9/8/08

Oscar Gestido II

El primero de marzo de 1967, abrumado por solemnidades a las que no estaba acostumbrado y que seguramente no le gustaban, el Presidente Oscar V. Gestido fue recibido por la Asamblea General y luego pronunció un discurso de tono preocupado y que en ocasiones adquirió tonos patéticos en el que hacía mención a la situación económica del país. "Si el pueblo uruguayo no toma conciencia de su responsabilidad. Si el pueblo uruguayo no toma conciencia de que no hay organización jurídica ni sistema de represión por brutal que sea que pueda sustituirse a una sociedad que no esté dispuesta a coexistir pacíficamente como una sociedad civilizada, entonces todos nosotros y desde ya, debemos saber que no hay salvación posible. Si el pueblo uruguayo estuviera dispuesto a despedazarse, si el pueblo uruguayo estuviera dispuesto a convertir la sociedad uruguaya en una agrupación de tribus cada una luchando por sus intereses sectoriales sin tener presentes los intereses de la comunidad, entonces tendríamos desde ya que declarar que todos los uruguayos somos irrecuperables (...) No hay Constitución, no hay gobierno por honesto que sea que pueda salvar a un país que no quiera salvarse".

Como suele ocurrir, las personas que Gestido eligió como sus hombres de mayor confianza para integrar los ministerios, despertaron críticas aún en su propio partido. Las designaciones fueron las siguientes: Ministro de Hacienda, ingeniero Carlos Vegh Garzón, de Interior, doctor Augusto Legnani, de Defensa, general Antonio Francese, de Obras Públicas Heraclio Ruggia, de Ganadería y Agricultura Manuel Flores Mora, de Educación y Cultura Luis Hierro Gambardella, de Trabajo y Seguridad Social doctor Enrique Véscovi, de Salud Pública doctor Ricardo Yanicelli, de Transporte Comunicaciones y Turismo, el doctor Justino Carrere Sapriza, de Industria y Comercio doctor Julio Lacarte Muró y de Relaciones Exteriores doctor Héctor Luisi. El Director de Planeamiento y Presupuesto era el contador Luis Faroppa, el secretario de la presidencia el doctor Héctor Giorgi y el subsecretario el doctor Carlos Pirán. No había representantes ni del grupo de Vasconcellos ni del grupo de Michelini. Los continuos cambios ministeriales consecuencia de un tiempo político azaroso e inestable, llevaron a ambos líderes batllistas a ocupar carteras a las que luego renunciarían.

Como consecuencia de su corta trayectoria como hombre público, la gente conocía muy poco la vida del nuevo Presidente de la República. Se sabía sí que era hermano de Alvaro Gestido, excepcional jugador de Peñarol y lateral izquierdo de la selección nacional que ganó el Mundial del año treinta en Montevideo. Hasta se decía que el Primer Mandatario jugaba tan bien o mejor que su hermano y había dejado de practicar fútbol al recibirse como oficial de artillería en la Escuela Militar. Consultado en una oportunidad su hijo Oscar por este cronista dijo que "en casa nunca se habló de política. Yo no recuerdo que que el tema haya salido a luz en ninguna conversación durante todos los años que vivimos juntos. Mi abuelo sí era colorado y lo decía pero papá posiblemente por su condición de militar nunca exteriorizaba sus preferencias aunque era tan colorado como mi abuelo". El señor mencionado en último término era un gallego llegado al país procedente de las rías de Galicia. Ejerciendo su profesión que era la de albañil había llegado a ser sobrestante del Banco República algunas de cuyas sucursales, como la de Melo o de Sarandí del Yi habían sido hechas por él. Casado en el Uruguay había tenido cinco hijos de los cuales el presidente electo había sido el segundo. Criado en un hogar donde los gastos se medían cuidadosamente, el general Oscar Gestido jamás abandonó sus hábitos de austeridad y de sencillez. Sobrio en sus gustos y en su manera de vivir, su otra característica era su deliberada marginalidad de todo lo que fueran luchas políticas. A medida que se había ido acercando a las responsabilidades de gobierno, por sus dos cargos como interventor y su carácter de Consejero de Gobierno electo en 1962, su obsesión era la de rodearse de una especie de coraza a prueba de las contaminaciones morales que él creía traían consigo los quehaceres políticos. Gestido ejercitó estos principios hasta el final de su vida y nunca se cansó de repetir que él era un administrador y no un político profesional.

