Lejos de toda solemnidad, Macarena Gelman se nombra en esta entrevista: el momento preciso en que se entera de la verdad, la relación con sus padres de crianza y la laboriosa tarea de darle existencia a su “nueva familia”; la compleja construcción de sí misma.
“Estuvo bueno que no me hayan preguntado por el Batallón 14”, confesó al finalizar la charla. Nunca preparamos un cuestionario acabado. Como cogeneracionales de Macarena, también nosotros tenemos muy pocas certezas y una infinidad de dudas. Nuestros miedos anticipados eran cómo abordarla o si contestaría con monosílabos. Y sólo hubo asombro ante su entereza, su humor (y su humor negro off the record, “porque también sana”), su calma.
—¿Te sentiste muy agobiada la semana pasada por la exposición mediática al pedir la reapertura de la causa de tu madre?
—No es tanto por la exposición. Pero no es lo mismo que antes, vos tenés todo más o menos procesado, sabés lo que te pasó y lo hablás. Pero cuando sabés que lo va a ver un montón de gente… Lo matador es los que te conocen.
—¿Los que te conocen y no saben?
—Yo el detalle nunca lo conté tanto. Quedé bastante bajoneada, los primeros días estaba por el suelo. Es como estar revolviendo permanentemente. Hoy estoy mejor. Quedé hecha trizas, porque fue mucha tensión. Me acosté y me dolía todo.
—¿Y dónde encontrás refugio?
—Creo que después de tanta exposición lo mejor es estar fuera del alcance de la gente. El primer día no quería hablar con nadie, después con amigas del colegio y con mi madre. Por ahí hay gente que piensa que el abogado hace el escrito y vos vas, lo presentás y ya está. No. Estuve con él hasta las 3 de la mañana. Como soy yo, no puedo dejar las cosas en manos de alguien y quedarme mirando. Desde que pasó todo esto, puse el ojo en absolutamente todo. Con quién hablás, dónde lo hablás... Esto pasó en 2000, era todo nuevo, no era que no pudiera confiar, pero desarrollás un alerta grande.
—¿A qué cosas te referís?
—Están todas las causas abiertas, en Argentina, acá. De todo eso, todo me involucra y considero que debo estar pendiente, que tengo que saber.
—Además en ese tiempo tuviste que enterarte de todo lo que había pasado.
—Sí, insume tiempo, energía. Aparte no lo mirás desde un punto de vista “objetivo”, te afecta a vos. Son cosas que pasaron, y además de afectar al país entero, te afectaron a vos como persona.
—¿Cómo manejás el hecho de que tu historia íntima sea parte de la historia del país?
—La visión que puedo tener debe distar mucho de la de la gente que lo vivió en el momento, la que estaba ahí. Primero que es difícil entender la situación particular: lo que pasaba y cómo afectaba a mis padres, a mis abuelos... Verlo a la distancia…Tenés que entender muchas cosas, y muchas veces no podés por esa misma distancia.
—¿Como qué?
—Lo que vivía el país. La situación de mis padres: ¿qué los movía a tener esa militancia?, ¿cuáles eran sus preocupaciones?, ¿cuál era la situación? Mis padres sabían lo que estaba pasando y se estaban cuidando bastante, además de que mi madre estaba embarazada.
—¿Qué pensás de la mirada política de tu padre? ¿Hacés mancomunión con eso?
—Siempre todo se resume en que querían un mundo mejor y eso es muy general. Pero me parece que plegarse es bastante difícil, por lo que decía. No tenés la visión de ese momento, no tenés la composición de lugar. Para procesar esta historia, que obviamente trae un contexto político, no la podés ver desde la política. A tus papás los mataron. Ponerte a juzgar es muy difícil. No estoy en el momento ni en el lugar, aparte me parece que esa “pasión” que los movía a luchar hoy en día no está. Y yo nací y me crié en Uruguay y ellos nacieron y se criaron en Argentina.
—Vos decís lo del contexto, yo pensaba en algo de equilibrio. Se me vinieron varias cosas a la cabeza: vos decís mis padres, y te referís a tus padres biológicos y yo estaba pensando en tus padres adoptivos...
