27/7/08

"Tabaré Daners está mintiendo"

Entrevista con el ex marino Daniel Rey Piuma, autor del libro Un Marino Acusa, denunciante ante organismos como Naciones Unidas y Amnistía Internacional de las violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar. De muchas de estas violaciones fue testigo, sobre todo a partir de 1977 cuando ingresó a la Marina. Como fotógrafo trabajó para uno de los departamentos de inteligencia de esa fuerza, hasta el año 1980, cuando debió huir del país porque sus superiores sospecharon de él. Radicado en Holanda, viajó a Uruguay para declarar el martes 16 de octubre ante el juez Luis Charles por la causa de traslados de presos políticos desde Argentina hacia nuestro país entre 1977 y 1978. El viernes 19 fue entrevistado por José Correa, en Sexto Día, por Televisión Nacional de Uruguay.


- ¿Cómo toma este reencuentro con su país y con su gente?

Yo diría que es un viaje casi emblemático porque el 12 de octubre de 1980 partí de 8 de octubre y Pan de Azúcar rumbo a Brasil, y el 13 de octubre de 1980 crucé el puente que separa Uruguay y Brasil. El 12 de octubre de 2007 partí de Ámsterdam, el 13 de octubre de 2007 volví después de 27 años a Uruguay.



- ¿Qué país reencontró con respecto al que dejó?

- Es un país diferente. El país que yo abandoné era un país en el que se vivía con miedo. Un país que estaba lleno de héroes y de traidores. Un país donde los militares coordinaban el ritmo, el momento y la oportunidad en la vida de cada ciudadano. En ese sentido encontré un país totalmente diferente.



- ¿Qué cree usted particularmente que puede aportar en esta causa de derechos humanos?

- En 1982 yo presenté un reporte en la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, que es esta copia que tengo acá (pasa las páginas del informe apoyado sobre la mesa), me dijeron que era el documento más completo que había, mejor documentado, sobre las violaciones de derechos humanos que había en nuestro continente. Estamos hablando de 1982, 25 años después por primera vez lo toma en serio la justicia uruguaya. En ese sentido es un paso enorme. De Uruguay, con los nuevos medios de comunicación estoy al tanto permanentemente de todo lo que sucede en los aspectos políticos, económicos y, sobre todo, en lo que me tocó a mí que es esto de los derechos humanos. Entonces espero que la justicia de una vez pueda castigar a aquellos que torturaron y asesinaron en nuestro país. Quizá a nivel general la gente esté cansada, veo que no reacciona de una forma general a cómo lo hizo cuando se restauró la democracia, pero creo honestamente que es un paso muy importante. El hecho de que yo pueda traer documentación gráfica y mi propio testimonio de lo que ocurrió, qué compañeros argentinos recuerdo haber visto presos acá en la Marina uruguaya, qué compañeros que fueron secuestrados en Uruguay estuvieron presos en la Marina uruguaya -algunos de los que están desaparecidos hasta hoy-… Pienso que la labor de investigación que está haciendo el juez Luis Charles es un paso gigantesco.



- Cuando dice que usted vio representa también la mirada de un fotógrafo, de un profesional, de un hombre que estuvo dentro de la Marina con una labor particular, ¿qué evocación, qué recuerdo tiene de aquellas épocas?

- Yo con todo respeto lo digo que mis recuerdos no tienen nada que ver con mi profesión de entonces, era fotógrafo pero también era perito criminal. Lo que recuerdo (pausa, respira hondo, acomoda los lentes) lo he llevado en mi corazón, puedo nombrar todo, quiénes fueron los actores, quiénes fueron las víctimas, lo puedo decir no sólo con la cabeza sino también con el corazón, y eso no hay una manera de verlo, de entenderlo, de aprenderlo a ver. Cuando uno ve cómo torturan a mujeres embarazadas, a ancianos, cuando uno está sintiendo casi el olor a muerte de esa gente, no es la visión de un fotógrafo la que determina qué es lo que hay que recordar y qué no. Era la vivencia diaria de alguien que estaba en la resistencia, como yo, que por desgracia, pero gracias a Dios, tuve que participar como testigo clave para poder dar hoy este paso, treinta años después.



- Imagino el impacto de ver que en su país, al que se refiere con tanto cariño, estaban ocurriendo ese tipo de episodios.

- Sí. Mi padre nos crió de una manera anárquica, en un mundo donde no había dios, sino que estaba la solidaridad y los hombres que se ayudaban los unos a los otros. Hasta que un día se apareció mi abuela española y preguntó si habíamos tomado la comunión. Y como no, todo el mundo a la iglesia. A partir de ese momento me hice católico, de una manera muy peculiar. Tenía un gran respeto por la gente que vivía en la Ciudad Vieja, barrio donde me crié. Entre los 14 y los 18 años trabajé ayudando a los hijos de las prostitutas, a la gente marginal del barrio, en un montón de cuestiones, iniciativas para ayudarlos a estudiar, ayudarlos a comer, etc., etc. Había una manera de ver la vida que era nueva. Esa presencia que sentía de alguien que nos había creado daba una especie de calma a mi espíritu.

