Una investigación del semanario Brecha permite detener a Nelson Bardesio (ex miembro del Escuadrón de la Muerte) en Buenos Aires
HABRÁ MUCHOS -y no únicamente los miembros del Escuadrón de la Muerte- que hoy estarán inquietos con la detención en Argentina de Nelson Bardesio.
En su momento, abril de 1972, la difusión de las confesiones de Bardesio a los tupamaros parecía una prueba incuestionable de la existencia de bandas parapoliciales y paramilitares que desplegaban el terrorismo bajo la conducción de altos funcionarios del gobierno, y con el apoyo logístico de las estructuras estatales. En su momento, muchos legisladores de la oposición y del Partido Colorado no sólo tuvieron en sus manos las declaraciones de Bardesio como prueba concluyente de la existencia del Escuadrón, sino también el testimonio de otros integrantes de la banda que confirmaban lo dicho por él. También integrantes del equipo de Juan María Bordaberry, como el entonces ministro de Educación y Cultura, Julio María Sanguinetti, manejaron información de primera mano. Una vez liberado por los tupamaros en mayo de 1972, la entrega
de Bardesio a la Policía -a los mismos que él había delatado como participando en atentados, asesinatos y desapariciones- sirvió para montar un esquema de desinformación que le dio a la mayoría parlamentaria la excusa para no investigar absolutamente nada. En poder de la Policía, Bardesio se habría retractado de todo lo confesado a los tupamaros. El condicional es oportuno porque mientras las actas de Bardesio difundidas por los tupamaros estaban acompañadas de grabaciones con el testimonio oral del fotógrafo policial, la rectificación simplemente fue anunciada al Senado por el ministro del Interior.
Desde entonces, para el Estado, el Escuadrón no había existido y había sido un invento de los guerrilleros. A partir de 1985, con la reinstitucionalización, familiares de las víctimas del Escuadrón formularon denuncias ante los jueces, y una instancia particularmente trascendente fue la denuncia del entonces diputado del Frente Amplio Nelson Rovira, que reclamaba una investigación profunda de todos los crímenes del Escuadrón, en particular de la desaparición de Héctor Castagnetto y Abel Ayala, y los homicidios de Manuel
Ramos Filippini e íbero Gutiérrez. Insólitamente, el entonces presidente Sanguinetti ordenó el archivo de las actuaciones aplicando la ley de caducidad, aun cuando los hechos habían ocurrido antes de 1973, la fecha que la propia ley tomaba como marco de vigencia de la norma. Algo muy particular ocurrió con la denuncia de los familiares de Ayala sobre su desaparición. Sanguinetti, en una resolución presidencial, descartó toda vinculación de militares o policías en ese hecho, con lo que la caducidad no operaría en este caso; pero, se agregaba, se decretaba el archivo en la eventualidad de que en el futuro surgieran nuevos elementos.
Hoy, con la captura de Bardesio, la investigación de los crímenes del Escuadrón no sólo abre la posibilidad del castigo; también abre una instancia política que cuestiona a los legisladores y políticos que en aquella oportunidad miraron para el costado. El debate sobre las razones de tal actitud resulta imprescindible, a los efectos de que en los hechos del terrorismo de Estado la responsabilidad no se limite a los ejecutores materiales de los crímenes.
Samuel Blixen
BRECHA
25/07/08
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