Por una secuencia tan aleatoria como como pueden serlo los algoritmos de Internet, pulsé en mi blog el botón "siguiente" y me encontré con el de ustedes.Con un título que es un nombre que siempre, entre otros miles, me conmueve de un dolor especial: Zelmar Michelini.
Una de las primeras muertes atroces de la dictadura, de las primeras también en ser manipuladas con pantallas y artificios tan insostenibles, tan obscenos, que le agregaban indignidad al horror. Al igual que el general Torres, ex presidente boliviano y también mi amigo, Zelmar y los suyos fueron víctimas del terrorismo de estado previas a la introducción de las desapariciones sistemáticas.
Nos conocimos en el 72 y compartimos la redacción de un diario en el 74. Semanas antes de su asesinato, lo vi cenando en Pepito, de la calle Montevideo, con su hija mayor. Esa es mi última imagen, la de su mirada transparente, endulzada por la amorosa conversación que estaba manteniendo con su hija. Al morir, Zelmar tenía exactamente el doble de mi edad, pero siempre nos habíamos tratado como pares. Pocos líderes hasta entonces - y ninguno después - eran capaces como él de articular, en una misma voz y en un mismo grupo de gestos, la convicción enérgica con la ternura. Como todos los sabios, Zelmar no buscaba imponer sus verdades, sino enamorar con ellas.
Le presenté a mi mujer, hablamos unos segundos, y al sentarnos en nuestra mesa ella me dijo: "Es un hombre hermoso"
Al igual que cada nombre singular que se recuerda y se honra, Zelmar Michelini le pone un rostro, un texto, una página personal a la más horrenda ofensa que nuestras patrias comunes se infligieron a sí mismas en toda su historia. El genocidio, esa maquinaria de exterminio, cobra gracias al rostro de Zelmar - y los rostros de cada uno de los desaparecidos -una intimidad accesible. Sale de las cifras y de las magnitudes que, por su monstruosidad, casi no pueden caber en nuestra imaginación, y toma la forma tangible de una vida en la que se representan las otras vidas, de una muerte en la que las otras muertes pueden contarse de a una a pesar de ser decenas de miles.
Por eso quieto expresar mi gratitud por esas páginas tan rigurosas de Jorge Elías. Debería haberlas conocido cuando se publicaron, pero alguna banalidad seguramente me distrajo hasta hoy, cuando por accidente me topé con ellas. He sentido como si el tiempo no hubiera pasado y estas paginas se hubieran escrito ayer. Algo parecido me ocurrió en 1995, en Montevideo, cuando al salir de una reunión en un congreso, caminábamos con un colega chileno recordando a Prats, de quien él había sido íntimo colaborador. Miré hacia arriba y le indiqué que la calle en la que charlábamos llevaba el nombre de otro asesinado en Buenos Aires, Zelmar Michelini (me parece que antes era la calle Río Negro, o cerca de ella). Entonces vi esa última imagen de los ojos profundos de Zelmar, y el chileno y yo nos abrazamos en un zollozo.
Este mensaje no tiene otro sentido que agradecer, aunque tarde, el homenaje a este oriental que tanto quise, abogado, periodista, hombre sabio y generoso.
Saludos cordiales,
Eddie Abramovich
http://viejodinosaurio.blogspot.com/
15/6/08
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