13/12/08

Von Wernich, paradigma del clérigo fascista


El cura Christian Federico Von Wernich fue capellán de la Policía bonaerense de Ramón Camps y Miguel Etchecolatz durante la última dictadura y se desempeñó como asesor espiritual de los grupos de tareas de La Plata. No sólo proporcionó una supuesta justificación religiosa a los asesinos, sino que fue un represor más. Cuando el fiscal Félix Crous lo denunció penalmente, lo acusó de “desplegar una actividad voluntaria y consciente, dirigida a procurar quebrar la voluntad de las víctimas, obtener información, procurar el silencio de las víctimas y sus familiares y con ello asegurar los fines perseguidos por la dictadura y la impunidad de él y sus cómplices”. El año que viene será juzgado por 45 privaciones ilegales de la libertad y torturas, tres homicidios y la apropiación de un bebé. El caso pondrá en evidencia una trama en la que Iglesia y dictadura funcionaron como una unidad.

Von Wernich nació en 1938 en San Isidro y se ordenó en 1976, a los 38 años. El mismo año, el general Ramón Camps, entonces jefe de la Policía bonaerense, lo designó oficial subinspector para desempeñarse como capellán. En el libro Iglesia y Dictadura, Emilio Mignone señaló que fue la personalidad del sacerdote lo que lo hizo conocido y lo transformó en una “suerte de paradigma del clérigo fascista identificado con las Fuerzas Armadas y colaborador de la represión ilegal”.

Miembro de una acaudalada familia de Concordia, el hecho de que tomara los votos no fue una sorpresa. Había transitado por varios seminarios y más de un obispo se había negado a ordenarlo. El hombre decía a sus amigos que había optado por ser cura porque es una profesión en la cual se trabaja los domingos y se descansa el resto de la semana.

“Como soy de Concordia el general Camps me conocía de chico, ya que él es de Paraná. Por eso y de acuerdo con monseñor (Antonio) Plaza, llegué a ser cura de confianza para muchas cosas en la lucha contra la subversión”, afirmó él mismo en un reportaje.

Fue arrestado por primera vez en agosto de 2003, después de declarar en la causa por la Verdad que lleva adelante la Cámara Federal de La Plata.

Antes de que entrara a la sala de audiencias, el juez Leopoldo Schiffrin advirtió a los presentes que colmaban el lugar que “guardaran el decoro” para permitir que la Cámara cumpliera con el “objetivo de verdad y justicia”. Por eso, cuando el sacerdote caminó hacia su silla vestido con una campera azul, camisa celeste con cuello clerical y pantalón gris, sólo se sintió un murmullo. Pero después de más de una hora de escuchar la lectura de los testimonios de varias víctimas que relataban sus encuentros con Von Wernich, la bronca de muchos fue incontenible.

La indignación se percibía en el ambiente cuando la secretaria del tribunal recordó el testimonio de Luis Velasco, quien estuvo secuestrado en la Comisaría Quinta de La Plata. “Héctor Baratti le preguntó qué tenía que pagar su hija, que tenía días. El sacerdote le respondió que su hija pagaba por lo que habían hecho sus padres”, relató. La hija de Héctor Baratti y Elena de la Cuadra sigue desaparecida. Su abuela Licha miraba a Von Wernich desde la segunda fila pero el sacerdote evitó los ojos de los que habían ido a presenciar su interrogatorio.

Ese primer arresto ordenado por Schiffrin y Julio Reboredo fue provisorio. El juez Arnaldo Corazza lo dejó en libertad para reclamar su detención un mes y medio después. Sólo que el cura ya no estaba en el domicilio que había informado. Von Wernich estuvo prófugo durante una semana, hasta que decidió entregarse.

Cuando fue interrogado por el juez, reconoció haber visitado los campos de concentración de Camps (los llamó “cárceles”) pero negó haber visto a presos con signos de haber sido torturados. Y se amparó en el secreto confesional para evitar dar precisiones. Los relatos de los sobrevivientes lo ubicaron en los campos que funcionaron en la Comisaría Quinta, la Brigada de Investigaciones, Pozo de Quilmes y Puesto Vasco.

Uno de los casos en el que el cura está involucrado es en el de los homicidios de María del Carmen Morettini, Cecilia Luján Idiart y Domingo Moncalvillo, tres de siete detenidos a los que Camps había ofrecido sacar del país. Las familias de los desaparecidos habían aportado dinero para pagar los costos que, al menos en un caso, se encargó de recolectar el sacerdote.

En 1984 el policía Julio Emmed relató: “En la Brigada nos esperaba el padre Christian Von Wernich, quien había hablado y bendecido a los ex subversivos y les había hecho una despedida en la misma Brigada. En el coche donde iba yo se encontraba el padre. Yo debía dar el golpe que adormecería a la persona pero no logré desvanecer al joven y Giménez sacó la pistola reglamentaria. Cuando el NN vio el arma se precipitó contra ella y se entabló una lucha. Le descargué varios golpes en la cabeza con la culata de mi arma. Se produjeron varias heridas y sangró abundantemente, tanto que el cura, el chofer y los dos que íbamos al lado quedamos manchados. Se descendió a los tres cuerpos de los ex subversivos que en ese momento estaban vivos. Los tiraron a los tres sobre el pasto, el médico (Jorge Bergés) les aplicó dos inyecciones a cada uno, directamente en el corazón, con un líquido rojizo que era veneno. Fuimos a asearnos y cambiarnos de ropa porque estábamos manchados de sangre. El padre Von Wernich me habló de una forma especial por la impresión que me había causado lo ocurrido. Me dijo que lo que habíamos hecho era necesario, que era un acto patriótico y que Dios sabía que era para bien del país”.

Página 12
08/10/06

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