Ante un mundo que se ha modificado en las décadas transcurridas desde su fundación, el Frente Amplio ha encarado en profundidad un proceso de análisis e interpretación crítica de la realidad; recogiendo experiencias y valores acumulados a lo largo de la historia por las generaciones que nos precedieron en la formulación de utopías, caminos y luchas por la superación del hombre; y proyectando todo ello hacia el futuro como horizonte hacia el cual avanzamos. Entendemos que la actualización ideológica, al igual que la actulización programática y estratégica, constituyen un proceso permanente y necesario en tanto formamos parte de la sociedad -tan cambiante como las circunstancias-, y es un proceso unitario de pensamiento y acción en torno a los valores y principios que en 1971 motivaron la fundación del Frente Amplio.
Vivimos un tiempo de transformaciones civilizatorias. El vertiginoso avance científico técnico de las últimas décadas del siglo XX ha transformando profundamente todos los aspectos de la vida humana.
Las cambios ocurridos en el mundo, que sin embargo no han modificado sus realidades más hirientes; la situación por la que atraviesa nuestro país, luego de transcurridos largos años desde la reapertura democrática sin que se concretaran las justificadas expectativas de los uruguayos; las crecientes responsabilidades que la ciudadanía ha otorgado a nuestra fuerza política y los desafíos que nos esperan por delante; así como la esencia misma de nuestra condición de izquierda -sujeto y objeto de cambio permanente en la búsqueda del progreso-; motivaron un proceso de reflexión colectivo, llevado a cabo por los frenteamplistas a lo largo y ancho de todo el país durante un año, que tuvo como resultado las siguientes definiciones que renuevan nuestra convocatoria a los uruguayos para construir una realidad más justa y solidaria para las mujeres y los hombres de nuestro país y del mundo.
El desarrollo humano y la liberación del individuo en sociedad como horizonte de la izquierda
Nuestra historia nos impulsa moral y políticamente. Treinta años después de aquel entonces los frenteamplistas reafirmamos nuestra vocación humanista.
La razón de ser del Frente Amplio son los hombres y mujeres de nuestro tiempo y del tiempo por venir. Trabajamos por la plena realización de cada uno de ellos en el marco de una sociedad donde la plena vigencia de los Derechos Humanos en cuanto pilares universales, interdependientes, indivisibles y en evolución, sea una realidad cotidiana.
Creemos que es posible construir una sociedad más humana que la actual. Una sociedad en la que los derechos de la gente no sean considerados mercancías; en la que el trabajo sea efectivamente el valor sobre el cual se sustente la supervivencia y la prosperidad de la gente; y en la cual el Estado opere como un articulador entre los diferentes sectores de la misma, capaz de asegurar cohesión social y territorial, acceso universal a los servicios esenciales, y el desarrollo de actividades que requieren inversiones de gran alcance y a largo plazo.
Reivindicamos también la libertad y la igualdad como nuestros principales valores
La libertad es la condición más fascinante de la vida humana. Sin ella no hay paz, ni democracia, ni pueden desarrollarse las personas.
El compromiso con la libertad es nuestra razón de ser. Un compromiso de emancipación colectiva basada en el respeto a cada individuo y, simultáneamente, en el compromiso solidario de todos.
En lo que a la igualdad refiere, creemos que los seres humanos no solamente han de ser iguales ante la ley, lo que ya es importante, sino que más allá de ello han de serlo ante la vida, lo que es más importante aún.
En función de ello, postulamos la igualdad de oportunidades como principio rector en la organización y funcionamiento de una sociedad más justa y solidaria.
Reafirmamos nuestra condición de herramienta política comprometida con la paz , la democracia y el desarrollo sustentable.
Porque sólo desde la política , desde los valores que le dan sentido ético y desde la acción para hacerlos realidad, se pueden afrontar exitosamente los desafíos del mundo actual y de la sociedad en que vivimos para construir entre todos un futuro mejor para nuestra generación y las generaciones venideras.
Sólo a partir de los instrumentos políticos –partidos e instituciones democráticas-, podremos organizar también una convivencia pacífica, plural, tolerante e integradora
Queremos más y mejor democracia. Y ello pasa por mejorar los mecanismos de información, participación y representación ciudadana.
Queremos una sociedad plural en su mayor amplitud. El respeto a la diversidad, de las diferencias culturales, de raza, de orientación sexual, de las capacidades diferentes, y de la plena igualdad entre los sexos, con pleno ejercicio de sus derechos. Asumimos la igualdad en la diferencia como una de los desafíos del nuevo tiempo.
