14/6/08

Oscar Gestido - Di Candia (I)

Oscar Gestido: una vida austera y la política mirada de reojo




Aquellas personas que crean hoy que la política nacional se ha precipitado en un despeñadero sin fin, no solamente están equivocadas sino que tienen poca memoria. Primero porque los juegos malabares con que algunos hombres públicos diluyen hoy sus tareas específicas, muchas veces son exageradas ya sea por desinformación de la gente como por el ejercicio de una visión altanera de los hechos y segundo porque aquellos no son en ninguna forma nuevos. Hubo un tiempo que precedió a las elecciones de 1966 y a la Reforma Constitucional que entró a regir al año siguiente en el que los problemas que conducían directamente al descrédito de los hombres públicos eran bastante mayores. Estos verdaderos focos de irregularidades políticas fueron varios. La llamada Ley de Autos Baratos, que permitía a los parlamentarios adquirir hasta cuatro autos por legislatura exentos de todo impuesto. Otra ley que les otorgaba el privilegio de acceder a préstamos a largos plazos e intereses bajísimos, para adquirir viviendas y aún equipamiento para las mismas. Una Rendición de Cuentas cuyo artículo 383 otorgaba considerables ventajas en las jubilaciones a quienes ejercían cargos electivos o de particular confianza. Y el principio incorporado a la Constitución del 51 por el cual los directorios de los entes autónomos y servicios descentralizados debían ser llenados por cuota política en la proporción de tres para el partido ganador y dos para el perdedor.

No era solamente la gradual pérdida de confiabilidad en los políticos lo que provocaba el desinterés de la masa en los comicios de 1966. El acto electoral en sí mismo, era mucho más complicado que lo habitual. Las normas vigentes imponían un gobierno nacional y diecinueve departamentales regidos por organismos pluripersonales y la experiencia luego de casi dieciséis años demostraba su absoluto fracaso. Lentos, discutidores, demasiado aptos para que las rencillas internas de los partidos que los integraban paralizaran su accionar, los ejecutivos colegiados habían conducido a un desencanto generalizado. Había que regresar con urgencia al régimen presidencialista por medio de una reforma de la Constitución, pero al mismo tiempo si ésta no era consolidada por el número de votos requeridos, era preciso tener listas de candidatos para el sistema que estaba rigiendo. La alquimia política criolla, con ser muy ingeniosa, se había extraviado en laberintos insondables. Para complicar más aún las cosas, se presentaban varios proyectos de modificación constitucional, representados por cuatro proyectos diferenciados por su color: una papeleta naranja, otra gris y una última amarilla. La primera elección de cualquier ciudadano era por cualquiera de ellas, lo cual significaba que prefería la presidencia unipersonal al colegiado. Luego simultáneamente, debía votar las listas que en este caso eran dobles: unas por si había reforma y otras por si no se llegaba a las mayorías requeridas. No es exagerado decir que en aquella oportunidad una gran parte del electorado votó confundido sin llegar a entender nada. Todo este panorama se ubicaba en medio de un país que ya en la década del sesenta presentaba graves problemas económicos, estaba inmerso en una gran agitación social, gestaba un movimiento subversivo de la ultraizquierda y había perdido a varios de sus líderes más carismáticos.



