31/5/08

Recuerdos de viejos fotógrafos de prensa I

Riesgos, vicisitudes y peligros de una difícil profesión

Por haber estado años al lado de cuanto suceso sacudió al país, los fotógrafos de prensa y los camarógrafos de televisión han conocido mejor que nadie detalles que pasaron desapercibidos para la gente. Nada mejor que entrevistarlos para que los cuenten.



Han sido francotiradores de primera línea en todo cuanto ha acontecido en los últimos 50 años de vida del país. Su testimonio gráfico ha sido decisivo para señalar hechos, aclarar dudas, informar a la gente y configurar históricamente un medio siglo en el que sobraron los problemas y escasearon las objetividades. A diferencia del gran público que todo lo observa como a través de una ventana sin acercarse demasiado a lo que está pasando, ellos muchas veces se han quemado en la línea de fuego. Sin embargo, el olvido ha caído sobre ellos. Ya jubilados, suelen reunirse para recordar sucesos que los han tenido como testigos o protagonistas.

El propósito de esta nota y las dos que le siguen, ha sido rescatar de sus propios recuerdos acontecimientos olvidados o aun distorsionados por versiones falsas. Se habrán de observar a través de sus relatos, versiones auténticas de sucesos o personas que nunca llegaron a ser captadas en sus dimensiones verdaderas. A esos fines, fueron convocados cinco fotógrafos de prensa escrita y dos camarógrafos de televisión con los cuales se conversó por espacio de cuatro horas. A sus testimonios debió agregársele el de Amílcar De León, antiguo jefe de fotógrafos del diario El País, al cual, por haber sido recientemente intervenido de una afección a la rodilla, fue preciso grabarle sus recuerdos, en su casa de Solymar. El resultado de todo ese conversadero, a veces desordenado pero siempre jugoso, merece ser leído con atención. Ahí se va a encontrar parte de un Uruguay desconocido.

—Ustedes son entre otras cosas las únicas personas ajenas a los espectáculos que pueden bajar a las canchas de fútbol. Por lo tanto son testigos privilegiados de lo que allí acontece.

Portillo.— Y te puedo asegurar que pasa de todo. En una oportunidad estábamos en el estadio detrás de un arco y el árbitro cobró no sé qué cosa. Entonces mi compañero de diario que era Américo Almeida se calentó y le gritó "¿qué cobrás, animal?". (Risas) Fijate que recién había empezado el partido. Entonces el juez lo echó. Debe haber sido la única vez que un árbitro expulsó a un fotógrafo.

Caruso.— Vos también viviste un episodio muy notorio cuando te corrió Gambetta.

Portillo.— Ni me hagas acordar. Era un amistoso nocturno entre las selecciones de Uruguay y Argentina y al terminar el partido, el Mono Gambetta, que había quedado muy caliente con el resultado, le tiró un viandazo al juez y yo estaba ahí y le saqué la foto. Para qué. Me miró y me atropelló. Yo empecé a correr, pero tenía el contrapeso de la mochila con las cámaras y ya me estaba alcanzando cuando llegué a la platea. Pero el problema fue que me metí en el medio de la hinchada de Nacional que había visto todo y me quería matar. Menos mal que estaba el gordo Acuña que era del diario La Tribuna y medio me defendió. Me rodeó la policía y un oficial me dijo: "no se preocupe que nosotros lo acompañamos hasta la puerta". Y yo le contesté "¿Y quién me acompaña hasta el diario? Me revientan antes de que pueda tomarme un auto".

—¿Cómo saliste?

Portillo.— Me disfrazaron con unos lentes negros y una campera, crucé caminando la cancha y me fui por la Olímpica. Pero al otro domingo en la cancha de Cerro me reconocieron y volvieron a amenazarme.

De León.— Yo estuve en medio de un gran lío en el Santiago Bernabeu, cuando la final de Peñarol y el Real de Madrid. En determinado momento se armó un lío, entré a la cancha y un guardiacivil me pegó un palazo en la nuca. Luego lo llevaron preso a él, pero a mí todavía me duele (risas).

Di Lorenzo.— A mí me gustaba tirarme en el piso detrás de la red y desde allí sacaba escenas diferentes. Pero un día Spencer hizo un gol pateando tan fuerte que la pelota vino derecho a mí y me reventó el lente de la Rolley. Me rompió la cara.

