Un largo obscurecimiento institucional que comenzó en Boisso Lanza
Abandonado por políticos y masa ciudadana el Presidente Bordaberry transó aceptando imposiciones de los grupos militares insurrectos. Según dijo después, había que salvar al país de los generales peruanistasEl domingo 11 de febrero de 1973, la natural distensión del verano y de la proximidad del carnaval, no alcanzaron para disimular que el Presidente de la República había resignado buena parte de su poder. Lo habían dejado solo los partidos políticos, incluso el suyo. Su único aliado leal, el contralmirante Juan José Zorrilla, acababa de renunciar abandonando toda resistencia. La ciudadanía oscilaba entre el asombro y la indiferencia. Las Fuerzas Armadas habían logrado sin luchas personales, el propósito para el cual se habían estado preparando desde muchos meses atrás. Si era cierta la versión nunca desmentida que un año antes se habían negado a aceptar a Danilo Sena como Ministro de Defensa, su autoridad ya estaba impuesta desde el primer día de la asunción de Bordaberry. Los meses siguientes habían sido de lenta escalada. Ahora, habiendo torcido definitivamente el brazo del presidente y obligado al ministro Antonio Francese a pedir su renuncia, el nulo respaldo cívico de la convocatoria de Bordaberry los dejaba dueños del poder. El Parlamento seguiría funcionando unos meses más, pero esa democracia puramente formal no iba a menoscabar su creciente autoridad. En realidad, el Poder Legislativo ni siquiera había suspendido el receso veraniego para enfrentar la crisis de febrero. Fue en ese momento que comenzaron los mensajes justificatorios culminados con los famosos comunicados 4 y 7 en los cuales los mandos militares conjuntos del Ejército y la Fuerza Aérea fijaban sus metas y objetivos.
Pese a ser la consecuencia de tantos años de estudios y meditaciones, pese a ser el cerno de todas las ideas de gobierno "renovadoras" que pretendían aportar los nuevos grupos de presión, los comunicados, no pasaban de ser una lista de expresiones de deseo que bien podían ser avaladas por todos los partidos políticos. El número 4, el más detallista, dado a conocer el 9 de febrero, planteaba entre otras, las siguientes aspiraciones. 1) Establecer normas para incentivar la exportación. 2) Reorganizar el servicio exterior adjudicando a los hombres más capaces a aquellos destinos diplomáticos en los que una gestión inteligente, dinámica y audaz permita al país obtener beneficios económicos crecientes. 3) Eliminar la deuda externa opresiva mediante la contención de todos los gastos superfluos. 4) Erradicar el desempleo y la desocupación. 5) Atacar con la mayor decisión y energía los ilicitos de carácter económico. 6) Reorganizar de la administración pública. 7) Redistribuir la tierra. 8) Crear nuevas fuentes de trabajo. 9) Designar en los Entes Autónomos y Servicios Descentralizados a los hombres más capaces". El comunicado 7, lanzado dos días más tarde"porque el documento anterior ha sido insuficiente por lo parcial e inadecuado" agregaba otros postulados. "1) La preservación de la soberanía y seguridad del Estado. 2) El desarrollo energético. 3) El desarrollo de las vías de comunicación. 4) La modernización, tecnificación y adecuación de la enseñanza a las reales necesidades que exige el desarrollo nacional. 5) Establecer una política de precios y salarios. 6) Garantizar a todos los habitantes del país la más alta calidad de asistencia médica". Como se observa, todo se reducía a voluntarismos contenidos palabras más palabras menos en los programas de todos los partidos. ¿Qué gobernante no querría terminar con la desocupación, reorganizar la administración pública, liquidar la deuda externa, incentivar las exportaciones? Aunque sencillos en el papel, habría que agregar que muy pocos de estos postulados pudieron concretarse durante la dictadura militar pese a ejercer éstas el poder absoluto durante once años y apoyarse en un remedo de Poder Legislativo absolutamente sumiso. No obstante, hubo algún órgano de prensa partidario que apoyó calurosamente los comunicados. Un editorial de El Popular, voz del Partido Comunista expresó a las pocas horas. "El país necesita cambios (...) y en esa corriente general que existe en la República, en esa corriente nacional que se ha ido formando en los últimos años, se inscribe el documento dado a conocer por los Comandantes del Ejército y la Fuerza Aérea precisando los objetivos económicos y sociales a su juicio necesarios para transformar una realidad que con razón estiman grave. (...) Las Fuerzas Armadas deben reflexionar sobre este hecho: los marxistas-leninistas, los comunistas integrantes de la gran corriente del Frente Amplio estamos de acuerdo en lo esencial con las medidas expuestas por las FFAA como salidas inmediatas para la situación que vive la República y por cierto no incompatibles con la ideología de la clase obrera".