Como es habitual en todos los actos electorales, los partidos rivales no omitieron reproches ni vacilaron en recordarse unos a otros supuestos errores del pasado para alertar a los posibles votantes. El semanario izquierdista Marcha dirigido por el ex nacionalista Carlos Quijano, no vaciló en manifestar viejos rencores partidarios al reproducir un suelto de El País escrito en pleno fragor de la Segunda Guerra Mundial, en el que este diario acusaba duramente al doctor Alberto Gallinal Heber, de "obsecuente servidor del totalitarismo". Es más que seguro que este artículo haya sido sido escrito bajo la presión de las luchas políticas internas porque Gallinal, figura de sumo respeto dentro del Partido Nacional era precisamente quien encabezaba la fórmula presidencial de las elecciones del 66 que apoyaba fervorosamente aquel mismo diario. Otros ataques a sus rivales políticos, más cercanos a la alucinación, formuló el diario El Debate, dirigido en aquel momento por el doctor Washington Guadalupe. Este órgano que representaba al herrerismo ortodoxo, publicó tres días antes de las elecciones y a todo lo ancho de su primera página un título alarmista que decía textualmente: "¡Complot comunista!" El texto que lo acompañaba superaba todas las malas intenciones que se habían expuesto en la campaña. "Noticias de última hora cuyos detalles desarrollaremos mañana nos permiten denunciar ante la opinión sana del país de la existencia de un grave complot comunista manejado desde la propia embajada rusa. Todo el escándalo de los cuatro rusos que se iban y no se iban, del encargado de negocios que fue a tomarle el pelo al Presidente del Consejo, tiene huellas mucho más profundas de lo que nosotros mismos pensábamos. Jorge Batlle en comida íntima en la embajada rusa empezó a "tirar los hilos" de una siniestra conjura que puede poner en peligro la paz social y la estabilidad envidiable de nuestro régimen político. Luego de esta comida el Batlle chico se entrevistó con el Presidente del Consejo y ambos fueron a casa de Bordaberry el conocido galerudo y renunciante al Senado. Jorge Batlle, Bordaberry, Gari y el Presidente del Consejo forman cuarteto indisoluble que preside el encargado de negocios de la embajada rusa. Por intermedio de Wilson Ferreyra Aldunate tomaron contacto con Gallinal, rico terrateniente que anda asolando el país con su extravagante propaganda. Gallinal cumple el propósito de esconder todo propósito sovietista. Lo esconde pero al mismo tiempo está unido por cordón umbilical con quienes esperan la hora oportuna para dar el zarpazo final. Radio Rural entregada al comunismo. Al sovietismo".



El resultado de la urnas confirmó que el anhelo de la ciudadanía era sacarse de encima el lastre de los ejecutivos colegiados. Ganó la reforma naranja lo cual trajo consigo una nueva Constitución. Y el Partido Colorado retomó el poder luego de ocho años de gobierno nacionalista. Los números electorales propusieron un mapa político absolutamente diferente. El coloradismo, intensamente fraccionado, le sacó ciento diez mil votos de ventaja al Partido Nacional y sus candidatos obtuvieron estos sufragios: Oscar Gestido 262.000, Jorge Batlle 216.000, Amílcar Vasconcellos 77.000 Zelmar Michelini 48.000 y Justino Jiménez de Aréchaga 4.000. Por su parte en el Partido Nacional la mayoría había sido para Martín Echegoyen, 231.000, seguido por Alberto Gallinal, 172.000 y Alberto Heber 95.000. En los partidos menores el más espectacular ascenso fue el del Frente Izquierda de Liberación (FIDEL) primer ensayo del Frente Amplio, que obtuvo 70.000 votos.



Probablemente ningún otro presidente tuvo la fortuna de asumir su cargo disponiendo de una mayor confianza popular que Gestido. Se le consideraba un hombre esencialmente honesto, tenía fama de buen administrador y además fomentaba una imagen de hombre desvinculado de los enredos políticos. Había sido interventor de PLUNA en 1949, de los Ferrocarriles en 1957 y Consejero Nacional en 1963. El gran tema era si podría gobernar. Las divisiones de su partido que en la lucha electoral lo habían favorecido a causa de la Ley de Lemas, amenzaban ahora con hacerle la vida si no imposible, por lo menos complicada. Y lo blancos separados en grupos difíciles de conciliar (Alberto Heber siendo Presidente del Consejo había hecho una huelga personal de cinco días aduciendo que sus compañeros "ponían trabas a su trabajo" ) tampoco parecían en condiciones de ayudarlo mucho. En realidad, el general Gestido había logrado la Presidencia contando únicamente con el apoyo del llamado "grupo de los senadores". A poco de fallecer don Luis Batlle Berres su hijo Jorge había querido ejercer la dirección de la lista 15. Al oponerse a esos propósitos buena parte de los más fieles compañeros de ruta de su padre ( los doctores Justino Carrere Sapriza, Alba Roballo, Amílcar Vasconcellos y Glauco Segovia) se habían desgajado del tronco donde habían iniciado y madurado sus carreras políticas formando un grupo que había dado el triunfo a Gestido y de hecho decretado la primera derrota de un joven Jorge Batlle que entonces contaba con apenas cuarenta años. Ni siquiera el candidato a vice había sido elegido sin pasar por los dolores de un parto trabajoso. Luego de muchas idas y venidas en las cuales habían sido conversados varios candidatos que no encontraron consenso como Zelmar Michelini, Héctor Luisi, Julio Lacarte Muró, se había optado por Jorge Pacheco Areco, un ex diputado de la lista 14 y ex director del diario El Día que en ese momento tenía escasa notoriedad pero que con el tiempo adquiriría un protagonismo de relevancia. Todo eso le daba a Gestido una notoria endeblez política ya que no podía olvidar que había sido votado apenas por el cuarenta por ciento de su partido y un veinte por ciento de la ciudadanía en su totalidad. No obstante eso, la expectativas eran muchas y hasta el doctor Quijano, levantó su voz tribunicia desde las columnas de Marcha, para darle la bienvenida. "Lo primero es lo primero. Debemos estar orgullosos del país. Agitado por la crisis más tremenda de su historia dio un ejemplo de disciplina, de madurez y también de confianza. (...) Estas elecciones ejemplares que acaban de celebrarse no nos devolverán la salud pero podrán ponernos en el difícil camino de reconquistarla. Tenemos desde hace mucho tiempo una muy alta opinión personal del general Gestido. Es hombre sensato, probo, justo, con visión nacional y ama a su tierra. El destino lo convoca para otorgarle el mando en una hora muy difícil de las más difíciles de nuestra historia. Que su obra sea digna de la pesada y gloriosa responsabilidad que le ha sido concedida es nuestra esperanza y nuestro voto".



