9 de febrero: Golpe de Estado ante la indiferencia general
Con un poder que se le iba desflecando día tras día, el Presidente Bordaberry intentó tardíamente pisar fuerte tomando el toro por las guampas. Le encomendó a su flamante ministro de Defensa Nacional Antonio Francese que relevara de sus cargos a aquellos comandantes del Ejército y la Aviación que se habían atrevido a firmar una carta de respuesta al senador Amílcar Vasconcellos que en definitiva desautorizaba la suya (ver número anterior). Probablemente Bordaberry pensó en aquel momento que adoptando medidas drásticas iba a encausar el desacato de los grupos militares que no habían vacilado en desafiar abiertamente su jerarquía. Ya era demasiado tarde. El día 8 de febrero a la hora 20, los mandos rebeldes ocuparon Canal 5 y desde allí, hablando en cadena, formularon graves acusaciones contra Francese asegurando enfáticamente que no acatarían sus órdenes. En una parte medular de la alocución expresaban: "El general Francese regresa al Ministerio de Defensa Nacional a cosechar amargos y eventuales laureles de unas Fuerzas Armadas cuya actuación no le es grata, con la consigna consciente o inconsciente de esterilizarlas. (...) En consecuencia, los mandos militares del Ejército y la Fuerza Aérea han decidido desconocer las órdenes del ministro de Defensa Nacional general Francese al mismo tiempo de sugerir al señor presidente la conveniencia de su relevo". Obviamente el verbo sugerir era un eufemismo. A esa altura los mandos militares no insinuaban nada sino que decididamente daban órdenes. El general Antonio Francese, que había ocupado el mismo ministerio en el gobierno del Presidente Oscar Gestido, renunció de inmediato. Su antecesor Armando Malet había durado tres meses, el anterior Augusto Legnani otros tres, Francese no había alcanzado a cumplir el día completo.
A las dos horas de la imposición militar, Juan María Bordaberry lanzó un mensaje público por canal 4 convocando al pueblo para que lo rodeara en esas horas tan difíciles. Aunque no hiciera referencia a ellos, también estaba solicitando el apoyo de los partidos políticos. Pero sus palabras no tuvieron eco. De los setecientos mil adherentes al Partido Colorado, cuatrocientos mil de los cuales lo habían votado directamente, acudieron a su llamado un puñadito de hombres del pachequismo que aparecieron junto a él en los balcones del Palacio Estévez. La masa popular que Bordaberry imaginó multitudinaria, falló por completo. Apenas unas cien o doscientas personas se agolparon en la Plaza Independencia. Menos de uno cada mil de sus partidarios sin contar los colorados aportados por la Ley de Lemas. "Sólo fueron a apoyarlo algunas tías viejas" -ironizó el senador Wilson Ferreira Aldunate. Es más que posible que este rotundo fracaso haya hecho reflexionar amargamente a Bordaberry sirviendo de base y fundamento a la adversión que demostró en adelante por todos los partidos políticos. Hubiera sido interesante que lo explicara, pero el ex presidente se negó telefónicamente por dos veces a todo tipo de diálogo aclaratorio con este periodista. El viernes 9 de febrero, el diario El Día informó de una incursión de fuerzas del ejército a canal 12, donde advirtieron a sus autoridades que la emisión de la efigie del general Francese o la difusión de palabras suyas, le podrían acarrear a la empresa una clausura por tiempo indeterminado.
