2/8/08

La Revolución de los Nueve Días II

El enfrentamiento bélico antes descrito, fue el único que tuvo lugar en el oeste del país. Quienes participaron en él fueron un puñado de ciudadanos —menos de una treintena— mal armados y con muy pocas nociones de disciplina a quienes galvanizaba y dotaba de valor, el rechazo al gobierno de facto del doctor Gabriel Terra. Uno de ellos fue el excepcional escritor Francisco Espínola quien dejó su testimonio de los hechos en una carta al doctor Carlos Vaz Ferreyra, que retrata mejor que cualquier otra exposición aquel episodio sangriento. Cuando sea publicada en la segunda parte de esta reseña, se podrán apreciar claramente no solamente el peligro, la violencia y el miedo que todos experimentaron en la batalla de Paso del Morlán, sino los elementos casi surrealistas que la rodearon (para dar un breve ejemplo, Paco participó de traje camisa y corbata y su rifle no funcionaba) y perdura hasta hoy por encima de lo que significaron sus ocho muertos.

A esa lista hay que agregar las bajas que tuvieron lugar en los finales de esta revolución, cuyo mejor denominación podría ser la de protesta armada, cuando las fuerzas del general Basilio Muñoz quien había invadido por el norte con dos mil hombres, fueron localizadas por la aviación gubernista en unos montes sobre el río Negro cercanos a la frontera y ametralladas desde al aire pese a que ya existían propuestas de cese el fuego.



Muertos desde el aire, sin poder ver al enemigo
La protesta armada llevada a cabo por algunos grupos de la oposición contra la dictadura del doctor Gabriel Terra se desenvolvió en dos frentes, costó una docena de vidas y no sirvió para nada

La llamada Revolución del Morlán, un intento de levantamiento armado contra el gobierno del doctor Gabriel Terra, quien luego de ser electo democráticamente había disuelto el Parlamento en marzo de 1933 y ejercía el poder total, abortó prácticamente en sus primeras horas. Iniciado el 28 de enero de 1935, y finalizado una semana y dos días después, concluyó en un desastre en el que influyeron decisivamente la impericia de los sublevados, la desorganización política, el desinterés popular y la falta de apoyo de las fuerzas militares, algunas de las cuales se habían confabulado a favor de la rebelión desde un principio pero más tarde no la acompañaron. El resultado final fue el contrario al propuesto por sus cabecillas: no solamente no pudo desactivar ni mellar en lo más mínimo al gobierno terrista sino que lo afianzó, a costa de muchos muertos dejados en los breves enfrentamientos armados. Las acciones planteadas en el arroyo Morlán y en la Picada de los Ladrones sobre la frontera brasilera, constituyeron la última insurrección armada que vivió el país. En la formulación de este juicio, no se tiene en cuenta al movimiento subversivo llevado a cabo en la década del sesenta por el MLN-Tupamaros, el cual, por más que tuvo una cantidad de bajas mayor por ambas partes, se redujo más a atentados aislados llevados a cabo por una guerrilla urbana organizada, que a una lucha franca entablada en campos de batalla.

La Revolución del Morlán que tiempo después fue denominada por el doctor Carlos Quijano protesta armada, una adjetivación que parece más exacta, se vivió como se ha dicho en dos frentes. Uno en la zona de Colonia, y el otro en el noreste del país, sobre el río Negro. En la primera oportunidad, se enfrentaron en un paso del arroyo Morlán, un grupito de insurrectos carentes de armas y municiones y absolutamente faltos de preparación militar, con soldados del Ejército Nacional muy superiores en armamentos y disciplina. El tiroteo, ya descrito en la primera parte de estas notas publicada la semana anterior, costó muertos, heridos y mutilados y tuvo un resultado incierto aunque ambas partes se atribuyeron la victoria. A las pocas horas, los sublevados fueron reducidos y puestos en la cárcel. El segundo fue más penoso porque una avanzada revolucionaria de la División Cerro Largo fue bombardeada desde al aire por aviones gubernistas los que mataron a mansalva a varios de sus integrantes.

Antes de entrar a esta fase final de la revolución, vamos a redondear los detalles de la batalla de Paso del Morlán, de cuyas precariedades y aún absurdos ha quedado el testimonio de Francisco Espínola. El excepcional escritor, quien participó voluntariamente en el levantamiento describió con fino humor aquellas vicisitudes que él mismo se encargó de definir como tragicómicas, en una carta enviada a su amigo el filósofo Carlos Vaz Ferreira. Algunos fragmentos de ésta, que se reproducen a continuación, son verdaderamente antológicos.

"El día 28 de diciembre" (Paco Espínola tiene un trabucamiento de fechas, la correcta es 28 de enero) "peleamos en el Paso del Morlán. Recién caíamos al paso cuando los jefes gritaron: "a las armas". Corrí para ir a formar la primera y única línea de combate. Recién me habían dado un remington desesperadamente viejo. A mi izquierda entró un joven profesor del liceo de Mercedes, finocultísimo, valiente. Se inició el fuego. Nos llovían las balas. Mi primera bala no salió. Volví a cargar y tirar. Idéntico resultado. Y me envolvían los endemoniados silbidos. Cargué de nuevo, rabioso. Y se atracó la bala de tal manera que no hubo forma de hacerla mover. No tenía baqueta. El jefe se me acercó y me ordenó que me quedara inmóvil en el suelo, para no hacer tanto blanco. Era imposible retroceder porque detrás nuestros hervía un infierno de balas. Y allí me quedé exactamente una hora y cinco minutos. Hubo un momento en que el fuego nos llegó por la izquierda y la derecha también. Creí que nos rodeaban. Pero nuestro fuego los obligó a restablecer su línea.

