4/11/07

Caso Zelmar Michelini II

Abrete, Sésamo


En Venancio Flores 3519, esquina Emilio Lamarca, de Buenos Aires, había un taller antiguo de dos plantas. Automotores Orletti, según el cartel del frente. Para los militares argentinos, en conexión con sus pares uruguayos, era El Jardín. Dependía del I Cuerpo de Ejército, a cargo de Carlos Guillermo Suárez Mason. Tenía una puerta grande con cortina metálica de enrollar y, a la izquierda, una puerta blindada con mirilla que se abría en forma mecánica. La consigna, emitida por radio, era Operación Sésamo. Abrete, Sésamo, tal vez.


Una de las sobrevivientes de Automotores Orletti, Margarita Michelini Delle Piane, hija de Zelmar, vio la máquina de escribir portátil de su padre, parte del botín en el secuestro. Arriba había una sala en la que se realizaban los interrogatorios, dirigidos por la Superintendencia de la Policía Federal; otra de torturas, y una terraza en la que tendían ropa. Abajo, el piso de hormigón, sucio de tierra y de grasa, estaba poblado de autos robados y de chasis desparramados. Una roldana pendía sobre un tanque de agua; de ella colgaban a los presos para el submarino (inmersión).


“Blanco hizo un viaje a Montevideo y, como él siempre andaba con los autos, cuando se fue, CH me pidió que le hiciera de chofer hasta que volviera Blanco –dice el tal Silvera–. Lo llevé tres veces a la Superintendencia de Seguridad, a la casa de un tipo de apellido Márquez, Julio César, también uruguayo, y varias veces al Aeroparque a recoger paquetes que le mandaban de Uruguay. CH se entrevistaba seguido con la gente de Seguridad Federal, creo que para coordinar operativos y para intercambiar información. Un día me dijo que la gente de Seguridad Federal estaba trabajando con ellos desde el (año) 71 y que antes que él se ocupara del asunto de los uruguayos en Buenos Aires, Seguridad se ocupaba directamente y pasaba información semanal a Montevideo, tanto a la Jefatura de Policía como a la inteligencia militar. También me enteré que Morán Charquero, un inspector de la policía uruguaya que mataron los tupamaros, había estado desde antes en contacto directo con la gente de Seguridad y del CIDE (Secretaría de Inteligencia del Estado, SIDE), a través de un periodista español que trabajaba en un diario de Montevideo [...].”


De Automotores Orletti, centro clandestino de detención al cual iban a parar casi todos los uruguayos capturados en Buenos Aires, se ocupaban, del lado uruguayo, el mayor Gavazzo y el director del Servicio de Información de Defensa (SID), general Amauri Prantl, y, del lado argentino, el director de la SIDE, general Otto Carlos Paladino, y el agente Aníbal Gordon, conocedor del paño por haber actuado en la otra orilla con documentos falsos de la Marina de ese país.


“Otro tipo que me enteré había estado en lo mismo era un marino, un tal Nader, que integró durante un tiempo un comando operativo en Montevideo que recibía informaciones de Seguridad sobre viajes de sospechosos uruguayos a Buenos Aires y esas cosas –dice el tal Sivera–. Otro al que CH veía seguido era a un puertorriqueño, Jaime del Castillo, [...] que cumplía no sé qué funciones en la Embajada norteamericana. Este Del Castillo había andado mezclado en algunos líos con Paino, el que denunció a las AAA.”


Salvador Horacio Paino, autoproclamado fundador de la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), o Triple A, o Tres A, quedó detenido en forma preventiva el 28 de noviembre de 1983 en Montevideo mientras el juez federal argentino José Nicasio Dibur tramitaba su extradición, invocando el Tratado de Derecho Penal Internacional del 23 de enero de 1889, ratificado el 3 de octubre de 1892 por Uruguay y el 11 de diciembre de 1894 por la Argentina. Negada finalmente por la justicia uruguaya.