Ya los actos de la transmisión de mando, que fueron los primeros en nuestra historia en ser mostrados directamente por la televisión lo que le permitieron una acercamiento a la gente jamás visto, dieron a los suspicaces la pauta de que las diferencias de estilo entre el Primer Mandatario y el vicepresidente podrían eventualmente acarrearle dificultades. Las imágenes que ofrecían desde los balcones de la Casa de Gobierno las esposas de los dos, eran abismalmente distintas. La maestra Elisa de los Campos de Gestido llevaba puesto un vestido muy sencillo, estampado y sin mangas que no revelaba ninguna modista excepcional, la cabeza descubierta, un peinado muy discreto y una pequeña cartera, poco más que un monedero. María Angélica Klein de Pacheco lucía un vestido largo y vaporoso, una gran capelina blanca, cabellos rubios que habían pasado por horas de peluquería y una enorme cartera. Años después, en julio de 1998, entrevistada por este periodista para el semanario Búsqueda la señora Klein reconoció que su error había sido no consultar con la señora de Gestido la forma de ir vestidas, como lo hacen las madrinas de los casamientos."Pienso que a la gente le gusta que las esposas de los presidentes vistan bien y sean elegantes" --expresó-- "A ella no le gustaba llamar la atención. Fíjese que ni medias tenía". Esas diferencias en las maneras de ser y actuar de las esposas del presidente y el vice se harían más claras con el correr de los meses. La señora de Gestido se refugiaría en la sobriedad que caracterizaba a su esposo y permanecería siempre en un segundo plano. Apenas saldría a la luz pública encabezando un movimiento de ayuda social llamado "El Uruguay es nuestro, recuperémoslo". María Angélica Klein de Pacheco ocuparía una posición mucho más activa en la vida protocolar, algo que en ocasión de la Conferencia de Presidentes de Punta del Este le provocó una ruptura casi total con la Primera Dama.



El primero de marzo de 1967, abrumado por solemnidades a las que no estaba acostumbrado y que seguramente no le gustaban, el Presidente Oscar V. Gestido fue recibido por la Asamblea General y luego pronunció un discurso de tono preocupado y que en ocasiones adquirió tonos patéticos en el que hacía mención a la situación económica del país. "Si el pueblo uruguayo no toma conciencia de su responsabilidad. Si el pueblo uruguayo no toma conciencia de que no hay organización jurídica ni sistema de represión por brutal que sea que pueda sustituirse a una sociedad que no esté dispuesta a coexistir pacíficamente como una sociedad civilizada, entonces todos nosotros y desde ya, debemos saber que no hay salvación posible. Si el pueblo uruguayo estuviera dispuesto a despedazarse, si el pueblo uruguayo estuviera dispuesto a convertir la sociedad uruguaya en una agrupación de tribus cada una luchando por sus intereses sectoriales sin tener presentes los intereses de la comunidad, entonces tendríamos desde ya que declarar que todos los uruguayos somos irrecuperables (...) No hay Constitución, no hay gobierno por honesto que sea que pueda salvar a un país que no quiera salvarse".