¿Qué se piensa cuando se está así, impotente en el suelo, sintiendo picar las balas alrededor nuestro o pasar silbando bajito? Poco, y todo dentro de una terrible soledad. No hay padre, madre, mujer querida. Eso se hunde en un abismo sin fondo. Exactamente, lo que experimentaba era una infinita melancolía. Aquella batallita, aquel trasto inútil...

Había puesto delante de mí el remington para preservarme un poco la cara. Pero lo deslicé a un lado por no verlo ya que eso me producía una sensación de comicidad que me desolaba. La muerte allí, en aquel lugar, se me aparecía de una manera difícil de expresar; tal —valiéndome de la comparación más aproximada que encuentro— tal como lo sentiría quien supiera que lo obligaban a no bañarse nunca más en la vida. Una desgracia así, achicante, miserable. Y solo, solo, solo. Desgarrado. Frío. Algo de lo que yo había presentido (algo no, exactamente lo mismo) para la segunda crucifixión de Jesús. Qué tremenda intuición, don Carlos ¿eh? Se muere con un melancólico fastidio. (...)

Al llegar la noche, terminó la pelea. Tratábamos de enviar los heridos en los autos hacia los pueblos cercanos. Los muertos quedaron en el campo. Y de pronto un espantoso y potente ¡Cuaaaaac! como una carcajada inconcebiblemente burlona, resonó en la noche. Aún los acostumbrados a la vida del campo nos estremecimos. Era tan fuerte que no parecía un zorro. "¡Se burlan de nosotros!" rugió uno. El enemigo que se había retirado, ¿había vuelto y nos tendría rodeados? No, era un zorro. En mi vida olvidaré aquel grito. Un rato después, a pie, con nuestro jefe herido en un brazo, nos pusimos en marcha. Sin comer, entre espinas de la cruz y cardales que nos martirizaban, hicimos esa noche, dando vueltas para despistar, siete leguas a pie. (...)

Se sintieron unos tiros. Yo había podido conseguir hacía un momento, un tarro de conservas de durazno que encargué a uno que tenía que pasar por una pulpería. Cuando oí los tiros, hundí mi cuchillo en la lata, me eché al suelo detrás de un árbol e indiferente a todo me comí casi todo el contenido. Era viernes de mañana y no comía desde el mediodía del martes. Sin esos duraznos me habría muerto de debilidad. Porque no volví a comer hasta el sábado a mediodía".

Con reclutas voluntarios como Paco Espínola, dotados de armas inservibles, sin la menor preparación militar, muertos de hambre, asustados por los zorros y comiendo duraznos en almíbar en pleno tiroteo, cualquier éxito revolucionario parece inalcanzable. Lo que ocurrió en el otro extremo del país tuvo ribetes más terribles porque en esas acciones no hubo enfrentamientos sino muertes provocadas por bombardeos aéreos.

El mismo día en que tuvo lugar la batalla de Paso del Morlán, el general nacionalista Basilio Muñoz invadió el territorio oriental desde el Brasil, una ruta casi permanente de las revoluciones orientales. Estaba convencido que su entrada al país provocaría inmediatamente la sublevación de importantes contingentes de las Fuerzas Armadas. De acuerdo al libro de Adolfo Aguirre González La revolución del 35 su propio hijo declaró tiempo después que luego de una pregunta que le hiciera a su padre acerca de la oportunidad del momento, éste le había contestado: "Bueno, mirá, vino un despacho de la Junta de Guerra diciendo que se van a sublevar las fuerzas de Florida, Maldonado y no me acuerdo si me dijo Flores o Soriano. Como los jefes van a ser relevados del mando el 31 de enero, ellos se van a sublevar. Si hay una sublevación yo tengo que terminar de hacer el cuco, el mamarracho aquí en la frontera. (...) De manera que mañana de noche pasamos la Cerrillada con todas las armas que consigamos. Un 96 más —me dijo— una salida, una conmoción, una entrada. No creo que podamos tener éxito. Por más que si responde el batllismo, responden las fuerzas militares y entonces puede ser que resulte".

El plan era simple. Igual a lo hecho durante el conato revolucionario de 1896 por Aparicio Saravia, había que entrar al país, provocar una revuelta, conmocionarla, lograr algún objetivo y luego retirarse porque sus hombres y pertrechos no daban para otra cosa. El propio Justino Zavala Muniz en su libro La revolución de enero, manifiesta que en su presencia, Basilio Muñoz le hizo saber al coronel Exequiel Silveira que le había llegado un chasque del Directorio Nacionalista Independiente, uno de los partidos opuestos radicalmente a Terra, en el cual se ponía en su conocimiento que el momento adecuado era ese. O se lanzaba de inmediato a la revolución o ésta debía ser aplazada indefinidamente. Aunque el escritor citado no lo aclare, el hecho parece hacer referencia a las destituciones y seguramente envíos a prisión de jefes militares del ejército que estaban involucrados en el movimiento, los que iban a tener lugar el 31 de enero.

Leer: La Revolución de los Nueve Días III

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