Señor Presidente: el homenaje de hoy es fundamentalmente un recuerdo a todos. Delante de mí tengo el libro “Secuestro en la Embajada. El caso de la maestra Elena Quinteros”, escrito por Raúl Olivera y Sara Méndez. Si alguno quiere leerlo, bastaría con adjuntarlo a la versión taquigráfica. Para los que lo vivieron, pero especialmente para los que no lo vivimos, es un libro muy duro, porque muestra descarnadamente todo lo que sucedía en la época. No solo constituye un acopio de información sustancial, sino que, además, tiene un valor muy importante para nosotros en lo que significa la construcción de la memoria que no olvida la verdad ni la justicia.
Para las generaciones que vinimos después, Elena es también un ejemplo de lo que es la militancia y el compromiso. Por eso, muchas de sus facetas pueden ser recordadas en este homenaje.
Decíamos que, seguramente, mucho se podría hablar sobre la “Tota” Quinteros, sobre el símbolo que representó. Se nos fue el 7 de enero de 2001 sin poder saber la verdad. Pero ella misma sabía y dejó gente. Había sembrado tanto durante toda su vida que hoy la cosecha que estamos recogiendo es el inicio de la justicia en el Uruguay. Esto tiene mucho que ver con la “Tota” y con la lucha de Elena.
Más allá de ciertas intervenciones y de libros sobre Elena, pedí a algunos amigos que me escribieran sobre sus experiencias. Tuve mala suerte, y lo voy a decir acá para que conste en la versión taquigráfica. Este amigo, Ruben “Pepe” Prieto, estaba con la “Tota” en su casa, en Buenos Aires, cuando Mauricio Gatti llegó y habló de lo sucedido tres o cuatro días antes. La noticia de que una joven de treinta años había sido secuestrada de la Embajada de Venezuela ya había salido en el diario “Clarín”; ya se hablaba del escándalo internacional y Carlos Andrés Pérez estaba comunicando a su Embajador que iba a haber ruptura de relaciones diplomáticas con Uruguay. La “Tota” Quinteros, cuando leyó esta noticia -lo que se consigna en este libro-, se preguntó: “ será Elena a la que secuestraron?”. Ella no sabía nada. Es el propio “Pepe” quien le dio la noticia a la “Tota”, trasmitida por Mauricio. Es a este mismo “Pepe” Prieto a quien pedí que me redactara algunas líneas sobre determinados temas para trasmitir en nombre de otros. Hace un par de horas, cuando llegué a mi despacho, “Pepe” me dijo:
“Diego, lo intenté, pero no pude”. Aún hoy, treinta años después, hablar todavía podemos, pero dejar por escrito algunas cosas todavía nos sigue costando mucho.
Él y muchos otros compañeros han dado testimonio de su voz, dejando documentos históricos, como este libro y otros, y han luchado mucho. Por eso, como decía al principio, seguramente nunca más que hoy siento la responsabilidad de ser un verdadero Representante Nacional, porque estamos representando las voces de otros, no solo las de quienes no están, sino-repito- las de quienes merecerían, mucho más que quien habla, estar sentados en estas bancas para realizar un homenaje a Elena Quinteros. Por eso, vamos a repetir lo que dijimos en esa Asamblea General que se reunió para homenajear a Héctor Gutiérrez Ruiz -al “Toba”- y a Zelmar Michelini; al “Toba”, no solo como dirigente político sino como ex Presidente de este Cuerpo, y a Zelmar, también como Diputado y Senador, miembro de esta Casa. En esa intervención recordábamos algo de lo que nos habíamos enterado hacía muy poco, que quiero reiterar porque, para mí, es muy impactante. Un viejo amigo de Zelmar, de la época del Partido Colorado, que militaba en Soriano, en un pueblito muy lejano, mandó a un amigo a conversar con Zelmar cuando estaba en Buenos Aires, en el hotel Liberty, muy pocos días antes de su secuestro. Se trataba de un hombre que militaba más con Zelmar que con el Frente Amplio y era uno de esos amigos de toda la vida. Esto fue en el año 1976, y la pregunta fue: “Zelmar, lo único que quiero saber es qué hacemos ahora’. Zelmar mandó un mensaje a esa persona, que lo atesoró durante toda la dictadura como un recuerdo sustancial. Le dijo: “Ahora, querido compañero, mucha memoria y mucha paciencia”.