—También mis padres (ríe). A la gente se le puede complicar entenderlo. Pero es así. Llega un momento, además, que es horrible estar todo el tiempo “los biológicos”, “los adoptivos”, el que entienda entiende, y el que no… (vuelve a reír). Ya es muy entreverada mi vida... Hablo indistintamente, a veces me doy cuenta de eso. Pero tampoco he tratado de cambiarlo.
—Construir una identidad cuesta una vida. A los 30 seguís construyendo y deconstruyendo, viendo lo que te pasa. A vos a los 23 te cae una cosa que... ¿En ocho años has podido?
—Creo que sí. La identidad no es una u otra. Nadie puede resetearte para volver de cero. Vas incorporando un montón de cosas y te acomodás de acuerdo a cómo se van dando. El contacto con la familia biológica, con los amigos, me parece súper importante. Al principio estaba toda la historia de mis padres, el bebé... yo cuento esto y en realidad me pasó a mí. Eso es lo que más cuesta. Cómo sentirse identificado. Más porque yo tenía dos meses y medio cuando me dejaron en la casa de mis padres. Es toda tu vida. No tenés ningún recuerdo de nada. Me pasó de contarlo y hablar del bebé. Y el bebé del que hablan soy yo, el bebé era yo. Después de eso, tenés toda tu vida con el papá que te criaste... eso en mi caso tuvo menos conflicto. Porque si bien se ha hablado mucho, nunca se pudo encontrar evidencia, más que conjeturas, de la implicancia –mi mamá no sabía absolutamente nada– de mi papá en toda esta historia. Nunca se pudo demostrar absolutamente nada. Y eso facilita, de alguna manera. No quita que se investigue, se llegue a saber algo, pero... fue mi papá, lo fue toda la vida. Lo que viviste con esos padres, el amor que te dieron y cómo en cada momento de tu vida te acompañaron, no se puede borrar, es imposible.
—¿Te daña esa conjetura sobre tu padre y su entorno?
—Hay hechos que son reales y objetivos, otros conjeturas. A mí las conjeturas me joden. No me joden en un contexto de investigación. Dicen que mi padre era amigo íntimo de (Julio María) Sanguinetti. No lo era. Yo ni siquiera lo conocía, si fuera así, alguna vez lo habría visto. De (Hugo) Medina, no sabía de su existencia. Busqué, rastreé todos los papeles, las agendas de mi casa, buscando algún nombre. No es que yo me niegue a saber o que esté cerrada. Para todo necesitás firmeza en lo que estás planteando. Incluso en mi historia. Me contaron toda mi historia, la de mis padres, y yo dije: “Ah, bueno”, pero yo también voy a averiguar, para verificar cosas.
—Estás muy entera en ese sentido. Si llegan a surgir pruebas, ¿estás preparada?
—Y... es que no voy a tener otra. Para todo no tengo otra. Desde que acepté hacerme el adn. Venía todo junto, no era “me hago el estudio y después veo”. No. Una toma decisiones y sabe que desencadenan otras cosas. A mí me gustó saber la verdad a pesar de lo mal que pueda haber pasado. Y no creo que pudiera haber sido mejor no saberlo, desde ningún punto de vista. Lo que pasó no se puede negar.
—¿Qué sentiste el día de la prueba del adn?
—(Sonríe.) Me acuerdo cuando me llamaron, para darme el resultado. El mayor temor –una vez que estaba todo esto planteado– no era que diera positivo, sino que no diera. Porque si no daba, no era hija de mis padres adoptivos, pero tampoco de los otros padres, ¿y de dónde había salido?
—¿Qué te interesa saber de tus padres?
—Todo. Cuando es todo tan fraccionado y tan difícil, cualquier cosita te llama la atención, te sirve para hacerte una idea.
—¿Tenés alguna anécdota que guardes como un tesoro?
—Mi padre escribía poesía también. Y tengo unos poemas escritos y compaginados. Es una de las cosas que más me llegaron. De mi madre lo que más me llegó son cuentos de una amiga muy amiga. Nada en concreto, cuentos referidos a situaciones familiares, que me encanta escuchar. Me río. Parece que era muy simpática.
—Toda esta historia está rodeada de dolor. Está bueno verla desde otro lugar.
—Es lo que te va formando una idea. E incluso tuvo mucho que ver con la decisión de cambiarme el apellido.
