Desde el momento del secuestro de su marido, la señora Aparecida de Días Gomide movió todos los resortes posibles y apretó todos los timbres buscando su liberación. No hubo lugar que omitiera ni recurso que dejara de lado, aunque seguramente hoy recuerde que casi nunca tuvo el eco que esperaba. Le habló personalmente al presidente de Uruguay Jorge Pacheco Areco y mandó carta tras carta al de Brasil, Garrastazú Médici. Procuró entrevistarse con las autoridades eclesiásticas en pos de una mediación, se prestó a todas las convocatorias y su rostro angustiado, junto al de su suegra, a los de sus hijos, pobló las páginas de los diarios. Cuando varios cabecillas del MLN fueron capturados al llegar a un apartamento de la calle Almería donde tenían una reunión ejecutiva, no vaciló en plantear una reunión con ellos para rogarles que dejaran en libertad a su marido. El día en que los tupamaros anunciaron que matarían a Mitrione, cinco de sus hijos fueron embarcados para Brasil, pero ella, el menor de sus niños y su suegra quedaron viviendo en la embajada de Brasil, desde donde podían continuar con sus desesperadas peticiones. Poseedora de un enorme temple, recorrió todos los medios solicitando apoyo. Muchas veces se quebró ante las cámaras de televisión, pero no abandonó la lucha. Al aparecer el cadáver del asesor policial, convocó a una conferencia de prensa y, sollozando, dijo: "Por amor de Dios querido pueblo uruguayo ...háganlo...imiten todo lo que estoy haciendo por la vida de mi esposo. Les ruego por el amor de Dios y de la Virgen que vayan a la casa del presidente y le pidan que haga el canje. Ellos, los secuestradores, lo desean... Ellos no quieren otra cosa... Ustedes ya saben lo que ha ocurrido con Mitrione...También le digo al presidente: no va a quedar mal parado frente a los uruguayos... Por el contrario, ellos lo querrán más si usted realiza ese gesto de bien desde su corazón. Sé que lo puede hace, está en sus manos hacerlo... Mis queridos uruguayos, háganlo por mí, por mis hijos ¡por el amor de Dios!"
Con el correr de los días, las apariciones de la esposa del cónsul Días Gomide ante la prensa se fueron espaciando y los telegramas provenientes del exterior empezaron a anunciar sin ningún ocultamiento, que las autoridades de Brasil habían resuelto negociar directamente con los tupamaros, por afuera de lo que dispusiera el presidente Pacheco. Es más que probable que la máxima autoridad uruguaya hubiera sido consultada al respecto, pero a Pacheco como líder político le convenía mucho más aparentar ignorancia ante aquellas gestiones, porque de esa manera podía seguir manteniendo la imagen pública del hombre fuerte que no quería transar. Lo mismo había hecho cuando el vicepresidente Alberto Abdala había conversado secretamente con los líderes tupamaros buscando una tregua. Las informaciones sin embargo estaban en todos los medios de prensa y hasta se sabía que el gobernador de Río Grande del Sur, Leonel Brizola, estaba dispuesto a colaborar con 50.000 dólares para el rescate. Pasado cierto tiempo, María Aparecida, su hijo menor y su suegra se fueron a su país y trascendió que ella había iniciado allí una colecta gigantesca capaz de posibilitar la libertad de su marido. El gobierno uruguayo para el cual como se ha dicho, todo canje constituía una aflojada inadmisible, se limitó a hacer la vista gorda aunque deslizó que trataría de impedir que aquel pudiera concretarse en territorio nacional. El 21 de febrero del año siguiente, cuando Días Gomide fue liberado, nadie ignoraba que por él se había pagado un cuantioso rescate, pero se ignoraban los detalles. Se pensaba que aunque el peligro tupamaro había cesado y gran parte de sus dirigentes estaban presos, no convenía que los cuadros sobrevivientes recibieran dinero con el cual comprarían armas y complicidades. El razonamiento era el correcto. Pero ni el Poder Ejecutivo ni la Policía ni el Ejército imaginaban que pronto se producirían fugas masivas de las cárceles, todo volvería a punto cero y se reanudarían los enfrentamientos.