El contralmirante retirado Juan José Zorrilla, protagonista directo de los hechos antes mencionados por ser el Comandante en Jefe de la Marina, brindó a este cronista en marzo del 98, a través de una entrevista concedida para Búsqueda, una versión que puede ser calificada como definitiva. "Algunos generales consideraron que la contestación de Bordaberry a Vasconcellos no había sido suficientemente fuerte. De inmediato el presidente convocó a una reunión en Suárez Chico a la que acudieron el Ministro de Defensa Malet, el Jefe del Estado Mayor y todos los generales, brigadieres y almirante. Discutimos durante muchas horas y por momentos el tono con que se hablaron los generales y el presidente fue muy duro. Yo consideré que un planteo politico necesitaba una respuesta política que ya estaba dada. A las tres horas se levantó la sesión sin que hubiera ninguna resolución y todos los oficiales nos fuimos para el Estado Mayor a seguir la discusión ya sin Bordaberry ni el ministro. Al cabo de una hora se decidió que las Fuerzas Armadas redactarían una nueva contestación a Vasconcellos, yo dije que no la firmaría y nuestra delegación se retiró. Esto ocurrió el jueves 6 y ese mismo día renunció Malet y Bordaberry designó ministro al general Francese. Me di cuenta que la presión era mucha pero no sabía cuál sería la capacidad de maniobra del presidente. (...) El día 7 se publicó el comunicado sin la firma nuestra y el 8 Francese le solicitó el pase a retiro al general César Martínez comandante en jefe del Ejército que había firmado pero no era golpista y a Pérez Caldas que comandaba la Fuerza Aérea. El primero renunció pero la Aviación que ya se había alineado junto al Ejército le impidió a Pérez Caldas hacer lo mismo. Esa noche los mandos insurrectos emitieron una comunicado en cadena hablando en muy malos términos de Francese y diciendo que no acatarían su mando. Yo escuché en esos días de fuentes militares que (Francese) tenía la consigna de hacer regresar al Ejército a los cuarteles (...) y que había sido sugerido por el secretario de la Presidencia Luis Barrios Tassano para provocar disturbios internos. Los militares odiaban a Barrios Tasano más que a ningún otro civil. (...) Ellos tenían la tesis de que la sedición era la parte violenta o guerrillera de la subversión y que si bien la primera había sido liquidada, la segunda seguía existiendo en forma de corruptelas y que estas englobaban a muchos políticos. (...) El 8 de febrero en la reunión que yo tuve con el Ejército y la Fuerza Aérea para ver si se distendía una situación que se estaba poniendo grave, el general Gregorio Alvarez me dijo que ellos no querían de ninguna manera el gobierno. Sacó un papel y me aclaró: "De acuerdo a este documento, un importante dirigente político nos ofreció el gobierno por unos meses siempre que después hubiera elecciones y nosotros nos opusimos". (...) "Ese mismo día Francese ofreció su renuncia y Bordaberry se la rechazó. Esa noche el presidente hizo un llamado de colaboración que no fue respondido por casi nadie. Algunos dirigentes del pachequismo, otros de la lista 15, Washington Beltrán y nadie más. El público, un puñadito de personas. El desacato llegó a tal extremo que la transmisión de su mensaje era cortado por el Ejército a medida que éste ocupaba las plantas emisoras".
La desobediencia del Ejército y la Aviación negándose a aceptar la designación de Francese en el Ministerio de Defensa Nacional, hizo que un golpe de Estado, incruento y sin la alteración formal de los poderes, se constituyera en una realidad irreversible. En una actitud que parecía más una agachada de cabeza para que la ola no los desplazara que un enfrentamiento a los hechos, los partidos políticos se mantuvieron en una aparente indiferencia. En estricta verdad, no habían rodeado a Bordaberry para defender las instituciones y ni siquiera habían levantado el receso parlamentario para sesionar libremente y plantear sus posiciones ante lo que estaba sucediendo. Algunas fracciones partidarias esbozaron tímidas opiniones. Un comunicado de Unidad y Reforma, el grupo que acaudillaba Jorge Batlle, se adhirió al llamado de Bordaberry, por lo menos en el papel aunque la mayoría de sus representantes no acudió al Palacio Estévez. "Hacemos nuestro en todos sus términos y consecuencias el llamado efectuado a la ciudadanía del país por el señor presidente (...) expresando la necesidad de mantener una resuelta actitud en defensa de estas instituciones y de las libertades públicas". Y el diario El País con la firma del doctor Washington Beltrán, una personalidad política cuyo grupo había acompañado el corto accionar del Presidente de la República, editorializó llamando a la cordura. "No sabemos si nos encaminamos al eclipse de nuestra democracia. No será necesario mucho tiempo para develar la incógnita. Posiblemente ya no la exista cuando estas líneas salgan a la calle. Pero lo dramático, lo estremecedor, es que se está jugando el destino quizás por décadas de la República, en medio del silencio inexplicable, del silencio temeroso, del silencio frívolo de muchos".