Vallarino.— El terror de los fotógrafos era el Chongo Escalada que tenía una patada de mula. Te pegaba y te rompía la máquina. A mí me pasó una vez. El tema de los que filmamos es que no sacamos el ojo del visor. Ese día hizo una comba y me dio en medio de la filmadora y me tiró para atrás. Todo el mundo se rió. Y en otra oportunidad, cuando el Mundialito del 80, en una práctica de Alemania, Rumenigge casi me saca un ojo de un pelotazo.

Portillo.— Muchas veces tenés suerte en las tomas. En el Sudamericano del 58, que terminó en una gran trifulca, logré sacar a William Martínez tirado en el suelo y a Pelé que estaba por darle una patada en la cabeza.

Caruso.— Esa foto recorrió el mundo y probó que Pelé no era tan angelito como se decía.

Portillo.— La AUF la pidió para mandarla a la FIFA como documento. Ese partido había sido muy duro y en el medio tiempo el Pepe Sasía organizó una piñata que debía empezar al terminarse el partido. Cada uno tenía que elegir un rival. La primera trompada se la iba a pegar él a Bellini. Y así fue. Le sacó dos dientes. Luego siguió la pelea no sé cuánto rato.

Caruso.— Ahora se habla mucho de la violencia, pero ésta siempre existió.

Di Lorenzo.— ¡Por favor! Cuando íbamos a la cancha de Independiente en Avellaneda, el alambrado de atrás de los arcos está pegadito a la cancha. Los muchachos veían que éramos uruguayos y nos arrojaban bolsas llenas de orines. De pronto sentías la cabeza mojada y que algo tibio te recorría todo el cuerpo, porque las bolsas se rompían arriba tuyo. Si no, llenaban de orina los vasitos de plástico y te la tiraban.

Caruso.— Yo me quiero referir a un hecho puntual y mucho peor que sucedió no en Buenos Aires, sino en el propio Estadio Centenario. En un partido entre Peñarol y Wanderers, se armó una gran pelea en la Amsterdam y a una persona hincha de Wanderers la mataron tirándola para el talud.

Rivas.— Me acuerdo muy bien. La vi caer verticalmente con la cabeza para abajo.

Caruso.— Un fotógrafo de apellido Calvo del diario Época lo sacó en el momento exacto.

Rivas.— Yo recién empezaba a filmar para Canal 4 y usaba unas máquinas que cargaban un minuto 30 de rollo de película, no había tapes todavía. Con ese minuto 30 teníamos que dar un panorama de todo el partido. Estábamos arriba en las cabinas viejas del estadio y desde allí vimos cómo empezaba el lío. Como yo en esa época todavía tiraba a las piñas me entusiasmé y entré a mirar por el visor que me ampliaba la imagen. En ese momento, vi que el tipo estaba cayendo. Por falta de experiencia no pude filmarlo.

—¿Cómo hacían para filmar los días de partido?

Rivas.— Treinta segundos en cada cancha y luego veníamos corriendo al estadio para hacer un minuto y medio y meter todo en el noticiero.

De León.— En esa época todo lo hacíamos a pedal. A nosotros nos daban cuatro o cinco placas y nos pedían que trajéramos la gran foto. Siempre había que guardar una por lo que pudiera pasar al final. Recién después vinieron las Rolley que cargaban 12 fotos.

Rivas.— Volviendo a lo anterior, a mí Walter (Portillo) me enseñó que las cámaras deben estar siempre prontas. Un día cuando El País y Canal 12 trabajaban juntos, fuimos a hacer una nota no me acuerdo dónde en el interior. Íbamos en un taxímetro por la carretera y se nos atravesaron dos chanchos. Terminamos en la cuneta. Pero Walter que llevaba la cámara en la mano, pudo fotografiarlos cuando se nos cruzaban y yo, que llevaba la mía a mi costado, no.

Caruso.— Yo con los jugadores de fútbol me he llevado alguna sorpresa. Un día cuando estaba empezando, mi padre me mandó a que le sacara una foto al Pepe Schiaffino. Llegué a la cancha y le dije: "che Schiaffino, vení un minuto que te quiero sacar para El Día". Él me miró y me contestó: "¿de dónde lo conozco a usted para que me tutée?" Me dio una gran lección.

—¿Cómo hacían para sacarle fotos a Obdulio Varela que estaba peleado con los fotógrafos?

De León.— No era nada fácil. Obdulio era medio revirado. Hubo un tiempo que no sé por qué motivo no se dejaba fotografiar. Hay cantidad de fotos del equipo de Peñarol formado pero sin el negro.

