Las vidas de un luchador
Gualberto Floreal García nació el 24 de mayo de 1943 y vivió su niñez en Los Olivos, un barrio chiquito y poco conocido entre el Hipódromo y Las Acacias. A comienzos de la década del 60 los chiquilines se arremolinaban tras la pelota en plena calle, pero otro deporte, el box, también atraía multitudes, era la época en que el ídolo indiscutido era Dogomar Martínez. Floreal no había cumplido los 16 años cuando le calzaron un brillante par de guantes, y con ellos llegó muy alto: fue campeón uruguayo, entró tercero en el Latinoamericano y logró la Medalla de Oro y el título de Campeón Panamericano en 1963. Fueron años gloriosos, de trompadas, de abrazos y de relucientes trofeos. La vida parecía sonreír, pero sin embargo serían otros caminos -mucho más trágicos- los que iba a recorrer aquel muchacho nacido para luchar
El deporte de los puños atraía a los jóvenes, que ansiaban tirar la piña y entrenar en algún club. "Si no te sabías defender, la quedabas".
Gualberto Floreal García era uno de esos chiquilines, pero sus éxitos lo llevaron a trascender fronteras. Fue Campeón Uruguayo en su categoría (Mosca), luego en Argentina compitió en el Campeonato Latinoamericano y salió tercero. Pero su mayor logro lo consiguió el 4 de mayo de 1963, cuando obtuvo la Medalla de Oro y el título de Campeón Panamericano, venciendo por puntos al brasileño Pedro Dias, en el estadio de Pacaembú, en San Pablo.
Al año siguiente se realizarían las Olimpíadas en Tokio. Floreal era el candidato natural para representar a Uruguay, pero poco antes de la partida ocurrió lo inesperado: el campeón se fugó de la concentración. Algo en él se había quebrado, es el punto de inflexión en su carrera y en su vida.
Los amigos
"Mirá que vamos para allá a estar contigo", le dijo su amigo Pocho (Hugo García), cuando la barra lo fue a acompañar al aeropuerto el día que se iba a San Pablo, a participar en el Panamericano. "No me jodan, quédense tranquilos acá. A qué van a ir...". Pero ellos la tenían clara; eran sus amigos y no lo podían dejar solo en esa parada tan difícil.
Entrevistado por el matutino El Popular antes de la partida, Floreal manifestaba: "Me siento fuerte, estoy seguro de que saldré bien del paso. Asumo la responsabilidad de defender a Uruguay en un torneo de esta trascendencia y haré todo lo que pueda para responder a las esperanzas que han depositado en mí".
Fue así que días después el Pocho, el Negro Plá y el Cascarilla Da Silva -que recalaban en el Club Centella- se bamboleaban en un viejo vagón de AFE, rumbo a Melo. Ninguno de ellos había salido del país; todos eran hijos de trabajadores, de gente no acostumbrada a esos trotes. En la frontera ni se acordaron de mostrar las visas que llevaban y se embarcaron en un ómnibus, así nomás, rumbo a San Pablo.
Tres boxeadores y un viaducto
Medio dormidos y acalambrados después de más de mil kilómetros de carretera, arribaron a aquella ciudad gris, inmensa y lluviosa. Los últimos pesos que llevaban se los tragó un taxi que los "paseó" hasta llegar a la concentración en la Villa Olímpica.
El encuentro con Floreal y los otros uruguayos fue increíble. Cuando los vio quedó pálido: "¡No se puede creer, ustedes están locos! ¡Se vinieron, nomás!" Y llovieron los abrazos.
Esa noche tuvieron que dormir debajo de un puente. Los compañeros de la Villa Olímpica les llevaron comida. Al otro día les alcanzaron unas batas de boxeo, y ahí pudieron -bajo cuerda- entrar a comer junto con los competidores.
El viaje había tenido sus incomodidades, es cierto, pero a los 20 años esa aventura bien valía la pena. ¡Cuando lo contaran en el barrio nadie les iba a creer! Y lo más importante era que habían visto las tres peleas de Floreal.
El 28 de abril fue la primera. Se enfrentó con un argentino, un tal Camargo: "A ese lo paliseó", cuenta Pocho. El segundo encuentro fue el 1º de mayo, contra el campeón chileno José Flores. "Ese fue un peleón. Floreal le ganó, y cuando sonó la campana lo seguía golpeando. Después el chileno nos contó que le gritaba a Floreal '¡Cabro párate, que ya me ganaste!', y Floreal seguía pegando. No fue fácil pararlo".
Y por fin, el 4 de mayo de 1963, llegó la gran velada: a final contra el brasileño Pedro Días. Era como el Maracaná del boxeo. "Había ocho mil personas en Pacaembú: 'Brasil, Brasil' era el grito que se escuchaba. Cuando empezó la pelea, el primer round fue parejito, aunque Floreal estaba un poco arriba. En el segundo asalto el brasileño empezó a agarrar. Y en el tercero -no me olvido más, confiesa Pocho- Días trastabilló y sonó la campana... Ya los gritos de 'Brasil, Brasil' no eran tan fuertes y los venezolanos, los cubanos, los chilenos y los argentinos se juntaron con nosotros y todos gritábamos por Uruguay. "En el tercer round Floreal parecía un rotswailer enfurecido..."
De las tantas crónicas de prensa de esos días, vale la pena transcribir una del matutino La mañana: "Su agresividad desbordó al brasileño Pedro Días", titulaba. "FG venció por puntos a PD.La decisión de los cinco jurados fue unánime. Después de unos primeros momentos de estudio, los boxeadores se lanzaron a buscar directamente el knock out, en combate a media distancia. Enseguida cambió la forma de pelear: García llevó la iniciativa en los dos round finales, en dura pelea cuerpo a cuerpo. García lució una guardia muy cerrada, de la que salía para golpear fuertemente a Dias, quien debió dejarse llevar a las cuerdas, donde fue violentamente castigado, lo que acentuó la diferencia neta en favor del uruguayo".
Pocho relata el final del combate: "El brasileño terminó la pelea paradito, y al no haber knock out, había que esperar el fallo. ¡Eso era lo difícil! Porque el hombre era locatario, y cuando es por puntos siempre hay discusión. Pasaron unos minutos de silencio, iban y venían las tarjetas de los jurados; la expectativa crecía esperando el resultado...
En la esquina de Salustio y Galbani -en Los Olivos-, apretujada alrededor de la radio, una pequeña multitud esperaba ansiosa. Los amigos, los hermanos, los vecinos y el padre de Floreal contaban esos minutos interminables. La voz, desafinada y entrecortada, que salía con dificultad del pequeño parlante, era la del legendario relator de box Buck Canel, quien era escuchado por toda la comunidad hispana. Canel, con acento centroamericano, era el preferido de la afición uruguaya, que seguía con interés las grandes peleas de la época, como las de Archie Moor o las de Rocky Marciano.
Rocío García, una de las hermanas de Floreal, recuerda: "En esos minutos en que no se sabía quién había ganado, a nosotros se nos cortó la respiración. El barrio estaba pendiente, escuchando".
De pronto dijeron: "El ganador es...Gualberto Floreal García, Campeón Panamericano".
Allá en Pacaembú el juez todavía mantenía el brazo derecho de Floreal en alto, cuando en Montevideo, en Los Olivos, aquella esquina comenzó a poblarse de vecinos coreando "¡Floreal campeón!, ¡Floreal campeón!". "La alegría de los muchachos era enorme, y los vecinos, todos, festejaban".
Leer: Floreal García, de las luces del ring a las sombras de la clandestinidad (II)
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