Entre febrero y junio el Parlamento no enfrentó la situación, negociando o luchando
En el libro aparecido hace pocos días Antes del silencio, única biografía autorizada del ex Presidente Juan María Bordaberry, éste explica al escritor Miguel Angel Campodónico los muchos puntos de similitud entre la disolución de las cámaras del 27 de junio de 1973 y la ocurrida casi cuatro décadas antes en ocasión del Golpe de Estado del Presidente Gabriel Terra. "Se repitió lo que me contaba mi padre de la época de Terra"—cuenta— "Cuando se dispuso que se ocupara el Palacio Legislativo no quedó nadie. Se habían ido todos. Y eso mi padre me lo decía como una demostración del poco valor de los parlamentarios. Hicieron grandes discursos y se fueron. No quedó ni uno solo para defender sus ideales. Y en 1973 pasó lo mismo. Hubo muchos discursos, se habló de lo que llamaron "la noche negra" pero no se quedaron. Yo todavía no había firmado el decreto pero ellos ya estaban enterados de lo que iba a pasar porque ya había mandado el mensaje a la Asamblea General. Yo le decía a Chiappe Pose que dejara que hablaran que cuando terminaran de hacerlo se irían, de modo que cuando los militares llegaran ya no habría nadie.Y fue así. Por eso me acordaba de lo que me decía mi padre. Salieron del Palacio Legislativo y nadie los detuvo. Además es bueno recordar que los únicos políticos que no se quedaron en el país fueron Wilson Ferreira Aldunate, Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz. Erro ya no estaba porque se había ido antes. (...) (A los demás) nadie los molestó. Hasta me mandaron en 1974 una carta diciéndome que era hora de rehabilitar los partidos políticos. Se reunieron para mandarme la carta y no tuvieron problemas".
Habría que hacer algunas elementales precisiones en detrimento de las pasiones que aún parece conservar el ex Primer Mandatario. De acuerdo al testimonio del secretario de la Asamblea General Mario Farachio (ver Historias Coleccionables del sábado 4 de julio) las Fuerzas Armadas ocuparon el Palacio Legislativo en la madrugada del 27 de junio cuando ya estaba aclarando, es decir pasadas largamente las seis de la mañana. Si los legisladores hubieran decidido quedarse en sus legítimos puestos de trabajo aguardando hasta esa hora la irrupción de los militares y asumiendo el riesgo de ser expulsados a empellones, esa actitud habría carecido de todo sentido. Si bien algunas personas que también conservan intactas sus pasiones piensan que debió haber sido una actitud más digna que los legisladores aguantaran el malón hasta ser expulsados por la fuerza, otros creen más sensato que hayan evitado esa confrontación personal que exponía a hombres desarmados contra miembros del Ejército. Por otra parte, Bordaberry hace expresa mención a los únicos tres parlamentarios que se fueron como si eso fuera desdoroso. No está de más recordar, para tener presente las peligrosas circunstancias que se vivían en esos momentos, que tres años después, Michelini y Gutiérrez Ruiz fueron secuestrados y asesinados en Buenos Aires y Wilson Ferreira Aldunate, según lo han detallado su viuda y su hijo Juan Raúl, escapó del mismo destino milagrosamente. Ninguno de estos crímenes ni tampoco los cometidos simultáneamente contra ex miembros del MLN, fueron jamás aclarados.
Mucho más fiel al expuesto razonamiento de Bordaberry es el hecho de que en setiembre de 1974, se publicó en toda la prensa una carta abierta al Gobierno en la cual un grupo grande de políticos de primer orden reclamaba por el funcionamiento de los partidos, ya que se había producido un anuncio por parte del Ministro de Relaciones Exteriores Juan Carlos Blanco según el cual se estaría proyectando una Reforma Constitucional que sería plebiscitada a la brevedad. Tanto la reforma como la esperanza de una reactivación de la vida política murieron antes de nacer. Un par de días después, Bordaberry hizo uso de la cadena de radio y televisión y rodeado por todos los integrantes de su gabinete y por los Jefes de las tres armas, que le servían de aval para sus conceptos, aseguró que el tiempo que se vivía era el de la Nación y no el de los políticos. "Por eso todos los que invocan el plazo constitucional de noviembre de 1976 soñando con volver a la caza de votos, pensando que van a volver a utilizar su desnaturalizado aparato político para prevalecer, esperando que van a torcer esta revolución nacida en el más hondo anhelo popular, utilizando los mismos medios y las mismas formas para desviar los anhelos del pueblo, que hoy, que esta noche, pierdan toda esperanza".