Un martes 13 del mismo mes en que tuvieron lugar todos estos hechos que se acaban de enumerar y que hicieron tambalear las instituciones, el Presidente Bordaberry bajó definitivamente la guardia y luego de consultar a su antecesor Jorge Pacheco Areco, pactó en Boisso Lanza con los mismos grupos castrenses que habían desobedecido las órdenes impartidas por él, como suprema autoridad de las Fuerzas Armadas del país. Apenas trece días habían pasado desde aquellas recordadas manifestaciones públicas que había realizado: "Para el Presidente de la República no hay más camino que el de la legalidad". En el predio militar de Boisso Lanza, los militares le presentaron a Bordaberry un memorándum que si bien éste no firmó, se comprometió por su honor a cumplir. Este contenía algunos elementos de los comunicados 4 y 7: reestructuración del servicio exterior, reducción del gasto público, promulgación de leyes sobre seguridad y lo más importante, creación de una junta asesora con intervención militar que pasó a denominarse COSENA. ¿Cómo reaccionaron los partidos políticos? De muy diferente manera. El diario El Día tituló con asombrosa ingenuidad para su ya larga experiencia política: "La Constitución está a salvo", aunque curiosamente acababa de ser groseramente violada. Acción afirmó algo parecido pero reconociendo que había sido "a costa de un tremendo peaje". El Popular en cambio dio salida a su júbilo titulando a todo el ancho de su primera página "¡Patriotas civiles y militares, adelante!" Y la Convención Nacional de Trabajadores tampoco se quedó atrás en el elogio. Su máxima autoridad Vladimir Turiansky expresó públicamente: "¡Llamamos a la más amplia unidad del pueblo, con overol o uniforme!" Los errores interpretativos de la situación aplicados por casi todos fueron flagrantes. Ni la Constitución había quedado a salvo ni habría en adelante una unión nupcial entre obreros y militares. En medio del caos se escucharon no obstante algunas voces alarmadas. "Para vivir" - escribió Carlos Quijano en Marcha - "el señor Bordaberry perdió las razones de vivir".
Es probable que sea más fácil justificar la posiciones tomadas por Juan María Bordaberry en aquellos días difíciles de febrero de 1973, que entender su personalidad. Fueron muchos los políticos avezados que se equivocaron al juzgarlo. El primero fue el inventor de su candidatura presidencial, Jorge Pacheco Areco quien pensó que sería una figura dócil que le mantendría el sillón caliente hasta su regreso y no tuvo en cuenta, como casi todos los líderes que tienen ideas parecidas, la fuerte personalidad de su sucesor. También se confiaron demasiado los tupamaros que intentaron secuestrarlo mediante un plan que incluyó secretas y pacientes vigilancias sin que El Magnífico - tal como se le designaba a Bordaberry en el plan- cayera en la trampa. Lo mismo pasó con las cúpulas políticas que siempre lo consideraron ajeno a las tradicionales luchas partidarias y luego de especular con su renuncia lo siguieron observando a la espera de que se pisara la cuerda y cayera enredado en su propia manea para que así pudiera asumir Sapelli. Se equivocaron también los militares quienes llegaron a considerarlo un compañero de ruta y tuvieron que destituírlo porque su manera de juzgar a la clase política uruguaya iba mucho más allá de lo que ellos mismos pensaban. Y le erraron feo quienes lo consideraban un ignorante. Wilson Ferreira llegó a decir en un momento de rabia: "cuando un vasco sale inteligente, nace un Unamuno, pero cuando sale burro nace un Bordaberry". Si éste no hubiera tenido condiciones intelectuales no habría sabido mantener en equilibrio su canoa entre las docenas de obstáculos que se interpusieron a su paso. Tenía - seguramente sigue teniendo a juzgar por algunos folletos muy cercanos en el tiempo- una ideología filosófico- política muy particular en la cual manifiesta claramente su adversión a la política y a ciertas reglas de la democracia. "No es cierto que los Partidos Políticos hayan forjado y consolidado la patria" -escribió en 1980 en un folleto titulado Opciones- "al contrario, fueron elementos negativos para ello". Y posteriormente, en otro publicado en 1998 como respuesta al ataque de algunos senadores, al cual llamó La democracia no es un dogma, su pensamiento fue más allá atribuyendo todas las desgracias de nuestra sociedad al hecho de haber sido estructurada con ausencia de Dios. En este breve estudio de apenas 24 páginas que ha circulado muy poco, escribió a modo de conclusión: "Los uruguayos por desgracia estamos muy lejos de reconocer la soberanía divina como origen del poder. La formación atea y materialista ha hecho su obra. No estamos solos en esta postura: hoy todo el mundo occidental y aún países de oriente se rigen por sistemas de democracia liberal. Salvo excepciones en países europeos de tradición católica debe ser general el rechazo a la idea de volver a reconocer la fuente del poder en Dios". La pregunta que surge de inmediato es la de si él mismo se consideraba elegido por Dios.