En enero de 1972, el semanario Marcha reprodujo un artículo del diario brasileño O Estado de Sao Paulo, describiendo la forma en que el 3 de febrero del año anterior, dos semanas y media antes de la liberación del diplomático, había sido pagado un rescate cercano al millón de dólares.
Como se ha dicho en párrafos anteriores. María Aparecida había impulsado una campaña de donaciones populares, ya que el gobierno brasileño, solidarizado con Pacheco, no había querido ofrecer ni un cruceiro. Aparentemente no se habría alcanzado la cifra solicitada por los secuestradores, aunque muy pocos deben saber con exactitud cuál fue la suma finalmente pagada ni cómo se concretaron en ese período los regateos correspondientes. Lo que sí reveló el diario paulista fue que a fines de enero, la señora del cónsul comunicó al grupo de amigas personales que integraban su comisión de recaudación, que el dinero ya estaba y el próximo paso sería su entrega en una fecha ya determinada. Una de esas señoras, compañera de colegio de María Aparecida, sugirió para cumplir esa comisión a su marido el abogado Marcos Azevedo y la esposa de Días Gomide a su vez, designó a una señora llamada Ivani Almeida, de su estricta confianza. En una reunión secreta mantenida en el apartamento de Aparecida, sobre la calle Pompeu Loureiro en pleno Copacabana, Azevedo y la dueña de casa ultimaron los detalles del pago. Luego fueron a un apartamento cercano donde fue presentada a Azevedo quien sería su compañera de viaje. Ambos trataron de inmediato de comprar dos pasajes en ómnibus para Porto Alegre y como estaban agotados y se aproximaba la fecha de entrega, tuvieron que intervenir para solucionar el problema,’ algunas autoridades que no fueron reveladas. Cuando Azevedo y Almeida regresaron con sus pasajes a la residencia de la esposa del cónsul, observaron la llegada de dos autos Ford Galaxie llenos de guardias quienes bajaron un bolso, presumiblemente con dinero. A los pocos segundos, también arribó María Aparecida con otro. Ambos sacos fueron conducidos con el mayor sigilo al apartamento de Ivani Almeida donde custodiados por los dos viajeros quedaron guardados hasta el momento de la partida.
Esta se produjo a las 6.30 de la mañana del 30 de enero. Las personas encargadas de la operación llevaban el dinero envuelto en un paquete de papel amarillo, dentro de una bolsa de plástico. Como al parecer ésta era de menor tamaño que el paquete (un detalle que pone de manifiesto una absoluta falta de previsión difícil de entender) tuvieron que ponerle encima un mantel para disimular. Esa misma mañana la señora del cónsul Días Gomide se embarcó en avión con destino a Montevideo donde suponía le sería entregado su marido. Los siguientes detalles de la negociación tuvieron varios matices de comedia. "A la bolsa de plástico con el dinero" —contó Marcos Azevedo al diario paulista— "se le rompieron las asas. Hubo que salir a buscar otra igual por San Pablo porque los mangos rojos eran parte del plan establecido para la entrega del rescate, el que iba a tener lugar en la frontera de Brasil con Uruguay, en una plaza de la ciudad de Rivera. Ivani, vestida de blanco estaría sentada en un banco de la plaza fingiendo tejer y yo a su lado, teniendo el bolso de mangos rojos con el dinero para ser entregado al hombre que diese la señal acordada. Sin embargo, por más que cumplieron las indicaciones en Rivera, el tupamaro que debía recibir el dinero no apareció en todo el día. Ante ese fracaso, se trasladaron al hotel Everest de Porto Alegre, como estaba acordado en caso de presentarse algún problema y aguardaron las nuevas instrucciones. Estas llegaron el 1º de febrero. Una llamada telefónica desde Rio de Janeiro les indicó que debían