Sin emplear subterfugios, utilizando una dialéctica absolutamente categórica, Bordaberry comenzaba a esbozar los lineamientos de la filosofía que iría a desarrollar en los años siguientes y que le costaría finalmente ser desplazado del poder por las propias Fuerzas Armadas a las que había ayudado a encaramar. 1) Los políticos profesionales no tendrían la oportunidad de repetir sus viejos esquemas electorales que iban contra la propia Naturaleza. 2) El movimiento que se acababa de iniciar era una revolución que no contaba con ellos. 3) La opinión ciudadana no tenía la menor posibilidad de volver a ser consultada.
Tres meses después, en ocasión de los saludos protocolares de fin de año, el Presidente de la República que gobernaba ya con prescindencia del Poder Legislativo, volvió a referirse a la vida partidaria como si estuviera extinguida para siempre. "La conducta de las Fuerzas Armadas no puede entrar en la zona de lo opinable, no puede ser expuesta al juicio de la ciudadanía, porque no es un Partido Político que asumió determinada conducta sino que es la Institución Armada cumpliendo con su deber".
Bordaberry ha admitido que el punto de partida de su descreimiento de los partidos políticos y de la manera tradicional de actuar de éstos, tuvo dos orígenes: el abandono a que lo condenaron el 9 de febrero de 1973 dejándolo solo ante el acoso de los militares y su comprobación de la manera como todos o casi todos quisieron en ese momento sacar sus réditos políticos intentando por uno u otro camino pactar con las Fuerzas Armadas. Estas habían afirmado un poder autoritario que violaba la Constitución e imponía sus condiciones, pero eso no impedía a los partidos políticos que hacían ostentación de su legalismo, asegura Bordaberry, acudir a ellas para intentar sacar alguna ventaja. Según éste tanto Julio María Sanguinetti en nombre de la lista 15, como Wilson Ferreira como Líber Seregni procuraron un acuerdo con las Fuerzas Armadas para un llamamiento a nuevas elecciones prescindiendo de su nombre e incluso de la persona del Vicepresidente Jorge Sapelli. Sanguinetti lo ha negado y el mismo Bordaberry no tiene para probar este hecho otro testimonio, que el de su memoria. Pero tampoco duda en afirmar que si no fue el ex presidente quien lo hizo, fue otro importante líder colorado de aquel mismo sector. De las reiteradas gestiones de Wilson y Seregni en cambio, hay documentación y testigos diversos. Bordaberry no está solo en esta interpretación del total fracaso y aún en la hipocresía de algunos de los grupos políticos de aquellos años. Jorge Pacheco Areco, quien lo había designado su delfín, lo acompañó desde el primer momento y compartió sus argumentos. El mismo 27 de junio le envió desde España donde se encontraba con el rango de embajador, un telegrama en el que más allá de su redacción un tanto oscura, se podía deducir su apoyo al Golpe de Estado. "Habiendo asumido usted responsabilidad histórica preservación valores fundamentales democracia uruguaya y defensa proceso que garantice vertiente trabajo y progresos efectivos en pos supremos objetivos nacionales vida segura, respetada y feliz del pueblo, exprésole mi anhelo de que le acompañen la comprensión y cooperación de los orientales levantándose los puntos de mira para el mejor destino de la Patria". Nueve años después, en diciembre del 82, entrevistado por el diario El Día, Pacheco asumió como propios los cargos que Bordaberry imputaba a algunas fracciones mayoritarias de la política. "En febrero de 1973, el ex Presidente Bordaberry estuvo a punto de caer no sólo por la presión militar sino por falta de apoyo de la mayoría del frente político que por motivos diversos prefería la intervención de las Fuerzas Armadas a la obvia defensa de la institución presidencial, fuera quien fuera su titular. Algunos porque creyeron que las FFAA iban a desplazar al presidente y a llamar anticipadamente a elecciones generales o porque querían la renuncia de Bordaberry para que asumiera la primera magistratura el vicepresidente. Otros porque creían que se trataba de un proceso inevitable de irrupción de las Fuerzas Armadas en la vida política del país y cuanto antes se produjera, mejor sería. Sin olvidarse de los que podían esperar en una nueva situación de poder, tener algún protagonismo importante que las urnas no les habían otorgado. Frente a ese panorama de ceguera política mi actitud fue clara: el apoyo a la institución presidencial como tal aunque ésta tuviese que cogobernar de hecho con las Fuerzas Armadas. (...) Luego vienen los acontecimientos de junio de 1973. ¿Pero qué hace la mayoría del frente político o si prefiere de la clase política dirigente entre febrero y junio? ¿Negociar con el presidente y las Fuerzas Armadas una solución adecuada, aún posible, para superar la crisis? ¿Denunciar en el Parlamento el pronunciamiento militar interpelando al Ministro de Defensa Nacional e incluso promoviendo un voto de censura y dar lugar así a una anticipada disolución de las cámaras pero al menos en una actitud digna y democrática? Tampoco. Ni la transición ni la lucha política. El Parlamento uruguayo es disuelto porque durante meses no supo ponerse de acuerdo para votar el desafuero de un senador probablemente vinculado a la organización sediciosa y terrorista. Encontré por todo ello explicación a la actitud del ex Presidente Bordaberry".