Bordaberry tampoco era un tránsfuga partidario como se le atribuía con ligereza. No había sido senador y ministro blanco para luego ser presidente colorado. Si había asumido una senaturía y un ministerio bajo un gobierno nacionalista, lo había hecho en nombre de la fracción ruralista colorada que acaudillaba Benito Nardone. El mismo Luis Alberto de Herrera había apostrofado a este último desde las páginas de El Debate cuando Chicotazo intentó desplazarlo del liderazgo: "una comadreja colorada se ha metido en el rancho de los blancos". Bordaberry siempre negó su blanquismo pero sus posiciones en un gobierno de este signo nunca le fueron perdonadas. Muchas de las dudas que plantearon no sólo su compleja personalidad sino además las actitudes que asumió, pudo haberlas aclarado definitivamente hablando para este trabajo, pero se negó a hacerlo con vasca obstinación. No quedó otro recurso que transcribir fragmentos de una excelente entrevista que le hizo en 1996 el colega Alfonso Lessa para su libro Estado de Guerra. "En febrero del 73, lo que estuvo en juego fue el poder, que pasó de los partidos políticos a las Fuerzas Armadas. Eso ocurrió desde el momento en que las Fuerrzas Armadas no acataron una decisión legítimamente tomada por un gobierno electo con todas las formalidades requeridas por la Constitución. (...) Y no les pasó nada porque no hubo ninguna reacción del Parlamento ni de los partidos ni siquiera popular. Yo hice un llamado desde Casa de Gobierno a los partidos y al pueblo para que fuera y no tuve ninguna repercusión. En ese momento, el poder que estaba en los partidos pasó a las Fuerzas Armadas porque su actitud no tuvo ninguna sanción. (...) El sistema político estaba muy desprestigiado, había un gran descreimiento en los políticos, en los partidos. El pueblo no creía más en los hombres públicos, incluído el Presidente de la República". Más adelante en este extenso reportaje, Bordaberry explicó por qué tuvo que pactar con los militares en Boisso Lanza. "Es notorio que en febrero de 1973, la izquierda, el Partido Comunista no defendió el antiguo poder, al contrario intentó ver si se podía filtrar en el nuevo. (...) Los dirigentes comunistas presionaban al ESMACO y a las Fuerzas Armadas para que cumplieran con los comunicados 4 y 7 que contenían postulados de izquierda, referían a los medios de socializar la producción, por ejemplo. Eran una gran mescolanza en la que evidentemente había metido manos gente con ideas de izquierda. Y era una gran tentación para las Fuerzas Armadas un régimen militar populista porque eso en aquel momento tenía la bendición del mundo. (...) En febrero la comodidad me decía renuncia y que otro se haga cargo de todo este lío. Pero mi conciencia no me dejó hacerlo porque yo veía ese riesgo. A mí me parecía que había que ponerse al frente del proceso que se venía para tratar de encauzarlo. (...) En aquel momento la izquierda no hizo nada más que tratar de infiltrarse en el nuevo poder. Hay algunos episodios que podría contar (...) como la propuesta que se me hizo en marzo de ese año 1973, para que la CNT hiciera un paro general en homenaje a las Fuerzas Armadas. Me trajeron esa propuesta y naturalmente la rechacé". Esta entrevista que no debe ser obviada por nadie que pretenda estudiar lo ocurrido hace casi treinta años, contiene por otro lado afirmaciones asombrosas como la de atribuir a la masonería un origen casi demoníaco y responsabilizar el origen de la guerrilla tupamara a un conflicto entre masones de izquierda (el MLN) y masones de derecha (los partidos políticos), recurriendo a argumentos parecidos a los manejados por la extrema derecha en los meses previos a la revolución española.
