El día que el sargento perdió hasta el calzoncillo verde.
Parece una broma, sin duda es una broma.
Por el parlante anuncian un campeonato de fútbol interbarracas.
Sin convencernos del todo, fuimos al primer partido, nadie sabe, por lo menos de este lado de las rejas, quién lo ideó, que fines perseguían, ni creo que a esta altura interese.
La cosa fue que el primer partido lo ganamos fácil ( yo no podía participar ni de aguatero).
El Judío García era back derecho y se revolvía como un gato en su área mientras el Macanudo López les mordía la nuca por la izquierda.
Qué decir del Toto Marculín en el medio administrando el juego con elegancia, o de Anteojito que se destapó todo el campeonato atajando todo sin ponerse los lentes.
Había que ver al pibe Rivadavia, con esa moña larga, esa zancada inalcanzable y para mejor, cuando la apretaba salía como una tanjerina.
Lo acompañaban los guitarristas Pedro González y Cuqui Caballero, junto con Gonzalo, que no tocaba ningún instrumento, pero tocaba bien la pelota.
Al segundo partido el equipo de la 3A era favorito para ganar su serie y nosotros, los más nuevos en el penal, empezamos a mirar con cierta superioriadad a los “viejos”.
Los partidos eran comentados por la red de parlantes, había un clima de campeonato y nosotros jugábamos cada vez mejor.
Llegó la final contra la 2A, el Toto, que era cetrofúbol y D.T. le trasmitió al cuadro su confianza en una victoria bastante fácil, vistos los resultados enteriores, que demostraban el éxito del “jogo bonito” de la 3A. No se atrevió a prometerme jugar un rato si la cosa era muy fácil y yo no me animé a pedírselo.
Así fuimos a la final, con nutrido público, tanto de presos como carceleros, casi hermanados en la pasión futbolera.
Empezamos ganando, pero la 2 A empató, nos volvimos a poner en ganancia, pero la 2 A volvió a empatar.
Jugaban dando patadas, eran más viejos que nosotros pero las corrían como con rabia y no hubo manera de salir del empate.
Terminó el partido y la definición era por penales, el Toto Marculín reunió al cuadro y le recordó a todos que los penales se tiran abajo y a un costado.
Comenzó la serie, silencio total...
todos tenemos los ojos puestos en Anteojito Mardones.
Tira la 2 y gol, vamos nosotros y gol, gol de la 2, gol de la 3.... hasta que llegó el turno del Toto.
Se acercó despacio, acomodó la pelota, retrocedió unos pasos y armó carrera.
Y la tiró arriba y afuera, arriba y afuera, nolopuedocreerelTotoleerróalarco.
Ellos no perdonaron.
Casi lloramos aquella tarde, casi nos peleamos, casi pedimos para jugar de nuevo el partido, porque si jugamos diez veces, las diez veces les ganamos.
Nos reencontramos con nosotros mismos a los pocos días, cuando nos hicieron una requisa, nos tuvieron parados contra la pared unas horas, nos revolvieron todo y nos amenazaron porque nos dejamos ganar para que ellos perdieran sus apuestas.
El Canario
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