A partir del 27 de junio de 1973 y durante casi exactamente tres años, Juan María Bordaberry gobernó bajo la permanente tutela de las Fuerzas Armadas. Muy pocas veces, como en el caso de la destitución de Eduardo Peile del Instituto Nacional de Carnes por haber desobedecido una orden presidencial, tomó determinaciones por su sola voluntad. Y aún en este caso fue severamente reprendido por la Junta de Comadantes en Jefe. Asimismo en ese período fue dejando deslizar en alocuciones y documentos, el esbozo de su nueva filosofía de gobierno mediante la cual pretendía eliminar el sufragio popular y sustituir a los partidos políticos por estructuras gremiales. Aunque probablemente creyera que pueblo y militares serían fáciles de convencer, el primero ni se enteró de su proyecto y los segundos lo rechazaron abiertamente. El 12 de junio de 1976, a diez días de cumplirse tres años exactos de la propuesta de Bordaberry a las FFAA para disolver el Parlamento, los militares le enviaron una carta en la cual le retiraban su confianza y dejó de ser presidente. Aunque durante aquel lapso un poco por reflejo del descontento generalizado hacia el autoritarismo sin control de las Fuerzas Armadas, otro poco por la resistencia política que despertaba su propia imagen, se hizo muy palpable que no disponía de la simpatía popular, treinta años después de los sucesos que lo convirtieron en Presidente de facto, un término que no le gusta nada, sigue creyendo que su gestión se había hecho acreedora del calor de la gente. En el mencionado libro Antes del silencio él mismo aporta varios ejemplos al respecto. Cuando se trajeron al país los restos del coronel Lorenzo Latorre para ser inhumados en el Cementerio Central, el interés de los militares era que el Presidente se uniera al cortejo y acompañara la cureña luego que ésta pasara frente a Casa de Gobierno. Bordaberry que se había negado a hacerlo recién cedió, convencido por el general Esteban Cristi, cuando se encontraba parado en la puerta. "Cristi era una persona leal y patriota, él realmente quería que me fuera bien. Y como yo le tenía confianza, como creí en la honestidad de sus intenciones, acepté su sugerencia. Me sumé al cortejo con mi esposa. Recorrimos toda la avenida 18 de julio y después doblamos por Yaguarón para ir al cementerio. La gente me aplaudía y me vivaba. Parecía que la manifestación se había olvidado de Latorre y me atendía a mí, ya que se sabía que yo estaba en conflicto con los militares".
En otras dos oportunidades, según el mencionado libro biográfico, recibió un caluroso apoyo popular: cuando visitaron el Uruguay el presidente argentino general Juan Domingo Perón y el dictador chileno general Augusto Pinochet. Perón vino a Montevideo fugazmente en noviembre de 1973 al solo efecto de firmar el Tratado de Límites del Río de la Plata. Al llegar a Carrasco fue trasladado a Casa de Gobierno en un auto blindado argentino traído expresamente, al que en Montevideo colocaron la chapa número 1 y el escudo nacional. "El día de la llegada de Perón se decretó feriado" —recuerda el ex Primer Mandatario uruguayo— "La caravana fue por la rambla hasta el centro de la ciudad. Como era un día hermoso, muchas personas que estaban disfrutando de la playa se acercaban a la vereda para saludar y aplaudir el paso de la comitiva". El arribo de Pinochet y su esposa tuvo lugar en abril de 1976, oportunidad en que Bordaberry vuelve a recordar que el público uruguayo manifestó su simpatía tanto a él como al visitante. "Se trató de una adhesión popular espontánea. Difícil de imaginar hoy que solamente se repite lo de la ‘oscura dictadura represora’. Entonces hubo una manifestación entusiasta que Pinochet recibió con mucho agrado".
