22/6/08

El Uruguay en 1930 (V)

PAIS SIN FECHA OFICIAL
Estas tendencias no son necesariamente inconciliables, pero en nuestro país llegaron a chocar con mucha fuerza en la década del 20 a partir del planteo de un inesperado dilema: cuando era evidente que se acercaba el momento de festejar el centenario de la independencia surgió una apasionada discusión sobre cuál era la "fecha correcta". Esta incidencia desconcertó a los contemporáneos que aparentemente no le encontraron solución ni en el debate social ni (como se esperaba) en el ámbito legislativo, donde se trató de dirimir en primera instancia. Luego de varias sesiones de discusión la Cámara de Representantes decidió que la fecha sería el 25 de agosto de 1925; pero poco después los senadores decidieron que sería el 18 de julio de 1930, y nunca se produjo la esperada reunión de la Asamblea General que debía laudar definitivamente el problema. El país se quedó sin fecha oficial de su centenario.

El conflicto, como es lógico, no se limitaba a las concepciones de la nación sino que involucraba problemas mucho más vastos, propios de un país que atravesaba una etapa de profunda reconstrucción de las relaciones políticas y sociales. Tal vez la frontera más visible entre las dos posiciones, aquella que coincide con la que por entonces separaba a los dos partidos tradicionales, sea también la más equívoca: si bien se identifica la corriente "historicista romántica" con el partido blanco, algunos de los más notorios de sus iniciales defensores fueron colorados, como Pablo Blanco Acevedo o José G Antuña. Mirando con atención todo el proceso, la alineación partidista parece ser resultado más que origen del debate, y éste puede verse como una respuesta al desafío que el reformismo batllista lanzaba al conjunto de un sistema político en proceso de reestructuración.

Tal vez por la imposibilidad de desentrañar sus complejas líneas de frontera, en los años veinte el conflicto terminó dirimiéndose por la vía de los hechos como un conflicto de poderes: las autoridades coloradas restaron apoyo a los festejos del centenario del 25 de agosto organizados por la Asociación Patriótica (y auspiciados por el Consejo Nacional de Administración), y en algunos casos los boicotearon abiertamente. El "gran festejo" de 1925 quedó muy disminuido por la negativa de la mayoría colorada; pero se realizaron actos en Montevideo (un homenaje a Zorrilla de San Martín el domingo 23 de agosto en la plaza Independencia que sirvió de preámbulo al acto central que se realizó en el mismo lugar el 25), además de festejos en aquellos lugares donde habían ocurrido acontecimientos relevantes en 1825.Casuaimente, ninguno en Montevideo.

Más allá del desmantelamiento sufrido por el programa de la Asociación Patriótica, parece clara la intención historicista del proyecto: la inclusión de un homenaje a Zorrilla de San Martín (uno de los principales impulsores de la concepción "esencialista") parece mostrar con claridad el sentido de los festejos. Es evidente el deseo de revivir la emoción evocando (por el discurso o la representación) los acontecimientos que se conmemoraban. Solamente dos actos programados para el 25 de agosto de 1925 parecían romper el concepto pasatista de la propuesta: el "desfile de la locomoción" que incluía carruajes históricos y también automóviles, y la inauguración del Palacio Legislativo, aunque en este caso hubo una decisión expresa que establecía que tal inauguración no significaba ninguna decisión sobre el tema de la fecha del centenario. Vigilias, fuegos artificiales, desfiles, salvas, banquetes, galas teatrales, repartos de víveres, configuraban lo principal del festejo que se caracterizó por la presencia de las autoridades eclesiásticas y la parsimoniosa participación de las autoridades públicas; por el protagonismo de la Asociación Patriótica y el Partido Nacional y la ostensible reluctancia de los colorados.





EL CENTENARIO EN 1930

En este contexto, los festejos programados para el 18 de julio de 1930 se destacan con mucha fuerza por cuanto marcan diferencias importantes. E1 programa organizado por la Comisión Nacional del Centenario presidida por Baltasar Brum presenta una compleja variedad de actos que van desde los habituales desfiles hasta la organización de un campeonato de fútbol (el primero) de jerarquía mundial y desde iluminaciones de las fachadas de edificios públicos hasta repartos de víveres a los necesitados, todo ello con abundante respaldo oficial.