En este caso, estamos convencidos: hemos tenido mucha memoria, hemos tenido mucha paciencia, pero en este momento, cuando se abre el camino para la construcción de la memoria, de la verdad y de la justicia, recordar y homenajear a la maestra Elena Quinteros nos hace a nosotros y a muchos más redoblar nuestro compromiso, redoblar nuestro esfuerzo y redoblar nuestra fuerza para que se construya definitivamente el fin de la impunidad en nuestro país.
Muchas gracias.
(Aplausos en la Sala y en la barra)
SEÑOR PRESIDENTE (Martínez Huelmo).- Tiene la palabra la señora Diputada Castro.
SEÑORA CASTRO.- Señor Presidente: este es el homenaje a Elena, pero lo sentimos a la vez como la ratificación del compromiso de miles de uruguayos y uruguayas por verdad y justicia.
Desde ahí nos ubicamos en este difícil y tardío homenaje.
Elena nació el 9 de setiembre de 1945. y, como ya se dijo acá, era montevideana. Era hija de Roberto Quinteros, alguien que había sido, según decía la “Tota”, batllista en sus orígenes, pero en las pocas veces que dialogamos o cuando él acompañaba a Elena pude apreciar que tenía muchas ideas socialistas. Por supuesto que su madre era María Almeida, la “Tota”.
Como ya dijo Diego, Elena fue educada en Las Domínicas, igual que la “Tota”. Luego ingresó a Magisterio, al Instituto Normal, en el año 1962, y egresó en 1966. El tiempo le dio justito para hacer la carrera que hacíamos en aquellos años.
En la Asociación de Estudiantes militábamos en la Agrupación 3, que tenía una particularidad: había casi que de todo. Había cristianos de distinto pelo; anarco había uno solo, por lo menos confeso y con formación, y había progresistas de muy distinto calibre, según el lenguaje de hoy. Todos los demás estábamos en ese proceso de formación. En realidad, la mayoría de nosotros éramos adolescentes.
Por eso, es imposible hablar de Elena, de esta época y de este grupo de jóvenes sin mencionar a Gustavo Inzaurralde, este otro queridísimo compañero detenido desaparecido: es tan imposible como hablar de Elena sin hanlar de la “Tota”.
Gustavo era apenas un poco mayor que todos nosotros y ya tenía una cultura y una formación política mucho más profunda y amplia que la nuestra. Y entre todo ese grupo había como una especie de trueque implícito. Nosotros hacíamos ese trabajo de hormiga que a él no le gustaba nada, que era tomar apuntes, resumir libros -por supuesto, no había fotocopias- y hacer el menudeo de la carrera, y él era el puntal en aquello que hacía al apoyo y a la comprensión a fondo de los textos y los problemas políticos en los más vastos campos. Tenía un sistema que alguien podría decir que era bastante socrático, de preguntas continuas y sesudas que nos colocaban ante los abismos de nuestras ignorancias adolescentes, y ahí aparecía Gustavo con algún libro sacado a veces de la biblioteca de su madre -también era maestra inspectora- o vaya a saber de dónde. Así hicimos los primeros acercamientos con Malatesta, Bakunin, Hegel, Proust y vaya a saber cuántos más, junto con los clásicos de la escuela nueva. Eran tiempos en que la formación de Reyna Reyes, que fue docente de muchos de nosotros, era fortísima. Leíamos ‘Vida de un maestro”, de Jesualdo; participábamos en las charlas sobre formación rural y educación rural del frustrado Instituto Normal Rural; íbamos a las misiones sociopedagógicas. Éramos considerados un poco los hermanitos de segunda por los brillantes estudiantes universitarios, pero igual enganchábamos y aprendíamos todos juntos en esas salidas diversas.
