2/8/08

La Revolución de los Nueve Días

La protesta armada contra Terra fracasó por desinteligencias y falta de organización

Planeada apresuradamente, sin tener bien atados los contactos con el ejército, la insurrección con la que se intentó voltear el gobierno de Terra en 1935, se disolvió con rapidez. Para uno de sus protagonistas, fue una "revolución de opereta".

A mediados de 1933, el gobierno de Gabriel Terra prolongado luego de un golpe de Estado, promovió una elección de constituyentes, buscando legitimar de alguna manera la violación del Derecho configurada por la disolución de las cámaras llevada a cabo tres meses atrás. Quienes pensaban que Terra se había llevado por delante las instituciones en nombre de una minoría, se equivocaron. Aunque todos los partidos políticos de índole decididamente legalista: los batllistas netos, los blancos independientes, los blancos radicales, los socialistas, los comunistas y los cívicos, se abstuvieron, la elección de constituyentes tuvo el apoyo del 58% de la ciudadanía. Un porcentaje un poco menor pero también por encima del 50% votó en abril del año inmediato la nueva Constitución que entraría en vigencia al año siguiente y que contendría algunas conquistas que aún perduran y nadie discute tales como el ejecutivo nacional y los ejecutivos departamentales integrados por una sola persona, la reducción del número de legisladores, el voto secreto y obligatorio y el reconocimiento de los derechos civiles de la mujer. También iba a tener algún dislate como la integración del Senado de la República con treinta miembros, quince por cada una de las fracciones mayoritarias de los dos partidos, una disposición que impedía el acceso a otros grupos y que indicaba claramente un pago de favores políticos al herrerismo, coautor intelectual de la llamada revolución de marzo.

La situación, por lo menos desde el punto de vista institucional, parecía haber vuelto a la calma. Sin embargo los partidos opositores seguían conspirando en silencio. Varios grupos, incluso, habían depositado sus esperanzas en el general Basilio Muñoz, legendario militar nacionalista que se había hecho cargo del ejército blanco en derrota luego de Masoller. Los datos siguientes han sido aportados por Arturo Ardao y Julio Castro en el Cuaderno de Marcha correspondiente a diciembre de 1971. "Los segundos comicios del gobierno de facto en los que se iba a imponer una nueva carta constitucional, estaban señalados para el día 19 de abril de 1934. A medida que se aproximaba esta fecha, más candente se hacía la aspiración revolucionaria del país y más apremiantes en consecuencia los trabajos de conspiración que en toda la república y en los países vecinos se realizaban.

Basilio Muñoz era el centro de esas actividades y a él se volvían todos los ojos. Su llegada a Santa Ana tuvo lugar el 28 de febrero. De modo que en el término perentorio de un mes y veinte días, tenía que adquirir las armas necesarias y poner fin a todos los detalles del plan de invasión.

Ayudado por leales colaboradores —González Vidart, su hijo Cacho y un grupo de compañeros de Rivera— desplegó en ese corto —plazo una actividad incansable. Estableció su centro de operaciones en un fondín de los suburbios de Santa Ana —ocultándose de las autoridades brasileñas que habían dado en su contra orden de prisión— para hacer desde allí él y sus colaboradores casi permanentemente largos viajes a distintas ciudades del estado de Río Grande del Sur. La preocupación fundamental en aquellos momentos era la obtención de armas con el dinero enviado por el Directorio Nacionalista, tareas cuyas dificultades no es preciso resaltar". De acuerdo a esas mismas fuentes, el 10 de marzo Muñoz citó distintos ciudadanos batllistas netos de prestigio partidario que se encontraban desterrados, para una reunión preparatoria de la revolución que iba a tener lugar el 27 de marzo en la ciudad riograndense de Cazequy. Dos de los concurrentes, Tomás Berreta y Luis Batlle Berres, serían con el tiempo presidentes de la república. Jorge, el hijo mayor de este último, lo es actualmente. Durante varias semanas, los conspiradores estuvieron alojados en la estancia de Manuel Martins, en Poncho Verde, fuertemente vigilados por las autoridades brasileñas que no querían focos de rispideces diplomáticas en la frontera. Una de esas noches estuvieron a punto de ser detenidos y se vieron obligados a huir atravesando bañados hasta refugiarse en casa de un estanciero vecino, lugar casi inaccesible donde se les unieron dos nuevos dirigentes revolucionarios nacionalistas: Ismael Cortinas y Carlos Quijano. No terminaron allí las penurias de los conspiradores pues ante la certeza de otro allanamiento, volvieron a atravesar en sentido inverso las aguas cenagosas y debieron esconderse en una gruta cercana a Poncho Verde. De allí partió el grupo al cual se le había agregado Lorenzo Carnelli, en dirección a Santa Ana. Los planes de levantamiento fracasaron antes de lo previsto. El 2 de mayo se les unió el general Julio César Martínez y les comunicó que todos sus contactos para un apoyo dentro del ejército habían fallado. La revolución debía esperar una mejor oportunidad y ésta llegó finalmente a fines de enero del año siguiente.

