15/6/08

Golpe de Estado - Di Candia (VI)

"Herrera usó a Nardone para ganar las elecciones y luego quiso prescindir de él"


Fueron años de intolerancias y cambios. La guerra fría amenazaba hacer estallar el mundo, Fidel Castro creía que las revoluciones podían ser sembradas y la gran teta yanqui amamantaba gorilitas. Por los países americanos los clarines tocaban a degüello y las sociedades aprendían a odiarse. Ahogada en esas cenizas que venían, todavía encendidas, desde otras playas, la sociedad oriental abandonó sus viejos rituales de convivencia. La gente comenzó a observarse con desconfianza y las casas se llenaron de nidos de serpientes.

La tragedia uruguaya no empezó en 1973 sino bastante antes. Durante diez años la violencia había estado saltando de un bando al otro y la infeliz dialéctica de los homicidios, los atentados, los secuestros, las torturas y las desapariciones, se había transformado en una práctica cotidiana. Una mañana terrible, quienes fuimos sacados del entierro de Zelmar empujados por los caballos de la Guardia Republicana y aquellos que debieron soportar parecida prepotencia en el del Toba, supimos que el régimen nos había quitado hasta el derecho a llorar: ya ni los muertos podían conservarse vivos. Tarde comprendimos que en el reparto de dolores, todos habíamos perdido.

Ahora estoy delante de Juan María Bordaberry, el principal protagonista de un período dramático como pocos y casi no lo creo. Treinta años atrás, era un hombre impecable, inaccesible, hosco, soberbio. Transitaba por la política como un príncipe, como despojado de contextura humana. Rara vez sonreía y cuando lo hacía siempre tenía un leve fruncimiento de suficiencia. Parecía resultarle indiferente el bien superior de ser amado por la gente. Era notorio que se sentía por encima del resto de quienes integraban el quehacer político que él mismo practicaba aunque con escaso entusiasmo. Encaramado en un plano al que suponía que nadie más podía llegar, nos miraba a todos, como un representante de Dios Padre y probablemente estaba convencido de serlo.

Ahora estamos conversando por primera vez y los treinta años transcurridos han contribuido para que las viejas antipatías hayan comenzado a borrarse como si se hubieran disuelto en el tiempo. Está más delgado y tiene el cabello totalmente blanco. No ha perdido atildamiento, pero sí un poco de su antigua arrogancia. Me ofrece un café. Continúa cultivando la distancia, aunque a medida que pasan los minutos, tiende a humanizarse, envuelto en una cordialidad que no le conocía y jamás imaginé. De un inmenso aparato, sale suavemente música barroca. Sobre una mesita baja, descansa una Biblia Ilustrada. En la distensión y antes de entrar en el tema, se mezclan amigos comunes, edades comunes, enfermedades comunes. Tiene una computadora con la que manda mails a sus hijos comentando problemas de actualidad. Su biblioteca llena las paredes de la habitación y alcanzo a leer fugazmente, los títulos de muchos libros que tratan fundamentalmente sobre historia nacional y filosofía política. Me cuenta que nunca ha tenido custodias, que anda solo por la calle, que junto a su señora asiste a la única iglesia que todavía oficia la misa en latín "como debe ser", que va a su estancia de Durazno en ómnibus, que no es afecto a la vida social, pero que cuando lo hace, nadie lo mira de mal modo, que el único hombre público que le ha negado ostensiblemente el saludo ha sido el doctor Jorge Batlle. Una empleada uniformada vuelve a ofrecer café. Siento que algunas preguntas, conservadas durante tanto tiempo , todavía siguen doliendo.

–En alguna oportunidad usted declaró que su desengaño de la mal llamada clase política, comenzó el 9 de febrero de 1973, cuando la mayoría de los partidos lo dejaron solo ante la presión militar. Me gustaría empezar esta entrevista con la pregunta inversa: ¿en qué momento creyó encontrar la fe en una actividad como la política que lo llevó a cargos tan altos como los de senador, ministro y presidente?

–Mi padre fue un hombre político...