Era un militante peronista separado del Ejército en 1955 con el grado de teniente primero, pronto a ser ascendido a capitán. Había sido compañero de promoción de Reynaldo Bignone, el último presidente del denominado Proceso de Reorganización Nacional, y de Cristino Nicolaides, entonces comandante en jefe de la fuerza. Vivía en Carmelo, a unos 150 kilómetros de Montevideo. De la Argentina había huido, rumbo a Brasil, el 1° de marzo de 1979, poco después de un atentado contra su vida. Pensaba radicarse en Uruguay: hasta buscaba trabajo, de modo de afiliarse a una caja de pensiones. Pero encendió el ventilador. Y armó un revuelo de proporciones, al extremo de prestar declaración testimonial en la Embajada argentina, a mediados de octubre de 1983, por haber adjudicado a la Triple A el crimen del secretario general de la Confederación General de Trabajadores (CGT), José Ignacio Rucci, el 25 de septiembre de 1973.


El diario El Día, de Montevideo, publicaba anticipos de un libro de su autoría, Yo fundé la Triple A. En él aseguraba que, en unas 300 operaciones, habían matado a unos 2000 izquierdistas. Entre ellos, el cantante folklórico Jorge Cafrune; el sacerdote Pedro Mujica; el diputado peronista Rodolfo Ortega Peña, director de la revista Militancia, y Silvio Frondizi, hermano del ex presidente argentino Arturo Frondizi. En 1976, decía, la Triple A tenía armas por valor de dos millones de dólares “para enfrentar a los terroristas de izquierda”; estaban en los sótanos del Ministerio de Bienestar Social. Y disponía de dinero a granel, obtenido de la llamada caja chica, con el cual “se contrataba, además, a cientos de confidentes, como porteros de edificios y personas que se hacían pasar por estudiantes”.


Cafrune murió el 31 de enero de 1978, embestido por una camioneta en la ruta 27, cerca de Benavídez, provincia de Buenos Aires; pensaba recorrer a caballo el trayecto de 750 kilómetros entre las ciudades de Buenos Aires y Yapeyú. Por la decisión de liquidar a Ortega Peña, acribillado a tiros en el centro de Buenos Aires, dice Paino que desertó de la Triple A, en 1974. Hasta abril de ese año fue jefe de organización y administración del Ministerio de Bienestar Social. En diciembre de 1973 había recibido la orden de su jefe, López Rega, de crear una estructura armada para combatir el terrorismo: “Me propuso que nos tuteáramos y me planteó lo que quería –dijo en una entrevista con una enviada a Montevideo del semanario Cambio 16, de Madrid–. Según entendí, los terroristas estaban creando mucho descalabro y no se los combatía como había que hacerlo. Quería que nosotros organizáramos algo para hacerles frente”.


La Triple A, o AAA, iba a llamarse Alianza Antiimperialista Argentina. Tenía como objetivo, entre otras ideas descabelladas, la recuperación de las islas Malvinas, aunque fuera por unas horas. Plan desechado, al parecer, por Perón. Eran, en un comienzo, 145 hombres que, a su vez, integraban la custodia personal de López Rega. Estaban organizados en ocho grupos, identificados de la letra A a la H.


“La gente le echa la culpa de los desaparecidos a las Fuerzas Armadas, pero usábamos camionetas en las que pintábamos Ministerio del Interior, Escuela de Caballería o Regimiento 601 –dijo Paino–. En la Triple A no había militares; eran todos de la custodia de López Rega y amigos de él.”


En marzo de 1976, una semana antes del golpe de Estado, una comisión investigadora de la Cámara de Diputados de la Argentina hizo un careo entre Paino y Jorge Conti, ex subsecretario de Prensa y Difusión. Fue en la unidad carcelaria de Villa Devoto, Buenos Aires, en donde un ex funcionario de Bienestar Social, preso, había revelado detalles de la Triple A. Estaban prófugos López Rega y Carlos Villone, su secretario mientras era ministro.


