ha cambiado y qué mantiene vigencia en esa materia?

El caso de Jorge Tróccoli es privilegiado, ya que no hay testimonios de torturadores. Incluso Slavoj Zizek, un notable filósofo, dice, refiriéndose a Sade, que si bien el enunciado de su discurso es el del victimario, el lugar de la enunciación es el de la víctima, porque nunca el victimario enuncia lo que hace a la víctima ni, por lo tanto, puede decir lo que la víctima padece. El testimonio de Tróccoli no alcanza a llenar ese vacío porque él intenta dar una explicación que 'legitime' de manera científica la tortura. Eso hacía más grave el abordaje de un tema que de por sí es muy complejo, por las huellas que ha dejado el terrorismo de Estado en el Uruguay en general. Cuando digo esto me refiero a los torturados, a las familias y a toda la sociedad.



LA SUBVERSIÓN DE LA NORMA JURÍDICA
Desde su punto de vista, ¿qué cambios en la psicología y en la sociabilidad de los uruguayos se dispararon con ese proceso?

El hecho de que no se hiciera justicia y de que la tesis de los dos demonios, preconizada por Sanguinetti, tuviera libre circulación desde las esferas del poder preparó la sanción de la Ley de Caducidad. A dos décadas de su aprobación y a más de tres del golpe de Estado, existe el suficiente espesor temporal como para ver los resultados, para comprender efectos de la aprobación de la Ley de Caducidad: la pérdida de entusiasmo de la gente, el repliegue hacia ámbitos íntimos, el privilegio a los objetivo personales en detrimento de o social, la suspicacia y la desconfianza. Todo eso como parte e un plan político y económico incluso cultural, que debemos contextualizar en esta situación de mundo globalizado, marcado por la hegemonía del neoliberalismo propio de este capitalismo tardío. Y advertimos que no se ha producido aún una superación de todo lo regresivo que se incorporó en el período militar y que se consolidó con la Ley de Caducidad o de Impunidad. Esperemos que los nuevos vientos que soplan desplieguen todas las velas para superar tanta injusticia sufrida, lo que, sin duda, va a ser lento, trabajoso y difícil.

¿Cómo incide la Ley de Caducidad en esta regresión, vista desde el punto de vista del psicoanálisis?

Sin pretender apropiarme de la idea, que fue acuñada por Ignacio Lewkowics -un querido compañero, prematuramente fallecido-, diría que podemos aproximarnos al tema definiendo tres conceptos: la ley simbólica, la norma jurídica y la regla social. La ley simbólica tiene como característica el ser a priori (no hay nada antes que ella), el ser universal (todos estamos sometidos a ella), y su enunciado adquiere la forma de una prohibición o un mandato. Su carácter es formal, se comporta en parte como el imperativo categórico kantiano ya que no legisla para ningún caso particular. La ley simbólica es estructurante del sujeto. La norma jurídica es estructurante del cuerpo político-estatal. Al contrario de la ley simbólica, tiene un carácter escrito, especifica derechos, deberes, obligaciones y establece las penas que recaen sobre aquel que la infringe. Por último, la regla social establece las normas de convivencia de la sociedad y, al contrario de la norma jurídica, no tiene por qué estar escrita.

¿Es decir que se trata de un tríptico interrelacionado y que si se toca uno de los términos varía toda la estructura?

Obviamente, porque la norma jurídica es indispensable para el funcionamiento del Estado, tanto como la regla social lo es para la convivencia social. Desde luego, la regla social no puede contravenir la norma jurídica y a su vez, ambas deben cumplir el requisito de la ley simbólica. Al promulgarse la Ley de Caducidad se altera la regla social, las reglas de convivencia, pero sobre todo se altera la ley simbólica y se produce un desmembramiento catastrófico en la estructura, en la medida que se viola el requisito imprescindible de que la norma jurídica no contravenga la ley simbólica. Es decir, no puede afectar su carácter apriorístico ni su universalidad. Pero sucede que con la sanción de esa Ley las prohibiciones dejan de tener carácter universal. Ya no se trata del "no matarás" ni "no robarás" (no solo bienes, tampoco niños, etcétera), sino que algunos quedan eximidos de mandatos y prohibiciones según criterios absolutamente arbitrarios, algo que además de ser atroz es desquiciante.



