13/8/08

El coronel (r) no tiene quien le escriba

Y ese día, aunque haya tardado muchos años, finalmente llegó. La época de los militares genocidas que sentían que la impunidad nunca se habría de acabar, que se paseaban entre nosotros llenos de soberbia creyéndose intocables a pesar de su saña asesina, que estaban seguros de que la justicia nunca los llamaría a responsabilidad, se equivocaron rotundamente. Tenían la obtusa convicción de ser una casta superior de iluminados que nunca pagarían por sus aberrantes crímenes. Hacía 33 años que estaban a salvo. Primero fue la dictadura con su terrorismo de estado quien los encubrió. Ya en Democracia, gracias a la ominosa ley de caducidad que genuflexos como el ex presidente Sanguinetti y su socio de la gobernabilidad, Wilson Ferreira Aldunate pergeñaron, nadie pudo molestarlos. Luego, la aplicación cómplice que hicieron de esta misma ley todos los gobiernos blancos y colorados que siguieron, los mantuvo a cobijo de la justicia, terminándose de hecho por convalidar todos los horrores cometidos durante los años de plomo.

Pero lo que no tuvieron en cuenta los genocidas, ni tampoco los políticos blancos y colorados que los amparaban, es que los pueblos (aunque a veces demore tanto que maduren sus tiempos), inexorablemente, necesitan encontrarse con la verdad y estar plenamente imbuidos del espíritu de que la justicia se aplica a todos por igual. Ningún pueblo es verdaderamente libre hasta que consigue que todos y cada uno de sus integrantes sean igualmente responsables por sus actos ante la ley. Ninguna democracia se consolida si no asegura que la libertad está firmemente asentada en los pilares que sólo la justicia le puede brindar. Por esto, los uruguayos a partir de este 11 de septiembre hemos comenzado a deshacer los barrotes que la impunidad había impuesto a nuestras libertades, y además, por fin, hemos consagrado integralmente nuestra convivencia democrática.

En este día que resultará inolvidable para la mayoría de los uruguayos, la nota de color la dio el Gral. (R) Paulós. Desempolvando folletines antiguos, sin marcha militar pero en un tono altisonante, --como el que utilizaban los comunicados de la DINARP cuando nos querían intimidar en aquellos tiempos tan oscuros--, dijo que sus camaradas (denunciados por más de 20 años como asesinos, torturadores, violadores y ladrones) habían sido procesados en un acto de revanchismo. Modestamente, nos parece que con tal aseveración el Sr. Paulós se está equivocando de cabo a rabo. Estaría muy bien que hablara de revanchismo si, por ejemplo, a los militares encausados se les hubiera hecho pasar por los mismos tormentos que sufrieron decenas de miles de uruguayos durante los 12 años que duró la dictadura: torturas, desapariciones, ejecuciones, exilio, destituciones, ciudadanos clase C, proscriptos, etc. Pero nada de esto ocurrió. También podríamos decir que habría revanchismo si, a los ahora procesados, se les hiciera purgar sus condenas en las mazmorras donde encarcelaron a nuestros mejores compañeros, a pesar de que las mismas resultaban indignas hasta para animales. Todo lo contrario, los camaradas en cuestión van a gozar del privilegio de estrenar una exclusiva cárcel modelo. En definitiva Sr. Paulós, revanchismo hubiera sido, sin dudas, montar la tragicómica parodia de justicia que fueron los juzgados militares donde se condenó a miles de uruguayos, la inmensa mayoría de ellos, por exclusivos delitos de conciencia, o sea, por el sólo acto de pensar y ser de izquierda. Qué gran diferencia con estos oficiales que fueron denunciados ante un Poder Judicial independiente y con todas las garantías que sus víctimas nunca tuvieron. Por todo esto, bien le convendría callarse la boca al Sr. Paulós, ex jefe de los servicios de inteligencia del proceso cívico-militar, porque todo lo que diga podrá ser usado en su contra. ¿O todavía no se dio cuenta que la Justicia se echó a andar en nuestro país?

Creemos, sinceramente, que ha llegado la hora de que nuestras Fuerzas Armadas dejen de ir a contrapelo de la Historia y se pongan al tono de los nuevos tiempos. Este fallo de la justicia, y todos los que en el futuro vendrán, así lo determinan. El Ejército Nacional no puede seguir amparando y protegiendo, como lo ha hecho hasta el presente, a toda esta escoria humana que cometió los más atroces delitos. Escoria humana que fue tan valiente cuando apretaba el gatillo contra seres indefensos, que se jactaba de su coraje cuando aplicaba la picana o hacía el submarino, que se sentía tan viril cuando violaba mujeres maniatadas, que se regodeaba cuanda separaba a un recién nacido de una madre presa, y que ni siquiera sentía ni un poco de vergüenza cuando robaba con impudicia. Todos aquellos militares que clamaban ser victoriosos de una guerra que jamás existió, finalmente terminan resultando en estos cobardes del presente, "hombres de honor" que andan huyendo y escondiéndose, que están desesperados por sacarse el lazo del cuello y que no tienen el valor suficiente como para afrontar las consecuencias de sus actos. Estos señores deshonraron los uniformes de los verdaderos soldados de la Patria. Lo hicieron cuando mancharon los propios con sangre inocente de sus hermanos Orientales. Debería ser el Ejército Nacional quien también, ahora mismo y sin demoras, les exigiera a estos indignos camaradas que la Institución no dejará de pedirles que le rindan sus cuentas.

Ojalá que así sea. Ojalá, también, que ante estas circunstancias, la Institución Armada asuma, en un acto de grandeza, el mea culpa impostergable que de una vez por todas demuestre que se comenzó a separar la paja del trigo. El primer paso es reafirmarnos fehacientemente lo que todos queremos creer: el coronel (R) Gavazzo ya no tiene quien le escriba. El y todos sus secuaces se han quedado solos. Esta es la única forma de que el Ejército Nacional --que no debemos olvidar que tuvo a Artigas como su primer Jefe--, pueda reivindicar su honor y recuperar la estima que alguna vez gozó dentro de nuestra sociedad toda.

José Miguel García

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