Probablemente esta manera de pensar fue lo que le hizo acentuar, como una forma de señalar diferencias, las medidas de extrema austeridad con las que decidió vivir luego que asumió la Primera Magistratura del país. No aceptó trasladarse a la residencia oficial de la Avenida Suárez y prefirió seguir en su casa de la calle Pereyra desde la cual su esposa que nunca le dio importancia a su condición de Primera Dama, salía todas las mañanas a barrer la vereda en delantal. Por diferentes motivos quien escribe estas notas visitó aquella casa en varias oportunidades. Había sido comprada en catorce mil pesos y un préstamo del Banco Hipotecario, era terriblemente fría, tenía techos altos y apenas lograba ser entibiada con un par de estufitas de queroseno. Había pocos muebles y carecía de un mínimo fondo para poner una parrilla.



La tragedia de un hombre víctima de su tiempo
Las inmejorables intenciones no alcanzaron. El Presidente Gestido no pudo superar los factores externos e internos que frenaron su gobierno. Un viejo problema cardíaco terminó con su vida a poco menos de
un año de asumido el cargo. Habría que hacer un repaso de la situación política, social y económica imperante en aquel Uruguay de 1967 para entender las dificultades que debió afrontar el Presidente Gestido, sin dejar de recordar que tampoco fueron ajenas a ellas su falta de experiencia y su ingenuidad política. Los partidos tradicionales se encontraban en aquel momento hondamente divididos. El Colorado en seis grupos: el del propio Gestido (la tradicional Lista 14 del diario El Día), el que configuraban Glauco Segovia y algunos senadores, el de Jorge Batlle, el de Zelmar Michelini, el de Amílcar Vasconcellos y el desgajamiento post electoral de Manuel Flores Mora. El Partido Nacional estaba fraccionado en cuatro movimientos: la Alianza, que respondía a Martín Echegoyen y Penadés, el Movimiento de Rocha, liderado por Alberto Gallinal y Felipe Gil, la Unión Blanca Democrática conducida por Washington Beltrán y el sector que orientaban los hermanos Alberto y Mario Heber. A ese intrincado panorama que en ninguno de los dos lados lados era fácil de zurcir, se agregaban las dificultades económicas. El dólar que trepaba incansablemente y se cotizaba en el mercado libre al doble de las pizarras oficiales, los salarios que iban corriendo de atrás y siempre en desventaja y la inevitable consecuencia de lo que se vivía: una palpable pérdida colectiva en la confianza del pueblo a sus gobernantes. A eso se agregaban cada vez con más fuerza, rumores golpistas y una acción terrorista cada día más desembozada. En la calle se hablaba de un golpe de Estado y muchos recordaban un discurso del senador Vasconcellos pronunciado dos años antes en pleno recinto parlamentario en el cual había expresado: "En este momento hay fuertes y poderosos intereses extranjeros que se están movilizando a fin de provocar una situación de fuerza en el país (...) tres movimientos de derecha con intenciones golpistas". Sus palabras podían ser consideradas un delirio, pero un analista de hoy debería recordar que el mismo Vasconcellos que era un hombre muy bien informado fue quien denunció el quiebre institucional del 73 con todos sus detalles varios meses antes de que estallara. Por otro lado, la izquierda violentista uruguaya, alentada por la declaración de las OLAS de mediados de agosto y por las actitudes guerrilleras en la Argentina contra el gobierno del general Onganía, ya había comenzado un accionar que solamente se detendría por la intervención del ejército.

Existieron también otros hechos puntuales que tensaron aún más la situación. En octubre se declaró una huelga bancaria por motivos que mirados con los ojos del 2002 dan la impresión que pudieron haber sido fácilmente evitables, culminada con un discurso radial claramente amenazante del Presidente de la Aministración de Puertos general Pedro Ribas. Gestido cortó entonces por lo sano. En acuerdo con la mayoría de sus ministros, decretó Medidas Prontas de Seguridad. Los escasos órganos de prensa que salían pese a la huelga decretada en agosto, que eran el diario gremial Verdad y el comunista El Popular fueron sometidos a censura y se detuvo a no menos de trescientos dirigentes sindicales de todas las organizaciones. La consecuencia inmediata fue la renuncia de los ministros Zelmar Michelini, Heraclio Ruggia, Amílcar Vasconcellos, Luis Faroppa y Enrique Véscovi. Fue designado Ministro de Hacienda el doctor César Charlone cuya primer medida fue una devaluación que llevó al dólar de cien a doscientos pesos. El gobierno del general Oscar Gestido llegaba a su momento de mayor descrédito. Sin embargo aún tuvo fuerzas como para dar un golpe de timón a la política económica y volver a relacionarse con el Fondo Monetario Internacional. En un discurso pronunciado al día siguiente, Gestido planteó su nueva política: "No debemos aceptar imposiciones ni fórmulas mágicas que no las hay. Sólo hay el trabajo, el ahorro y la producción. Pero tampoco podemos aceptar de antemano consideraciones políticas para atacar a organismos internacionales como el tan debatido Fondo Monetario Internacional integrado por otros ciento seis países del mundo capitalista y socialista al cual recurren también éstos últimos cuando consideran que deben hacerlo. (...) Hemos decidido reanudar nuestras relaciones con el FMI, con el Banco Mundial, con el Banco Internacional y con las agencias de desarrollo del gobierno de los Estados Unidos".