¿Qué ocurría entretanto en las tiendas opositoras de la capital? Más de cincuenta años después, el único sobreviviente de aquella gesta y antiguo senador batllista Raúl Cordones Alcoba, contó a este cronista los detalles de un movimiento que él mismo calificó como "de opereta cómica". Más allá de los conciliábulos, los actos preparatorios planificados por los civiles antiterristas fueron fundamentalmente dos y el más importante falló. El primero tuvo su centro en una edición clandestina de un folleto escrito por Luis Batlle Berres y firmado con el seudónimo Georges Verité, donde se enjuiciaba duramente al golpe de Estado, el cual fue enviado por correo a todos los oficiales en actividad, buscando que tomaran conciencia de la gravedad de la situación. El otro fue tratar de provocar una corrida bancaria. El Ministro de Hacienda de aquellos momentos históricos, doctor César Charlone, había ordenado abrir todos los cofres fort de los bancos para sacar los títulos de deuda pública. La reacción de la oposición frente a esa medida fue editar doscientos mil panfletos alertando a los ahorristas y exhortándolos a retirar su dinero. Los volantes decían aproximadamente lo siguiente: "señor, señora, sus pobres ahorros bancarios corren peligro. Miren lo que les pasó a los que tenían títulos en sus cofres fort. Saque la plata y escóndala debajo de su colchón". Los comunicados fueron ensobrados y ya estaban a punto de ser enviados cuando estalló la revolución y todos tuvieron que ser quemados en los fondos de la casa de Cordones Alcoba.