Conti, ex reportero de Canal 11, llegó a ser famoso; hasta tenía su propio club de admiradoras, creado en 1972. Cada semana recibía de ellas una boleta de Prode (Pronósticos Deportivos) que jugaban a su nombre. Después hizo un programa de televisión con Gerardo Sofovich, Las dos campanas, y un vuelo en un avión chárter rumbo a la Argentina en el que obtuvo la única entrevista del momento con Perón. Le había ganado una apuesta a su colega Sergio Villarruel, de Canal 13. Con una condición: el afortunado iba a viajar con el camarógrafo del otro, de modo que ambos canales tuvieran la primicia.


Poco antes, en junio de 1971, Paino había estado alojado en la Unidad 20 del Hospital Neuropsiquiátrico José Borda, de Buenos Aires. “Aparentemente, el informe del médico legista fue minucioso y contundente –escribió el periodista uruguayo Tabaré de Paula–. Diagnosticaba delirios, síntomas de agresividad, un oscurecimiento de la razón que pedía a gritos la reclusión de Salvador Horacio Paino en esa pesadilla con rejas que es la Unidad 20. Pero tanta prosa doctoral encubría una falencia: decía apoyarse en un examen que no había tenido lugar. El autor del referido informe nunca revisó al supuesto demente.”


Demente o no, Paino es nombrado por el tal Silvera en su testimonio a raíz de la relación que tenía con Del Castillo, el supuesto puertorriqueño que frecuentaba las embajadas norteamericanas en Buenos Aires y en Montevideo. Un ex agente de inteligencia norteamericano, ligado a la CIA, llegó a decirme que Del Castillo usaba otro nombre, Richard Vargas, y que estuvo cerca, en su momento, de Vladimiro Montesinos, el monje negro del presidente peruano Alberto Fujimori, y de los paramilitares colombianos.


“Del Castillo se veía regularmente con CH hasta que se fue a Venezuela –dice el tal Silvera–. Creo que aún está [...] allí. Seguramente era un tipo de la CIA. Vestía muy bien, siempre andaba con mucho dinero. Había vivido tres o cuatro años en Montevideo, cuando trabajó en la Embajada de los Estados Unidos en Uruguay. Era muy amigo de Ojeda y todo hace pensar que era uno de los contactos entre Ojeda, CH y otra gente. El también viajaba a Brasil cada dos por tres y algunas veces creo que viajó con CH, según me dijo Blanco. CH me dijo que un día me iba a llevar con él a Brasil, si es que Ojeda no hacía problemas. Ese Del Castillo tenía un grupo de gente que [...] siempre andaba con él, dos o tres tipos que iban a todos lados con él. Entre ellos, un francés que había estado en Argelia y que, según Blanco, era instructor de tiro. El francés también era de los que viajaban a Córdoba y a Tandil, creo que como custodia o algo así. Después me vine a enterar que tenía una academia de karate en Flores, que a veces CH usaba para hacer reuniones. Allí se reunían CH, Del Castillo y el Brasilero. Yo nunca fui a la academia, pero Blanco sí y Sosa también.”


En caso de ser cierto el testimonio del tal Silvera, la CIA habría estado involucrada en el crimen al igual que otros regímenes militares de la región enrolados en la Operación Cóndor. Tema vedado entonces. Que ha ido cobrando vuelo después. Con declaraciones de los participantes. O de los protagonistas, como el contralmirante uruguayo Eladio Moll: dejó estupefacto al diputado José Mujica, ex tupamaro, miembro de la comisión investigadora de la Cámara. “Tengo el orgullo de decir que usted está ahí y que sus amigos vivieron porque existen unas fuerzas armadas orientales, ya que la orden de los gringos era que no valía la pena que ningún guerrillero viviera después de que se le sacara la información”, espetó. ¿Por qué mataron a Michelini y los otros, entonces? Por ausencia de liderazgo, especuló. O por el factor humano. O por decisiones independientes.