—¿Por qué?
—Porque era todo muy abstracto. Imágenes sin movimiento. Y estas cosas te acercan con cierto afecto, te sentís identificado, te gustan, y todo el cariño que les tenían los amigos o cómo vivían el embarazo es lo que te sitúa, más allá del dolor, en las personas. Esas cosas te humanizan.
—¿Y tu madre cómo tomó el cambio de apellido?
—Obviamente la impactó, le llegó mucho. Pero entendió. Entendió y me apoyó mucho en todo lo que he hecho, desde que me enteré hasta ahora. Eso también fue muy importante. El hecho de no tener que elegir una cosa o la otra o de no tener una cosa de rechazo por parte de la persona con la que viviste y te criaste, es importantísimo.
—Yo tengo una teoría. Leímos la carta de tu abuelo a Galimberti. Creo que era ahí que contaba que tu madre le rezaba a María Macarena.
—A la Virgen María y a la Macarena, son distintas.
—Ah, ¿y Macarena cuál es?
—Es una que está en la iglesia de Punta Carretas. Es de Sevilla, es la Virgen de la Esperanza. Tiene toda una historia de esperanza y dolor.
—Bueno, me pierdo un poco en la teoría porque es nueva, pero yo pensaba que tu madre argentina se llamaba María Claudia, y tu madre uruguaya rezaba pidiendo por un hijo. Y vos te llamás María Macarena... ¿elegís Macarena?
—No, ambos. Tengo mucho cariño por el nombre María Macarena.
—Ahí te cierro la teoría: creo que el nombre María Macarena le hace honor en algún sentido a tus dos madres.
—…
—¿Sos creyente?
—Es muy difícil para mí.
—¿Sí?
—Sí. Fui a colegio católico de los 5 a los 18 años. Siempre me interesó el tema de la religión más allá de la fe. Pero... no sé. Tampoco soy practicante, pero creo.
—Te lo preguntaba porque vos venís de una familia católica practicante, si no me equivoco.
—Sí, mi mamá es muy católica.
—Me preguntaba si a la luz de lo que habías descubierto en estos ocho años habría cobrado un nuevo significado el creer o no, porque por un lado está Galimberti y por otro la posición que la Iglesia ha tenido en las dictaduras del Cono Sur.
—De la posición de la Iglesia en la dictadura no me metí a estudiar demasiado. Si la Iglesia tuvo o no una nueva dimensión, puede ser. Porque a mí quien me cuenta que no soy hija de mi mamá es monseñor Pablo Galimberti, que ahora es obispo de Salto. Mi abuelo pensó que la mejor manera de llegar a mi mamá era a través de Galimberti. Y efectivamente fue, y para mí también. Me apoyó mucho en toda esta historia, he conversado mucho con él. Cómo puedo decir... el hecho de que fuera sacerdote dio unas garantías que si hubiera llegado de otro... Además la manera en cómo lo planteó fue muy buena y tuvo que ver totalmente con el éxito de lo que vino después.
—¿Y lo de Galimberti con tu mamá fue un proceso largo?
—Hasta donde yo sé Galimberti vino el 10 de febrero a hablar con ella, después pasaron unos días. Aunque parezca muy curioso, no me acuerdo de la fecha en que me enteré, pero fue entre el 20 y el 23 de febrero. Mamá me contaba que Galimberti la llamaba y le decía: “Bueno, ¿le dijo?”, y ella: “No, no me animé”. Cuando mamá se decide a decirme me cuenta que hay un señor que cree que puede ser mi abuelo, que me está buscando hace mucho tiempo y que lo demás no sabía explicarlo bien, que llamara a Galimberti que me iba a explicar.
—¿Y demoraste mucho en llamarlo?
—Nooo (risas) no, no, no, no, no.
—¿No te vino un ataque en ese momento?
