19/9/08

La Mansión Seré, centro de horror y muerte de la dictadura argentina

La Casa de la Memoria y la Vida, situada en un municipio de la provincia de Buenos Aires, fue construida como una mansión a mediados del siglo XIX por el terrateniente francés Juan Seré, y fue donada más tarde a la municipalidad de Buenos Aires para fundar allí un centro de recreación infantil.

Pero lejos de crearse ese centro, la suntuosa casa fue utilizada entre 1966 y 1973 como lugar de distracción para los oficiales de la aeronáutica argentina, hasta que las autoridades de la última dictadura militar decidieron cederla a la fuerza aérea.

La familia Seré no imaginaría nunca que aquella construcción sería convertida durante aquel régimen en una casa del horror, en uno de los más de trescientos centros clandestinos de detención que funcionaron en el país sudamericano entre 1976 y 1983.

Muchos de los vecinos, que la llamaban la "casona del miedo", recuerdan todavía los gritos en la noche, los disparos, las sirenas de automóviles sin placas. "Ni siquiera nos atrevíamos a pasar cerca durante las noches y no hablábamos entre nosotros de lo que veíamos porque teníamos mucho miedo", dicen.

Allí estuvo la detenida desaparecida Carmen Graciela Floriani, secuestrada en junio de 1977. Entonces tenía veintidós años de edad y un hijo de dos años.

Desde que la secuestraron fue golpeada y maltratada, y ya en la Mansión Seré "fue cuando comenzó mi paso por el infierno. Allí conocí la picana eléctrica, los golpes hasta el desmayo, y otras cosas terribles, que tenían que ver con humillarnos sexualmente introduciendo palos de escobas en la vagina y tantas cosas más. Lo describí todo durante el testimonio (en el juicio a las juntas militares, en 1985), y me parece tan terrible decirlo a otra gente. Como que siento vergüenza hasta de pensar que alguien puede hacer eso con otra persona".



La última humillación
Recuerda: "Yo era entonces subdelegada gremial. Me sentía cada día como si estuviera muerta, mirando la tragedia de otros a mi alrededor. Hasta que se dieron cuenta que yo no sabía lo que me estaban preguntando. Un día me sacó un hombre. Me llevaba vendada y dijo que tenía orden de matarme, pero me llevó a un hotel, para someterme a la última humillación. Durante todo el tiempo además me amenazaron con traer a mi hijito y torturarlo delante de mí. Sobreviví con todo esto y mi hijo es mi luz. Nada se olvida, por todos los que no sobrevivieron".

Dora y Simón Petrecci, vecinos de la mansión, vivieron una increíble historia la noche del 24 de marzo de 1978.

Estaban sentados en su casa cuando vieron por la ventana que su automóvil parecía desplazarse solo y les pareció ver cuatro cabezas, como si cuatro personas lo estuvieran empujando, pero nunca arrancó. No hicieron nada y así salvaron cuatro vidas.

"Eramos nosotros, los escapados de la Mansión Seré", dice Claudio Tamburrini, en la actualidad doctor en filosofía por la Universidad de Estocolmo.

El 23 de noviembre de 1977, Tamburrini, estudiante universitario y jugador profesional de fútbol, fue secuestrado por un grupo de la fuerza aérea y su destino fue la siniestra mansión, donde compartía uno de los cuartos con varios compatriotas detenidos, hoy todos ellos desaparecidos.

En conversación con La Jornada, Tamburrini rememoró la noche de la fuga que hizo historia, cuando aquel 24 de marzo él y otros compañeros decidieron poner en práctica una idea que rondaba sus cabezas.

Día a día estudiaban la posibilidad de escapar y "pensábamos que en todo caso nos iban a matar, pero con eso terminaría aquella agonía de la tortura cotidiana. Un día se dieron todos los elementos. Estaba un guardia que era más tranquilo y Guillermo Fernández, uno de los compañeros de cuarto, había encontrado un clavo suelto en una de las camas.



La fuga increíble
"Ese mismo día dos compañeros fueron sacados para un traslado y sabíamos ya que significaba la desaparición o el asesinato seguro. Fernández probó hacer girar el picaporte de la ventana, que no tenía manija y la abrió. La dejamos así, simulando que seguía cerrada, mientras íbamos atando algunas colchas viejas para descolgarnos, reforzadas por correas de cuero con que nos ataban pies y manos a la hora de acostarnos.

"Tratábamos de que en esas pocas horas febriles los guardias, distraídos ese día por algún operativo, no notaran nada. Calculábamos todo con precisión de desesperados. Nos quedaban cinco metros de diferencia con la tierra, si nos largábamos, pero eso era cubierto en parte por nuestros cuerpos y decidimos que lo haríamos.

"Cuando oscureció lo hicimos. El terror que sentíamos es indescriptible aún, mientras nos deslizábamos. Lo logramos y corrimos desnudos como estábamos por esa zona arbolada de alrededor. Dos horas anduvimos desorientados y escuchando silbatos y sirenas que significaban que habían descubierto la fuga.

"De repente nos dimos cuenta que habíamos estado andando en círculos y que no nos habíamos alejado más de ochocientos metros de la mansión. Volvió el terror. Unos se acurrucaron en una obra en construcción y yo quedé en el jardín de una casa debajo de una ventana. Años después me enteré que era el dormitorio de un militar".



Complicidades de la solidaridad
"Los cuatro fugados éramos Fernández, Carlos García, Daniel Rusomano y yo. Decidimos golpear la puerta de una casa y abrió una mujer que se quedó mirándonos con horror, o con lástima. Nos dio alguna ropa y dinero. Rapados, barbudos y desnudos nuestra imagen debió ser desoladora.

"Ya en esos momentos habían comenzado a rastrearnos con helicópteros que lanzaban haces de luz. Pero una bendita tormenta eléctrica los disuadió. Así es que nos fuimos como pudimos. Anduvimos un tiempo en la clandestinidad, hasta que, en mi caso, pude salir para Brasil donde obtuve el estatus de refugiado por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados".

Aquella fuga llevó a los militares a "desmantelar la casa, los prisioneros políticos fueron llevados a otros lugares, pero la mayoría de ellos fueron pasados a la legalidad. En ese sentido, la fuga tuvo un final especial. Porque salimos nosotros, y eso obligó a reconocer a algunos prisioneros allí".

La mansión fue dinamitada por orden de los militares y se cree que allí quedaron algunos cuerpos de los desaparecidos.

Un intendente peronista de la localidad de Morón, Juan Carlos Rousselot, ligado en otro tiempo con el grupo parapolicial Triple A y destituido de aquel cargo por corrupción, construyó allí un club.

Pero gracias a la lucha de Madres Fundadoras de Plaza de Mayo y de víctimas de la dictadura militar, el lugar luego fue habilitado como la Dirección de Derechos Humanos del municipio.

El primero de julio de 2000 se inauguró allí la Casa de la Memoria y de la Vida, y aquel día la sorpresa fue para Tamburrini, cuando se rencontró con la mujer que les había dado ropa y dinero, arriesgando su vida, en lo que él califica como "una de las complicidades más bellas de la solidaridad".

La Jornada
25/03/01

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