“Sosa había estado varias veces en Buenos Aires –dice el tal Silvera–. Tenía cierta superioridad sobre CH y aunque a CH eso le molestaba, no tenía más remedio que aceptarlo, porque la actividad que los policías uruguayos tienen en la Argentina está supervisada por la inteligencia militar. CH tiene alguna flexibilidad para moverse pero la inteligencia militar le marca los objetivos y él tiene que cumplir. Con CH siempre había problemas porque él en muchas cosas se movía según su propio criterio y nunca daba informes sobre el manejo que hacía del dinero para sueldos y para gastos y Sosa le decía que tuviera cuidado, que anduviera derecho. Sosa, según me enteré, había estado al mando de los grupos que habían llevado gente para Montevideo. Sé que por lo menos en dos oportunidades llevaron gente en el Vapor de la Carrera y otra en un avión de la Fuerza Aérea Uruguaya, desde Ezeiza.”


La violencia dejaba huellas. No tenía marca registrada, sin embargo. La Triple A actuaba como el terrorismo de Estado, pero, en realidad, era una suerte de célula paramilitar de la cual, al parecer, no participaban los mismos represores. Nexos, igualmente, existían. Nexos que López Rega, alias El Brujo por sus creencias en dotes sobrenaturales y por su influencia en la presidenta María Estela Martínez de Perón, alias Isabel, se llevó a la tumba el 9 de junio de 1989. Había nacido el 17 de octubre de 1916. Lo arrestaron en 1986 en los Estados Unidos, después de haber estado prófugo durante una década. Murió en la Argentina mientras esperaba ser juzgado.


“Con Sosa trabajaba en esas cosas otro oficial uruguayo, también del Ejército, llamado Tasca, Juan Manuel Tasca, que vivía en Buenos Aires –dice el tal Silvera–. Este Tasca tenía una fobia enorme contra todos los izquierdistas y estaba encargado, con Sosa y el Márquez que ya mencioné, de los interrogatorios que hacían a la gente que agarraban en Buenos Aires. Para eso tenían una casa por Palermo, que antes había sido un local de la gente de López Rega, las tres A. Para los interrogatorios colaboraba con ellos un paraguayo y me consta que coordinaban algunas cosas con un chileno, que era de la DINA. Este chileno también era un tipo importante y también iba a Superintendencia de vez en cuando. Del Castillo era muy compinche del chileno y muchas veces salían de farra juntos, a veces con CH.”


En abril de 1977 desapareció el periodista Edgardo Sajón, editor coordinador de La Opinión, en donde trabajaba Michelini, y ex secretario de Prensa y Difusión del ex presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse. Paino dijo que no había sido ejecutado por esa organización, sino “por orden de un general que fue ministro del Proceso argentino, porque sabía demasiado de sus asuntos”.


Timerman comenzó a publicar sueltos en la portada del diario que llevaban el título Sajón e informaban brevemente sobre el tiempo transcurrido sin novedades sobre su destino ni sobre su paradero a pesar de las averiguaciones en los organismos de seguridad del Estado. Sajón había investigado sobre la muerte de Michelini; llegó a preguntarle al almirante Emilio Eduardo Massera, uno de los tres miembros de la junta militar, sobre la suerte que había corrido. Su desaparición coincidió con la de otros periodistas, como Rodolfo Fernández Pondal, subdirector del semanario Ultima Clave.


En una reunión con Timerman, Massera dijo que no tenía idea sobre los captores de Sajón. Idéntica respuesta recibió Lanusse de Videla. Después iba a desaparecer Enrique Jara, subdirector de La Opinión. En la portada iba a aparecer un segundo suelto de las mismas características antes de que fuera detenido, y torturado, el mismo Timerman.