Al mismo tiempo el 15 diciembre de 1975, los militares secuestran a un tío mío, Carlos Pablo Arévalo Arispe, hasta hoy desaparecido. Un tiempo después en setiembre de 1977 ingreso en la armada de una manera casual. Nunca voy a olvidar el momento en que sentí que había perdido la inocencia para siempre. Simplemente de ver. Tenía 19 años. Eso cambió para siempre mi vida. Solamente ese hecho no se los puedo perdonar, porque si bien había empezado a militar políticamente desde los 13 tenía una concepción solidaria del mundo que era solidario y valores profundos basados en una ética cristiana de vida. Los curas que me habían formado habían estado presos por tupamaros, entre ellos el padre Román Lezama que estuvo muchos años preso. Había una ética de vida que tenía que ver con todo lo que yo hacía. Yo veía el mundo a través de esas gafas. En el momento que me di cuenta que había un mundo paralelo, donde gente tan seria como tú (dirigiéndose a José Correa) de día eran torturadores, violaban, secuestraban, quemaban con soplete, colgaban a la gente, los inundaban en excrementos, y después salían para llegar a su casa de traje y corbata a saludar a sus hijos. Eso fue un mundo paralelo… (respira profundo) que procuré describir y documentar, justamente la insistencia de documentar todo eso para algún día hacer justicia era lo que me daba la fuerza.



- Cuando estuvo en la Marina entre 1977 y 1980 conocía las actuaciones de Gregorio Álvarez, que actualmente es una de las personas convocada reiteradamente a la justicia y que incluso podría ser convocado nuevamente en los próximos días.

- Yo lo conocía a través de la prensa. Estando en la Marina me di cuenta que había una colaboración intensa entre el Ejército y la Marina, Ejército y Aviación. Por ejemplo, había un oficial de contacto Marina-Aviación que era el teniente Eduardo Craigdallie y pienso que esos contactos se los utilizó para el transporte de prisioneros que documenté al juez Charles. Recuerdo un caso absurdo pero importante, una vez el Goyo Álvarez tuvo un accidente en la rambla de Montevideo, él era culpable. El cuerpo FUSEMA (Fuerza de Seguridad de Mar), que no es el FUSNA aunque es un cuerpo idéntico pero de Prefectura, se llevó al ciudadano con el que había tenido el accidente detenido a Prefectura y por orden del Goyo lo torturaron con uniformes del Ejército. Había una participación continua. Había un militar que ahora está detenido en Chile, (Wellington) Sarli, que en aquel momento era teniente en la OCOA, y junto con tres o cuatro oficiales más que venían a torturar a la Prefectura. Había un intercambio constante, siguiendo unos un caso o el otro se alternaban torturando aquí o allá.



- ¿Usted dice que es falso que no había coordinación entre las distintas fuerzas?

- Es totalmente falso. Documenté en 1982 que aquí había una cuestión que se llamaba el EMINT (Estado Mayor de Inteligencia), donde estaba el Servicio de Inteligencia de la Aviación, el Servicio de Inteligencia de la Marina que era el N2, el Servicio de Inteligencia del Ejército, funcionaba el Servicio de Información y Defensa, funcionaba la OCOA, dentro de la Aviación funcionaba también la Escuela Técnica. Dentro de todas las unidades militares funcionaba un cuerpo de inteligencia que se denominaba S2, y que reportaban información al Estado Mayor de Inteligencia, operaban en la calle, secuestraban, torturaban y pasaban los detenidos a proceso. Todo Uruguay era una telaraña de espionaje y traición.



- ¿Qué siente cuando Tabaré Daners, actual comandante de la Armada, dice que la Marina no realizó traslados de detenidos entre Uruguay y Argentina, por ejemplo?

- Pienso que es una infamia. Para decirlo de una manera delicada, falta a la verdad. Está mintiendo. Y lo que más me irrita es que eran muy valientes para encapuchar a alguien y encapuchado golpearlo, violarlo y torturarlo. Y ahora, años después, no poner el pecho y decir me equivoqué, o no me equivoqué, lo hice con ganas. Esa es una cobardía inmensa y considero que es una cuestión inmoral. Inmoral fue lo que hicieron. Más inmoral es negar ahora que lo hicieron.



- Usted decía que la justicia en nuestro país ha avanzado en este tema, ¿le falta mucho por avanzar aún?

- Pienso que falta la voluntad política en nuestro país para liquidar este asunto. Cada uno de nosotros podemos tener un concepto de lo que sucedió en Argentina después de la caída de la dictadura, pero no se le puede negar al Estado argentino la intención de una búsqueda seria y documentada que no se ha hecho en Uruguay. Y de llevar preso a los responsables máximos, lo que no se ha hecho en Uruguay. Me asombra y me fastidia, porque siendo militante de izquierda desde mis 13, pienso que hay una falta de voluntad política.