esperar dos días más las noticias que les llegarían desde Montevideo. Confirmando lo anunciado, el martes inmediato recibieron otro telefonazo: ‘encuentro a las 12 horas de mañana enfrente a la tienda Cairo en el Chuy’. Apresuradamente trataron de tomar el primer ómnibus que los llevara desde Porto Alegre hasta la frontera. Con la espera, los nervios de los dos emisarios habían aumentado al punto tal que en Pelotas creyeron observar que en los primeros asientos se habían instalado cuatro uruguayos que podían ser policías para frustrar la negociación o terroristas para darle cumplimiento. Seguramente no era ni una cosa ni otra, porque en el Chuy dejaron de verlos. Se alojaron en un pequeño hotel del lado uruguayo a cuadra y media del lugar indicado y pasaron en vela la noche entera custodiando los dólares por miedo a un asalto"
Al día siguiente, de acuerdo a lo relatado por el abogado Azevedo, él salió bien temprano del hotel para hacer un reconocimiento del lugar donde debían entregar el dinero, dejando a la señora Ivaní en la habitación con la prevención de que no le abriera a nadie. Según contó, estaba muy asustado y el miedo le aumentó cuando creyó ver entre la gente que recorría el lado brasileño comprando en los comercios, a uno de los uruguayos que venían en el ómnibus. Como no respondía a la descripción física de la persona con la cual debían entrevistarse, llegó a la conclusión de que era un policía y que, por lo tanto, habría problemas con la entrega. En su miedo, imaginó hasta un tiroteo entre autoridades y tupamaros, en el cual ellos dos quedarían en el medio. Desalentado, volvió al hotel y contó sus sospechas a la señora que lo acompañaba. ¿Qué hacer ahora? Deliberaron un rato y decidieron seguir adelante. Lo sensato era pensar que eran solo aprensiones provocadas por los nervios.
Quince minutos antes del mediodía, tomaron el paquete con el dinero, volvieron a ponerlo en el bolso de asas rojas que habían comprado nuevamente en la estación de San Pablo y salieron del hotel. Uno primero y otro más tarde para no llamar la atención de nadie. Deliberadamente aparentaban un aire casual, como turistas decididos a comprar barato. Ambos se volvieron a juntar en una esquina y lentamente caminaron hacia el lugar indicado. Aún faltaban diez minutos y la tensión iba en aumento. Llegaron hasta el lugar, procuraron ubicar con la mirada a la persona cuyas características les había sido descrita y a nadie vieron. Entonces decidieron recorrer algunas tiendas, igual que el resto de los visitantes del Chuy. Compraron sardinas, dulce de guayaba, rapadura de coco, pasta de dientes y jabones. La señora adquirió algunas prendas de algodón y unas sandalias que no necesitaba. Él, un juego de destornilladores que después dejó olvidado en el hotel. Cerca ya del mediodía, se pararon en la vereda de enfrente al supermercado Cairo. El señor Azevedo relató detalle por detalle las alternativas posteriores al diario paulista. "El sol estaba fuerte. Nos paramos debajo de un árbol cuarenta metros antes de la tienda El Cairo. Al mediodía nos fuimos aproximando lentamente al lugar del encuentro. La calle estaba completamente desierta. Vimos a un joven alto, de lentes oscuros —usaba corbata pero sin saco— viniendo del lado uruguayo de la calle, dirigirse hacia la tienda Cairo. No puede ser otra persona, pensé y sentí que temblaba. No era para menos". Azevedo estaba dando cumplimiento a la misión más riesgosa de su vida. ¿Cuánto habría dentro de la bolsa de asa roja? ¿Medio millón de dólares? ¿Tres cuartos? ¿Un millón tal vez? Él no lo sabía con exactitud, pero era suficiente como para asegurar el futuro de cualquier ser humano. ¿Y si la policía estaba alertada y todos morían en la