Paino había presenciado un atentado contra las rotativas del diario Clarín. Dijo que, fallecido el dueño, Julio Noble, había sido secuestrado un secretario de redacción: “Como precio por la liberación, Clarín debió publicar artículos en los que se atacaba a López Rega; a su yerno, (Raúl) Lastiri, presidente provisional argentino entre julio y octubre de 1973, y a su esposa. Entonces, la Triple A decidió dar el escarmiento”. Desde un auto, en la vereda de enfrente, vio cómo se desarrollaba el operativo: “Los hombres de López Rega entraron en los talleres y rompieron todo lo que pudieron –dijo–. Sin embargo, el diario se siguió editando”.


En el momento del pedido de extradición a la Argentina, denegado por la justicia uruguaya, Paino fue internado en el hospital estatal Maciel, de Montevideo, bajo la custodia de dos agentes de Interpol-Uruguay. Padecía insuficiencia cardíaca. Dado de alta por el médico Jorge Tombo, su mujer, Sofía Ferreira, uruguaya, dijo: “Está perfectamente bien”. Pero el propio jefe de la Policía de Montevideo, coronel Washington Varela, advirtió que debía guardar reposo absoluto y disponer de oxígeno, metabloqueantes, antigorisma de calcio, diuréticos y sedantes.


“En líneas generales puede decirse que Sosa y CH eran la cabeza del grupo –dice el tal Silvera–. Del Castillo era un hombre de enlace con Ojeda y supongo que con la Embajada (de los Estados Unidos) o con la CIA. Blanco y Soria estaban a cargo de los seguimientos y después yo también me encargué de eso. Además Blanco estaba a cargo de los contactos con la gente que pasaba información. Como ya dije había otros 15 hombres, todos uruguayos, a quienes se les encomendaban los operativos. CH salía con ellos muchas veces a buscar gente, pero en esos casos, cuando Sosa estaba en Buenos Aires, el mando lo tenía Sosa. Por lo general, cuando iban a buscar a alguien, encargaban el asunto a gente de la Federal, todos relacionados con Soria. Soria tenía mucha banca arriba y era el hombre que mantenía contactos más estrechos con Ojeda y con el Ministerio del Interior. Cada vez que iban a hacer algo Soria iba al Ministerio del Interior y avisaba. Ojeda tenía el mando operativo, según ya dije, y había otro tipo, Ramírez, un militar uruguayo creo que general, que nunca vi, pero al que CH y los otros nombraban seguido. Ese Ramírez, por lo que pude averiguar, tenía también mucha banca en Interior y era el que coordinaba con Ojeda. Creo que era un tipo importante, pero por lo que yo sé sólo Sosa, Soria y por supuesto Ojeda hablaban personalmente con él, cuando venía a Buenos Aires. Todos trabajaban con gran apoyo de la Federal y del CIDE (SIDE). El contacto con el CIDE (SIDE) era CH y a veces Sosa, cuando estaba en Buenos Aires. Del Castillo también tenía amigos en el CIDE (SIDE) y en ocasiones acompañaba a CH cuando éste tenía que ir al CIDE (SIDE).”



Era en abril


El plan contra Michelini y Gutiérrez Ruiz, según el tal Silvera, había sido trazado a mediados de abril en un local de Rivadavia y Maipú, en Buenos Aires, rentado por uruguayos, en el cual funcionaba una agencia publicidad o algo por el estilo. Había pertenecido a la Triple A. Campos Hermida y un oficial uruguayo de Inteligencia eran las cabezas del grupo. Otro militar uruguayo, Ramírez, con rango de general, aparentemente, y Ojeda, argentino, cercano al ministro Harguindeguy, estaban encargados de la parte operativa.


“Ahora recuerdo que CH también recibía dinero de los chilenos, porque una vez Blanco y él andaban calientes diciendo que los chilenos no habían pagado todavía –dice el tal Silvera–. Desde el Ministerio del Interior, CH y Sosa llamaban casi diariamente a Montevideo. El que más llamaba era Sosa, pero CH también llamaba.”


Otros involucrados por el tal Silvera: Miguel Castañeda, ex boxeador; un subcomisario de apellido Soria; Blanco, policía; un colaborador de Ojeda llamado Tito o El Brasilero en el testimonio; Julio César Márquez (o Marques); Juan Manuel Tasca, y Del Castillo, el agente de la CIA.


