29/5/08

Secuestros de 1970, por Di Candia - IV

El cuerpo del asesor de la Policía Dan Mitrione no tuvo velatorio en territorio nacional. Trasladado unas horas a la empresa Martinelli, fue embarcado a las 17.35 en un Boeing 707 de la Fuerza Aérea estadounidense rumbo a Richmond. Lo acompañaron su esposa y sus nueve hijos. El féretro, envuelto en la bandera nacional y en la de Estados Unidos, fue llevado a pulso por Infantes de Marina al son de una marcha fúnebre. Previamente hubo una ceremonia de homenaje en la cual participaron algunos ministros, jefes militares, personal del cuerpo diplomático y el nuncio apostólico. Hicieron uso de la palabra el embajador norteamericano Charles Adair y en nombre de nuestro gobierno el ministro de Relaciones Exteriores Jorge Peirano Facio. Este último, en un pasaje de su alocución, expresó: "Mitrione era funcionario de un país amigo; pero no llegó a estas playas a cumplir con un deber diplomático, sino para consagrar su empeño y su inteligencia al mejoramiento de la organización de nuestra sociedad. Eso obliga a un modo especial de nuestro sentimiento y explica que su féretro esté abrigado no sólo por la bandera de su patria, sino también por la bandera de nuestro país por el que tanto hizo y en el cual –por esas vueltas inexplicables del destino– encontró una muerte que será eterna humillación para nuestra civilización cristiana y occidental".

Según los diarios, una radioemisora había interpretado cabalmente el dolor y la vergüenza de los uruguayos, al cerrar su transmisión desde el aeropuerto con esta frase: "¡Dan Mitrione, perdónanos!". Otra información, recogida por los medios al caer la noche, daba cuenta de que el embajador uruguayo en Estados Unidos Héctor Luisi había informado al gobierno de aquel país que las autoridades de nuestro país darían el nombre del funcionario asesinado a una calle y además levantarían un monumento a su memoria con una placa de bronce donde estaría escrita esta frase: "A Dan Mitrione, eterno recuerdo. Dio su vida al servicio de la democracia de su país y más allá de sus fronteras". La calle hoy no existe y el monumento jamás se construyó.

Casi a la misma hora, los tupamaros procedían a la divulgación de su comunicado número 10, en el cual hacían saber que los otros cautivos se hallaban bien y adjuntaban como prueba dos cortas misivas de éstos. La de Días Gomide, que era mucho más comercial que familiar, decía: "Querida Aparecida. Me olvidé decirte que debes telefonear para el Banco y conversar con el gerente, instruyéndole sobre el pago de los dos seguros (montepío) y los beneficios correspondientes al presente mes de agosto. Habla también con Dutra y con Méndes sobre los pagos que deberán ser efectuados este mes. Estoy bien. Reza. Recuerdos y saludos. Aloysio". El dedicar apenas tres palabras a su situación personal y dos al afecto hacia sus seres queridos, parecía querer significar que algo, seguramente una negociación, lo tenía a salvo de toda violencia. La otra explicación es que los términos oficinescos pudieran estar escondiendo algún mensaje solamente entendible entre ambos.

La carta del ingeniero agrónomo Claude Fly, era de un tenor bien diferente. "Querida Miriam: me he bañado y recibido ropa interior limpia. Ellos han tenido un doctor que examinó mi garganta y mi pecho y recetó medicinas. La comida es buena... carne, frutas, papas y otras cosas. Nosotros solo podemos desear y orar para que las cosas se solucionen... entonces, esperar. Yo deseo mucho regresar al trabajo y quedar libre si esto puede ser arreglado. Tengo material de lectura en inglés y estoy usando lentes aquí. Ellos están tratando de conseguir mis anteojos. Cuando esto ocurra, veré mejor. Escribe a los chicos y diles que los quiero y que no estén preocupados. No sé nada, pero siento mucha preocupación acerca de mí mismo. Ellos se conducen bien conmigo porque dicen que estoy siendo un buen muchacho. Que Dios te bendiga y te guarde. Cariños Claude".

