Montevideo programó festejos a lo grande para saludar al nuevo siglo que llegaba.
Pero pudo cumplirlos solo en parte.
El siglo XIX se despidió con un 31 de diciembre de 1900 encapotado y desapacible; y el 1o. de enero de 1901 llovió a cántaros.
De ese modo, las fiestas al aire libre quedaron arruinadas, con el consabido desencanto de todos.
Las suspensiones mas lamentadas fueron las de unas espectaculares exhibiciones que había programado la Marina, y la de una grandiosa batalla floral que iba a tener lugar en pleno Centro.
No obstante, se cuenta que en los ratos en que el agua y el viento amainaban, la gente se volcaba en los lugares céntricos y colmaba confiterías y cafés, avenidas y paseos.
Se vivía un contagioso clima de fiesta, bajo el efecto del cosquilleo de saber que se estaba trasponiendo el umbral augusto e incierto que divide a un siglo de otro.
No era de extrañar qué, eufóricos bajo aquellas sensaciones, los mas de los presentes llevarán flores y banderitas, y que todos se saludarán y felicitarán, aún sin conocerse.
(A lo mejor toda esta era una forma ritual de conjurar de entrada al nuevo siglo, a ver si se presentaba un poco menos inclemente y ajetreado de lo que había sido el XIX).
A pesar de la lluvia que estropeó los actos, la ciudad amaneció engalanada.
Banderas y flores, estandartes y guirnaldas, adornaban, o creían hacerlo cuando menos, los frentes de las casas y las vidrieras de los comercios.
Se había organizado un gran concurso de fachadas, que también la lluvia deslució.
No obstante llegaron a otorgarse premios, aunque a juzgar por las fotografías de los ganadores, no pecaron ni por exceso de buen gusto ni de originalidad, ya que casi todos recurrieron a parecidos agrupamientos de banderas y florones, dispuestos sin arte ni gracia.
El primer premio se lo llevó el Hotel Central de la calle 25 de Mayo; segundo y tercero el Club Alemán, de la calle Rincón, y la Asociación de Prensa, en la calle Ituzaingó.
Hubo menciones para el Club Español, y para dos comercios de 18 de Julio.
Lo que no hubo necesidad de suspender fueron los bailes programados en numerosos locales sociales.
Allá se lanzaron los montevideanos, como renovados por el cambio de época, a acometer polcas, lanceros, mazurcas y valses, y a lo mejor alguno que otro tango pasado de contrabando.
Hubo bailes en todas las escalas y para todos los gustos.
Desde los de mas alto rango en el Club Uruguay, con sus copetudos despliegues acostrumbrados, hasta los mas democráticos "bailes para familias" en el Centro Gallego, en la Sociedad Francesa, y en varias entidades mas.
Una nota simpática y risueña de estos festejos corrió a cargo de Peñarol.
Pero no Peñarol de futbol, sino otro Peñarol que existía en aquel entonces con sede en la barriada ferrocarilera, y que no se dedicaba al futbol sino al ciclismo; deporte que tenía moderada aceptación en el Novecientos.
Con motivo de la llegada del nuevo siglo, el Club Peñarol de Ciclismo organizó una original caravana que se vino pedaleando desde su lugar de origen hasta Montevideo, donde recorrió calles y barriadas.
Abrían la marcha dos ancianos modelos de bicicletas, tan primitivos como herrumbrados, que al parecer eran de los primeros arribados al país, y que simbolizaban, dada su vetustez, al siglo que se iba (y asi lo explicaba un oficioso letrero que llevaban).
Tan al pie de la letra lo simbolizaban, que mas de una vez hubo que llevarlas a remolque, porque como el XIX, las pobres ya no estaban para nada ni para nadie.
Por atrás de estas momias ciclísticas venían las último modelo, muy adornadas con flores y banderitas y mas carteles alusivos explicando claro está, que estas representaban en cambio al siglo que principiaba.
Y encima de ellas los deportistas de Peñarol, con su equipo de rigurosa carrera: es decir, botas negras hasta la rodilla, pantalones blancos como de montar, casaca oscura, gorrito blanco y los infaltables mostachos en forma que parecía copiada de los manubrios de sus bicicletas mismas.
Montevideo saludó el paso de la caravana peñarolense con gran estruendo de cornetas y campanillas; y los deportistas hasta tuvieron tiempo de brindar por el nuevo siglo en un gran lunch servido en la Cervecería Popular.
Pero antes de terminar el brindis, los lúcidos ciclistas tuvieron que volverse a sus pagos pedaleando bajo la lluvia que se había desatado otra vez.
A pesar de estas adversidades climáticas, Montevideo recibió con su mejor talante a la centuria que se estrenaba, sin sospechar que esta se encargaría muy pronto de enfriar entusiasmos y esperanzas, al traerse bajo el poncho complicaciones caseras (1904) y mundiales (1914); y de ahí en adelante.
Boulevard Sarandi - Milton Schinca
(Anécdotas, gentes y sucesos del pasado montevideano
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