Para los frenteamplistas la ciudadanía es, con lo que ella implica en derechos y responsabilidades, sujeto y objeto de nuestra acción.
Trabajamos por un desarrollo sustentable, porque el crecimiento económico. por sí solo, no implica la prosperidad de la gente.
Una sociedad próspera es también una sociedad comprometida – ante sí misma y ante el futuro- con los principios de responsabilidad ecológica, que apuesta decididamente al desarrollo de la cultura, la construcción colectiva de la identidad nacional, y con acceso democrático a la información y al conocimiento.
Hoy, como ayer, expresamos nuestro irrenunciable compromiso con los más desposeídos, que son quienes más sufren los desvastadores efectos del llamado modelo neoliberal.
Queremos y trabajamos por un Uruguay sin exclusiones, y por eso mismo no somos neutrales ante las hirientes condiciones de desempleo, pobreza, marginalidad e incertidumbre que hoy padecen tantos compatriotas.
Fieles a José Artigas, para quien “los más infelices” han de ser “los más privilegiados”, el compromiso con quienes viven en tales condiciones es la mayor riqueza del Frente Amplio
No nos resignamos a vivir en un mundo hegemonizado por fuerzas e intereses que cuestionan la paz, la soberanía y la identidad de los pueblos. Rechazamos el imperialismo, el colonialismo y toda otra manifestación de intolerancia y chauvinismo.
Impulsamos una auténtica integración regional en el marco de una Latinoamérica más unida y fuerte en la lucha contra toda forma de violencia y contra la pobreza (que también es una forma de violencia), y a favor de la globalización de la paz, la democracia, la justicia y el progreso en esa patria común de la humanidad que es planeta en el cual vivimos. Porque sólo sobre la dignidad de los pueblos puede edificarse una auténtica convivencia internacional.
En tanto herramienta política del pueblo uruguayo, el Frente Amplio es un proyecto y un proceso de progreso.
Para vivir el presente y construir el futuro no hay testamentos. Nuestra tradición, una tradición de la cual nos sentimos orgullosos, no nos ata ni inmoviliza. Por el contrario, nos impulsa a nuevos inicios en este nuevo siglo que reclama una ilusión que le dé contenido y sentido a la vida de los uruguayos.
Mundialización de las oportunidades y de los problemas, globalización de la economía e integración regional
Vivimos en un mundo interdependiente y en el cual ninguna nación, por poderosa que sea, puede resolver por sí sola sus problemas o imponer a las demás su voluntad Hay una situación internacional nueva marcada por la globalización manifiesta en los niveles tecnológicos, de las comunicaciones y financiero, que define las relaciones internacionales y tiene enorme trascendencia en la evolución interna de los países. El fenómeno de la mundialización o globalización como se le ha dado en llamar, es un dato gravitante de la realidad en el mundo que nos toca vivir. Supone la progresiva transformación de la estructura de las relaciones económicas, sociales y culturales a escala mundial en un sistema transnacional cada vez más integrado, único y global, en un contexto marcado por las condiciones creadas por el nuevo esquema unipolar posterior a la caída del Muro de Berlín, y la extensión del neoliberalismo como ideología hegemónica.
La mundialización, globalización o internacionalización, entendida como el proceso de acercamiento e integración de culturas, naciones y estados, es un proceso inevitable y conveniente y se ha dado a lo largo de la historia de la humanidad y particularmente a partir de los siglos XV y XVI con distintos grados de intensidad y velocidad. Ese proceso tiene hoy dos características básicas: por un lado su extensión y velocidad con la que se desarrolla como consecuencia del despliegue de la revolución científico-técnica y el desarrollo de las comunicaciones; y a su vez la relación asimétrica en “dominados” y “dominadores” que la caracteriza y que ha contribuido a agravar las ab desigualdades de la sociedad contemporánea.
