La construcción del Solís generó gran expectativa entre los habitantes de una ciudad que comenzaba a extenderse con casas en su mayoría de una planta con construcciones modestas y sobrias.
El 25 de agosto de 1856 fue lunes. Estaba frío y despejado.
Muchos de los que quisieron participar de la inauguración del Teatro Solis salieron a las ocho de la mañana desde sus quintas para poder llegar a tiempo.
Un vecino de la Unión de apellido Basáñez comenzó la marcha a las ocho de la mañana. Nadie se quería perder el evento, según relata la directora de Desarrollo Institucional e historiadora, Daniela Bouret en la investigación que será publicada en los próximos meses.
Varias horas antes de que se abrieran las puertas del Teatro la gente esperaba en la plazoleta que había sido iluminada y embanderada para la ocasión.
Durante la espera, los organizadores lanzaron globos de papel con aire caliente, disparos de cohetes, un concierto de la banda de regimiento de artillería y se ofreció leche recién ordeñada por el tambo Monsieur Piccard que estaba ubicado pared de por medio del Teatro.
Sobre la hora 19.30 las puertas de la cazuela y paraíso se abrieron y un grupo numeroso de mujeres y niños se abalanzó sobre la entrada que nadie pudo contener.
La historiadora señala que entre los presentes estaban representadas todas las clases sociales. "Desde las familias más renombradas hasta los nuevos universitarios" alcanzando entre las 2.500 y 3.000 personas.
Los palcos estaban adornados con flores naturales. Para Bouret, con la inauguración del Solís, se logró por primera vez reunir en un mismo ámbito al "pueblo y al gobierno".
De todas formas, señala, la convivencia tenía reglas: no se podía fumar y se prohibió la entrada al salón a las personas que no estaban vestidas con "trajes decentes" o acceder con bastones y paraguas.
Incluso el presidente de la República, Don Gabriel Pereira, fue intimado a dejar el suyo y el del general que lo acompañaba.
Después de las estrofas del Himno Nacional el poeta Heraclio Fajardo se puso de pie en la platea y recitó una poesía de Acuña de Figueroa, quien no había podido participar de la inauguración porque tenía problemas de salud. Acto seguido el Teatro se llenó de aplausos.
La iluminación del evento se hizo con lámparas con aceite de potro por lo que en el ambiente había un olor desagradable "impropio de la jerarquía de aquel coliseo", relata las crónicas de la época.
ANTES DEL SOLIS
El terreno que hoy ocupa el Teatro era un gran descampado de unas 20 cuadras de largo por 16 de ancho. Rodeado de barrancos, zanjas, rocas, médanos y caminos, según una investigación realizada por la directora de Desarrollo Institucional del nuevo Teatro Solís, Daniel Bouret, que será publicada. La investigación relata que, según las crónicas de la época, Montevideo era una ciudad "sucia", con pocas calles empedradas, sin saneamiento, con animales pastando entre las casas, pantanos y cueros y carnes pudriéndose en las esquinas y ratas.
LICITACION
El 8 de setiembre de 1840 la Comisión encargada de la licitación del Teatro adjudicó el diseño de los planos del Teatro. Sin embargo, las obras estuvieron detenidas casi diez años y recién fueron retomadas en el 20 de enero de 1852. En esa instancia una nueva Comisión Directiva comenzó la construcción del cañón central, que comprendían la sala, el escenario, el vestíbulo, camarines y depósito. Por falta de presupuesto no se pudo realizar las alas laterales tal como estaba planificado. Bouret indica que durante el tiempo que no se llevó adelante la obra, la empresa que tenía a cargo el proyecto generó ganancias. Según la investigación el Libro Copiador de la Comisión Directiva guardó durante ese tiempo el "valioso" cargamento de madera que se había traído especialmente de Europa para la construcción del Teatro, las columnas de mármol, capiteles y las pizarras destinadas a cubrir los techos. Los empresarios tuvieron que cerrar el edificio y tapiaron todas las puertas y ventanas para evitar que intentaran robar los materiales.