–Y uno de sus hijos ocupa un cargo ministerial...

–Mi hijo falta ver todavía, mi padre no porque fue un hombre dedicado toda su vida a la política. No puedo decir ahora que en aquel momento yo no tuviera fe en la clase política. Durante toda mi infancia, mi adolescencia y mi juventud, la política tenía mucha preponderancia en la vida del país. Necesariamente tenía que tenerle fe sin analizarla mucho.

–Digamos que usted como todos, respetaba una de las más arraigadas tradiciones nacionales.

–Claro. La pregunta podría quedar mejor contestada si le dijera que yo no perdí abruptamente la fe en el sistema político, una expresión más exacta que la de clase política que como usted bien dice no es correcta. La fui perdiendo poco a poco. Las décadas del cincuenta y del sesenta me fueron revelando la verdadera falta de sustancia del sistema político.

-En esos años usted trabajaba junto a Benito Nardone en temas rurales.

-Es verdad. Y eso me hizo juzgar al sistema político desde una óptica que no lo favoreció nada. Hay que tener muy presente que la Constitución del año 51 dividió al país políticamente. A partir de ese momento todo se politizó legalmente al punto de que para tramitar servicios elementales como un teléfono, había que ir a ver algún amigo político para que le diera una tarjetita de recomendación.

-Esa Constitución institucionalizó el reparto de todos los cargos en los Entes y Servicios del Estado. Tres para el partido de la mayoría y dos para el de la minoría.

-Efectivamente. La Constitución fue reformada por impulso de los hijos de José Batlle y Ordóñez, los tres hermanos Batlle Pacheco que quisieron quitarle el poder a su primo Luis Batlle Berres que había ganado las elecciones del 50 y se perfilaba como el gran líder del Partido Colorado.

-Muchos años después y en ocasión de la reforma siguiente, un hombre a quien sigo admirando, el doctor Javier Barrios Amorín, nos dijo en La Paloma a mí y a otros amigos: "siempre se dice que las reformas constitucionales, son para mejorar las instituciones, pero en el fondo esconden la intención de perjudicar a algún caudillo o algún partido". En aquel caso la víctima era don Luis Batlle.

-No tenga ninguna duda. Cuando las elecciones de 1946 que ganó don Tomás Berreta, Luis Batlle aspiraba a ser Intendente de Montevideo y sus primos César, Lorenzo y Rafael Batlle Pacheco, la tríada de El Día y el café Montevideo, se opusieron porque la Intendencia daba mucho poder político. Le ofrecieron la vicepresidencia porque allí iba a estar sentado en el Senado tocando la campanita. Pero al año murió Berreta y todo se les dio vuelta. Ya no pudieron con Luis Batlle y en una ocasión, aprovechando un viaje de éste a Europa, idearon reformar la Constitución y restablecer el Colegiado. Creían que así cortarían el camino de su primo. Por supuesto que lo hicieron con la ayuda de Luis Alberto de Herrera y Eduardo Blanco Acevedo.

Fraccionaron no sólo al país sino a los partidos, a los que dividieron. En adelante el Consejo Nacional de Gobierno tendría nueve miembros: seis de la mayoría ganadora y tres de la minoría perdedora. Pero esta última a su vez tenía dos de la mayoría y uno de la minoría.

-Le voy a agregar algo: en el primer Colegiado de 1951, elegido a dedo, también hubo minoría: el doctor Eduardo Blanco Acevedo que era colorado independiente. Fue el precio de su apoyo.

-No me acordaba. El otro día Julio María Sanguinetti dijo que una de las causas de la crisis del 73, fue el haber estado varios años el país gobernado por un "areópago sin ninguna autoridad". Se refería claro está, a los gobiernos colegiados. Todo aquello me hizo empezar a descreer de la política. La reforma del 51 corrompió absolutamente a la política y desprestigió a los políticos. Los desprestigios nunca son abstractos: siempre son frente a alguien. Y ese alguien era el pueblo uruguayo. Y si a la desconfianza usted le agrega el machacar de la izquierda sobre esos vicios morales, la explicación de la decadencia de la actividad política es muy clara.