- ¿Cuándo sintió que debía abandonar el Uruguay?

- En 1979 yo tenía horario de oficina, trabajaba cinco días por semana, de 8 a 17 horas, un día tenía libre y al otro día me tenía que quedar las 24 horas porque si había ahogados en las playas o accidentes en el puerto debía elaborar informes como perito. Un día que me iba para mi casa, el 19 de setiembre de 1979, el oficial Del Río me dice “Rey haga unas fotocopias de esto y puede irse”. En esa época, la agregaduría militar norteamericana, que estaba en el quinto piso de Prefectura, había obsequiado al Servicio de Inteligencia un sistema de fotocopias que se basaba en el uso del calor, baño de revelado y baño de fijador. Eso resultaba que uno tenía un original legible y un negativo. Por cada fotocopia uno estaba entre tres y cuatro minutos, ahí leo que había una persona que se llamaba… (piensa, recuerda) Graciela Palmira González que se presentaba voluntariamente al S2 de la Compañía de Infantes para decir que un novio o una relación suya, que había estado preso por tupamaro, había vuelto a las andadas y que había un grupo que se reunía en su casa y estaban ayudando a gente a salir del país. En el relato de esta mujer, en las cuatro o cinco páginas, aparecía dos veces mi nombre: Daniel, pero sin apellido. En la circunstancia del momento, sin dinero para taxis, ni teléfonos móviles, yo advertí del problema a mis compañeros responsables, todos habían salido del Penal de Libertad y trabajaban en el tercer turno de una fábrica.

Ahí destruyo parte del material militar, además de la cuestión de derechos humanos yo había sustraído mucho material militar: planos de unidades militares, códigos de radio, direcciones de militares. Eso lo liquido. Procedemos a transportar unas armas que teníamos en aquel momento, y nos damos cuenta que la situación era muy grave. Algunos compañeros, inclusive la que luego sería mi esposa, habían estado todos presos por la resistencia obrero-estudiantil o por ser integrantes del MLN-Tupamaros. En ese entonces acordamos una serie de medidas de seguridad que se extienden hasta febrero de 1980. En aquel momento la Marina organiza unas operaciones muy grandes contra un par de centros culturales donde participaba activamente el Partido Comunista Uruguayo, entonces de vuelta saco información militar para advertirles a estos compañeros del Partido que tuvieran cuidado porque estaban siendo infiltrados. En mayo de 1980 me doy cuenta de la presencia del auto del capitán Raúl Risso que era el comandante del Servicio de Inteligencia de la Armada, M2, que participaba de seguimientos; había también un coche de la División Nacional de Información e Inteligencia; y un Volkswagen rojo -tengo por ahí la matrícula anotada-. Yo tenía 21 años, 50 kilos menos, y mi manera de ser era la de una persona muy seria, muy tranquila, pienso que los militares querían recoger más pruebas. En setiembre de 1980 me doy cuenta, por una serie de cuestiones que sería muy largo detallar ahora, que era una cuestión de horas. Estaba muy enamorado de María Mercedes Romero, que luego sería mi esposa, que había estado presa en Punta de Rieles. Decidimos casarnos el 7 de octubre de 1980, primero por nuestra relación personal y para presentarnos en Brasil y decir estamos en viaje de luna de miel. Ella no se podía casar porque era presa liberada y tenía que ir todas las semanas a firmar. Yo como militar tenía que pedir permiso para casarme.

Era el mundo del revés, una ex presa que se casa con un milico de inteligencia y un milico de inteligencia que pide para casarse con una ex presa política. Sin permiso nos casamos el 7, entre el 10 y el 11 yo cosí en mis ropas los microfilmes y los negativos que atenían al tema derechos humanos, algunos documentos más con las direcciones de los militares, y dos compañeros preparan el viaje y confirman nuestra entada a Brasil a través del puente. A partir de ahí comenzó una peripecia muy grande porque era la época de la Operación Cóndor. Nos quisieron secuestrar dos veces a ambos, y una vez quisieron matar a Mercedes, todas las veces en Río de Janeiro. Hasta que desde el parlamento holandés llegó una invitación para que fuéramos a Holanda inmediatamente. Los documentos que yo había llevado desde aquí los portó un suizo, presidente de la Comisión de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR y se llevó los microfilms a París y una semana más tarde me fueron entregados en Ámsterdam.



- ¿Cuando regresó al país sintió miedo?

- Mmm, no. Pero soy muy precavido. Y tengo muy buenos compañeros. Pero miedo no siento. Yo no creo que al Estado uruguayo le interese verme muerto, pero sé que hay muchos militares que nunca me van a perdonar que me haya robado una parte del archivo de la Marina, como nunca le van a perdonar a Garín que se haya robado el arsenal de la Marina. Eso no se hace… (se ríe).



- ¿Cómo es su vida en Holanda?

- Muy agitada. Sigo militando políticamente. Soy director de arte en una de las empresas gráficas más antiguas de Europa. Soy docente de comunicación y diseño en la Facultad de Utrechet hace muchos años.

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