El asesinato de Mitrione no hizo más que aumentar la alarma brasileña pensando que un destino igual correría su cónsul Días Gomide. Un cable de AFP fechado en Río de Janeiro informó ese día que ocho aviones militares de transporte habían conducido hasta Santa Ana do Livramento a un contingente de paracaidistas y allí habían quedado en estado de alerta. La misión que se les había encomendado –se explicaba– era impedir que los sediciosos uruguayos pudieran trasponer la frontera huyendo hacia Brasil. Las verdaderas intenciones nunca fueron divulgadas oficialmente. Las radios captadas en los departamentos fronterizos confirmaban lo anunciado días antes: el Tercer Ejército de aquel país marchaba rápidamente sobre la zona limítrofe y salvo tal vez la Cancillería uruguaya, no se sabía lo que se estaba tramando. Los titulares de los diarios orientales "Calma total reina en la frontera", daban a entender que en ese lugar reinaba cualquier cosa menos la calma.

El paréntesis de estupor provocado por la ejecución del asesor policial estadounidense, dio paso a un acrecentamiento de las acciones represivas. Con diferencia de pocos días, fuerzas del ejército y la policía allanaron lugares tan disímiles como la sede del club Nacional, el Hospital Pasteur, la iglesia Tierra Santa, la Facultad de Agronomía, el Cementerio Central, la iglesia San Agustín, el teatro Solís, las oficinas de United Press y la catedral de Montevideo. Paralelamente seguían deteniendo guerrilleros del MLN, del OPR 33 y del Movimiento FARO. Pese a sus continuos reveses, los tupamaros, quienes conservaban todavía el as en la manga de los dos secuestrados, no abandonaron sus acciones delictivas. Siguieron asaltando sucursales bancarias con tanta frecuencia que el gobierno dio orden de clausurarlas todas transitoriamente. En uno de esos operativos resultó muerto un funcionario policial lo que aumentó a 12 la cantidad de agentes fallecidos en la lucha contra la guerrilla urbana. Además, coparon por diez minutos radio Sarandí mientras transmitía un partido Carlos Solé y pusieron una bomba en el local de emisión de Radio Montecarlo. Tampoco los estudiantes se quedaban quietos. A las continuas refriegas con la policía se sumó una enorme pintada en las paredes exteriores de la Universidad de la República que, aludiendo a los duelos por Mitrione preguntaba: "¿Quién llora a los muertos de Vietnam?".

Mientras, el asesor era enterrado en Richmond entre discursos elogiosos y se anunciaba que la tensión con Brasil y Estados Unidos disminuía notoriamente, señal que obedecía a lo que ya era un secreto a voces: la decisión de negociar por la libertad del cónsul Días Gomide y del ingeniero Claude Fly. El sábado 15 de agosto el diario El País dedicó toda su portada a informar sobre un entendimiento entre el MLN y las autoridades, cuyo final sería la liberación de los secuestrados. Según ese medio, Raúl Sendic y otros altos dirigentes habían quedado muy molestos con la opción de matar a Mitrione y ahora estaban profundamente decididos a que los otros dos secuestrados no corrieran el mismo fin. No solamente lo consideraban un acto cruel e innecesario sino que lo valoraban como muy negativo para la popularidad del movimiento. Por mediación del ministro Carlos Fleitas, se facilitó una reunión a solas de Sendic con tres sediciosos presos de jerarquía dentro del movimiento: Jorge Maneras, Julio Marenales y Eleuterio Fernández Huidobro. En esa reunión se adoptó una resolución y se solicitó permiso para transmitirla a los compañeros del penal. Cuando todo parecía ya resuelto (aunque nunca trascendió cuáles eran los términos económicos del canje) disidencias internas dentro de Punta Carretas impidieron el acuerdo. Sin embargo, en los meses siguientes no se mencionó más la posiblidad de alguna nueva ejecución y todos siguieron aguardando la culminación de unas negociaciones que todavía demoraron varios meses.