-Sin embargo la actividad política siguió existiendo durante muchos años más.

-Es que si no decayó drásticamente, fue porque existía un aparato político que funcionaba muy bien aunque sólo para disputar las elecciones.

-Habría que recordar también que con el régimen del tres y dos, los partidos no tradicionales perdieron todo acceso a la Administración Pública, ni a sus posiciones de dirección ni a las otras. Sus miembros pasaron a ser ciudadanos de segunda.

-Pero pesaban. Eran los que sacudían el país con paros y además dominaban la enseñanza. Le admito sí, que estaban privados del acceso a los cargos públicos.

-Usted ha contado que ese deterioro del trabajo político también lo percibió cuando trabajaba con Nardone.

-Eso lo percibí cuando Nardone fue electo Consejero Nacional en el año 58. El me puso en algunas comisiones honorarias: la Junta Nacional de Carnes, la Junta de Lanas y otras que tenían que ver con el agro. Ahí advertí todo lo que le he contado. Yo estaba también en el Plan Agropecuario y en otros organismos en los cuales había que tener contacto con los políticos. Y entonces me di cuenta que todo tenía un objetivo ulterior que era el electoral. Lo que importaba no era resolver los problemas del país sino el rédito electoral de cualquier cosa que hicieran. Cuando fui senador, luego del acuerdo de Nardone y Herrera, pude ver trabajar al Parlamento desde adentro. El doctor Echegoyen, la otra rueda del Eje por ausencia de Herrera, estaba ya muy anciano. Era un hombre de una gran sabiduría y excepcional capacidad de convicción, pero no tenía autoridad. Cuando se reunía la bancada del Eje, él analizaba punto por punto los problemas, pero no aportaba soluciones. No había nadie que dijera "vamos a ir por este lado", porque no había un líder. Insensiblemente muchos legisladores herreristas y ruralistas se fueron volviendo hacia mí y de esa manera tuve mucho contacto con la actividad puramente política. Y le aclaro que tuve una excelente relación con Echegoyen.

-Al punto de haberlo designado primer presidente del Consejo de Estado de la dictadura.

-Me enseñó mucho y también me divertí mucho con él, porque era un hombre extraordinariamente ingenioso.

-¿Qué le contó Nardone de sus disidencias con Herrera no bien ganaron las elecciones del 58?

-No me contó nada; las sé porque las viví. No tengo dudas que Herrera hizo un acuerdo con Nardone nada más que para ganar las elecciones.

-¿Puede explicarlo?

-Los dos grupos, el ruralismo y el herrerismo aportaban tres hombres cada uno. Los nuestros eran Benito Nardone, el escribano Faustino Harrison y el doctor Pedro Zabalza, que en su origen eran blancos herreristas. Pero estaban en el cupo ruralista y habían sido puestos por Nardone.

-Los que aportaba el Herrerismo ortodoxo eran el doctor Martín Echegoyen, Eduardo Víctor Haedo y Justo Alonso. En la lista estaban los seis alternados.

