18/6/07

Trágico Mayo 1976 en Bs As ( II )

Final planificado: asesinatos de Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini


A fines de marzo de 1976, un débil resquicio de salida al problema institucional uruguayo iluminó brevemente la esperanza de los exiliados políticos en Buenos Aires. Es posible también que por una trágica paradoja, las conversaciones que se plantearon en ese momento, hayan sido el factor decisivo que desató, por supuesto involuntariamente, los asesinatos del Presidente de la Cámara de Diputados Héctor Gutiérrez Ruiz y del senador Zelmar Michelini y que también estuvo a punto de costar la vida al líder del Partido Nacional Wilson Ferreira Aldunate, el político más votado en las elecciones de 1971. El paso inicial de la nueva situación la dio el Ministro de Economía de la dictadura uruguaya, ingeniero Alejandro Végh Villegas, quien durante un almuerzo que tuvo lugar el 24 de marzo con el doctor Diego Terra Carve, personalidad del Partido Nacional y defensor entre otros presos políticos del dirigente gremial Héctor Rodríguez, le propuso que mediara para que pudiera obtener una entrevista en Buenos Aires con Wilson. Terra, luego de consultar con algunas figuras de su partido, cruzó el Río de la Plata a principios de mayo y concretó el encuentro. Informes recogidos en la época permiten afirmar que Végh alentaba una salida consensuada, basándose en un supuesto desgaste del gobierno de Bordaberry, en la difícil posición de éste ante la cúpula militar que se resistía a su reelección, en la segura asunción de Jimmy Carter a la Presidencia de Estados Unidos que iba a endurecer las relaciones con Uruguay y en la actitud del Partido Colorado, que con el doctor Jorge Batlle a la cabeza (un amigo personal de Végh de muchos años) quería encontrar un Baldomir para ese momento histórico. Esto quería significar que Batlle buscaba una figura de transición capaz de superar las diferencias con el régimen, así como el Presidente general arquitecto Alfredo Baldomir lo había hecho para salir de la dictadura de Gabriel Terra. La entrevista de Végh con Wilson no se produjo, aunque se sabe que aquél conversó largamente con Zelmar Michelini. Matilde Rodríguez de Gutiérrez Ruiz le aclaró estos puntos a Claudio Trobo en el libro Asesinato de Estado (Ed. del Caballo Perdido, 2003). "El Toba no fue un protagonista de las entrevistas con Végh Villegas sino que fue un vínculo solamente. La persona que trajo la propuesta de Végh se la trajo para que se la llevara a Wilson, como Jefe del Partido. Estuvo en las conversaciones pero no fue un destinatario de la propuesta. Y después con Michelini. Es horrible, siempre pensamos que hay una conexión entre este hecho y el asesinato. Y es incluso un cargo de conciencia para los que participaron y no tenían culpa ninguna, pero... es claro, al haber iniciado este proceso de intentar una apertura, los otros sectores más duros del gobierno de Bordaberry quisieron cortarla de alguna manera con un episodio de esta índole. Bueno, eso es una interpretación, tampoco se puede decir que una cosa es consecuencia de la otra. Pero puede ser que ese intento de ablandar a los sectores más duros les haya provocado una reacción que terminara en un episodio así. Fue ese emisario, habló con Wilson que dio su opinión y luego Végh habló directamente con Michelini; sabía donde paraba. Se encontraron en un lugar céntrico. Ellos se conocían, no necesitó de intermediarios".






Zelmar Michelini y Alejandro Végh Villegas, quienes tenían buen trato desde muy niños porque el ministro y un hermano de Zelmar habían sido compañeros de escuela, se encontraron finalmente en la confitería Richmond de Buenos Aires, aunque no trascendió lo que conversaron. Lo que sí se conoce es una carta de Michelini al doctor Carlos Quijano escrita en esos mismos días, el 12 de mayo, en la que trasunta un gran optimismo.









"Don Carlos Quijano, querido amigo.