Al cumplirse un mes del asesinato de Dan Anthony Mitrione, el cantante Frank Sinatra y el comediante Jerry Lewis ofrecieron un recital en Richmond con el fin de recaudar fondos para que los nueve hijos de la víctima pudieran seguir estudiando. Se recaudaron cien mil dólares los que probablemente hayan alcanzado para las matrículas de sólo un año de los tres mayores.

Al centrar la atención de este trabajo únicamente en los secuestros de 1970, en especial los de Mitrione, culminado con su ejecución y Días Gomide, liberado luego de la entrega de una cuantiosa suma de dinero, se omite deliberadamente toda mención a los años inmediatos, que se enmarcaron en un terrible juego de violencias, nuevos secuestros, represiones, desapariciones, asesinatos cometidos por tupamaros y parapoliciales, fugas masivas y creciente preponderancia de los grupos militares que culminaron con el desacato de febrero del 73 y la dictadura de junio del mismo año. El 21 de febrero de 1971, culminando una serie de contactos, petitorios personales, incansables gestiones de su esposa, rogativas y negociaciones que se prolongaron durante siete meses, fue dejado en libertad el cónsul brasileño Aloysio Días Gomide. Los detalles de este operativo serán motivo de la próxima nota de esta serie. Diez días después, el ingeniero Claude Fly, quien había sufrido un infarto durante su cautiverio, lo que había provocado el secuestro y liberación inmediata del cardiólogo Jorge Dighiero Urioste, fue dejado en la puerta del sanatorio Británico en una camilla, con todo su historial médico.

Es del caso ahora estudiar la verdadera personalidad de Dan Anthony Mitrione, luego de su muerte, en un repudiable acto de justicia personal de miembros del MLN. Cubierto de ditirambos por altos miembros del gobierno y de autoridades de los Estados Unidos y el resto del mundo, homenajeado con un duelo nacional al cual se adhirió casi toda la oposición (el diario El País exhibió la foto de Wilson Ferreira firmando el álbum en la embajada estadounidense) elogiado por sus virtudes morales, su alto sentido de la dignidad y la falta de intencionalidad e inocencia de su trabajo. Hubo expresiones y acciones dictadas por la emoción y la indignación del momento, que a los 35 años merecen seguramente una revisión. Mitrione fue ejecutado en una forma cruel e inútil y nadie puede defender ese crimen. De hecho, lo rechazó la propia dirigencia tupamara. Pero no fue el único muerto con inusual salvajismo durante ese período de insanía. También fueron asesinados el peón Pascasio Báez, por descubrir una tatucera, y los soldados que custodiaban la casa del comandante en jefe del Ejército y una larga lista de policías y un jefe de la cárcel y muchos civiles inocentes. Y poco importó la vida de los estudiantes ultimados por el escuadrón de la muerte, ni los ocho comunistas fusilados en la calle frente la sede de la seccional 20, ni los asesinados como represalia por la muerte del coronel Trabal, ni los que, como Julio Castro, fallecieron por no soportar las torturas ni los homicidios de uruguayos por encargo, como los del senador Zelmar Michelini y el diputado Héctor Gutiérrez Ruiz.

Dan Anthony Mitrione era un experto en torturas, que había llegado al Uruguay enviado por la CIA en un programa clandestino y secreto que comprendía toda América Latina, cuyo fin era coadyuvar a destruir a las izquierdas soliviantadas desde el acceso al poder de Fidel Castro. Tiempo después, un ministro de aquellos días le confió a quien escribe estas notas, que la misión de Mitrione era efectivamente esa, pero que el gobierno la ignoraba por completo y el silencio al respecto mantenido en los años posteriores parece confirmarlo. La ignorancia de los gobiernos en casos como el de referencia no es admisible, y tampoco un eximente de culpa. Pero probablemente esa fue la causa por la cual el Poder Ejecutivo de la época, integrado por políticos tan avezados como Julio María Sanguinetti, Carlos Fleitas, Juan María Bordaberry, Armando Malet, Jorge Peirano Facio y el propio presidente Pacheco no vaciló en calificar al asesor policial de "héroe silencioso de honradez intachable que trabajaba por la convivencia pacífica de nuestro pueblo".