Eran tiempos de mediados de los sesenta, cuando se había instalado en el país, ya en esa época, una escalada represiva bastante creciente que llevó a profundizar luchas estudiantiles y obreras. Estas luchas de los trabajadores permitieron ir cuajando la unificación del movimiento sindical. En esos tiempos de los sesenta, ya sobre los finales, bajo el Gobierno de Pacheco Areco es cuando se incrementó la represión y cayeron asesinados muchos estudiantes y trabajadores. El escuadrón de la muerte entró a operar y hubo cientos de detenidos por medidas prontas de seguridad. También hubo atentados contra locales políticos y contra la libertad de prensa. Asimismo, las torturas fueron denunciadas en este mismo Parlamento por figuras tan diversas como Enrique Erro. Amíicar Vasconcellos o el propio Wilson, y constan en las versiones taquigráficas de la vida parlamentaria.
Allí, entre todo eso, andábamos entreverados un montón de jóvenes sesentistas. Vamos a tenerlo claro: no éramos mejores ni peores que ninguno: a un montón nos tocó vivir eso. Andábamos entreverados entre el pensar y el hacer que abarcaba lo político, lo gremial, nuestra formación como maestros y, en definitiva, nuestra formación humana, lo que hace a la condición humana.
Pero no todo estaba pautado por lecturas y sesudas reflexiones. Elena, aunque ustedes no lo crean, había estudiado declamación y declamaba para todos nosotros: a veces nos hacía gracia y otras veces nos encantaban los textos y los tonos que les ponía. Hablábamos de cine y cantábamos. Elena y Gustavo eran buenos bailarines de tango; nos deleitaban a todos y a veces hasta queríamos aprender. Todas estas actividades ocurrían principalmente en la casa de la calle Municipio, donde Elena vivía con su madre y posteriormente ingresó allí un bebe que era Robertito, a quien criaba la “Tota”. Cada vez que llegábamos con libros o con brochas, “Tota” nos dejaba libre aquella mesa de madera oscura para estudiar, de donde levantaba cuidadosamente todos los días, para que no se la fuéramos a estropear, una carpeta tejida a croché, sin que faltara algo para comer, para acompañar el mate o la leche; y a veces hasta algún botón nos cosía. Fue una madraza para muchos, con un altísimo sentido de la justicia y del sentido común, como muchas de las madres de nuestros luchadores. Esa protección que ejercía la “Tota”, esa protección respetuosa para con Elena que nos abrigaba a tantos, creo que fue la matriz de su vida cuando se extendió al perseguido pueblo uruguayo que la llevó a golpear todas las puertas, jugándose, con cabeza muy clara, con firmeza, desde el amor a la vida. Yo creo, señor Presidente, que los uruguayos y las uruguayas tenemos una gran deuda, una enorme deuda con las “Totas” que, como madres o abuelas, se constituyeron en militantes políticas contra el terrorismo de Estado en la defensa de los derechos humanos en su más amplio sentido. Estas mujeres son las que han sido, y son, protagonistas fundamentales en la construcción de nuestra historia y nuestra identidad, y lo son desde el dolor, cosa que no es fácil ni frecuente; un dolor que es imposible poner en palabras y que es imposible aun entender, más cuando ese dolor está basado y vertebrado en el amor y en la esperanza por la gente.
A mediados de 1966 Elena se incorporó a la FAU y fue activa militante de la ROE, Resistencia Obrero-Estudiantil. Diez años después, ya en 1975, fue una de las primeras que trabajosamente actuó en la fundación del PVP, Partido por la Victoria del Pueblo. Junto con Santa Méndez, Likan Celiberti. Yamandú González y Telba Juárez -quiero destacar que es una compañera asesinada en la Argentina- y muchos otros jóvenes estudiantes de la época, participó en las misiones sociopedagógicas que hoy mencionaba Diego, y en particular en la de 1967, en Capilla de Farruco, en Durazno. Con los años, con esa memoria que se construye y reconstruye, que es parte de la historia, uno valora -por lo menos yo valoro-, más que lo que nosotros podríamos aportar a los otros uruguayos, a esos vecinos que visitábamos, lo que aprendíamos colectiva e individualmente por la experiencia que nos permitía vivir la propia gente. Y eso es una práctica importante, que implicaba todo un posicionamiento ante la vida.