-Yo creo que donde Herrera se equivocó fue en pensar que llegado el caso, Harrison y Zabalza se iban a volcar al Herrerismo dejando solo a Nardone. Herrera nunca creyó que se ganaría. La noche de las elecciones del 58, los primeros cómputos daban triunfador al Partido Nacional, pero dentro de él a la Unión Blanca Democrática, es decir a la fracción rival del Herrerismo. Juan José Gari y yo estábamos en el apartamentito de Nardone, que en ese momento vivía en la calle Colla y Julio María Sosa. Venían las noticias y la UBD arrollaba. Gari estaba con una desilusión enorme. Me acuerdo que decía: "esto es como calentar el agua para que otros tomen mate". (se ríe). Y Nardone que era un hombre muy sereno lo tranquilizaba: "espere Gari que todavía faltan los votos del interior". Cuando empezaron a llegar los cómputos de las capitales del interior, la UBD salió a la calle a festejar. "¿Ve Nardone?" - decía Gari cada vez más entregado- "Ya perdimos, no hay nada que hacer". Y Nardone le contestaba: "vamos a ver qué pasa cuando empiecen a venir los votos del campo. Esos son los que me interesan". A las dos de la mañana llamó el doctor Luis Alberto de Herrera para decirle a Nardone que fuera a la quinta. Llovía torrencialmente y Nardone me pidió que lo llevara. Lo primero que vimos al llegar fue a Haedo desplomado en un sillón con una expresión en el rostro como diciendo "me equivoqué" o "me jugué mal" que me parece que es lo más exacto (se ríe). Tengo muy presente que el techo de la quinta se llovía y había baldes por todos lados que recogían las goteras. Subimos y Herrera, que estaba en la cama, le dio un abrazo a Nardone mientras le decía: "¡compañero hemos ganado! ¡Aunque se haya impuesto la UBD, lo importante es haber derrotado al batllismo!" Y Nardone le respondía: "¡no se preocupe doctor que vamos a ganar nosotros! ¡Faltan los votos del campo!" Pero Herrera no lo creía posible. "¡Usted es muy optimista!" - le decía- "Lo bueno es que han ganado los blancos!" Un par de horas después, se vio que Nardone tenía razón.

-Dos meses más tarde ya estaban peleados.

-Es que yo creo que Herrera pensó: "bueno, este hombre ya cumplió. Nos ayudó a ganar nuestro objetivo".

-¿Usted cree que Herrera pensó: "ya lo usamos"?

-Puede ser sí, porque yo creo que Herrera era capaz de eso. A partir de ahí empezaron algunas provocaciones, pero la que más le dolió a Nardone fue que propusieran a Juan Eduardo Azzini para el Ministerio de Hacienda. Pensó que debían haberlo consultado, porque Nardone había llegado al Consejo de Gobierno defendiendo los cambios económicos que ayudaron a la agropecuaria. Su campaña la hizo contra lo que llamaba "la esclavitud económica del campo en beneficio de la ciudad". Tenía sus ideas muy claras y estuvo años exponiéndolas en la radio. Lo único que pretendía era ser escuchado en temas económicos. Pero Haedo- siempre dijeron que había sido él- hizo proponer al contador Azzini quien no cabe duda era un hombre muy capaz. Yo estoy seguro que si se hubiera hablado con Nardone éste no habría tenido problemas, pero se le pasó por arriba. Pienso que Herrera quiso pulsear para ver hasta dónde llegaban las fuerzas de Nardone.

-Y éste convocó a aquel famoso Cabildo Abierto de la explanada del Municipio.

-Veo que lo recuerda. Fue algo increíble. Empezó a llamar por radio a los ruralistas y llegaron a Montevideo miles y miles de personas que llenaron la explanada. Y en ese acto Nardone hizo hablar a Harrison y a Zabalza. Ahí le mandó el mensaje sin palabras a Herrera: "estos dos consejeros son míos, no suyos". Quería decirle que no eran cinco y uno sino tres y tres, que el mando tenía que ser compartido. Recuerdo que yo estaba parado en Ejido y San José y se me acercó un paisano grandote con un caballo tordillo y me pidió que se lo tuviera. Se lo cuento para que los lectores tengan una idea de lo que fue aquello. Estamos hablando del pleno centro de la ciudad, no de las criollas del Prado. El animal estaba muy sudado y yo crucé al bar de enfrente, traje unas jarras con agua, lo desensillé, lo refresqué un poco, lo volví a ensillar y se lo tuve hasta que el hombre volvió. Esa era la gente que rodeaba a Nardone.

-Hubo otros problemas entre Herrera y Nardone.

-Uno de ellos fue por el nombramiento de Ministro del Interior. El mediador fue el doctor Pedro Berro quien como buen mediador al final se quedó con el ministerio (se ríe). También en esos meses que separaron las elecciones de la asunción del poder, Nardone recibió la visita de Azzini. Yo estuve delante y me acuerdo que Azzini entró un poco intimidado pensando que Nardone le diría algo duro, pero no fue así. Le preguntó si estaba de acuerdo con los reclamos que estaba haciendo desde años atrás por la radio y como Azzini le contestó que sí, se acabó la discusión.