—Mi mamá lloraba mucho, no podía hablar. En un momento me decía: “Se trata de papá, se trata de mí, de los tres”. Entonces, no sé cómo me salió, porque jamás lo sospeché, y le dije: “¿Qué?, ¿no soy hija de ustedes?” . Y mi mamá dice: “¿Quién te dijo?”. “Nadie” (se ríe). A partir de ahí me vino como un shock. Tengo esa época muy confusa. Aparte venía de lo de papá, que había fallecido unos meses antes, entonces fue todo muy fuerte. Inmediatamente tuve que empezar a tomar decisiones: qué hacer con esto y aquello, si me encontraba con mi abuelo, si no me encontraba con mi abuelo, si me hago el adn, si no me lo hago, y dónde me lo hago. Era como una avalancha y todo el tiempo tenía que estar viendo todo. Me envolvió. Pero si me decís si hice una crisis o me deprimí, te digo que no.
—¿Y a quién se lo contaste primero?
—Al que era mi novio en ese momento. A amigas en la rambla, no me acuerdo del orden, después a otra y al esposo, a compañeras de trabajo. Ellos sabían la historia, no sabían que era yo. Había una lista de distribución en la Facultad de Ciencias, a la que iba en ese momento, y las cartas de mi abuelo circulaban. Pero no sé por qué yo no estaba en esa lista, entonces no sabía absolutamente nada, pero nada. No sabía que existía Gelman, cuando me enteré, era mi abuelo.
—¿Nunca hiciste terapia?
—No, la verdad nunca sentí necesidad, lo único es que he atomizado a todas mis amistades (ríe). No tengo nada contra el psicólogo, pero no siento que lo que necesite sea contarle a una persona totalmente extraña lo que me pasó, qué siento y qué pienso. Tengo mucha gente a quien contarle… mientras aguanten.
—¿Y cómo es la relación con quienes han pasado lo mismo, ahí encontraste refugio?
—Sí, desde un principio. Todo se dio como bastante natural. Tengo relación con militantes de diversos partidos, gente que le pasó lo mismo que a mí. Con Amaral (García), Sara Méndez, Raúl (Olivera). Me acompañaron mucho.
—¿Pertenecés a algún grupo?
—No, tengo relación con gente vinculada a los derechos humanos, pero formalmente no. En Buenos Aires tengo contacto con muchos chicos. Aquí también hay chicos que nacieron en cautivero, pero que siguieron siempre en su grupo familiar. Hace relativamente poco sentí la necesidad de entrar en contacto con esa gente y también compartir historias.
—¿Vos creés que sólo aquellos que vivieron lo mismo que vos pueden entenderte cabalmente? —Si bien las historias son intransferibles hay cosas en común. Pero es la gente que te puede entender mejor. Todo el tema de afrontar el cambio de apellido, de saber que tu familia es tu familia, tus padres desaparecidos, todo eso une. No sé si los demás lo pueden entender. La verdad no sé.
—Cambiando de tema: ¿cómo te sentís ante el hecho de que Sanguinetti, uno de los personajes que más obstaculizó tu búsqueda y hallazgo, era un referente político para tu familia?
—Si bien mi padre trabajaba con los colorados y tenía un cargo político en San José, yo nunca tuve una filiación política definida, ni tampoco se me inculcó nada. De esa situación me llamó poderosamente la atención que Sanguinetti haya negado todo esto que estaba en sus narices. Fue dejar la Presidencia y que apareciera todo. No lo entiendo. Realmente es incomprensible que una persona como parece ser él, haya negado o no haya sabido nada. Pero no me genera ningún sentimiento particular.
—Decís que no tenés ninguna militancia. Pero sí te convertiste en un referente de los derechos humanos. En caso de que te encuentres con los restos de tu madre, ¿terminás la militancia ahí o continuás?, ¿cómo te ves?
—Yo no sé si llamarle militancia, tampoco busqué convertirme en referente. No es algo que haya hecho a propósito. Pero no, yo no puedo dar vuelta la cara a eso; como yo espero encontrar a la mía, hay muchas madres que esperan encontrar a sus hijos, como hijos que quieren encontrar a sus padres. Esto ya forma parte de mí.
—¿Vos apoyás la anulación de la ley de caducidad?
—Sí, más allá de que el caso no haya sido incluido en la ley de caducidad. Hoy tenemos un gobierno que lleva adelante una determinada política de derechos humanos, pero esa política no puede estar sujeta a un gobierno en particular, tiene que ir más allá de un gobierno, tiene que ser igual en todo momento.