Bruzzone.— O bien se quedaba peloteando mientras sacaban las fotos del cuadro o bien se ponía de espaldas. Siempre fue un tipo raro.

De León.— Hubo un tiempo que se peleó con Peñarol y no iba a practicar. Empezó a trabajar de albañil. Pero el día que se reintegró, el diario me mandó a Las Acacias a documentar el hecho. Me acuerdo que me tomé el 28 porque en esa época no te mandaban en auto, había que ir en tranvía o en ómnibus (risas). En el viaje los nervios me comían. ¿Cómo sacar a un tipo que no quería fotos y para peor estaba enojado con su propio club? Cuando llegué, lo vi corriendo alrededor de la cancha. Tenía dos opciones: una, robarle la foto cuando no me viera y la otra hablar con él. Después que pasó varias veces delante de mí me animé y le dije: "¿me permite una palabra, señor Varela?". Él se detuvo al lado mío. "¿Qué desea?". "Me manda Davy a sacarle una foto para El País". Y así a las buenas pude sacarlo. Creo que lo fundamental fue haberle dicho "señor Varela".

Caruso.— Es que ninguno de los jugadores de Peñarol lo tuteaba y tampoco él le daba confianza a ninguno. Tengo entendido por lo que me contó mi padre que a don José Nasazzi, capitán de la selección campeona en el año 30, tampoco lo tuteaban sus compañeros.

De León.— Yo trabajé unos años en el Casino y el gerente era Nasazzi. Allí había cantidad de ex jugadores de fútbol: Joaquín Bermúdez, Obdulio, el gallego Taibo, Luis Ernesto Castro, el negro Sarro, Piangelúa. Había muchos de Defensor que entraban por don Luis Franzini. Y el respeto a Nasazzi era enorme. Obdulio tiraba la bola o hacía los mandados. Se negaba a aprender a pasar el rastrillo. En realidad era asmático y el humo le hacía mucho mal. Me hice muy amigo de él. Recuerdo que siempre se iba caminando desde el Casino del Parque Hotel hasta su casa que estaba en Villa Española. Decía que esa era la forma de combatir el asma.

Bruzzone.— Luis Ernesto Castro no veía casi nada. No sé cómo podía trabajar en el Casino.

De León.— Es verdad, era casi ciego. Un día me contó que cuando jugo en Defensor no veía nada. Lo único que distinguía bien eran las líneas de cal. Entonces corría por ellas, llegaba con la pelota a la línea del corner y enderezaba derecho al arco. Al acercarse observaba cuántos bultos había en el área porque no diferenciaba ni las camisetas. En realidad, veía claro unos pocos metros, después, nada. Decía que su técnico, que era Hugo Bagnulo, nunca se dio cuenta.

—Era un jugador maravilloso. Fue al Mundial del 54 como suplente de puntero izquierdo, sin ver nada.

Bruzzone.— A Obdulio lo conocí en el Mundial del 94 en Estados Unidos. Allí las autoridades de la FIFA entregaron una medalla de oro a él y otra a Distéfano. Estaba realmente feliz. Había ido con la señora y los nietos. Pero Alfredo Testoni, que fue mi jefe y maestro en La Mañana, me contaba que tenía mal genio. En los minutos previos a la final del 50, Testoni le sacó una foto remendando sus zapatos de fútbol como un zapatero y lo sacó corriendo. La verdad es que el Jacinto, como le decía todo el mundo, hacía también de zapatero con los útiles de todos sus compañeros.

—En el Mundial del 62, Luis Cubilla no se dejaba sacar fotos para La Mañana y Mauricio Tokman, que era el fotógrafo del diario, se las tenía que pedir a los enviados de los otros diarios. Los caprichos de los jugadores de fútbol son casi como las de algunos grandes cantantes.

Bruzzone.— Los fotógrafos tenemos menos contacto con los jugadores que los periodistas. Ni siquiera hablamos con ellos. Pero he notado que muchos de ellos sienten un gran rechazo por la prensa en general. Yo no soy amigo de ningún jugador de fútbol, salvo con Morena, con quien arrancamos juntos, él como deportista y yo como fotógrafo. A mí me parece que hay un problema intelectual. El jugador de fútbol piensa que integra una especie de casta intocable. De la misma manera que los militares a fuerza de convivir todos los días durante años y años, piensan que lo de ellos es más importante que lo de los que no son militares, los futbolistas que están casi todos los días concentrados y hablando solamente de los temas relativos a su profesión, a sus problemas, a sus posibles pases, a sus técnicos, a lo que los cronistas dicen de ellos, llegan a pensar que las actividades de los demás carecen de importancia.

