2/5/08

Valodia - Luis Udaquiola




En 1996, el periodista Luis Udaquiola publicó Valodia, el libro que relata el caso Roslik y cuenta la vida y muerte del médico de San Javier. «Era una íntima necesidad de Mary... temía morir sin dejarle a Valery un testimonio escrito sobre el valor ético de su padre. Para mí fue una obligación moral que cumplí con mucho gusto y cariño», explicó. Editado por Banda Oriental y auspiciado por la Federación Médica del Interior, es uno de los textos nacionales más vendidos en el género investigación. Valodia en ruso es el diminutivo de Vladimir.


¿Cómo surgió la idea de un libro sobre el caso Roslik?

La iniciativa corresponde enteramente a Mary Zabalkin, la viuda del Dr. Roslik. Mi contacto fue en 1994, a través de su asesor legal, el Dr. Francisco Ottonelli. En las primeras páginas hay un reportaje que le realizara Jaque. Dijo textualmente: «Algún día voy a escribir un libro, no importa que pasen los años».

Realmente era una necesidad íntima de Mary, pero no se sintió capaz de hacerlo sola... El tema del libro fue aportado por Mary en tres o cuatro entrevistas, entre Salto, Paysandú y San Javier. También viajamos cinco veces al pueblo para recoger el testimonio de familiares, vecinos y amigos.

¿Qué recogió en ese primer encuentro?

Me emocionó que reconociera su temor a la muerte. Sufría porque se perderían sus recuerdos sobre la vida de Roslik. Siempre mencionaba la necesidad de dejarle un testimonio a Valery sobre el valor ético de su padre. Ese conjunto de razones me puso frente a una obligación moral que por supuesto cumplí con mucho cariño y mucho gusto.

La peripecia de Valery es muy especial. Mataron a su padre cuando tenía cinco meses. Fue criado por la madre y los abuelos, con recuerdos, testimonios y fotografías. Con cosas que se dicen y no se dicen, porque nunca se sabe si los niños están prontos para algo tan fuerte. Creo que es un chico muy sensible, muy inteligente, que esconde una afectividad muy fuerte detrás de sus silencios. Se nota que vive una etapa de descubrimiento de su padre.

¿Cuál fue el mayor problema que se planteó en la investigación?

Los siete años de Moscú fueron un verdadero agujero negro. Pudimos armar una historia bastante certera con el testimonio de ex becarios uruguayos de la Universidad Patricio Lumumba. Viajamos a Mercedes, Paysandú y Porto Alegre para entrevistar a médicos, ingenieros, semióticos... Así reconstruimos el clima humano y físico de Moscú.

Recuerdo que tuve que comprarme una guía de Moscú, para desgrabar reportajes muy pintorescos. Muchas anécdotas fueron confirmadas sobre el papel, sobre todo si ocurrían en estaciones del metro, aeropuerto y paisajes próximos.

Fue invalorable el aporte del matemático Alejandro Borches, radicado en Porto Alegre, del Dr. Luis Marichal, de Minas, y de varios ex becarios montevideanos. Todos, en algún momento, frecuentaron la habitación de Vladimir.

Algunos seguían sufriendo el mismo miedo de la dictadura, once años después del asesinato. Me asombró cómo hablaban en voz baja, con monosílabos, recordando que fueron perseguidos, encarcelados y hasta torturados por el solo hecho de haber estudiado en Moscú.

La infancia fue más fácil de reconstruir.

Sin dudas... con los recuerdos de hermanas y su hermano Miguel, todos mucho mayores que Vladimir, quienes aportaron testimonios de pequeños agricultores.

La adolescencia fue la etapa más difícil, por falta de personas que pudieran aportar datos. Nos sirvió la memoria del Dr. Ricardo Voelker, un médico de Salud Pública radicado durante años en el pueblo, con quien el por entonces jovencito descubrió su vocación. Voelker, un alemán de pura cepa, era responsable de la policlínica y director del liceo.

Los familiares de Roslik sostienen que la relación no terminó bien...

Todo cambió luego del regreso de Moscú. Los años enfriaron un poco las cosas, a lo que se suma la competencia que significó la presencia de un médico joven. Se dice que Vladimir no pudo trabajar en Salud Pública a causa de presiones de Voelker. Es difícil de comprobar.

Ambos estaban en polos ideológicos opuestos. Voelker fue candidato a diputado de Pacheco Areco en 1971 y, aunque Vladimir no tenía una militancia política conocida, es lógico suponer su simpatía por la izquierda.

Personalmente, prefiero quedarme con el testimonio del viejo amigo, aportando una imagen muy tierna y afectuosa. Hay grabaciones de ambos cantando tangos, la música preferida de Voelker.

¿Notó temor en sus viajes a San Javier?

No en todos. Sí noté cierto temor en los colonos más antiguos y familiares. Todavía hay algunos miedos y oposiciones en retirada. Hasta nos encontramos con gente que creyó o dijo creer algunas fábulas que se tejieron en 1984... por aquello de las armas y la presunta guerrilla.

Tengo presente a un personaje conocido como «Carozo», gran acordeonista ruso, que estuvo con Vladimir en la misma celda del penal de Libertad. Nunca quiso darme un testimonio. Una vez me llegó a acusar de enviado de la policía o el ejército.