Alguien alguna vez ha dicho -cosa que yo comparto bastante- que Elena era misionera, en el sentido de la autoexigencia de sacrificio, de una práctica austera al mango, que para nada quiere decir amargada -porque si había una persona alegre era Elena-, y de la perseverancia en una especie de trabajo de hormiga, en ese trabajo de hormiga imprescindible para casi todo en la vida. Si de alguna tarea se la responsabilizaba a Elena, desde resumir en la biblioteca el Manual de Murchison, de cuatrocientas y pico de páginas, hasta sacar un volante clandestino, no había duda de que lo hacía; que nadie tuviera duda, porque lo hacía, tuviera todos los obstáculos que tuviera.
Quiero confesar acá algo: algunos de nosotros la tildábamos en algún momento de testaruda, de empecinada. Esta es una confesión autocrítica, porque creo que esa cualidad fue uno de los motivos que la llevó a poner en práctica su plan de intento de fuga, asilándose en la Embajada. Seguramente, como sabe muy bien Teresa, no era la primera vez que pensaba cómo escapar del infierno del encierro, del aislamiento y de la tortura, no para quedarse en la casa ni para irse a cualquier país, olvidándose de esta tierra, sino para seguir peleando, porque si algo definía a Elena era su coherencia, su amor y su compromiso con la libertad de todos, y no con la libertad individual y en exclusiva. Ese sí creo que es un rasgo a recordar.
El 16 de noviembre de 1967 fue detenida por primera vez y, felizmente, liberada al otro día.
Cuando la toma de Pando, el 8 de octubre de 1969, Elena ya trabajaba en una escuela en las cercanías de Pando. No tenía nada que ver con el accionar del MLN, que fue la organización política responsable de esa toma, y sin embargo la sacaron encapuchada de la escuela, delante de todos sus alumnos, y de la peor manera. Téngase en cuenta que esto sucedió en 1969: ¡no había golpe de Estado! Estábamos ante una supuesta democracia.
El 22 de octubre de 1969 cayó en una ratonera, en una casa de Montevideo; de eso también había, y no para atrapar a asaltantes, ladrones o gente que se dedicara a otra cosa, sino a militantes sociales y políticos. En esa oportunidad fue procesada y la alojaron, junto a tantas compañeras, en la calle Cabildo; esa fue la última vez que algunos de nosotros la vimos con vida.
Cuando un gran número de compañeras se fugaron de la calle Cabildo, en 1970, Elena no se fue, al igual que otras compañeras, porque estaba planteado que próximamente serían liberadas, lo que realmente después sucedió. Quienes quedaron, pasaron a Cárcel Central, que era un lugar súper restringido y chico. Allí cumplían todas sus actividades, inclusive tener consigo -las pocas horas que podían hacerlo- a sus gurisitos pequeños, como era el caso de Sonia Mosquera, compañera que tenía a su pequeño hijo Adolfito, con quien Elena había logrado una muy buena relación y entre las dos intentaban que Adolfito volviera a caminar, ya que a causa de la situación que había pasado había dejado de hacerlo.
En todo este tiempo y en cada una de las detenciones, “Tota” siempre estuvo presente, ahora llevando muchas veces a Robertito o dejándolo con alguna compañera.
Cuando en 1971 se produjo una de las marchas cañeras, la que acampó en Cerro Norte, que fue recibida por compañeros y compañeras trabajadores y estudiantes de distintos lugares, de San José y del propio Montevideo, Elena iba con varios compañeros en un camión; fue detenida y luego liberada. Al ser liberada se reintegró a trabajar como maestra, siguió militando en el sindicato de maestros, en la Federación Uruguaya de Magisterio, y desarrollando su actividad política, preocupándose también por su formación profesional, más allá de que eran tiempos en los que a veces no había tantas horas para dedicar al estudio. Así pasó por la Facultad de Humanidades.