“Fue a mediados de abril cuando CH me dijo que estaban planeando el asunto de Michelini –dice el tal Silvera–. Me lo dijo en la agencia. Estaban Sosa, Soria, Del Castillo, Blanco, Márquez y yo, además de CH. Sosa dijo que Michelini y el otro diputado «eran boleta», pero que ellos no tenían que tocarlos. Según dijo Sosa, todo lo que tenían que hacer era llevarlos a interrogarlos a la casa de Palermo y soltarlos después. El que expuso todo cómo era la cosa fue Sosa. Dijo que ya estaba todo arreglado en Interior y que Ramírez quería que fuese un trabajo limpio, sin problemas. Dijo que Ramírez estaba encargado personalmente del asunto y que sólo respondía ante el Ministerio de su país. Dijo que Ramírez lo había responsabilizado a él del trabajo en Buenos Aires y que Ojeda supervisaba todo. Dijo que lo primero que había que hacer era vigilar a Michelini y al otro para saber si había posibilidad de lograr otras pistas que llevaran a otra gente, además de la que ya estaba marcada. Sosa y CH tenían una lista de unas veinte personas importantes, todas uruguayas, que estaban en contacto con los diputados y querían ver si esa lista se podía ampliar, para llevar más gente a Montevideo o para interrogarlos en Buenos Aires y sacarles más datos.”


Michelini, según el tal Silvera, se había dado cuenta de que estaba vigilándolo. No cambió su rutina, no obstante ello: “El hermano venía a veces de Montevideo y también otra gente vinculada a él y CH sabía con anticipación cuándo venían amigos de Michelini de Montevideo y me avisaba para que estuviera alerta –dice–. Casi todos los días CH, Blanco y también Sosa revisaban la lista de los aviones y además recibían información de Montevideo, sobre viajes, a través de la Embajada uruguaya. Sosa era el que más manejaba esas cosas y desde Interior avisaba a Montevideo cuando la gente que había venido iba a volver y qué estaban haciendo en Buenos Aires y a quiénes veían y esas cosas. Tenían a mucha gente de la Federal trabajando en eso, además de los uruguayos que estaban en Buenos Aires”.


Estaba cada vez más cerca el desenlace. Que el 20 de abril, dice el tal Silvera, aún no tenía fecha. Sosa, en una reunión realizada en el local, montó en cólera: Del Castillo había dicho que su contacto (otro eslabón, anónimo en ese caso) no estaba seguro de la conveniencia, o de la oportunidad, de ejecutar el plan.


“En realidad, CH se limitaba a cumplir órdenes, aunque me parece que el asunto no le gustaba mucho –dice el tal Silvera–. Sosa dijo que el trabajo lo había planeado para que lo hiciera gente argentina y que ya Superintendencia e Interior estaban tomando las medidas del caso. Dijo que había que ir a lo de Michelini y a la casa del otro, Gutiérrez, a la misma hora y que otro grupo trataría de encargarse de Ferreira Aldunate, otro político uruguayo que estaba en Buenos Aires. Dijo que en total participarían unos 40 hombres, todos argentinos, menos él y otros dos uruguayos que no nombró, que iban a venir de Montevideo y participarían del asunto. Dijo que esos dos hombres que iban a venir eran de Inteligencia Militar, del Ejército. Después uno no vino y lo sustituyó uno de la Marina. Pese a lo que dijo Sosa, a última hora se agregó Márquez y él también participó, creo que por orden del tal Ramírez. CH dijo en esa reunión que lo de Ferreira le parecía una locura. Dijo también que cualquiera de los tres se [...] podía [...] resistir porque no eran ningunos idiotas y que si eso pasaba había que boletearlos y eso iba a causar problemas. Sosa dijo que las órdenes que él tenía eran sacarlos vivos y llevarlos a Palermo. Después, allí, esperarían órdenes.”





Leer: Caso Zelmar Michelini III

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