Wilson Ferreira Aldunate por su parte, arriesgó otra solución que tendía a evitar conflictos mayores. De acuerdo a lo afirmado por muchos testigos (el propio Comandante en Jefe de la Marina de aquellos años se lo contó a este periodista en la entrevista antes citada) el 4 o 5 de febrero el líder de Por la Patria citó a Zorrilla en un escritorio de la calle Treinta y Tres y estando presentes sus compañeros de armas Piñeyrúa y Filippini y el senador Alembert Vaz, le propuso que planteara a los grupos militares la renuncia de Bordaberry y quienes debían sucederlo de acuerdo a lo establecido por la Carta Magna y que una vez logrado esto, por medio de una ley constitucional llamara a elecciones a los seis meses o a fin de año. También se dijo –aunque ésto no lo sabía Zorrilla– que Wilson había hecho igual planteo a los generales Gregorio Alvarez y Esteban Cristi por mediación del general retirado Ventura Rodríguez, prometiendo no intervenir en las nuevas elecciones. El ex Presidente de la República Julio María Sanguinetti expresó lo mismo con alguna variante, en el libro Estado de Guerra de Alfonso Lessa: "Hubo algunas gestiones (para que Bordaberry dejara el poder) y evidentemente quien más prohijó esa solución fue Wilson Ferreira e incluso en alguna ocasión le habló al Vicepresidente Jorge Sapelli al respecto. Es decir, Wilson estaba en la idea en aquel momento, de buscar un entendimiento con los grupos militares y seguir adelante con Sapelli. Yo no compartí nunca esa posición. (...) Es muy duro, muy difícil pedirle a un presidente democráticamente electo que abandone el poder".
Por su parte el Vicepresidente Jorge Sapelli en una entrevista para el semanario Zeta hecha a pedido expreso del doctor Hugo Batalla y que constituyó la única vez que habló de estos temas a la prensa, contó textualmente: "En febrero, dos comandantes en jefe fueron a verme a mi casa. Me habían pedido una entrevista, querían que yo fuera al ESMACO y les dije que no, que la vicepresidencia en ese momento funcionaba en mi casa. En ese entonces vinieron a verme y a hablarme de sacar a Bordaberry para que yo lo sustituyera. Yo les pregunté si el presidente había renunciado. Incluso hubo un comandante que me preguntó si yo no iba a cumplir con mi deber de asumir en caso de acefalía. Le respondí que en caso de acefalía sí, pero que ello no había ocurrido. (...) Para mí uno de los errores garrafales (que se cometieron) fue que indudablemente el golpe no se dio el 27 de junio sino que comenzó en febrero porque allí fue que se desconoció la autoridad del presidente y se inició todo el proceso. Pero también creo que cometieron un grave error todos aquellos que pensaban que Bordaberry carecía de autoridad (...) y no se dieron cuenta que a pesar de eso lo que había que tener claro era que se trataba de la cabeza visible de las instituciones y que no se podía remover simplemente porque no concordara con la opinión de muchos".
Hubo otros sectores políticos sin embargo que observando las cosas a través de una óptica desfigurada por las estrategias que imponía la situación, buscaron subirse al carro de los militares insurrectos. El diario comunista El Popular insistió en que el dilema del momento no era la opción entre civilistas y golpistas sino entre oligarquía y pueblo. "Puede haber gente honesta que erróneamente acompañe por error (el error más bien era de sintaxis) el planteamiento de que el problema que vive el país es un dilema entre militares y civiles, entre institucionalistas y no institucionalistas. El dilema real del país es hoy oligarquía y pueblo y la oligarquía no puede representar a la democracia. Y en este pueblo caben todos los orientales honestos, civiles patriotas y militares patriotas". Era obvio que el Partido Comunista, centro preferido de los odios presidenciales, no veía en ese momento otra salida para su propia existencia que apoyar el levantamiento de los militares acompañando la violación de la Constitución, siempre que quienes pasaran por encima de las leyes, fueran "patriotas", un adjetivo totalmente difuso que se prestaba para cualquier interpretación.