Buena parte del desconcierto ante el abigarrado programa deriva de que nuestro concepto de lo que debe ser un festejo patriótico no coincide con el de los integrantes de aquella comisión. Para ellos el centenario no era una instancia destinada a revivir una emoción sino a simbolizar la refundación de la comunidad; no evoca el pasado: prefigura una utopía. Las características que la configuran aparecen reflejadas en las diversas instancias de la conmemoración, y dan sentido a un programa que a primera vista puede parecer bizarro y confuso. Sin embargo, en pocos de sus aspectos el conjunto de las conmemoraciones parece haber sido fruto de transacciones entre diferentes tendencias de opinión; por el contrario, aunque en la comisión había integrantes de los dos grandes partidos casi todos los eventos del programa parecen reunirse en torno a la misma idea central.

Los festejos expresan de manera clara un mensaje refundacional a partir de la representación del acontecimiento original (la jura de la primera Constitución), acompañado de otros actos que subrayan aquellas características que parecen deseables en la nueva etapa que inicia la comunidad. Este segundo aspecto se vio reforzado por la acumulación de festejos del mes de julio: además del 18 eran feriados el 4 ("Día de la Democracia") y el 14 ("Día de la Humanidad"), a los que en 1930 se sumó el 12 como "Centenario de la Bandera Nacional". En este contexto, los festejos del centenario permitían relacionar la conmemoración local con la historia de la humanidad, y a la vez potenciar los contenidos simbólicos iluministas contenidos en la bandera.

Por supuesto, una conmemoración de estas dimensiones no se limitó a una semana. El programa de festejos incluyó actividades a desarrollarse a lo largo de todo un año, desde el 19 de abril de 1930 hasta el 26 de abril de 1931, con momentos fuertes en julio, agosto y diciembre en un conjunto de conmemoraciones dispersas. El primer acto, el 19 de abril de 1930, fue un homenaje a la bandera: se desplegó una inmensa "Bandera del Centenario" en la fachada del Palacio Legislativo, y el ministro de Instrucción Pública Santín C. Rossi pronunció un discurso donde ratificó el compromiso de "hacer una Patria para todos" como única forma de lograr que la bandera "sea amada por todos los Orientales". Sugestivamente, el discurso inaugural de la conmemoración no hizo referencia a glorias militares ni a antecedentes históricos, sino por el contrario, referencia a la "paz" y la "esperanza" presentes tanto en el momento de su creación como en el del aniversario.

Sin duda este discurso marca la pauta de todo el programa: reiteradamente aparecen referencias y reproducciones del sol (un "gran Sol Naciente " se iluminaba en la Plaza de Cagancha) y la luz (iluminaciones de edificios públicos, bandas azules y blancas "de la bandera nacional", también iluminadas, en 18 de Julio desde Ejido hasta Andes; la instalación de una fuente luminosa en el Parque Batlle y Ordóñez). También hubo destaque para la "luz intelectual", y se impulsó la edición de obras literarias y ensayísticas así como la ejecución de obras musicales de autores nacionales. Por otra parte, es evidente la exclusión de la Iglesia Católica, baluarte del "oscurantismo" en el debate religioso de la época.

La paz y la adhesión a la racionalidad simbolizada por la luz se acompañaban con el impulso refundacional. El centenario marcaba el comienzo de una nueva época y era un buen momento para eliminar las rémoras del pasado y abrir el camino a las conquistas del porvenir: un buen ejemplo es el conjunto de proyectos de "leyes del centenario" que impulsara la comisión, y que incluyen desde obras públicas en algunos departamentos hasta la compra de 1.200 receptores de radio para distribuirlos en las escuelas rurales.

