El 12 de noviembre de 1976, alrededor de las 3 de la madrugada, estaba durmiendo en mi casa cuando sentí las patadas y los golpes en la puerta; me desperté y me di cuenta que eran las Fuerzas Conjuntas, porque ellos gritaban que prendiera la luz y saliera. Estábamos: mi madre, mi sobrina de 5 años, mi padre que estaba inválido y yo.
Salí para afuera sin prender la luz y habían 4 soldados con metralleta al mando de un superior que según pude saber después era un sargento de primera llamado Adolfo González. Allí revolvieron todo y le preguntaban a mi madre si tenía armas mientras daban vuelta colchones y buscaban en los roperos.
De ahí me sacan, siempre con las metralletas muy cerquita mío y a los gritos de mi madre; estaba muy oscuro y el Jeep lo tenían a unos 50 m. Cuando salí y fui a subir me pusieron la capucha, pero antes cuando llegué al coche, antes de ponerme la capucha, parado atrás estaba un policía de la seccional 8ª de Villa Rodríguez, a quien conocí.
También me pusieron las esposas, cuando subieron todos los que iban empezaron a dar vueltas para marearme, cosa que no lograron, porque llegaron a la Comisaría a dejar al policía, y adentro le decían al que estaba: lo llevamos aquí. Enseguida que me sacan de casa, mi madre sale desesperada a decirle a mi hermano lo que había pasado; mi hermano vive a unos 100 metros de mi casa.
Mi hermano va enseguida a la comisaría a denunciar y le dicen que ellos no saben nada. En esos momentos empiezan las mentiras para no decir dónde me tenían y también la tortura a mis familiares sin saber qué habían hecho conmigo.
El interrogatorio empieza desde que salen de Rodríguez, adentro del coche, ya empiezan las trompadas, cuando llegamos al cuartel me dan patadas y trompadas y me ponen de plantón. Así permanezco varios días sin comer y sin tomar agua y siendo interrogado dos o tres veces por día, eso era con trompadas y patadas por las piernas, eso fue más o menos doce o trece días.
La sed era desesperante, yo me sacaba idea que tomaba agua por una goma muy larga. El que me cuidaba sentía que yo hacía buches de agua y varias veces me preguntó qué estaba haciendo y yo le decía tomando agua, porque para mí tomaba agua. En medio de esto sufro una crisis y me caigo y me empiezo a dar con la cabeza en el suelo. El que me cuida llama al número, a otro soldado que venga el doctor. Al rato viene el médico con otro que no es el que me interrogaba, para mí era un oficial y el doctor y que lo confirmé por el comentario de los soldados que estaban allí. El médico dijo que estaba bien después de revisarme, que eso quería decir que me podían seguir dando. Inmediatamente dan la orden de pararme y me paran entre dos soldados para seguir como estaba, yo no podía pararme solo.
Como no sabía nada de lo que me preguntaban, buscaron otra técnica, empezaron de buenos, que me iban a soltar, que no tenían interés de dejarme, que mi madre estaba desesperada, que mi padre estaba inválido y me estaba precisando, pero que diera el nombre de algún dirigente y yo me iba para mi casa enseguida.
Como yo no conocía ningún dirigente, el sargento González se enfurecía y venían los golpes y las patadas. Una noche me ofrecieron que me bañara: jabón, toalla, comida, y una cama para poder descansar, y después me iba para mi casa. Pero que diera los nombres a quien le daba las cartas del Partido Comunista; para mí era mucho más fuerte el silencio.
Después de esa noche empecé a escuchar los comentarios que en la Laguna iba a tener que hablar. No podía agarrar la onda de qué querían decir con eso, hasta que una tarde alrededor del 30 de noviembre entra un cabo, me saca las esposas, me saca la capucha y me dice: te tenés que ir. Apenas podía ver.
En la puerta parados habían cuatro soldados con una piola en la mano, me atropellaron, me pusieron otra capucha, me ataron las manos con la piola en la espalda y me ataron de una cama con la misma piola, así permanecí un rato, se sentía que estaban arreglando los papeles. Me agarraron entre dos y me tiraron boca abajo en una camioneta, me ataron manos y pie juntos por la espalda como los chanchos; pusieron dos ponchos arriba y ellos se pusieron uno de cada lado con los pies arriba mío y me fueron dando tacazos todo el camino. Me preguntaban si estaba muerto, como no les contestaba me daban más hasta que les decía que estaba vivo.
Fue un viaje como de tres horas, ni idea tenía para dónde me llevaban, estaba convencido que me iban a matar. Ellos comentaban en la camioneta: a éste lo tiramos con una piedra en la laguna y nadie más sabe de él. Llegué adonde me llevaban; me entran en una carpa, me cuelgan con las manos para atrás y la punta de los pies en el suelo.
En la noche ya me sacan para el interrogatorio, más bien dicho a la tortura. Cuando me descuelgan me tienen que llevar, yo no puedo dar un paso y ya me van diciendo: si no das nombres morís esta noche.
En el cuarto de tortura me sacan toda la ropa y me cuelgan casi en el aire. Ahí empiezan las trompadas, baldes de agua fría por arriba y picana eléctrica. Eso dura más o menos una hora, me bajan, me visten y de vuelta colgado en la carpa. Quiero decir que a la media hora de llegar del cuartel de San José ya sabía que estaba en Maldonado y más adelante supe que era Laguna del Sauce.
