UN SILENCIO CARGADO DE SENTIDO. LA MARCHA DEL 20 DE MAYO EN OTRO CONTEXTO POLÍTICO
La llamada Marcha del Silencio, por verdad y justicia, que este año se realizará al atardecer del martes 20, adquiere definitivamente una connotación artiguista: no es necesario convocar, un pueblo se convoca a sí mismo y se moviliza contra la impunidad y el terrorismo de Estado. En ese marco, la campaña por la anulación de la ley de caducidad cargará de un nuevo sentido el silencio.
ESTE AÑO ESE formidable grito silencioso de dignidad se hará sentir en un escenario político y social distinto, caracterizado por nuevos factores, irreversibles, producto de los niveles de conciencia y determinación que ha alcanzado la lucha por la plena vigencia de los derechos humanos.
Concurren elementos definitorios para la resolución del conflicto social instalado hace 22 años cuando una mayoría parlamentaria cedió a la presión de los militares y sancionó la ley de caducidad. A saber: el procesamiento y la prisión del ex dictador Gregorio Álvarez, que constituyó un punto de inflexión respecto de la impunidad de los mandos militares responsables en última instancia de las aberraciones durante la dictadura; ese y otros procesamientos, como consecuencia de las investigaciones judiciales, iniciaron una etapa de rescate pleno de la justicia, en la que el castigo es resultado de la recuperación de la verdad que exhibe en toda su dimensión (el secuestro en el exterior, el traslado clandestino y la eliminación sistemática, en el país, de cientos de compatriotas desaparecidos) el terrorismo de Estado en el plano de la coordinación represiva del Plan Cóndor; el traspaso del umbral de 100 mil firmas para habilitar el plebiscito por la nulidad de la ley de caducidad; la decisión del Frente Amplio de participar orgánicamente en ese proceso de recolección de firmas, y, finalmente, el despliegue de un debate nacional sobre el terrorismo de Estado, que obliga a sus responsables a romper el corsé del silencio y a ensayar justificaciones de aquellas prácticas, con lo que, inevitablemente, los militares que hasta hoy concedieron respaldo a los represores impunes, y los políticos cómplices de la derecha, deberán definir si siguen apoyando la impunidad. No tienen otra alternativa ante el reclamo de verdad y justicia que interpela en el comienzo de la campaña electoral.
AMBIGÜEDADES.
El nuevo escenario, sin embargo, está plagado de ambigüedades, y por ello, en más de un plano, la marcha del martes también tendrá un carácter de plebiscito. Algunas de esas ambigüedades tienen patas cortas. Quizás las declaraciones de los generales Carlos Díaz y Ángel Bertolotti, ante el juez penal Luis Charles, en el expediente del llamado “segundo vuelo”, sean representativas de las “justificaciones”: ya no se producen las negativas altaneras a concurrir ante un magistrado, como antes, pero las explicaciones son hasta cierto punto infantiles. Ambos generales adujeron que el Organismo Coordinador de Actividades Antisubversivas (OCOA) no había operado en Argentina, como si con ello pudieran eliminar la responsabilidad institucional en el Plan Cóndor. Si no fue el OCOA, ¿qué organismo fue? No lo saben. En los hechos, no existe demasiada distancia de la otra “justificación” ensayada, con mayor cinismo, por uno de los oficiales que actuó en el exterior: se le atribuye a Gilberto Vázquez la afirmación de que concurre a los juzgados “para mentir”.
La ambigüedad mayor, entonces, está referida a lo que el abogado Oscar López Goldaracena califica como un déficit persistente de este proceso: la incapacidad del Estado para dar el paso decisivo del reconocimiento de la responsabilidad institucional en los crímenes de lesa humanidad.
“Se ha votado una ley de reparación para los presos y perseguidos de la dictadura –dice López Goldaracena-. Por tanto, si se repara, es porque ha habido daño. Pero el Estado, que repara, no reconoce su responsabilidad en el daño.”
La ambigüedad de la política gubernamental respecto de las Fuerzas Armadas explica la ausencia de responsabilidad estatal. La exclusión de ciertas denuncias de los alcances de la ley de caducidad fue el elemento determinante para que la justicia retomara el proceso de investigación y ello marcó un quiebre fundamental con la política de impunidad de los gobiernos anteriores. Los casos de desapariciones investigados judicialmente en los últimos dos años modificaron la versión oficial de los hechos. Pero, sostiene López Goldaracena, no se verifica una actitud “proactiva” del Poder Ejecutivo respecto de las historias que emergen de esas investigaciones. Según el abogado, el gobierno debería “disponer todas las medidas para llegar a la verdad. No alcanza con que solamente se saquen casos de la ley”. La justicia maneja elementos de convicción suficientes como para afirmar que hubo traslados clandestinos de prisioneros secuestrados en el exterior. “El gobierno tiene la obligación de exigir a sus subordinados que brinden la información. Y si no lo hacen, deben adoptarse las medidas disciplinarias.” Sin embargo, pese a la confirmación de esos extremos, el presidente, en tanto comandante supremo de las Fuerzas Armadas, se abstiene de dar la orden y se limita a “invitar” a los oficiales involucrados a que aporten los datos.