balacera? ¿Y si el dinero desaparecía para siempre? ¿Cómo justificarían los hechos (en caso de quedar vivos) frente a María Aparecida y a toda la gente que había aportado dinero para la colecta? Tuvo dudas que el joven que se les acercaba fuera el indicado. De pronto, era una trampa. No había forma de estar seguros. A ninguno de los dos les dio por pensar que el muchacho podía estar tan aterrorizado como ellos. Él se detuvo cerca de los dos emisarios y aparentó indiferencia. Cada tanto miraba el reloj como si estuviera pendiente de la venida de alguna persona. De pronto, ellos vieron que se les aproximaba y Almeida y Azevedo creyeron morir de susto. Cuando estuvo frente a ellos, los miró de frente. "Temblando, mostré la bolsa de mangos rojos. El joven dijo la contraseña: ‘¡que nuestra Señora Aparecida nos proteja!’ Ivani respondió: ‘¡Estamos protegidos!’ Y conforme al plan, abrazó al joven demostrando intimidad, preguntándole como se encontraban su padre y su madre. María Aparecida es la santa patrona de Brasil y por lo tanto su invocación no tenía por qué llamar la atención. En apariencia, las cosas se estaban desarrollando de acuerdo a lo planificado, pero no estaban seguros. A unos metros, creyeron ver a dos hombres que los observaban y pensaron que el tiroteo iba a empezar de un momento a otro.
Hasta este punto del relato de Azevedo al diario, todo respondía a los pormenores de una mala novela policial. Salvo el detalle del Chuy brasileño desierto a la hora del mediodía en pleno mes de febrero, algo absolutamente imposible de creer, el pagador del rescate había contado estrictamente la verdad. No había motivo entonces para dudar de los pasos siguientes. "Inmediatamente con ayuda de Ivaní, retiré la bolsa del dinero y se la entregué al joven. Nos volvimos y salimos de prisa, temiendo una celada de la policía y el consiguiente tiroteo. Muchos metros después miramos para atrás y no vimos a nadie más frente a la tienda".
Lo primero que siguió a la sensación de alivio experimentada por Marcos Azevedo e Ivaní Almeida, al verse libre de peligro y con su misión cumplida, fue la necesidad de llamar a María Aparecida. Cruzaron la calle fronteriza y trataron de ubicar un teléfono del lado uruguayo. Desde allí llamaron a la esposa del cónsul que tanto o más nerviosa que ellos, se encontraba alojada en la casa del diplomático brasileño Quintino Deseta. Cuando le comunicaron que el operativo rescate estaba cumplido, ella comenzó a llorar y casi no pudo articular palabra.
Sintiéndose ellos también liberados de un enorme peso, Almeida y Azevedo cumplieron con el ritual de comer pollo al spiedo en un restaurante brasileño, regresaron el hotel, esperaron la llegada del ómnibus de línea y se embarcaron rumbo a Montevideo. Ambos querían vivir el emocionante momento en que Días Gomide recuperara su libertad, para cuya puesta en práctica tanto habían colaborado. No pudieron cumplir con sus deseos. El diplomático recién fue liberado 19 días después, cuando ellos ya se habían marchado de retorno al Brasil. También la burocracia tupamara demostró ser bastante espesa.
Hubo un detalle final contado por el propio Azevedo, que puso otro toque de comedia en la operación. Cuando los emisarios encargados de pagar el rescate, viajaban desde el Chuy hacia Montevideo se vieron obligados a parar en muchos puestos policiales donde todo el pasaje fue sometido a las más estrictas revisaciones. Nadie sabía la razón por la cual los registros personales se habían incrementado tanto. Azevedo y Almeida sí se enteraron, porque en uno de los controles oyeron decir a una persona que estaba siendo revisada. "¿De qué dinero me habla? No llevo nada conmigo".
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