El "éxito" de los festejos suponía la participación de toda la sociedad considerada en varias formas diferentes: las denominaciones administrativas de carácter genérico ("ejército", "escolares ", "autoridades"), la muchedumbre indiscriminada ("público en general", "fuerzas vivas") y las asociaciones gremiales, tanto empresariales como obreras (se propone subsidiar el Ateneo Popular del Sindicato Unico de la Aguja). Paralelamente se aprueba la realización de un conjunto de monumentos conmemorativos dedicados a simbolizar actividades y sectores populares (donde aparecían "El Negro Aguador" junto a "La Educación" y "El Trabajo"). Los únicos monumentos que representaban personajes eran los de "Abayubá" y "Zapicán", originales de los hermanos Blanes y que no habían sido vaciados en bronce. La ausencia de estatuas dedicadas a personajes históricos revela el sentido de "homenaje de la nación a los sectores populares", reforzado por el hecho de que todos los monumentos fueron encargados a artistas nacionales y todos fueron fundidos en Montevideo, con la excepción de "El Negro Aguador" que lo fue en París (estos monumentos, previstos originalmente para "el ornato de la Rambla Sud", hoy se encuentran instalados por toda la ciudad).





FÚTBOL Y NACIÓN

Héctor Scarone recibe el tributo popular y es paseado en andas por plena Avenida 18 de Julio

Pero el acontecimiento más popular y recordado del centenario fue la realización del Campeonato Mundial de Fútbol. Quizá pocos de los monumentos tengan tal carácter de modernidad y audacia arquitectónica como el Estadio Centenario, y sin duda ninguno de los actos conmemorativos tuvo el grado de adhesión popular y la trascendencia del campeonato mundial.

Resulta curiosa la vinculación de un torneo de fútbol con una conmemoración patriótica. Existía un antecedente: la realización del primer torneo sudamericano de fútbol en el marco de los festejos del centenario de la independencia argentina en julio de 1916. Pero había un fuerte rechazo de los intelectuales y sectores de la clase alta uruguayos hacia el fútbol y quienes lo practicaban, como si el éxito futbolístico fuera antagónico con el mito de la "Atenas del Plata". Sin embargo la Comisión del Centenario apostó fuerte al éxito del campeonato: impulsó la construcción del estadio en tiempo récord, incluyó sus instancias en el programa oficial de festejos y previó la realización de una película sobre el campeonato y el partido final. Ese olvidado antecedente de una práctica que se ha vuelto común fue realizado con gran despliegue técnico y se concretó en una película de casi dos horas de duración que, siguiendo el espíritu de la época, fue estrenada también en tiempo récord: en agosto ya se exhibía en Montevideo.

Más allá de la indudable popularidad que el fútbol había alcanzado en aquella década inolvidable, la realización de un campeonato mundial coincidía con varios de los objetivos de la comisión: su arraigo popular ya era un punto a favor por cuanto existía la intención expresa de realizar festejos "en los que pudieran participar todas las clases sociales"; por otro lado el hecho de ser el primer campeonato de esas características y la evidente aura modernista del juego y sus escenarios coincidía con el espíritu fundacional del festejo y de alguna forma incorporaba al Uruguay en la historia mundial. Reforzaba, además, el optimismo de la comunidad al impulso de las ideas vitalistas que predominaban en la época: los "triunfos del músculo" ya no eran "las glorias del Arauco" que despreciaba José Pedro Varela sino una prueba del "vigor de la raza", muy cotizadas en aquel entonces.


A MODO DE BALANCE
Sin lugar a dudas los festejos centenarios de 1930 tuvieron el apoyo popular que sus organizadores se habían propuesto como objetivo, lo que indicaría que su mensaje refundacional y modernizador coincidía con el talante social. La satisfacción por los evidentes logros al cabo de cien años (aparentemente concentrados en los últimos 25, según la mirada de algunos integrantes de la comisión) abría margen para el optimismo y mostraba como viable la concreción de objetivos sociales fuertemente teñidos de solidarismo. El ambicioso proyecto de una sociedad sin marcadas diferencias sociales permanecería aún en el espacio de lo utópico, y la comisión destacaría el apoyo brindado a los festejos "no obstante la imperfección del régimen social, que mantiene injustas desigualdades económicas". La población "aprecia el mérito de la obra realizada y confía en el porvenir ", afirmaban los organizadores a modo de explicación de tal aparente contradicción.

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