¿Pudo comprender por qué Roslik permaneció en su pueblo hasta el final, a pesar de los riesgos que enfrentaba en plena dictadura?

Es probable que en una ciudad más grande todavía estaría vivo y hasta tendría la sólida posición social y económica que disfrutan muchos médicos.

Intento una justificación al principio del libro, recordando cómo fue la inmigración rusa que desembarcó en las costas del río Uruguay. Los trajo un motivo religioso. Soportaron un viaje largo y terrible con epidemias de viruela; permanecieron en un hotel de inmigrantes de Montevideo mientras morían familiares en el «fin del mundo».

Vladimir llevaba muy dentro de sí que sus abuelos comenzaron de menos que cero y sus padres comieron el pan que el diablo amasó. Cuando hay tanto dolor compartido se crea un lazo indestructible. Quizá esto explique por qué volvió a su tierra para quedarse hasta la muerte... como una forma de honrar ese dolor. Un pasado que no se honra en Montevideo, ni en Fray Bentos.

Cuando empezaron a soplar malos vientos a principios de los '70, mucha gente le dijo «andate, qué hacés acá». Pero se quedó... y con que dramático resultado.

¿Pudo desentrañar el motivo ideológico del asesinato?

Mantuve un corto intercambio de palabras con el teniente general Medina, que me permitió plantearle la hipótesis de una interna militar que por entonces enfrentaba a «aperturistas» y «goyistas». Al principio, formalmente, descartó que la muerte de Roslik fuera una «cama» para cortarle el camino hacia el entorno del primer gobierno posdictadura. Finalmente, admitió textual: «Hay dudas que uno se lleva con la muerte».

No es que me afilie a la hipótesis de Medina, ni siquiera la publiqué en el libro, pero supongo que tenía algunos elementos más que el común de los ciudadanos. «Se les fue la mano», me admitió. No es descabellada la idea de un homicidio ultraintencional. Hay respuestas sin palabras, gestos, miradas, silencios, que nos ayudan a encontrar certezas... que no son traducibles al formato texto.

¿Tiene alguna otra historia sin contar?

Otra experiencia dura fue la entrevista con el doctor Saiz, el médico militar que firmó un certificado de defunción falso. Me sentía obligado a visitarlo por una cuestión de ética profesional. Para pactar la reunión lo llamé de un teléfono público, sin mucha esperanza de conseguir algo positivo, pero me encontré con un «sí» tan rápido como sorprendente.

Cuando llegué a la casa, media hora después, el paisaje había cambiado un poco. Estuve allí tres horas de una noche invernal de Fray Bentos, entre las seis y las nueve. Me encontré con un tipo muy hosco. Apurado por explicarme que seguía prestando servicios en el ejército.

Interpuso a su esposa en la conversación. Una mujer muy tensionada, muy nerviosa. No era hosca, pero hubiera preferido... Hablaba solamente ella. En medio de este panorama insólito, mal podía prender el grabador sin provocar un cortocircuito. Fue una situación casi demencial.

Opté por tomar nota y memorizar lo que ella decía... siempre mirando la cara de Saiz para descubrir si era verdad, o si estaba de acuerdo con aquellos dichos. ¿Cómo decirlo con respeto? Fue... surrealista.

¿Se mostró arrepentido o avergonzado?

En ningún momento asumió responsabilidad por la muerte o alguna irregularidad en la autopsia del cuerpo. Se escudó en que debió hacer una autopsia sin ser médico forense. Sigue sosteniendo que Roslik murió de un paro cardíaco. Sentí que el trabajo fue inútil, porque no decía la verdad.

Me queda la idea de un retrato del cuartel de Fray Bentos con un cierto clima de paranoia entre los mandos medios. Sin llegar a la insubordinación formal, la esposa de Saiz me sugirió que allí no mandaba el comandante, sino que existía un grupo de poder, encabezado por Caubarrere y Olivera. Para la señora, ellos se «excedieron» con Roslik, como ya se habían «excedido» con otros.

¿Intentó hablar con Caubarrere?

No, cuando me lo planteé, sufrí un fuerte ataque de repugnancia. Descubrí que había sido ascendido y que era jefe de la imprenta del Ejército. Creo que somaticé el dolor espiritual en un incontrolable dolor de estómago. Alguien podría acusarme de poco profesional, pero, después de escuchar el testimonio de compañeros de Roslik sobre su sufrimiento en los últimos minutos de vida, difícilmente se pueda encarar un diálogo tan cínico.

En el otro extremo puede situarse la experiencia de conocer a los médicos que firmaron la segunda autopsia...

Siempre destaco el papel que tuvo el Dr. Jorge Burjel, un médico militar de Paysandú que interpuso su honor profesional por encima de la comodidad de un cargo en el Ministerio de Defensa. Es un hombre muy lúcido, que merece el mayor homenaje, no solamente de los médicos, sino de todo el país verdaderamente democrático.

Los médicos que cambiaron aquella versión oficial del paro cardíaco, actuaron con absoluto sentido profesional, sin implicancias ideológicas. Creo que es bueno desmistificar el episodio de la segunda autopsia. Todos reconocieron que hubo dudas y temores antes de poner sus firmas. Es humano. Hace aun más valiosa esa actitud profesional.

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