Seguramente fue 1975, el año en el que Bordaberry afirmó definitivamente su nueva concepción de la vida institucional. "El país estaba en orden" —afirmó haber pensado— "además estaba trabajando bien, la gente no vivía mal ¿para qué íbamos a cambiar todo eso? En ese momento no había partidos políticos ni elecciones ni un poder parcelado. Había sí una cabeza dirigente con autoridad y un poder único y nacional". Fue entonces que de acuerdo a un memorándum preparado por el secretario de la Presidencia Alvaro Pacheco Seré, ambos imaginaron la creación de un órgano ejecutivo que no tuviera que ser electo por el voto popular. Lo llamaron provisoriamente Consejo de la Nación y lo imaginaron integrado por personalidades tales como ex presidentes de la República, miembros de la Suprema Corte de Justicia, figuras de gran relevancia nacional y además, los mandos de las Fuerzas Armadas que no podían ser dejadas de lado. Había que prescindir de las elecciones porque precisamente son éstas las que corrompen a los hombres. ¿Y cómo se integrarían los futuros Consejos de la Nación? Por cooptación, es decir por la libre elección de quienes componían el corporativo anterior. Unos consejos elegirían a los otros hasta el fin de los tiempos. ¿Y a quién estaría entonces sometido el nuevo órgano de gobierno al ser independiente de la soberanía popular? Naturalmente a Dios, no cabía otra alternativa. Después de todo, en algunos países europeos ya existían cuerpos ejecutivos similares a los que se denominaba Consejos del Reino.
El 1º de junio de 1976, luego del envío de varios memorándums, Bordaberry efectuó una extensa exposición antes las FFAA, posteriormente entregada a éstos en veintinueve carillas. En éstas condicionó su permanencia en el cargo a la aceptación de sus propuestas. Estas eran la culminación de una ideología política que muy resumida, abarca estos conceptos: a) En lo sucesivo, la presencia de los militares en la conducción de la República debe ser permanente e institucionalizada por una reforma constitucional. Las FF.AA. sustituirán a los partidos políticos. b) La soberanía nacional será ejercida por plebiscitos o indirectamente por el Consejo Nacional de la Nación integrado por el Presidente de la República y los Comandantes en Jefe. c) El marxismo es incompatible con el nuevo régimen. d) Las formas tradicionales de la democracia deben dejar de existir porque no son eficaces para la defensa nacional. e) El Presidente de la República será electo por el Consejo Nacional de la Nación. Si es el actual, lo será por tres años, de ser otro, por cinco.
La propuesta desagradó a las FFAA cuyos integrantes, criados en las tradiciones republicanas, jamás habían pensado en sacar a los políticos de la escena pública y mucho menos eliminar el acto eleccionario, seguramente el más respetado por todos los orientales. Tampoco dos aclaraciones posteriores del Presidente lograron sacarlas de su desconcierto. "El Presidente no quiere terminar con los partidos políticos para siempre ni es partidario de que nunca más se realicen elecciones en el país. Propone institucionalizar lo que hoy hay y en la realidad de hoy no hay ni elecciones ni partidos políticos". Los militares discutieron las bases de Bordaberry y las rechazaron. Era un fardo demasiado pesado para echárselo por encima a perpetuidad. El 11 de junio se produjo en Suárez Chico el último intento conciliatorio aunque ya las decisiones estaban tomadas. La reunión fue muy áspera. Ni los generales aceptaron el planteo presidencial ni éste aceptó firmar varios cientos de proscripciones de hombres vinculados a la política. Si para las FFAA el tema se centraba en la mala praxis de algunos políticos, para Bordaberry los hechos tenían un fondo que iba más allá de ellos. Alfonso Lessa en su libro Estado de Guerra recoge seguramente de boca del propio Bordaberry detalles de su discusión con el general Zubía.
Zubía: ¿Por qué no renuncia, presidente?
Bordaberry: No voy a renunciar.
Zubía: Pero usted nos quiere dejar como golpistas.
Bordaberry: Yo no los quiero dejar, ustedes son golpistas, quieren dar un golpe, asúmanlo. Quieren que yo quede mal ante la historia por salvarse.
Zubía: Si no renuncia, usted va a sufrir.
Bordaberry: Estoy preparado.
Zubía: También va a sufrir su familia.
Bordaberry: También está preparada.
Resulta por lo menos curiosa, la actitud de Bordaberry y las FFAA, corresponsables de las violaciones de febrero y junio del 73, atribuyéndose culpas mutuamente ante la situación institucional de 1976.
Al día siguiente, la Junta de Oficiales Generales bajo la firma del Comandante en Jefe del Ejército Julio César Vadora, le envió una carta al Primer Mandatario advirtiéndole que le había perdido la confianza y retirado el apoyo y dando cuenta del hecho al Vicepresidente Alberto Demicheli. En el estricto sentido de las palabras, ni los militares destituyeron a Bordaberry ni éste renunció. Tampoco lo hizo Demicheli dos meses después al ser sustituido por Aparicio Méndez. Hasta el 1º de marzo de 1977, fecha en la que debía terminar el mandato constitucional de Bordaberry, coexistieron tres Presidentes de la República.
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