Caruso.— En la cancha de Villa Belmiro, hubo una final entre Peñarol y el Palmeiras que casi no salimos vivos. En un corner, el Pepe Sasía le tiró arena en la cara al arquero paulista, lo cegó momentáneamente y vino el gol de Peñarol. Los hinchas invadieron la cancha y se lo querían comer. Empezaron por tirar unas bengalas que apuntaban a los jugadores de Peñarol y luego invadieron la cancha. Las autoridades tuvieron que apagar totalmente las luces del estadio. Creo que si no hacen eso, realmente nos mataban a todos a patadas. Sasía era un inconsciente.

—Pero aguantaba como nadie. Nosotros publicamos a toda página en la revista Repórter una foto de él con una botella rota en la mano enfrentando a cientos de hinchas. No dudo que lo hubieran masacrado, pero a alguno se llevaba con él.

De León.— Sasía siempre hacía lo mismo. Yo le vi tirar tierra en la cara del arquero en la cancha de Independiente.

—Peñarol sancionó a Sasía por eso y ese fue el comienzo del distanciamiento del Pepe con su equipo. En esa época le hicieron un reportaje donde declaró que eso de arrojar arena, ya lo había hecho antes y como nadie se daba cuenta, Cataldi lo felicitaba pero que ahora lo sancionaban porque lo habían visto.

Portillo.— Yo también recuerdo eso.

Bruzzone.— Y a propósito de eso ¿cuántas veces hemos visto expulsar a un jugador por una plancha alevosa y al entrar al túnel ser felicitado por su técnico y cuántas veces hemos constatado que cuando van presos por una pelea los dirigentes van a sacarlos como si fueran inocentes? La vez siguiente van a hacer lo mismo porque saben que cuentan con una absoluta impunidad.

Caruso.— Tengo una anécdota con el Peta Ubiña que merece ser contada. Ustedes saben que las cámaras Nikon tienen una correa que es amarilla y negra. Una tarde fui a los Céspedes y él que era el encargado me negó la entrada porque llevaba esa correa. Tuve que darla vuelta del lado negro para que me permitiera trabajar. Y no era una broma.

Di Lorenzo.— Yo tuve muchos problemas con Montero Castillo. En el Mundial del 74, el que menos dirigía era el técnico que era Roberto Porta. En un entrenamiento, Porta se quedó dormido mientras los muchachos practicaban y yo saqué la foto y la mandé a Montevideo. Como consecuencia de eso, los jugadores al enterarse me hicieron el boicot. Esa delegación fue un desastre en todo sentido y yo documenté varios hechos que a ellos no les gustaron. Uno de los más indisciplinados era Montero Castillo. Incluso en Montevideo, Manino Mercader que era uno de los jefes, escribió muy duramente. El asunto fue que me declararon persona no grata y me prohibieron que les sacara fotos. Entonces me fui a mi habitación y con un teleobjetivo, sacaba igual. El día del debut de Uruguay, como yo estaba en la cancha y no podían privarme la entrada, se negaron a posar. No hay fotos del equipo uruguayo el día de su partido inicial en Alemania, por mi culpa. A los pocos días yo estaba comiendo en un restaurante, entró Montero Castillo y me agarró del pescuezo y si no lo sacan, me ahorca.Vallarino.— Yo no pude mandar una película a Montevideo por Montero Castillo. En una práctica puse el micrófono abierto en medio de la cancha, mientras grababa imágenes. Pero resulta que Montero, para divertirse nomás empezó a decir tal cantidad de palabrotas irrepetibles que me estropeó el trabajo.

Caruso.— No hablemos solamente de los jugadores. Había algunos periodistas que hacían cosas que más vale no acordarse.

Di Lorenzo.— ¡Por favor! Hay algunas que ni se pueden contar. Todos conocemos a uno de años atrás que no se bañaba nunca ni se cambiaba la ropa interior.

Portillo.— Y tampoco comía para guardarse la plata del viático que le daba el diario.

Di Lorenzo.— Este que yo digo era mucho peor. Se agarraba unas mamúas terribles y cuando volvía al hotel, orinaba adentro de los zapatos de los pasajeros que los habían dejado en la puerta de sus habitaciones para que se los lustraran. Vamos a tratar que no pueda ser identificado para no dejarlo pegado, pero era imbancable.

Leer: 2º parte: Recuerdos de viejos fotógrafos de prensa II

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