-Tampoco fue tranquila la transmisión de mando.

-Es cierto. Parece que había un alto oficial batllista que no quería entregarle el gobierno a los blancos, a lo que Luis Batlle se negó rotundamente porque era un demócrata sin dobleces. Yo lo vi bajar las escaleras de Casa de Gobierno con una expresión dolorosa pero digna. Lo que resultó llamativo fue que se relevara a los generales de las cuatro regiones militares, al Inspector General del Ejército y al Jefe del Estado Mayor en pleno desfile.

-¿Herrera y Nardone mantuvieron alguna relación personal luego de las elecciones?

-Después de la gira preelectoral, se vieron muy poco. Solo esa vez que ya le conté.

-¿Y en qué momento salió en El Debate aquella diatriba contra Nardone calificándolo de "comadreja?

-Eso no salió en El Debate. En ese momento actuaba en el Partido Nacional un grupo llamado Intransigencia, que estaba encabezado por Ramón Viña. Ellos fueron los que sacaron volantes que fueron profusamente repartidos. En él se leía: "En el rancho de los blancos se ha ganado una comadreja colorada. Chúmbele los perros".

-De acuerdo a lo conversado, usted no parece tener buena opinión de Luis Alberto de Herrera.

-Yo no tenía opinión hasta que leí el libro de Haedo sobre Herrera y ahí me formé una mala opinión. Reconozco que fue un hombre honesto que murió pobre y solitario. Quienes estaban alrededor de él, eran interesados que esperaban decir que en sus brazos había exhalado el último suspiro y que los había nombrado su heredero político.

-¿Puede decirse que ideológicamente usted fue la eminencia gris de Nardone?

-No. Nardone no lo precisaba, era un hombre inteligente, intuitivo y culto. También es cierto que hablaba toscamente

-Yo me acuerdo que en la radio, al cardenal Spellman lo llamaba "el cardenal esperma".

-Metía eres innecesarias, como Gardel cuando canta. "Hoy un juramerto..." Al día siguiente de asumir Nardone la Presidencia del Consejo, llegó Eisenhower de visita y todo el mundo temblaba pensando las barbaridades que le iría a decir. Incluso hubo una persona que no nombro porque falleció, que después afirmaba que él le había escrito el discurso a Nardone, que fue magnífico. No es cierto porque yo le vi los originales y hasta los leí con anterioridad. Tenía una letrita chiquita cuyos renglones se caían al final y lo había escrito en un block ordinario de papel de diario. Delante del Presidente de Estados Unidos leyó el mismo block. Ni siquiera hizo pasar el texto a máquina.


** N.d.E: La segunda parte de esta entrevista nunca fue publicada. A continuación citamos la aclaración que el periodista César Di Candia realizó en su suplemento el sábado 2 de setiembre del 2003**

No escapará a los lectores la ausencia de la anunciada segunda parte de la entrevista a Juan María Bordaberry. El hecho tiene su explicación. El reportaje, pactado para ser efectuado en varias entregas, encontró un escollo que ni Bordaberry ni el periodista pudieron prever: la citación a declarar al ex presidente hecha por el Juez Vomero. Ubicado exactamente entre la primera y la segunda entrega de estas notas, el procedimiento judicial hizo que el principal protagonista del golpe de Estado del 73, prefiriera que no salieran más declaraciones suyas hasta tanto no fuera archivado el expediente. "No hay que echar más leña al fuego" —dijo al autor de estos trabajos luego de llamarlo por teléfono para comunicarle su decisión. Aunque complicada desde el punto de sus consecuencias periodísticas, su opción por la prudencia resulta entendible. Debe ser la única vez en su vida que quien escribe estas líneas ha estado de acuerdo con el pensamiento de Bordaberry. La promesa de éste ha sido continuar conversando en mejores circunstancias. Hasta tanto, las disculpas del caso.




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