El incremento sustancial del grado de mundialización se manifiesta en mayor nivel de intercambio comercial, financiero, productivo y tecnológico y en nuevas y más profundas formas de relacionamiento y comunicación Ello se ha acompañado de cambios en las políticas económicas con una hegemonía de políticas de apertura y liberalización en los países dependientes, para una mayor inserción y expansión del capitalismo central. El propio desarrollo de las fuerzas productivas a llevado al sistema capitalista a una nueva fase de “capitalismo global” en la que se persigue mediante la recomposición de la tasa de plusvalía, el alza de la tasa de ganancia mediante la combinación de una profunda reconversión tecnológica -en especial en los países centrales- y un deterioro de las condiciones de trabajo a nivel global, y en especial, en los países dependientes. El pensamiento neoliberal se ha “apropiado” de la globalización a nivel ideológico. A nivel económico, el mundo se ha convertido en la principal "unidad operativa" para el capital financiero y las Empresas Transnacionales, produciendo cuantiosos beneficios injustamente distribuidos. La “globalización financiera” permite cuantiosos movimientos de capital en forma instantánea, que ante la carencia total de regulación, es predominantemente de carácter especulativo, en desmedro de su orientación hacia la producción y aumentando la vulnerabilidad de las economías nacionales. Hoy surge con claridad que el neoliberalismo conduce a callejones sin salida, que es inviable y que, por ende, puede ser enfrentado, contenido y derrotado por la lucha unida de los pueblos, por una conjunción de máxima amplitud de la izquierda unida y de los movimientos populares y sociales. Luchar por un nuevo orden internacional más justo reafirmando nuestra clara postura antiimperialista.
El propio imperialismo se ha transnacionalizado y modificado. Ya no se trata de la dominación económica y cultural de un Estado sobre otros, sino de un conjunto de multinacionales que a través de la concentración de poder económico y del conocimiento científico-tecnológico, controlan y dominan los mercados mundiales definiendo incluso las políticas de los Estados más poderosos de la Tierra, impulsando, por supuesto, la no intervención estatal en los mercados.
Un orden mundial injusto, que sus beneficiarios han querido entronizar como un pretendido “nuevo orden mundial” al que no nos resignamos.
Crecientes desigualdades entre países ricos y pobres; concentración del desarrollo económico en escasas áreas del planeta y en pocas manos mientras al mismo tiempo regiones inmensas sufren de hambre y carencias sanitarias elementales; enormes diferencias sociales; incapacidad para erradicar la pobreza, la marginalidad y la inseguridad; intolerancia ante las diversidades culturales; imposiciones militares a los más débiles, el drama ecológico producto de la depredación del medio ambiente, y tantas otras injusticias que presenciamos habitualmente, son las características de ese orden de cosas al que nos resistimos y que queremos cambiar.
No confundimos la realidad de la globalización del mundo, con la ideología que ha hegemonizado este proceso a un altísimo costo.
La liberalización absoluta de las economías, la desregulación, las privatizaciones, la reducción del estado y del rol de la sociedad a su mínima expresión, no son, como se pretende, realidades inexorables propias del fenómeno de la globalización, sino una opción ideológica que no compartimos. A nivel de la relación entre los pueblos y naciones, se han perpetuado prácticas imperialistas, se ha consolidado la existencia de una hegemonía militar en el nuevo contexto unipolar post guerra fría, y persisten términos de intercambio y un relacionamiento desigual entre países pobres y desarrollados.
Ante esta realidad sostenemos que otro mundo es posible y que el desarrollo de las fuerzas productivas y la creatividad humana puede y debe volcarse a favor de la superación del estado actual de cosas. Otro puede y debe ser el rumbo y la orientación del proceso de globalización mundial en curso, que minimice sus impactos negativos y despliegue las enormes oportunidades que el actual desarrollo de la humanidad ha alcanzado en beneficio de las grandes mayorías del planeta.
Nuestros pueblos tienen ante sí la tarea de gobernar la globalización. La mayor participación pública y de la sociedad civil organizada en el proceso, la democratización de los organismos internacionales, del desempeño los medios de comunicación, y la regulación de los procesos económicos desatados, constituyen aspectos centrales de esa reorientación. Particularmente, el impulso de la administración democrática del conocimiento, la información y la cultura, y de mecanismo reguladores del control de los flujos financieros como la Tasa Tobin u otros mecanismos aplicables a las transacciones al contado de divisas con el objetivo de promover los movimiento de largo plazo y la inversión productiva desalentando la especulación, y de aumentar la autonomía de las políticas monetarias nacionales.