Para finalizar este repaso de culpas, el doctor Julio María Sanguinetti, un viejo lince de la política y estudioso de la realidad nacional contemporánea cuya visión no tiene por qué ser alterada por la valoración que se haga de sus dos presidencias, al analizar en el libro antes citado las responsabilidad del quiebre institucional del 73 expresó lo siguiente. "Yo creo que si vamos a hablar de responsabilidades individuales, nadie las tiene más que los tupamaros, nadie las tiene más que los que condujeron al país a la violencia, pero la explicación del golpe, más allá de la atribución de responsabilidades no hay ninguna duda de que responde a un fenómeno más complejo". Y preguntado acerca de lo que había incidido la falta de experiencia o de habilidad política de Bordaberry no rehuyó la respuesta. "Yo no quiero responsabilizar simplemente al presidente Bordaberry pero creo que ahí hubo una debilidad. Sin ninguna duda que Bordaberry no era un hombre de una firme convicción democrática en el sentido que nosotros lo entendemos. Era un hombre de una firma convicción anticomunista pero no de una firme convicción democrática. (...) Siendo su convicción más que democrática anticomunista, él sentía que su misión era detener al comunismo a cualquier precio, aún al precio de la democracia".
Queda por aclarar un último capítulo que ha permanecido muchos años en la penumbra: qué actitud tomó y cuales fueron las consecuencias que a causa de ella debió soportar en ocasión del golpe de febrero el entonces Vicepresidente Jorge Sapelli. "La gente estaba convencida de que Bordaberry no quería defender las instituciones y eso quedó demostrado por lo que sucedió a los pocos días" - expresó Sapelli a la revista Zeta en un reportaje ya citado- "Recuerdo que leí una vez un artículo de Zorrilla que decía que Bordaberry fue el primer golpista y bueno yo creo que es cierto". Sapelli se mantuvo totalmente al margen del golpe de febrero en el cual no creía, evitando toda participación pública. Un día después de la disolución de las cámaras, envió una carta al Presidente Bordaberry en la que reiteraba: "Sin participación alguna en los sucesos últimamente vividos ahora como en cualquier momento en aras de la imprescindible pacificación nacional estoy dispuesto a colaborar con el país hasta el límite de mi capacidad y de mis energías para su normal encauzamiento institucional y jurídico, pero con el libre pronunciamiento y actitud de los partidos políticos, esencia de la democracia". Estas definiciones le fueron contestadas en otra carta por Bordaberry de esta manera. "Sí, ha jurado usted por su honor como yo, guardar y defender la Constitución de la República. La diferencia radica en que mi sentido del deber y de cumplimiento del juramento prestado me impidió presenciar impávido cómo el desprestigio de las instituciones por la acción de los malos políticos y su utilización por los enemigos de la Patria enquistados hipócritamente en ella iban a terminar con las bases mismas de nuestra organización social y política".
Consultado Jorge Sapelli hijo para este trabajo aclaró algunos hechos y reveló otros. "Mi padre mantuvo el cargo hasta el primero de marzo del 77 fecha en que lo entregó al Comité Ejecutivo del Partido Colorado. Estuvo años en que no cobraba y le resultaba difícil encontrar un trabajo. Eso le trajo muchos problemas a la familia, tanto es así que muchos de sus integrantes estuvieron en contra de su posición y le aseguro que la economía familiar se nos vino abajo. No podría decir que sufrimos penurias pero sí que la pasamos muy mal. Yo entendí años después que por principios una persona es capaz de sacrificar sus bienes".
Treinta años después de los sucesos de febrero de 1973 que liquidaron la democracia uruguaya durante once años, la figura del entonces Vicepresidente Jorge Sapelli el hombre que tuvo la dignidad ponerse del lado de la legalidad, sigue sin tener el reconocimiento ni de sus conciudadanos ni de sus correligionarios ni de sus pares políticos. No se le ha hecho un homenaje, no hay una plaza, una calle que lleve su nombre.
César Di Candia
Material consultado para este trabajo
Diarios de la época
Colección de Busqueda febrero y marzo de 1998
Revista Zeta, junio de 1986
Libro Estado de Guerra de Alfonso Lessa. Ed. Fin de Siglo, 1996.
Libro La Subversión. Las Fuerzas Armadas al pueblo oriental. 1980
Libro Los años duros. Martha Machado y Carlos Fagúndez Ed. Monte Sexto 1987.
Folleto Las Opciones. Juan María Bordaberry. Ed. del autor 1980.
Folleto La democracia no es un dogma. Juan María Bordaberry. Ed. del autor 1986.
Entrevista a Jorge Sapelli hijo.
Cartas inéditas proporcionadas por éste.
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