Espero y deseo que se encuentre bien. Le adjunto algo que considero de suma importancia. El régimen comienza a desflecarse y todo parece indicar que Bordaberry está liquidado. Jorge Batlle —César en realidad— está detrás de la tesis de un Baldomir. La historia se repite y la frase de Martín C. Martínez que dominó la convención batllista vuelve nuevamente al tapete. "De esto se sale enancado en uno de ellos o no se sale". Principio quieren las cosas y esta conversación es muy probable que pueda abrir rumbos. Lo tendré al tanto de cualquier novedad. WFA (nota: Wilson, Ferreira Aldunate) está muy tranquilo y retempla su confianza. Le ha venido bien. Me ha tenido al tanto de todo y hemos conversado de posibles salidas. Le he recomendado calma y sobre todo que quede claro que las reglas de juego, como hasta el presente las han puesto ellos. Que no se pretenda ahora una olla podrida para salir del pantano. Eso sí, los tiene muy asustados la victoria de Jimmy Carter y la casi seguridad de que todo puede cambiar".






El material intentando interpretar la realidad de Uruguay que Michelini le adjuntaba a Quijano en esa carta fechada una semana antes de su secuestro, ya fue resumido al final del primer párrafo de esta nota y revela hasta qué punto los exiliados uruguayos estaban desinformados acerca de la solidez del gobierno impuesto por la dictadura militar. Pensar que Jorge Batlle estuviera en condiciones de hacer lo mismo que su tío César Batlle Pacheco cuando éste empujó el golpe de Estado de Baldomir como salida para el restablecimiento de las instituciones conculcadas por Terra, era confundir deseos con realidades. Por lo tanto, cuando los exiliados creían en una apertura democrática en pleno año 1976, estaban cometiendo un tremendo pecado de ingenuidad. Todos los que vivíamos acá lo sabíamos, pero la distancia y la desesperación seguramente distorsionaron los razonamientos. La gestión de Végh fue efímera y fracasó de inmediato, pero eso no le impidió seguir acompañando a la dictadura. Después de secuestrados y muertos Michelini y Gutiérrez Ruiz, y a pesar de que el gobierno uruguayo ignoró totalmente primero los secuestros y luego los crímenes, Végh pasó a ejercer el cargo de Consejero de Estado hasta el 79, luego fue designado embajador en Estados Unidos entre 1982 y 83 volviendo a ejercer el Ministerio de Economía y Finanzas hasta el retorno de la democracia.






Pese a esas perspectivas levemente esperanzadoras surgidas luego de la visita de Végh, ninguno de los tres exiliados más importantes ignoraba que su seguridad personal pendía de un hilo muy delgado. Héctor Gutiérrez Ruiz ultimaba los detalles de la venta de su comercio, pensando ya en la necesidad de salir del país. Igual que Michelini, se sabía constantemente vigilado y recibía continuas amenazas de muerte por vía telefónica. Wilson, que había podido regresar a Uruguay un mes después del Golpe de Estado, viajando en avioneta hasta la estancia de su amigo Horacio Terra en Río Negro, había intentado en el invierno de 1975 convocar a la plana mayor del Partido Nacional a una reunión política en su propio campo de Rocha a la que el mal tiempo frustró. Se había desplazado en auto hasta Porto Alegre y de allí bajó hasta Santa Victoria donde iba a ser trasladado por un avión. Pero llovió tan torrencialmente que el avión no pudo recogerlo. Su idea era hacer ver que la oposición estaba viva, sembrar confianza, demostrar que el régimen no eran tan poderoso y era posible desafiarlo y salir airoso. Lamentablemente circunstancias adversas le impidieron hacerlo y a partir de ahí, se refugió en el campito comprado en la Provincia de Buenos Aires, con el fin de no exponerse en la capital argentina. Michelini, quien trabajaba como cronista internacional en el diario La Opinión de Jacobo Timmerman, alternaba algunos momentos de relativo optimismo con otros de negros presagios. El 5 de mayo de 1976, le había escrito una carta a su compañero de redacción Roberto García:






"Amigo Roberto:




En estos días he recibido amenazas telefónicas anunciándome un posible atentado y además un traslado por la fuerza y contra mi voluntad a Montevideo. Me llega asimismo la información de que el ministro uruguayo Juan Carlos Blanco plantearía ante las autoridades argentinas, la necesidad de que se me aleje de este país.




