29/7/08

El rape

Los estornudos de Doña Narcisa.
Se estornudaba entusiastamente en el Montevideo colonial como relata la crónica deliciosa de Isidoro de Maria.
Es que estornudar era de muy buen tono, y estaba reservado a la gente de cierto copete, no a cualquiera.
El estornudante portaba consigo a todas partes un poco o un mucho de tabaco-rapé para ser aspirado con fruición, preferiblemente en sociedad donde los estornudos iban y venían.
Se llevaba el polvillo en cajas muy prolijamente trabajadas y ornamentadas, que por lo general eran de carey o de nácar, pero que en el caso de los mas pudientes llegaban a estar hechas de plata y oro, algunas cinceladas por orfebres prestigiosos.
No faltaron quienes, por darse ínfulas, usaban unos estuches que al levantarse la tapita, hacían oír un delicado pasaje musical ...

Era costumbre "convidar con una narigada a los amigos, como se convida con un cigarro.
Pero había aficionados que no se contentaban con tomar una narigada, sino tres o cuatro, y dele estornudos ..."
Como era inevitable, el vicio mundano del rapé acarreó concomitantemente la moda de los grandes pañuelos, indispensable ante aquellas cataratas lanzadas a troche y moche; y parece que se usaban unos pañuelos "soberanos" - adjetiva de Maria -, llamados enigmáticamente "de huevo revuelto con tomates", así como también otros a cuadros, azules, amarillos y colorados, que los elegantes exhibían en el bolsillo de la chaqueta o del pantalón de tres botones.

La costumbre colonial del rapé se prolongó hasta los tiempos de la Independencia, y aún después; y hubo entre nosotros estornudadores de fama y lustre.
Así, el español Vigodet, por mas Gobernador que fuese, no dejaba de mostrarse por las calles montevideanas aspirando el polvillo a la vista de todos.
Cuentan que lo extraía de una enorme caja de oro que iba a todas partes con él.
Y el porteño Alvear hurgaba a cada rato en sus bolsillos de chaleco y chaqueta para obtener el tabaco que en ellos llevaba suelto.
Se dice que no dejó de aspirarlo y estornudar mientras negociaba con los españoles la rendición de la Plaza.

Pero no solo los hombres eran afectos a estos estornudos mundanos.
También las señoras mayores, como una tal Doña Narcisa - que muy conocida debía ser en Montevideo porque de María la nombra sin mas señas - "a quien no le faltaba la cajita y el rosario en el bolsillo de su vestido de alepín o de zaraza"... y hasta podemos sospechar que las mas jóvenes también se dejarían arrastrar por la moda estornudatoria, aunque a escondidas y sofocando entre mil pañuelos el estruendo delator.

Este hábito del rape se afincó temprano entre nosotros: ya a los veinte años de nuestra fundación.
La primera remesa, en efecto, llegó por 1748, a instancias del Gobernador del Río de la Plata, don José Andonaegui.
Se encontraba este muy corto de recursos para continuar las obras de fortificación de nuestra plaza; y entonces se le ocurrió proponerle al Rey que enviase a estas tierras, cada dos años, una embarcación de 150 toneladas con 20.000 libras de tabaco en polvo, "laborado en Sevilla y Habana".

Se aceptó la proposición del gobernante en apuros, y a poco de llegada la primera remesa se estableció el estanco de tabaco en polvo en nuestra provincia.
Se llamó "La Tercena" a la casa del estanco. Ignora de María donde se estableció la primera que tuvimos, pero si asegura que a partir de 1790, "La Tercena" ocupó una gran casa en la calle de San Luis, entre las de San Fernando y San Juan (Cerrito entre Juan Carlos Gomez e Ituzaingó), "frente a la casa de Balbín y Vallejo".
Y hasta nos hace saber don Isidoro, que llegaban dos clases de tabaco-rape: uno de color amarillo claro y mas fino; el otro de color mas subido y conformación gruesa.
"Blanquillo y colorado" se les llamaba entonces, pero sin la menor alusión partidista, porque faltan todavía muchas décadas para la Carpinteria ...

"Boulevard Sarandí" de Milton Schinca.
(Los días de la fundación y la colonia - 1726-1805)
Anécdotas, gentes, sucesos del pasado montevideano.

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