—La poesía de tu abuelo en muchos casos hace referencia a su experiencia, a su dolor. ¿Qué te pasó a vos con esas lecturas?
—A mí siempre me gustó la poesía, más allá de que nunca había leído nada de él en particular. Es una forma de conocerlo a través de lo que escribe. Así como la poesía de mi padre.
—¿Te acordás una línea de la poesía de tu padre?
—Una línea no, pero la sensación que tengo es de que era una poesía premonitoria.
—¿Premonitoria?
—Me acuerdo de un poema en el que se despedía de los amigos. Conociendo a los amigos después, eso me impresionó mucho. Era como todo de sangre, muerte, fin, de mucha oscuridad.
—Más allá de los derechos humanos, ¿estás definida ideológicamente?, izquierda, derecha, centro...
—Hay cosas con las que no estoy de acuerdo y sigo sin estarlo. Pero definirme así… no está en mí la militancia política.
—Pero más allá de la militancia, la simpatía: ¿qué votarías?
—Siempre dije que el voto es tan obligatorio como secreto.
—No sabía, pregunto desde la inocencia (risas).
—La verdad es que no me interesa definirme políticamente más allá del tema derechos humanos. Obviamente estoy más de acuerdo con la política de derechos humanos que lleva adelante la izquierda que con la que lleva o no lleva la derecha.
—Hace unos días tu abogado sugirió la posibilidad de indultar a aquellos militares que dieran datos certeros para ubicar a tu madre u otros desaparecidos. ¿Vos participás de esa posición?
—Él lo aclaró muy bien, que era a título personal. Algo inconsulto tanto con mi abuelo como conmigo. Acabo de pedir la reapertura de la causa judicial, así que creo que no cabe hablar de indulto ni mucho menos.
—¿Vos tenés mucha expectativa con la reapertura del caso?
—Sí. Espero que me reconozcan el derecho. Me parece que se puede investigar y que no se tiene que centrar en las personas detenidas. Hubo gente alrededor y no tienen por qué seguir insistiendo con gente que decidió no hablar. Otra gente que haya visto u oído cosas. Tiene que haber una investigación a fondo.
—¿Encontrar a tu madre es lo único que te falta para cerrar la historia?
—Encontrarla y saber lo que pasó. Cerrarse, no se cierra. Obviamente te marca una etapa. Seguramente dejaré de estar dedicada a esto, tendré otras preocupaciones y otras cosas que tienen que ver con la historia y que de repente van un poco más allá. A medida que uno va cerrando etapas, eso le va permitiendo ver un poco más. Pero ahora la necesidad es ésa, encontrarla.
—¿Te cuidan, en el sentido de dosificarte los detalles de tu historia?
—No siento que me hayan cuidado especialmente. Al contrario, yo quiero que me la digan.
—¿Todos los detalles?
—(Asiente con la cabeza.) Todo lo que se pueda saber. Prefiero saberlo todo.
—¿De tu padre sabés?
—Sí. Lo secuestraron y lo llevaron a Automotores Orletti. Allí permaneció y después, aparentemente, lo hicieron preparar como para liberarlo y lo mataron. Después lo colocaron en el tanque y lo tiraron al Riachuelo. Parecen estar bastante claros los motivos y cómo se dieron las cosas porque hay gente que pudo dar su testimonio. En cambio lo de mi mamá es distinto. Por ejemplo, estaba separada de otros presos y estuvo más tiempo. Después, entre el 22 de diciembre –que es la última vez que la ven– y hasta el 14 de enero, en que me dejaron en la casa de mis padres, no se sabe absolutamente nada. Nadie dio un testimonio de nada ni se ha logrado esclarecer nada. Sí, es durísimo, pero está eso de saber qué fue lo que pasó, y saber que está en algún lado. Te dicen: “Sos hija de otros padres”, pero no es sólo eso, también te dicen: “Tuviste estos papás pero no sabemos dónde están”. Más allá de que puedas tener toda la convicción de que la mataron, se te plantea si realmente lo hicieron. Eso permanece en el tiempo y no tenés nunca el alivio de saber qué fue lo que pasó. Eso es lo más jodido de todo. La incertidumbre, la desaparición.
Brecha
Mariana Contreras/Álvaro Pérez García
Marzo 2008
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