CONCURSO
La construcción del Solís generó gran expectativa entre los habitantes de una ciudad que comenzaba a extenderse con casas en su mayoría de una planta con construcciones modestas y sobrias. Según la investigación de Bouret, los medios de la época ya registraban este hecho. El periódico El Comercio del Plata convocó a un concurso para elegir el nombre del Teatro. Si bien el nombre que ganó, Teatro del Progreso, no fue tenido en cuenta por la Comisión, la investigadora indica que el hecho representó "la participación popular y da cuenta de la esperanza que éste generaba en la población". El 1º de setiembre de 1854 la Comisión decidió que se llamaría Teatro de la Empresa. Sin embargo casi un año después varios accionistas pidieron reconsiderar el tema y debatieron entre: Teatro del Progreso, Teatro de Montevideo, Teatro de la Armonía, Teatro de la Libertad, Teatro Oriental, Teatro de la Opera, Teatro de la Constancia, Teatro de la Paz, Teatro del Sol y Teatro de Solís entre otros. Pero el nombre del Teatro sigue generando polémica entre los entendidos ya que muchos sostienen que el nombre tiene que ver con el jeroglífico (el sol) ubicado en la fachada.
NOMBRE
Para Bouret el tema esta claro. En su investigación indica que hay al menos dos textos que comprueban que el nombre del Teatro fue un homenaje a Juan Díaz de Solís. Las palabras pronunciadas por Juan Miguel Martínez, uno de los integrantes de la Comisión, el día de la inauguración: "La Comisión apenas ha hecho otra cosa que cumplir con los mandatos de sus comitentes (...). (A ellos) debemos la fortuna de poseer este monumento que hemos consagrado a la memoria del intrépido descubridor de la Banda Oriental del Río de la Plata".
Además un fragmento de la poesía de Francisco Xavier de Acha que fue leído esa noche: "También tu nombre es inmortal, Solís. Y rememora el del audaz piloto que el primero, burlándose del noto, en nuestras playas enclavó la cruz".
HOSPITAL
Para la historiadora 1865 fue un año significativo para el país y la historia del Teatro ya que comienza el militarismo y la guerra de Paraguay lo que dificultó la gestión artística de la época. "En enero de 1865 hay una orden perentoria (donde) el gobierno dispuso que el Solís fuera habilitado, en horas, como hospital de sangre. Llegaban heridos de guerra y se pensó en destinar la sala como hospital . La Directiva se opuso a la medida y mandó cerrar a llave, tranca y candado el Teatro. Y las autoridades dispusieron que, si era preciso, se echaran abajo las puerta pero que se cumpliera con lo dispuesto. La sociedad propietaria rogó que se realizase una inspección a fin de demostrar la enormidad de la medida. Al mediodía se nombró la Comisión de Inspección y a las seis de la tarde ya estaba producido el informe. Se demostró a la comisión el peligro de un incendio, pues pretendían instalar la cocina debajo del escenario. No hubo alegato que venciera la decisión gubernamental, y al caer la tarde, el Teatro pasaba a destino hospitalario. La Sociedad hizo construir en la noche, una habitación metálica para usarse como cocina. A la mañana siguiente, comenzaron a llegar los heridos de guerra".
El Solís conoció refacciones varias a lo largo de sus 147 años de existencia. No todas ellas fueron felices, incluída la que hace 37 años estropeó su acústica y suprimió el foso de la orquesta, pero en términos generales esas intervenciones se imponían a medida que el recinto iba envejeciendo y delataba las fallas, achaques, carencias y peligros propios de la edad. Como toda sala teatral más o menos venerable, ese coliseo montevideano está construído de madera y pertenece por lo tanto a la categoría de edificios de sumo riesgo: los viejos teatros son lo más incendiable de este mundo, razón por la cual ha ocurrido lo que ocurrió en La Fenice de Venecia, en el Liceo de Barcelona o en el Argentino de la Plata, por no mencionar los antecedentes de otros siniestros que devastaron el circuito montevideano abatiendo bajo las llamas algunas salas irrecuperables (el Cibils, el Politeama, el propio Estudio Auditorio). La decisión municipal de cerrar el Solís a fines de 1998 para proceder a la recuperación más ambiciosa de su historia, resultó no sólo necesaria sino seguramente impostergable. Un pequeño incendio, que había devorado un depósito de vestuario en el sector posterior del edificio, fue poco antes de ese cierre el oportuno llamado de alarma.
A modo de cierre, vale recordar las palabras del primer musicólogo uruguayo, don Lauro Ayestarán: "El gran hecho sociológico de la música uruguaya del siglo XIX -y de toda la música americana, también- es la irradiación de la ópera, de la ópera italiana. Pero la ópera, esa admirable equivocación de los florentinos del Renacimiento que buscando restaurar la tragedia griega dio en la flor un nuevo género, necesitaba un recinto adecuado para vivir su grandeza. Y entonces se levantó el Teatro Solís."
22/6/08
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