¿A qué obedece esa ambigüedad? A la falta de una política de Estado para las Fuerzas Armadas, postura condicionada por “el día a día” en la relación con los militares, que impide, entre otras cosas, una necesaria depuración de las filas y que provoca situaciones que debilitan la verticalidad, como los reproches del comandante del Ejército, Jorge Rosales, a la actuación de la justicia chilena en el caso de los tres oficiales extraditados por el asesinato de Eugenio Berríos. “Es necesaria una política de Estado sobre las Fuerzas Armadas en clave de derechos humanos “, reclama López Goldaracena.
“No se solucionan los temas con un pacto de silencio. Quienes cometieron esos delitos son indignos de tener armas”, agrega.
En el reclamo de una postura proactiva del Ejecutivo para rescatar la verdad y habilitar la justicia, el acceso a los archivos militares juega un papel predominante. En este plano también se comprueba una dualidad: hubo una actitud respecto de los archivos de la cancillería, en que se habilitó el acceso a investigadores, y otra de total restricción respecto de los archivos militares (véanse páginas 18 a 20). En este plano se da, además, una paradoja: el gobierno no logra ubicar la información sustancial que permitiría conocer la verdad sobre algunos de los casos más emblemáticos del terrorismo de Estado, pero “la mano de obra desocupada” accede a esa información, esté donde esté, y la utiliza en un manejo de inteligencia clandestino. Esa “mano de obra desocupada” manipula la información todavía secreta para interferir en las investigaciones y para presionar. Tal es el caso de la transcripción parcial del contenido de una grabación del interrogatorio a una detenida en Argentina que colaboró con los comandos represivos en la persecución de militantes del PVP en Buenos Aires en 1976. La transcripción tuvo el inequívoco objetivo de desacreditar y exponer al escarnio a quien, aun habiendo colaborado hace años con los represores, accedió finalmente a facilitar la búsqueda de María Claudia García de Gelman y de su hija Macarena, secuestrada después de nacer en cautiverio. La reproducción de parte de su interrogatorio, en un libro del periodista Álvaro Alfonso, recogido después en el libro editado recientemente por el Centro Militar, tuvo todas las características de una venganza. Su utilización sólo sirvió para el desprestigio; sin embargo, el gobierno no tiene acceso a esa cinta grabada, que podría aportar elementos sobre la identidad de quienes torturaron y asesinaron a uruguayos en Buenos Aires.
A caballo de las ambigüedades que se manifiestan en el ámbito judicial (hay algunos magistrados decididos a actuar y otros que prefieren una actitud de prescindencia, situación que López Goldaracena define como la coexistencia de “una cultura jurídica renovadora y otra conservadora”), los nostálgicos retoman las prácticas de seguimientos y amenazas, que dilatan la total superación del terrorismo de Estado. Conviene recordar que, pese a las invocaciones permanentes del diputado colorado Daniel García Pintos a la “banda terrorista tupamara”, en los últimos 20 años los únicos que han practicado terrorismo, explotando bombas e impulsando atentados, son aquellos que, en los cuarteles, se escudan en la impunidad y se aprovechan de una supuesta solidaridad de cuerpo.
LA ANULACIÓN INEXORABLE.
Parece llegado el momento de eliminar los factores de impunidad que impiden la total democratización. La anulación de la ley de caducidad se convierte en el paso cualitativo. En ese sentido, la consigna que exige verdad y justicia en la marcha del próximo martes sólo puede concretarse con la anulación de la ley, y si ese reclamo no está en la convocatoria es porque no existe consenso en la Asociación de Madres y Familiares de Detenidos Desaparecidos, donde un sector, aparentemente minoritario de familiares, se adscribe a la “visión oficialista”.
La reprobación del presidente Tabaré Vázquez a la decisión del Frente Amplio de adherir a la campaña de recolección de firmas instala una nueva contradicción, que se sintetiza en la oposición entre dos fechas: el 20 de mayo, que reclama verdad y justicia, y el 19 de junio, propuesto por el presidente como el Día del nunca más hermanos contra hermanos.
La contradicción, como se sabe, no necesariamente deriva en parálisis. La exclusión de casos de la ley de caducidad fue determinante para avanzar, y la obtención de las 100 mil firmas, atribuible en gran medida a la participación de los militantes del Frente Amplio que se incorporaron a esa tarea, parece volver inexorable la instancia del plebiscito. Con una movilización masiva y nacional por la recolección de firmas, ¿se atreverá la derecha a defender la impunidad en tiempos electorales? Todo hace presumir que la “mano de obra desocupada”, sin apoyaturas consistentes, se desflecará en sus pujos desestabilizadores anodinos, porque el miedo parece definitivamente desterrado de la sociedad. Aunque, como señala Luis Puig, secretario de Derechos Humanos del PIT-CNT. “hay que permanecer alertas”.
Samuel Blixen
Tomado de Brecha, 16/5/08.
Tomado de Brecha, 16/5/08.
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