En junio de 1975 fue destituida, porque un mes antes de cumplirse los dos años del golpe de Estado fue requerida por las Fuerzas Conjuntas, con aquellas marchas que pasaban por las radios; todavía, esa marcha del 25 de agosto, lamentablemente, a veces algunos quieren que acompañe algunos de los actos de esta vida institucionalizada.
En ese momento, luego de que la destituyeron, Elena se fue a Buenos Aires y, prácticamente un año después, luego de volver clandestinamente a Montevideo y de exigirle personalmente a su madre que se fuera a Buenos Aires, “Tota” tomó la resolución de ir allí y adoptar la condición de refugiada de ACNUR. Después pasaron muchas cosas.
Se ha hablado mucho, pero queda mucho más por investigar: todos los hechos y consecuencias vinculados con el Plan Cóndor y con esta coordinación para la muerte y el terror en nuestros países de la región. No hay duda de que Zelmar como el Toba, Willy Whitelaw, Rosaio Barredo -Wilson se escapó por un pelo-, Liberoff aquellos cuyos cadáveres aparecieron en nuestras costas y tantos y tantas compañeras y compañeros, sufrieron las consecuencias de esta coordinación para la muerte.
Quien intervino en la detención de Elena en el apartamento de la calle Masini fue el Inspector de Policía Víctor Castiglioni. Ese apartamento de la calle Masini -menciono este hecho porque me parece que, más allá de que esté recogido en varios documentos, es bueno recordarlo-, en 1979, en plena dictadura, le fue adjudicado en propiedad a la División de Ejército 1, que hasta hace relativamente poco tiempo negaba totalmente su conexión y las posibilidades de tener relación con estos hechos. También hay que señalar que el Batallón N° 13, el famoso infierno de los detenidos, los torturados -para los militares el “300 Carlos”-, dependía de la División de Ejército 1. Allí fue llevada Elena cuando fue detenida, y desde allí inventó -está el testimonio de algunas compañeras, que por varias semanas la pudieron ver, y oír sus gritos en la tortura, desde esa parte alta del galpón adonde iban, o mejor dicho, se llevaban a las compañeras de arrastro y luego las tiraban- y planteó el supuesto contacto que tendría en las inmediaciones de la Embajada venezolana, teniendo en la cabeza que podía saltar desde el jardín de la casa vecina. Conocía bastante este barrio por el “trille” que tenía en esa zona, lo que le permitía tener en la cabeza esos datos, aun en las terribles condiciones que vivía en ese momento o de las que nosotros sabemos.
No quiero dejar de señalar que en el ‘300 Carlos”, en el infierno, operaban, entre otros, Cordero, Gavazzo, el “Pajarito” Silveira, Ferro, Yannone y Carlos Rosell, entre otros, porque hay muchos otros de quienes no sabemos dónde operaban y que desarrollaban sus actividades directamente relacionados con el S-2.
Hoy, el Poder Judicial tiene en sus manos la posibilidad de saber qué pasó con nuestros detenidos desaparecidos y dónde están sus restos, entre ellos los de Elena.
Como parte de este pueblo uruguayo, que ha gestado lo que ha gestado, que lo ha hecho en la vieja historia y en la historia reciente, junto a sus organizaciones sociales y políticas, tenemos una deuda histórica y ética. Esta mujer, maestra. Elena Cándida Quinteros Almeida, la detenida 2537 en el Batallón 13, nuestra detenida desaparecida, no era una ingenua. Peleó por una sociedad justa, humana, donde cada uno de nosotros nos pudiéramos mirar cara a cara todos los días desde las diferentes miradas, desde la diversidad que tenemos, construyendo salidas para la pública felicidad.
A Elena y a tantos les cortaron el camino porque les troncharon la vida, pero no terminaron con sus luchas. Nuestro compromiso de ayer y de siempre es retomar esos senderos juntos.
Gracias, señor Presidente.
(Aplausos en la Sala y en la barra)
Leer: 18/10/2006-Sesion de la Cámara de Diputados de Uruguay en Homenaje a Elena Quinteros (III)
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