EL `ESPESOR PSICOLÓGICO'
En La piedad de Eros, usted se refiere a la tortura como "planificado sistema de desmoronamiento psíquico, de disolución del yo, para desde allí remodelarlo en un sentido contrario". ¿En qué medida este objetivo resultó exitoso?

Ese objetivo, en el caso de los presos políticos sometidos primero a tortura y luego a años de cárcel, salvo en casos aislados, resultó fallido. Sin embargo, hay que dirigirse a la esfera social para constatar que ese intento de remodelación, aunque fracasara, tuvo efectos dañinos, sobre todo en lo que tiene que ver con la destrucción de valores que eran patrimonio de la sociedad, una sociedad como la uruguaya con su larga tradición democrática. Muchos de los valores que se sustentaban sufrieron un fuerte daño que quedó demostrado con múltiples ejemplos, de los cuales el más elocuente s-, diría, paradigmático, fue el de la aprobación de la Ley de Caducidad.

No debemos olvidar que las dictaduras del Cono Sur fueron la estrategia que planeó el imperialismo norteamericano para instaurar las políticas neoliberales. En el plano económico, un sector cada vez más importante de la sociedad cayó en la marginalidad. En lo referente al Estado, su efecto es que dejó de ser un Estado regulador, protector, y hasta benefactor, para transformarse en un gerenciador de las empresas transnacionales, con el costo social correspondiente. Los discursos mediáticos sobre el aumento del delito, sobre la violencia, sobre la inseguridad, demonizando a los sectores marginales, encubre el delito mayor de la sociedad: el de las políticas económicas que son las generadoras de la violencia.

No menores fueron los efectos a nivel del psiquismo. Nieztche atribuía a los griegos haber inventado lo que él llamaba "el espesor psicológico". Esto quiere decir que inventaron la introspección, el mundo interno, la mediación del pensamiento entre el deseo y el acto para la prosecución de un objetivo. En la sociedad marginal el espesor psicológico se destruye, los actos se guían por una regla social válida para el grupo, que está en contraposición con la ley simbólica y la norma jurídica e incluso con la regla social que rige al resto de la sociedad. Esto, desde el punto de vista ético y social es terrible, ya que es síntoma de la ruptura del lazo social, lo que implica, inevitablemente, un cambio radical en la estructuración subjetiva.

Pero la modificación subjetiva en esa búsqueda de satisfacciones inmediatas no se encuentra restringida a los grupos marginales. También afecta a todos los sectores de la sociedad, aunque no de la misma manera, y guarda relación con los elementos ideológicos que promueve el neoliberalismo.

Formas diferentes de un mismo fenómeno...

Sí; existen dos niveles de respuesta inmediatista, una la que se da en la marginalidad y la otra que es la que enuncia como ideal del modelo neoliberal que ha sustituido los viejos códigos morales y las utopías por lo que yo llamo el ideal de las tres E: Excelencia, Eficiencia y Éxito. Eso ha incidido fuertemente en la psicología individual y en la consistencia de la trama social.

Lo que pone en cuestión la noción de 'proceso', tan cara a la visión psicoanalítica.

Sucede que hemos entrado a una ruptura radical con aquellos hombres y mujeres de las novelas del siglo XIX, como los personajes dostovieskianos. Todo el psicoanálisis está en relación con ese hombre con un formidable espesor psicológico. El propio concepto que planteaba Marx de la transformación "de clase en sí en clase para sí", no implicaba otra cosa que un gran movimiento reflexivo que partía de un espesor psicológico efectivamente existente o que, en caso de no existir, se gestaba en el proceso dialéctico de la asunción de la pertenencia a una clase. Ante la nueva realidad que impone el neoliberalismo y el mundo globalizado, el psicoanálisis puede ayudar modestamente con cierta concepción del sujeto, de la subjetividad y de las tecnologías de la subjetivación. Pero la respuesta será, en última instancia, política.

José LÓPEZ MERCAO
Caras y Caretas
26/05/06

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