Durante el primer gobierno legal que siguió a la dictadura, fue publicado en nuestro país un libro llamado "Pasaporte 11333. Uruguay, ocho años con la CIA" cuyo autor era Manuel Hevia Cosculluela. Este hombre, cubano de origen y fidelista acérrimo, se había infiltrado en la CIA (por indicación de la policía secreta de su país o por propia voluntad, no está claro) y había ejercido funciones en el Uruguay. Alguien que espía para Cuba dentro de la CIA y para la CIA dentro de Uruguay no puede inspirar confianza y mucho menos respeto. Sin embargo, todos los datos y las referencias a personas, hechos y direcciones que aporta el libro son tan exactos que cuesta no creerle. En sus andanzas como espía llegó a Dan Mitrione, que había sustituido a otro asesor policial de apellido Saenz. "El nuevo asesor" –escribió– "se reservaba como tarea principal el adiestramiento de ciertos oficiales y policías en la técnica de interrogatorios a detenidos políticos. Por Cantrell" (nota: otro miembro de la CIA) "sabía que esa había sido su principal actividad en Brasil. (...) Habíamos obtenido una casa en Malvín, la cual reunía los requisitos mínimos: sótano adaptable a modo de pequeño anfiteatro, provisto de aislantes a prueba de sonidos, garaje con puerta interior a la residencia y vecinos distantes. A partir de ese momento, Mitrione comenzó a transformarse hasta convertirse en un perfeccionista que lo verificaría todo personalmente. (...) El curso especial se realizó por grupos de no más de una docena de alumnos. El primero se constituyó con antiguos agentes de reconocido crédito, adscritos a la Dirección de Información e Inteligencia. Para el segundo se seleccionaron oficiales graduados de la Academia de Policía de Washington y asimismo se reservaron cuatro plazas para las jefaturas de Cerro Largo, Maldonado, Rivera y Salto. (...) Las clases comenzaron insinuantes: anatomía y descripción del funcionamiento del sistema nervioso humano, psicología del prófugo y psicología del detenido, profilaxis social –nunca llegué a saber en qué consistía y la considero un elegante eufemismo para evitar otra denominación más severa– etc. Pronto las cosas tomaron un giro desagradable. Como sujetos de las primeras pruebas se dispuso de tres pordioseros conocidos en el Uruguay como bichicomes, habitantes de los suburbios de Montevideo así como de una mujer, aparentemente de la zona fronteriza con Brasil. No hubo interrogatorio, sino una demostración de los efectos de diversos voltajes en las partes del cuerpo humano, así como el empleo de un vomitivo –no sé por qué ni para qué– y otra substancia química. Los cuatro murieron. (...) Lo que ocurría en cada clase era de por sí repulsivo. Lo que le daba un aire de irrealidad, de particular horror era la fría y pausada eficiencia de Mitrione; su vocación docente, su atención a los detalles, lo exacto de sus movimientos, el aseo e higiene que exigía a todos, tal si estuvieran en una sala de cirugía de un moderno hospital. (...) Mitrione consideraba el interrogatorio un arte complejo. Primero debía ejecutarse el período de ablandamiento, con los golpes y vejámenes usuales. Nada de preguntas, sólo golpes e insultos. Después golpes en silencio exclusivamente. Sólo después de esto el interrogatorio. Aquí no debía producirse otro dolor que el causado por el instrumento que se utilizara. (...) Durante la sesión debía evitarse que el sujeto perdiera toda esperanza de vida, pues ello podría llevarlo al empecinamiento. Luego me expresaba como al recibirse un sujeto, lo primero que se hacía era determinar su estado físico, su grado de resistencia mediante un exhaustivo examen médico, porque una muerte prematura significaba el fracaso del técnico. "Siempre hay que dejarles una esperanza, una remota luz" –decía– (...) "Esta es una guerra a muerte. Esa gente es mi enemiga. Este es un trabajo duro, alguien tiene que hacerlo, es necesario. Ya que me tocó a mí, voy a hacerlo a la perfección. Si fuera boxeador, trataría de ser campeón del mundo, pero no lo soy. No obstante en esta profesión, mi profesión, soy el mejor".


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