El 9 de febrero por la noche, en medio de un clima enrarecido donde circulaban toda clase de rumores y mucha gente se hacía la idea de que se aproximaba lo peor, el Frente Amplio efectuó una concentración política en la cual su conductor, el general Líber Seregni cerró la parte oratoria pidiendo la renuncia del Presidente Bordaberry y volviendo a insinuar a veces claramente y a veces entre líneas, la tesis del diario comunista y haciendo de ella oficialmente, la posición filosófica de la izquierda. "La renuncia del señor Bordaberry abriría una perspectiva de diálogo. Y solamente a partir de este diálogo restablecido es viable la interacción fecunda entre pueblo, gobierno y Fuerzas Armadas para comenzar la reconstrucción de la patria en decadencia. (...) Una vez más la cuestión es sólo entre oligarquía y pueblo, entre los que comercian con nuestra soberanía y los que saben honrar la memoria de Artigas". Quedaba para un análisis posterior el significado exacto de la frase "interacción fecunda entre pueblo, gobierno y Fuerzas Armadas" y hasta qué punto estas últimas aceptaban permanecer dentro de su tradicional rol sin buscar obtener posiciones en el poder.
¿Qué había pasado entretanto con la Marina que se había negado a participar en el desacato del Ejército y la Aviación? El mismo día que estas armas resolvieron rechazar la designación del ministro Francese, el contralmirante Juan José Zorrilla dio orden a sus efectivos de ocupar la Ciudad Vieja y bloquearla con toda clase de vehículos a la altura de Juan Carlos Gómez. "Nosotros quisimos primero adoptar una medida de defensa" –confió el propio Zorrilla al autor de estas notas veinticinco años después– "Segundo tuvimos la pretensión de alertar al pueblo y a los políticos acerca de lo que estaba pasando, porque parecía que a nadie le importaba nada. Los líderes seguían maniobrando para sacar su tajada pero a ninguno se le ocurrió convocar a su gente para acudir al llamamiento de Bordaberry. Temía (un enfrentamiento) pero arriesgué esa hipótesis. Había movimientos de tropas y tanques por las calles y no sabía a dónde podría llegar esa situación. Puse una línea de vehículos requisados desde la rambla hasta el puerto, a la altura de Juan Carlos Gómez. Más le digo: invité al Presidente Bordaberry a que se trasladara a ella con su familia para su protección, pero se negó". Por una lógica que rompía los ojos, el cierre hermético de la Ciudad Vieja no pudo cumplirse. Había unas personas que querían salir de sus casas o regresar a ellas, otras que necesitaban ir a sus trabajos, enfermos que pretendían ingresar al hospital Maciel, turistas alojados en hoteles. Como solución transitoria y a solicitud del Presidente de la República se tuvo que abrir un pasaje peatonal a la altura de la calle Sarandí. El mismo día viernes Zorrilla y algunos de sus oficiales leales tuvieron una reunión con los militares insurrectos en la Región Militar número 1 y acordaron respetarse mutuamente sus posiciones. "El día 10" –contó Zorrilla– "concreté otro encuentro con los insurrectos en Suárez, pero no quise ir porque ya había empezado a olfatear algo que no me gustaba". Lo que el Comandante de la Marina intuyó fue que Bordaberry estaba ya buscando una solución con los militares a cualquier precio. Simultáneamente, esa misma mañana, el capitán de fragata Nader copó el área naval del cerro junto al capitán de navío Hugo Márquez atrincherándose en el tenderredes Huracán que estaban en reparaciones en el dique. No fue la única deserción en la marina. También el almirante De Castro cuñado de los generales Zubía, había copado el Servicio Hidrográfico de la Armada. Zorrilla envió al capitán Bacque a reducir al Huracán y se produjo un breve tiroteo sin víctimas porque todos tiraron para arriba. Al día siquiente domingo, sintiéndose absolutamente sólo, el contralmirante Zorrilla, el único de los tres mandos superiores que había permanecido fiel el gobierno, decidió renunciar y desbloquear el cerco de la Ciudad Vieja. A esa altura de acuerdo a sus dichos, los militares con los que había llegado a un acuerdo de caballeros, había hecho circular una versión por la cual había resuelto entregarse, afectando la moral de su gente. Su accionar no tuvo el apoyo de nadie. Envió a varios oficiales de su confianza a buscar el contacto con los líderes políticos pero no encontraron a ninguno. Años después, como castigo por su adhesión a la Constitución, el gobierno de facto le aplicó el retiro compulsivo en 24 horas. Zorrilla tenía muchos años de servicio pero otros compañeros tan leales como él, fueron condenados a la pobreza.
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