15/6/08

Octubre de 1933: asesinato de un líder político (I)

El clavel que estuvo durmiendo en el féretro de Julio César Grauert

Julio César Grauert tenía una visión renovadora, radicalizada y filomarxista de viejo batllismo. Su ala política se llamaba "Avanzar". Cuando recorría el interior buscando despertar la conciencia ciudadana fue asesinado cerca de Pando.


Era muy niño y ya tenía confianza con aquel sobre escrito con tinta desvaída, que yacía acostado encima del escritorio de mi padre, al lado de la estatuita de bronce de don Quijote. Era un bultito gris, de una desolada humildad que se levantaba apenas de la mesa como avergonzado de su pobreza. La frase que definía su contenido la estuve tratando de leer desde que supe que las letras conducían a descubrimientos importantes. Su significado, lo aprendí muchos años después. Mi padre, un fervoroso batllista de las luchas iniciales de don Pepe, había escrito en él, con una letra dolorida por la impotencia unas palabras que aún siguen allí y estarán guardadas en ese lugar por mucho tiempo más, como el mejor legado que un padre puede hacer a un hijo: "Dentro de este sobre hay un clavel rojo que durmió en el pecho de Julio César Grauert el 26 de octubre de 1933." Una tarde, ya vencido por la vejez me lo entregó. No hubo ceremonias pero sí un espacio largo, hondo y silencioso en el que ambos pudimos expresarnos muchas cosas. Me dijo solamente con su hablar rochense: "consérvalo". Dos meses después murió. Desde entonces el sobre gris con el clavel rojo están en mi biblioteca. Nadie lo ha abierto ni lo abrirá. Allí está guardada la libertad.

Estoy escribiendo estas líneas casi setenta años después del asesinato de Grauert, una ignominia que casi nadie conmemora ya. Ni en el cementerio lo evocan las flores coloradas ni en la sala de la convención, los discursos de antes, aquellos que ensanchaban los corazones. Las tres generaciones que vinieron tras él dejaron enfriar del todo su cadáver. Tampoco hicieron nada para mantener caliente su recuerdo, los conductores del Partido Colorado que lo sucedieron y ocuparon incluso las primeras dignidades del país. Pena tras error, decepción tras olvido. Tanto la fuerza removedora de su actuación política como las indignidades policiales que lo condujeron a la muerte, merecían mucho más que una foto colocada en la principal sala partidaria, que los más jóvenes ni siquiera identifican. Julio César Grauert fue uno de los diputados batllistas desplazados de su cargo cuando el doctor Gabriel Terra derribó las instituciones en 1933 y dio de baja al Parlamento Nacional. Se le consideraba, junto al doctor Baltasar Brum una de las dos figuras jóvenes más prometedoras de un batllismo que se desdibujaba pero trataba de mantenerse vivo luego del colapso sufrido por la muerte don Pepe Batlle, en 1929. Tenía varios enemigos externos y dos metidos dentro de sí mismo difíciles de vencer: una bohemia constante e incorregible, mantenida a fuerza de copas y madrugadas y una visión de la política romántica y extremadamente sensible a los problemas sociales que lo llevaba a sostener posiciones tan idealizadas como difíciles de alcanzar. Permanente renovador y a veces cercano al marxismo, había aportado a su partido un movimiento llamado Avanzar destinado a combatir sus desgastes, en cuyo periódico escribía mi padre cuando no imaginaba los palos que recibiría en el entierro de su líder ni la flor que esa tarde infausta habría de guardar por siempre.

El baleamiento que segó la vida de Grauert, como la autoeliminación del doctor Baltasar Brum producida la misma tarde del golpe de Estado, solamente pueden entenderse hoy si uno logra empaparse en el clima político que oprimía al Uruguay en esos meses que sucedieron a la instauración del gobierno de facto del doctor Terra. El país era un resorte tensado hasta su máximo punto. Los opositores no ocultaban las conspiraciones ni las reuniones clandestinas. Los situacionistas mantenían vivo su dominio con destierros, prisiones en la isla de Flores, censuras a la prensa, persecuciones políticas. Terra había logrado convocar a una Asamblea Constituyente para modificar la Constitución, en un plebiscito que había contado con una inesperada adhesión popular y sus adversarios lo habían desautorizado con acusaciones de fraude. En los primeros días de aquel mismo octubre había sido clausurado el diario El País y el doctor Francisco Ghigliani, director del diario terrista El Pueblo y uno de los más importantes ideólogos del golpe de Estado había escrito a modo de justificativo: "Hay que amansarse para vivir o rebelarse y morir."