Como era natural el ahora senador Vasconcellos responsable de la propuesta de ruptura con el Fondo, reaccionó duramente y primero en el Parlamento y luego en un acto en la Casa del Partido Batllista atacó las recientes medidas y el discurso presidencial de justificación con gruesos calificativos que incluyeron una calificación al Presidente Gestido de "mentiroso y Gunga Din que traiciona los intereses de su patria". La respuesta fue el planteo de dos lances caballerescos contra la persona del ex Ministro de Economía: uno del canciller Héctor Luisi y otro del propio Presidente de la República Oscar Gestido. Ninguno de los dos prosperó y Vasconcellos volvió a la carga en el Senado recordando que durante el gobierno nacionalista los dirigentes del Partido Colorado habían recorrido el país señalando que la aplicación de las medidas del Fondo Monetario conducían inevitablemente a la miseria. Los tiempos habían cambiado porque nueve años después, otros dirigentes colorados no sólo recurrían al Fondo sino que lo justificaban. Carlos Manini Ríos expresó en aquel momento que "la devaluación servirá para entrar en un período de estabilización, evitándose la especulación" y Jorge Batlle que "la corrección cambiara es absolutamente necesaria y puede traer resultados muy beneficiosos".

Los episodios mencionados, que algunos descreídos pueden considerar de política menuda aunque probablemente no lo sean, pusieron bien en evidencia que a casi ocho meses de asumida la presidencia, las desconfianzas, las diferencias de ideas o estrategias y aún las más virulentas oposiciones que caracterizaban el accionar de los seis grupos colorados, impedían la mínima coherencia que se necesita para gobernar. Gestido ya había roto relaciones con varios grupos colorados y ahora se apoyaba únicamente en su propia agrupación, en la de Jorge Batlle y más débilmente en la fracción del Intendente Glauco Segovia. Para empeorar las cosas en esos mismos días, éste último, por causas que nunca quedaron bien claras, renunció imprevistamente a su cargo. Los únicos motivos que esgrimió en una alocución televisiva fueron "la atomización del Partido Colorado y el fracaso de la gestión del Presidente de la República, que en siete meses y medio de gobierno ha podido hacer muy poco".

A esa altura resultaba muy evidente que Gestido no tenía compañeros de partido que tocaran en el mismo tono que él ni que tuvieran la misma sensibilidad política que él había cultivado toda su vida. Ninguna de las dos cosas eran fáciles. "Yo sigo sin saber cuál fue el motivo por el cual mi padre entró en la actividad política" -contó su hijo Oscar a este cronista en 1995. "No tenía malicia, no entendía de cambios de frente ni de zancadillas, era demasiado leal, demasiado puro. A ninguno de la familia le cayó bien su decisión. Le digo más: todos nos opusimos lo más que pudimos. Se había retirado del Ejército, vivía tranquilo sin tensiones ni problemas. La política le trastornó, sus costumbres, lo envejeció". Y quien fue en aquellos meses uno de sus más estrechos colaboradores, el doctor Héctor Giorgi, lo corroboró en la misma oportunidad. "Gestido tuvo grandes problemas para adoptar determinaciones. Muchas veces le escuché manifestar su gran preocupación por la falta de coherencia de los partidos, en particular el suyo. Y para una persona como él, tremendamente respetuosa de los partidos políticos le era muy difícil tomar decisiones sin la aceptación de ellos por el riesgo de la división. (...) El problema es que muchos políticos viven peleando por lo que creen es suyo sin darse cuenta que las empresas públicas deben ser dirigidas por personas aptas moralmente, funcionalmente y técnicamente. Gestido era un hombre ejecutivo y muchas veces se sentía atado porque para tomar decisiones debía negociar con dirigentes y legisladores y eso le significó un enorme desgaste desde el principio del gobierno".

Leer: Oscar Gestido III

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