Como suele ocurrir, las personas que Gestido eligió como sus hombres de mayor confianza para integrar los ministerios, despertaron críticas aún en su propio partido. Las designaciones fueron las siguientes: Ministro de Hacienda, ingeniero Carlos Vegh Garzón, de Interior, doctor Augusto Legnani, de Defensa, general Antonio Francese, de Obras Públicas Heraclio Ruggia, de Ganadería y Agricultura Manuel Flores Mora, de Educación y Cultura Luis Hierro Gambardella, de Trabajo y Seguridad Social doctor Enrique Véscovi, de Salud Pública doctor Ricardo Yanicelli, de Transporte Comunicaciones y Turismo, el doctor Justino Carrere Sapriza, de Industria y Comercio doctor Julio Lacarte Muró y de Relaciones Exteriores doctor Héctor Luisi. El Director de Planeamiento y Presupuesto era el contador Luis Faroppa, el secretario de la presidencia el doctor Héctor Giorgi y el subsecretario el doctor Carlos Pirán. No había representantes ni del grupo de Vasconcellos ni del grupo de Michelini. Los continuos cambios ministeriales consecuencia de un tiempo político azaroso e inestable, llevaron a ambos líderes batllistas a ocupar carteras a las que luego renunciarían.

Como consecuencia de su corta trayectoria como hombre público, la gente conocía muy poco la vida del nuevo Presidente de la República. Se sabía sí que era hermano de Alvaro Gestido, excepcional jugador de Peñarol y lateral izquierdo de la selección nacional que ganó el Mundial del año treinta en Montevideo. Hasta se decía que el Primer Mandatario jugaba tan bien o mejor que su hermano y había dejado de practicar fútbol al recibirse como oficial de artillería en la Escuela Militar. Consultado en una oportunidad su hijo Oscar por este cronista dijo que "en casa nunca se habló de política. Yo no recuerdo que que el tema haya salido a luz en ninguna conversación durante todos los años que vivimos juntos. Mi abuelo sí era colorado y lo decía pero papá posiblemente por su condición de militar nunca exteriorizaba sus preferencias aunque era tan colorado como mi abuelo". El señor mencionado en último término era un gallego llegado al país procedente de las rías de Galicia. Ejerciendo su profesión que era la de albañil había llegado a ser sobrestante del Banco República algunas de cuyas sucursales, como la de Melo o de Sarandí del Yi habían sido hechas por él. Casado en el Uruguay había tenido cinco hijos de los cuales el presidente electo había sido el segundo. Criado en un hogar donde los gastos se medían cuidadosamente, el general Oscar Gestido jamás abandonó sus hábitos de austeridad y de sencillez. Sobrio en sus gustos y en su manera de vivir, su otra característica era su deliberada marginalidad de todo lo que fueran luchas políticas. A medida que se había ido acercando a las responsabilidades de gobierno, por sus dos cargos como interventor y su carácter de Consejero de Gobierno electo en 1962, su obsesión era la de rodearse de una especie de coraza a prueba de las contaminaciones morales que él creía traían consigo los quehaceres políticos. Gestido ejercitó estos principios hasta el final de su vida y nunca se cansó de repetir que él era un administrador y no un político profesional. Probablemente esta manera de pensar fue lo que le hizo acentuar, como una forma de señalar diferencias, las medidas de extrema austeridad con las que decidió vivir luego que asumió la Primera Magistratura del país. No aceptó trasladarse a la residencia oficial de la Avenida Suárez y prefirió seguir en su casa de la calle Pereyra desde la cual su esposa que nunca le dio importancia a su condición de Primera Dama, salía todas las mañanas a barrer la vereda en delantal. Por diferentes motivos quien escribe estas notas visitó aquella casa en varias oportunidades. Había sido comprada en catorce mil pesos y un préstamo del Banco Hipotecario, era terriblemente fría, tenía techos altos y apenas lograba ser entibiada con un par de estufitas de queroseno. Había pocos muebles y carecía de un mínimo fondo para poner una parrilla.

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