El conato de revolución iniciado contra el gobierno de facto del doctor Gabriel Terra duró nueve días y fracasó estrepitosamente en medio de la falta de organización, el escaso apoyo militar, el retiro oficial del batllismo (aunque muchos militantes participaron igual) y la apatía generalizada de la gente. Raúl Cordones Alcoba recordaba así los hechos que le tocó vivir. "Primero hubo mucha espera. Los militares comprometidos fueron siendo descubiertos poco a poco. El Regimiento de Infantería del Pantanoso tuvo durante un mes seguido sus cañones encima de los camiones para salir y nunca llegó ese momento. Por otro lado el Batallón de Florida, que era clave en la revolución, no pudo levantarse porque hubo un teniente infidente cuyo nombre no voy a dar. (...) De acuerdo a nuestros planes, la gente debía ir levantándose en armas progresivamente: un grupo de civiles en Santa Lucía, otro en 25 de agosto y otro en Florida. Nos íbamos a encontrar en esta ciudad y al insurreccionarse el batallón tomábamos las armas. Con el batallón de Florida y la compañía que estaba en Peñarol desembarcábamos en Sarandí Grande, atravesábamos todo el departamento de Florida y nos íbamos a San Ramón donde estaba López Ramos que levantaría la compañía y de allí salíamos todos para incorporarnos al resto de las fuerzas. Pero todo falló. En Florida, el batallón estaba desarmado, en Canelones, pasaba lo mismo, en Peñarol, al encargado del levantamiento lo habían metido preso. ¿Qué podíamos hacer?". De frustración en frustración, esta parte del proceso revolucionario alcanzó ribetes grotescos. La idea de estos milicianos a la uruguaya era romper los puentes y dejar aislado a Montevideo, para que no pudieran salir los soldados leales al régimen a enfrentar la invasión que desde el norte iba a iniciar el general Basilio Muñoz, con los contingentes de Cerro Largo y Treinta y Tres. Pero todo fue un desastre, que se agravó por la absoluta ineficacia de las armas que habían conseguido. "Cada uno compró su arma sacando dinero de su sueldito, haciendo sacrificios" —contó en oportunidad de la entrevista antes mencionada Raúl Cordones Alcoba— "Comprábamos en el Brasil, en todos lados. De paso digo que los brasileños nos vendieron unos revólveres fallados que no servían para nada y tuvimos que tirarlos. Incluso hicimos granadas de tipo casero en una fábrica de hierro. Cuando el asunto fracasó, las embolsamos y las arrojamos al arroyo Colorado". En realidad y de acuerdo a este testimonio, lo único más o menos organizado, aunque su resultado no incidió para nada, fue lo que sucedió en Paso del Morlán, sobre el arroyo Colla en el departamento de Colonia, el mismo día del estallido revolucionario. Este enfrentamiento, donde se vertió sangre de ambos lados, fue descrito prolijamente en el informe presentado luego de los hechos de marras, por Antonio Paseyro, perteneciente al Movimiento Blanco Radical, quien fue uno de sus principales protagonistas. "A la hora una del día 28 dispuse el traslado del armamento en mi poder a la chacra del compañero Eleodoro Saavedra en el ejido de esta ciudad y ordené la concentración de parte de los compañeros avisados. Distribuido el armamento y dispuestos cuatro automóviles y un camión para la marcha, ésta se inició antes de la hora tres. (...) En total eran veintiocho soldados ciudadanos portando veinticinco fusiles de largo alcance y más de cuatro mil tiros". El número de soldados ciudadanos plegados al levantamiento, la precariedad de sus armas que no alcanzaban para todos, la tosquedad de sus primeras acciones parecen miradas hoy una inmensa broma, si uno se abstiene de lo trágico de sus resultados. "En Cañada Nieto ocupamos la comisaría local y desarmamos en el camino a dos policianos a los que dejamos en libertad. Requisamos también tres automóviles en esta localidad y dos más en Palo Solo". Ni siquiera estos hechos que suenan a cuentito fogonero, fueron suficientes para evitar las críticas. "Puedo afirmar a ese Comité bajo palabra de honor (...) que son calumniosas y viles las acusaciones de que nuestra partida procedió abusivamente al decomiso de mercaderías y elementos que no fueran indispensables para nuestro mejor desempeño en las circunstancias en que nos encontrábamos. Paso enseguida pues, a transcribir copia de la lista completa de artículos, vituallas y elementos requisados cuyo original debidamente conformado, no alcanza a doscientos pesos". No está demás recordar aquí que en anteriores revoluciones, las fuerzas levantadas en armas, penetraban en las estancias, cortaban piques y alambrados para utilizar como leña y hacerse carpas o reparos, carneaban animales y cobraban contribuciones inmobiliarias a los propietarios de los campos, con el objetivo de solventar económicamente el movimiento armado. Era la lógica de la guerra y a nadie sorprendía. Lo que nunca se permitió fue el robo de mercaderías y en 1904, Aparicio Saravia hizo juzgar sumariamente y condenó a muerte a cuatro soldados ladrones cuyos cadáveres fueron expuestos ante la tropa como escarmiento. "Después de varias horas de marcha" —continúa escribiendo Paseyro— "se nos incorporó el contingente de Mercedes. (...) En Paso Méndez recibimos chasque informándosenos de la nueva que el Comandante Alonso estaba en Paso Morlán. Por indicación suya fruto de su perspicacia y sus condiciones de guerrillero experto, no ocupamos el Paso mismo sino que se acampó a unos 400 metros. (...) Puede asegurarse que a esta acertada disposición se debió el auspicioso resultado del combate que pocos minutos después se entabló con la fuerte columna gubernista". El adjetivo auspicioso utilizado por el cronista y principal actor de los hechos, se refiere al repliegue de las líneas oficialistas, pero indica un éxito relativo, como se verá a continuación. "La guardia nuestra que sostuvo el primer choque y contuvo en su primer empuje al contingente gubernista fue una reducida fuerza de seis hombres al mando del oficial Quintana, de la gente de Alonso. Las fuerzas gubernistas atacantes se componían de una compañía del once de infantería al mando del Capitán Díaz Armesto, reforzada por treinta hombres de la policía de Rosario, varios voluntarios y dos cadetes de la Escuela militar incorporados: en total ciento cuatro hombres perfectamente armados con tres ametralladoras, además. (...) A los veinte minutos de iniciada la pelea, cae herido de consideración nuestro jefe Ovidio Alonso. Retirado de la línea, siguió mandando la guerrilla el compañero Arturo González Viera, a quien también le es atravesado el brazo por un proyectil de metralla. (...) Como a la hora y media del terrible fuego —es la primera vez suponemos que se hace en el país un derroche más infernal de munición de fusil y metralla en la relatividad del número de combatientes— la formación gubernista empieza a dislocarse iniciando cautelosa retirada. Hubo momentos sin embargo, antes de notarse su aflojamiento, que los infantes llegaron a aproximarse hasta setenta metros de nuestra línea. Pronto observamos que el repliegue de la línea enemiga es general concentrándose a unos mil doscientos metros, donde están apostados en camiones. Fue entonces que con González Viera y una docena de compañeros bien municionados resolvimos intensificar el fuego en un amago de ataque lateral a lo que contestó ahora el enemigo con fusilería y la ametralladora pesada con que contaba hasta entonces sin utilizar. A esta altura, los componentes de la columna gubernista se apresuraron a ocupar sus camiones saliendo los cuatro primeros en dirección a Rosario y luego, parando de golpe el fuego de la ametralladora, se retiró el último en forma visiblemente precipitada. El enemigo dejó sus muertos en el campo de la pelea y abandonados por desaparecidos como consta en el parte que elevó a la superioridad, cuatro soldados del once de infantería que quedaron cortados en los montes del Morlán. Del contingente a nuestras órdenes resultaron muertos los compañeros Raúl Magariños Solsona, delegado de ese Comité, y Alberto Saavedra. Heridos Eleodoro Saavedra y Juan José Sosa a quien un proyectil rozó en la columna vertebral. De la gente de Alonso resultaron heridos éste y N. Sosa, falleciendo el último en el Hospital de Rosario donde fue conducido por mi orden. (...) De la gente de Mercedes fueron heridos Arturo González Viera y Doroteo Maneiro. A este último le fue amputado un brazo después. El enemigo tuvo las siguientes bajas: tres muertos, dieciocho heridos y cuatro desaparecidos. Dos de sus heridos hospitalizados, fallecieron después. Sólo la resolución y el valor moral del soldado ciudadano pudo realizar el milagro de contener y doblar a una fuerza casi cuatro veces superior en número y dotada de excelente armamento y ametralladoras, al mando además, de oficiales de escuela".

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