Así estuve unos dos meses, un día me sacan como otras veces enfurecidos porque yo no conocía a nadie y en medio de la picana, agua por arriba y trompadas me quieren vincular con un muchacho que habían agarrado carneando terneros en Villa Rodríguez y que le llevaron un revólver junto con él. Con ese muchacho éramos muy amigos y somos. Me decían que él había dicho que yo era el dueño del revólver, yo les gritaba que lo trajeran y que lo dijera ahí. Así pasaron muchos días, hasta que en un momento en la tortura les dije que lo trajeran que yo iba a decir que sí que era mío el revólver.
Una mañana me sacan para darme otra vez, ya estaba sin fuerzas ningunas, cuando llegué no era el mismo lado, era una pieza más grande, ahí me dan trompadas y empujones y me dicen: tenemos el del revólver, si no decís que es él hoy morís. Les volví a decir que lo enfrentaran a mí que yo iba a decir que sí. Hubo un silencio un momento y escuchaba con la capucha apretada; sentí unos pasos y me di cuenta que no era ninguno de ellos.
Se acercó uno de los cuatro oficiales que me torturaron, me tocó el hombro y me dijo: «¿Cómo es el asunto del revólver? ¿Es tuyo verdad?» Lo primero que hice fue gritar «¿Quién sos vos?»
El muchacho que estaba también encapuchado al lado mío me gritó: «Soy el Cacho Hernández, Chocho». Él me conocía por Chocho Marrero. Entonces yo empecé a gritarles: «Suelten a ese muchacho que no tiene nada que ver conmigo y no es comunista, porque para ustedes todo el que se junta conmigo es comunista. Suéltenlo, le están pegando de gusto».
Así vino otro silencio y se lo llevaron y yo esperaba que me mataran. Después de ese silencio fue terrible la cosa. En ese momento se incorporó el sargento de San José Adolfo González a la tortura, que había traído a Cacho Hernández desde San José, con toda la ropa para procesarlo.
En miedo de la tortura, ese día, ese torturador de San José que también me daba, me gritó si lo conocía. Le grité que sí, que lo conocía; él me gritó si lo había visto, le grité que no, él me gritó que cómo lo conocía entonces; le respondí que por la voz, «usted me interrogó varias veces en San José y ahora me interroga aquí». Él gritaba enfurecido: «Este bichicome vendepatria es lo más sinvergüenza, hijo de P.» Pero me dejaron, nunca pensé que no me mataran, por eso le dije que lo conocía. Me llevaron, me tiraron en un calabozo; ni qué hablar en la situación que estaba. Recién cuando caigo en la carpa veo que salvé ese día. Al día siguiente otra vez me colgaron. A mediados de febrero una noche me sacan de la carpa para «la máquina» y me llevaban entre dos, uno de cada brazo.
Había que cruzar un campito adonde me llevaban. En un momento me sueltan los dos y gritan: «Dejalo, dejalo» y sueltan dos perros grandes que se me tiran arriba, me voltean y me quieren arrastrar agarrándome con los dientes de atrás, del cuello. Vuelven a gritar que me dejen, me levantan ellos y marchan a darme vuelta.
Pasaron un de días y me vuelven a sacar, siempre diciéndome que esa sería la última noche. Después de un largo rato de picana y trompadas me desmayé y no sentí más nada. Cuando reaccioné estaba todo mojado y no veía, no me acordaba dónde estaba ni me daba cuenta, estaba con la capucha puesta, pero tenía las manos sueltas. Levanté las manos para sacarme lo que tenía en la cara y un soldado que estaba cuidándome me dio una patada y me dijo: «Quedate quieto bichicome porque te ato otra vez».
Recién ahí reaccioné y me acordé que estaba preso y que me habían torturado. Me quedé quieto hasta la mañana que me hicieron sentar para darme café. Tenía los brazos para la espalda y no los podía traer para adelante para agarrar la taza. Parecía que me habían dado vuelta los brazos para atrás.
Terminé de tomar el café y me colgaron con las manos para atrás y la punta de los pies en el suelo hasta la noche que venía de nuevo el infierno. Cuando me llevaron de noche repiten lo mismo. Esa noche fue cuando les dije algo mío y que yo había hecho para que me procesaran.
Desde ese momento me sacan de la carpa y me llevan a un calabozo, me sacan las esposas y me dan una colchoneta para acostarme en el suelo, pero siempre de capucha.
Desde el 12 de Noviembre hasta el 10 de Abril que me llevan para Melo. Después que me llevaron al calabozo también me sacaban a la tortura, pero no tan seguido. Recién el 25 de Marzo saben mis familiares de mí y me dan una visita con mi madre y me hermano. Y yo no podía hablar, estaba «hecho un trapo».
La noche anterior a la visita me sacaron del calabozo con las manos atadas y la capucha bien atada y apretada, me cargaron en un jeep y me llevaron. Para mí que era un monte, allí me bajaron, me dieron unas trompadas, me sentaron en el suelo y me tocaban con una pistola, me la martillaban en la cabeza y yo les decía: «Yo no conozco a nadie, mátenme». Ahí me pararon, me dieron otros golpes y me llevan al calabozo. Desde esa noche no me torturaron más físicamente.
Después estuve en el 8 de Caballería en Melo y de allí me trasladaron al Penal de Libertad. Estuve allí detenido hasta el 1 de febrero de 1982.
Tengo que decir que en Laguna del Sauce escuché que decían: «Ya a Mondelo lo mandamos para el otro lado». Ese era un compañero que mataron en ese cuartel; lo mismo que muchas veces me decían en medio de la tortura que ya a Bonilla lo habían mandado para el otro lado y tengo que decir que nunca más supe de él. Tengo entendido que fue desaparecido por ese cuartel. Todas esas cosas fueron llevadas a cabo por cuatro oficiales: los hermanos Barrios, Aguilera y Gordillo en el cuartel de Laguna del Sauce
Hernando José Marrero, San José
2003
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