No sé cuál puede ser el curso futuro de los acontecimientos, pero en previsión de que efectivamente un comando uruguayo me saque del país, le escribo estas líneas para que usted sepa que no tengo ni he tenido ninguna intención de abandonar Argentina y que si el gobierno uruguayo documenta mi presencia en algún lugar de territorio uruguayo, es porque he sido llevado allí en forma arbitraria, inconsulta y forzada. No sería la primera vez que se intenta hacer aparecer como voluntaria lo que es una actitud impuesta por la prepotencia y el salvajismo.




Disculpe esta molestia y le agradezco desde ya el uso que usted haga si es necesario, de esta confidencia.




Su amigo: Zelmar Michelini"






Roberto García no tomó muy en serio la carta y la atribuyó a un exceso de preocupación. Tiempo después, reconoció que Michelini tenía mucho más conocimiento de los hechos de lo que creían en el propio diario La Opinión. El senador uruguayo siempre había sido una persona extremadamente bien informada. Diez años antes, durante el lapso en que trabajamos juntos en el diario Hechos, tenía siempre datos ciertos tanto del pensamiento militar como del de la izquierda guerrillera. Dos días antes de la llegada de Juan Carlos Blanco a Buenos Aires, ya conocía la fecha del viaje y probablemente las intenciones.






Tal como había anunciado Zelmar en el diario La Opinión, dos días después de su carta, el entonces Canciller de nuestro país, se trasladó a Buenos Aires para entrevistarse con el Ministro de Relaciones Exteriores del país vecino César Augusto Guzzetti. Los pasos que dio los confirmó el embajador uruguayo en Argentina Gustavo Magariños, quien declaró lo siguiente a la Comisión Investigadora parlamentaria creada en 1985. "Tuvieron una reunión secreta en una embarcación en travesía por el delta del río Paraná parte de cuyo contenido no me fue autorizado escuchar, dado su carácter de reservada. La información oficial brindada en aquella oportunidad, por ambas partes, se refirió a conversaciones sobre distintas normas de relación bilateral que interesaban a ambos países". Por su parte el propio Wilson Ferreira Aldunate, quien fue citado por la misma comisión investigadora en el mes de junio de 1895, expresó que el doctor Raúl Alfonsín le había relatado que en aquella oportunidad había ido a hablar con el Ministro del Interior general Albano Harguindeguy para interesarse por los secuestrados uruguayos y éste que primero le argumentó que ignoraba los hechos, admitió finalmente que esas personas no eran demócratas sino tupamaros, exhibiendo luego un expediente con el escudo uruguayo que se encontraba encima de su mesa. ¿Qué decía el informe secreto de la Cancillería uruguaya? ¿Denunciaba como insinuó Ferreira Aldunate en la Comisión Investigadora que los exiliados políticos de más jerarquía eran tupamaros encubiertos y debían ser tratados como tales? ¿Ese fue el expediente reservadísimo que transportó personalmente el ministro Juan Carlos Blanco a Buenos Aires, el cual solamente entregó a su colega argentino durante una navegación sin testigos sobre el río Paraná tal como lo declaró el embajador Magariños? ¿Por qué se entrevistaron los cancilleres y no los Ministros del Interior que hubiera sido más lógico?¿La orden se envió en valija diplomática? ¿En tal caso qué fue a hacer Juan Carlos Blanco a Buenos Aires once días antes de los secuestros? Probablemente estas preguntas ya nunca puedan ser contestadas. Pero en el terrible período de Videla, cuando las fuerzas del ejército y los paramilitares actuaban con absoluta impunidad cazando izquierdistas y elementos de la oposición, asesinándolos o haciéndolos desaparecer, cuando los comandos binacionales se prestaban favores mutuos actuando de común acuerdo en función del Plan Cóndor, tachar de terroristas a quienes no lo eran, significaba el peor de los destinos. Agravado todavía en el caso de Zelmar Michelini, a quien la cancillería uruguaya le había negado la renovación de su pasaporte. Wilson Ferreira, entrevistado por el autor de estas notas para el libro Ni muerte ni derrota (Ed. Atenea, 1987) ratificó plenamente esas conclusiones. "En setiembre del 75, Zelmar fue conminado a abandonar el territorio argentino y nosotros movimos cielo y tierra para evitarlo. Siempre me quedó esa cosa horrible de pensar: ¿no habremos pagado demasiado duramente el éxito de aquella pequeña gestión? Si hubiéramos fracasado y se hubiera tenido que ir, de pronto hoy lo teníamos con nosotros. Alfonsín recordaba hace pocas horas (nota: esto fue grabado en mayo de 1987) una comida en la que estábamos Zelmar, el Toba, el propio Alfonsín, el dueño de casa que era Philippe Labreveux, corresponsal de Le Monde en Buenos Aires, y yo. También estaba invitado el general chileno Prats, pero no pudo asistir por una afección gripal. Poco tiempo después, el Toba y Zelmar habían sido asesinados, Philippe Labreveux había salvado su vida milagrosamente en un atentado, Prats había sido ultimado y yo apenas pude escaparme. Cuando Zelmar recibió esa orden de expulsión de territorio argentino, fue a la Dirección de Inmigraciones con el doctor Losada que era un juez muy notorio. Al regresar nos contó que el jerarca de la oficina le había dicho al doctor Losada que el expediente venía muy cargado (nota: el subrayado es nuestro) porque no sólo tenía información del SIDE es decir del Servicio de Información del Ejército, sino que además contenía una información oficial enviada por vía diplomática por el gobierno uruguayo de entonces según la cual Zelmar y el Toba eran dirigentes tupamaros importantes. Yo me preocupé después por encontrar en Argentina el expediente, pero todo eso no existe más. Reitero que esto es textualmente lo que me contó Zelmar Michelini en presencia del doctor Losada cuando volvieron de cumplir con esa diligencia. Enviar un expediente a la Argentina de entonces sindicando como jefes tupamaros a dos personas, era igual a condenarlas a muerte. Y todavía, simultáneamente se hizo lo posible para que no se pudiera eludir la sentencia, porque el gobierno uruguayo comunicó a todas las cancillerías que había anulado el pasaporte de Zelmar. Creó las condiciones para que lo mataran y adoptó las providencias para que no pudiera eludir su destino".