Las respuestas a las inequidades de la globalización hegemonizada por el capital financiero y el pensamiento neoliberal, y a las nuevas formas de la opresión y sujeción que suponen, deben ser nacionales, regionales y mundiales. En ese sentido los movimientos progresistas del mundo deben asumir el desafío de pensar y actuar local y globalmente a la vez, lo que supone la necesidad de proyectar las políticas locales a los planos regional y mundial articulando alianzas entre países con intereses comunes, y estrechando los vínculos con quienes piensan igual a lo largo y ancho del planeta. La reciente victoria de Sudáfrica y el movimiento social coordinado que lo respaldó frente a las multinacionales del medicamento que querían impedirle la fabricación de medicinas a bajo costo para enfrentar el SIDA, muestra uno de los caminos que las luchas antiimperialistas pueden tomar en este milenio recién iniciado. A nivel político partidario, practicando y fomentando la coordinación entre movimientos y partidos afines, y a nivel social, vinculando los esfuerzos desarrollados a nivel de la sociedad civil en este sentido. Los acentos internacionalistas planteados por los movimientos populares y socialistas desde su origen son un punto de apoyo desde dónde avanzar en este campo. A su vez, a nivel particular, la experiencia del Foro de San Pablo desarrollada desde 1990, y la del Foro Social Mundial lanzada en enero de 2001, constituyen experiencias valiosas en esa dirección que nuestra fuerza política ha alentado y asumido con responsabilidad, pero aún resta mucho por hacer.
En las estrategia nacionales, adquiere singular importancia la perspectiva de la integración regional, particularmente para los países de menor desarrollo
El proceso de interrelación de los procesos económicos ha sido acompañado de otro de similar importancia: la consolidación de grandes bloques regionales en torno a la principales potencias económicas del globo: en América del Norte, el Sudeste Asiático y la Unión Europea. Los procesos de integración en el resto de las regiones y países para interactuar con ellos desde mejores condiciones de fuerza, resulta necesario y políticamente conveniente. Debemos enfrentar este mundo de bloques con un relacionamiento basado en la cooperación y en la unidad de América Latina, que permita un relacionamiento de nuevo tipo con los organismos financieros internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, con las grandes transnacionales, y con la potencia hegemónica en la región -los Estados Unidos de América-, con mayor paridad y sin condicionamientos ni intervensionismos. El Plan Colombia es un claro ejemplo del modo de relacionamiento entre pueblos y países que no compartimos, en tanto supone la intromisión en los asuntos internos de un país hermano que vulnera su soberanía y compromete la seguridad e independencia del conjunto del continente.
La integración de los pueblos latinoamericanos ha sido y es un objetivo histórico fundamental para el Frente Amplio. Concebida con la riqueza y amplitud que el concepto supone, trasciende los acuerdos meramente comerciales con los que se ha pretendido identificar el programa de integración en la región. La verdadera integración debe incluir acuerdos comerciales pero no limitarse a ello en el marco de un proyecto global de mayor aliento. Debe incluir, la coordinación económica y financiera, la complementación productiva, el intercambio tecnológico, la cooperación y emprendimiento de proyectos comunes de investigación científica, la coordinación de políticas de transporte y comunicaciones, el encare de problemáticas sociales comunes y el despliegue de una integración cultural de nuestros pueblos.
En esta perspectiva el proyecto del MERCOSUR emprendido en 1990 por nuestro país representa una oportunidad para el Uruguay y la región, que aún no ha sido aprovechada en su potencialidad debido a las orientaciones neoliberales que han prevalecido en los gobiernos de sus países, lo que ha contribuido al franco deterioro de las condiciones de vida en la región y ha reducido en los hechos el proyecto de integración regional provocando su estrechamiento, de alguna manera expresado en su propia denominación, en tanto nuestra región no es solamente un mercado ni puede ser reducida a ello.
El hecho de que el MERCOSUR sea una herramienta imperfecta no invalida la integración en sí. Por el contrario, es necesario replantear el MERCOSUR desde una perspectiva de izquierda. Impulsamos un proyecto de integración regional económica, pero también social, política y cultural, para lo cual resulta necesario desplegar nuevos esfuerzos para establecer entendimientos y plataformas comunes con los movimientos progresistas de la región, propiciar la institucionalización, la democratización del proceso, y la mayor participación de la sociedad en él.
El ingreso mismo del país al MERCOSUR fue objeto de un amplio debate al interior de la sociedad uruguaya, producto del intercambio fecundo del conjunto de los actores políticos, y constituye una apuesta estratégica asumida colectivamente por el país que ha significado costos elevados para importantes sectores de uruguayos. Cualquier cambio de esas definiciones o emprendimientos nuevos en materia de integración, deben procesarse con los mayores niveles de transparencia y amplitud democrática sobre la base de la defensa de los intereses nacionales; encarado sobre la base de la igualdad y reciprocidad de los países, desde dentro del MERCOSUR, y sin aceptar condicionamientos unilaterales que supongan la desprotección de nuestra economía en beneficio de las más desarrolladas sin contrapartidas que beneficien al país.
Leer: Documento congreso FA (II)
16/9/08
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