Lo que parece incontrovertible, casi treinta años después de los sucesos, es que los secuestros y asesinatos de Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz no constituyeron un hecho improvisado ni la consecuencia de un rapto de malhumor de determinados jerarcas. Fueron planificados cuidadosamente y a la luz de los documentos que se han ido conociendo, resulta de una gran inocencia pensar que se efectuaron al margen de una estrategia conjunta de los dos gobiernos. El primer paso se dio en la fecha citada por Wilson, setiembre del 75, cuando el Ministerio del Interior argentino emitió un decreto por el cual Michelini debía abandonar el país en treinta días. Esta disposición no fue llevada a la práctica por gestiones realizadas por políticos uruguayos y argentinos, pero tampoco el líder de la Lista 99 estaba en condiciones de cumplirla, porque la cancillería uruguaya había dado orden de que no le fuera renovado su pasaporte. Una carta de Zelmar fechada el 5 de mayo de aquel año y cuya fotocopia obra en mi poder dice: "La situación se ha complicado para mí. Ya no se trata de conseguir pasaporte para poder viajar, sino que ahora está la lucha para mantenerme en Buenos Aires. El martes sacaron un decreto en la Dirección de Inmigraciones por el cual me expulsan y me dan treinta días para irme de Argentina. Consideran que comprometo la seguridad interna de la Nación argentina y pongo en grave peligro las relaciones diplomáticas con los países limítrofes. (...) Me estoy moviendo y hablando con cuanta persona tiene influencia y pienso que eso se va a frenar". El segundo paso tuvo lugar en los primeros meses de 76, el gobierno de facto argentino dispuso que en caso de entender que los exiliados molestaban y causaban problemas, se les avisaría con 24 horas de anticipación para que se marcharan del país. Y finalmente, el último y definitivo escalón fue abordado cuando en mayo de ese mismo año, un expediente de la cancillería uruguaya puso punto final al plan, declarando oficialmente a los dos senadores uruguayos y al presidente de la Cámara de Diputados, jefes tupamaros de gran peligrosidad. En las primeras horas del 18 de mayo de 1976, dos comandos integrados al parecer por agentes especializados de Argentina y Uruguay, salieron de sus lugares de concentración con la intención de secuestrar a Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini. Horas después, un tercero se encaminó a la chacra La Panchita para hacer lo propio con Wilson Ferreira Aldunate.


Leer: Trágico Mayo 1976 en Bs As ( III )

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