Así como en los meses previos a la dictadura el Presidente Gabriel Terra había recorrido la república proclamando la necesidad de una reforma inmediata de la Constitución que le permitiera gobernar (y para lo cual dados los mecanismos vigentes había fatalmente que llegar a un gobierno de facto) después que se hubo producido éste algunos legisladores de la oposición comenzaron a hacer giras por todo el interior incitando a la gente a la resistencia. Ambos procedimientos oratorios eran ilegales, pero en el primer caso el Presidente se lo autorizaba a sí mismo y en el segundo no estaba dispuesto a otorgarlo a los demás. Los hechos fueron claros y simples. Víctimas y actores al mismo tiempo, consecuencia de un ambiente enrarecido por las intolerancias, tres de los legisladores batllistas recientemente expulsados del Parlamento, el ex senador Minelli y los ex diputados Julio César Grauert y Francisco Guichón decidieron participar en un acto partidario en la ciudad de Minas para reclamar el retorno de las libertades públicas. Pero el régimen entendió otra cosa. Sostuvo que la reunión tenía por objeto instigar a la rebelión y ordenó la detención de los delegados de Montevideo.

Detengámonos un instante en los telegramas intercambiados por el Jefe de Policía de Lavalleja y su colega de la capital el entonces coronel Alfredo Baldomir que poco después y con el grado de general y el título de arquitecto, accedería a la Primera Magistratura del país sucediendo a Gabriel Terra.

"Recibido de Minas el día 24 de octubre de 1933 a las 2 y 45.

A la Presidencia de la República. Montevideo.

Oradores Guichón, Minelli y Grauert encuéntrase detenidos en las afueras de la ciudad rodeados por varios autos con familias quienes manifiestan no acatan órdenes de las autoridades expresando que están dispuestos a hacerse matar. Por tal causa espero me haga saber si procedo, no obstante la actitud de dichos señores a la detención de los mismos." (Firma) Jefe de Lavalleja".

"Montevideo 24 de octubre de 1933.

Confidencial, directo, urgente.

Referente a su confidencial número 1 trate de prenderlos sin recurrir a medios violentos puedan ocasionar desgracias personales. Sugiérole idea inutilizarles autos para evitar puedan emprender viaje. Salúdalo (Firma) Coronel Baldomir". (Recibido en Minas el día 24 de octubre de 1933 a las 4 y 25.)

"A coronel Baldomir. Montevideo.

Para evitar desgracias propuse se comprometieran a constituirse en prisión al llegar a esa una vez dejadas familias. No aceptaron proposición continuando primitiva actitud. Diga si sería posible dejarlos seguir hasta esa y proceder ahí a detención pudiendo escoltarlos policía. Salúdalo. (Firma Jefe de Policía de Lavalleja)".

"Montevideo, octubre 24 de 1933.

A Jefe de Policía de Lavalleja, Minas. Confidencial.

Puede proceder de acuerdo a su confidencial número 2. Salúdalo.(Firma) Coronel Baldomir". (Recibido en Minas, el día 24 de octubre de 1933 a las 5 y 25)

"A coronel Baldomir. Montevideo.

Conforme instrucciones confidencial número 2 siguieron ésta custodiados por el oficial 1º y comisario 1ª sección en tres o cuatro autos. Ruego señor Jefe al entrar ese departamento prestarle concurso con policías a sus órdenes. Salúdalo" (Firma) Jefe de Policía de Lavalleja.

De lo que puede desprenderse claramente de estos telegramas, además de su curiosa sintaxis, es que al Jefe de Policía de Lavalleja, los tres detenidos en la carretera le estaban quemando las manos y quería sacárselo de encima de cualquier manera. Tampoco Baldomir desde Montevideo sabía exactamente cómo proceder y pugnaba por desprenderse de toda responsabilidad. Sabía de sobra que alguna medida represiva debía tomar a riesgo de ser considerado débil pero no quería convertir lo que consideraba un simple aventurerismo político en una fábrica de mártires. Esto último fue exactamente lo que logró. Entrevistada hace nueve años para "Búsqueda", doña Maruja Iglesias, la viuda de Grauert cumplidos ya sus noventa de edad, me hizo la deferencia de hablar a la prensa por primera y única vez de aquellos sucesos que cambiaron su vida.

"El régimen de Terra provocó una especie de efervescencia entre la militancia opositora. La casa de la madre de Julio, en la calle Andes a pocas cuadras de donde él fundara la Agrupación "Avanzar", era centro permanente de reuniones activistas. Mi marido estaba jugado en la resistencia a la dictadura. Por supuesto que esas reuniones que hacían en el interior no eran visitas sociales pero de ahí a que los actos fueran subversivos y que buscaran hacer una revolución hay un gran trecho. Si no hubiera sido tan trágico era de reírse. El sabía perfectamente a lo que se exponía. Varias veces me había advertido que en una de esas vueltas lo podían matar. Toda la vida me lo dijo. Era como una obsesión, sobre todo en los últimos tiempos. Hasta creo que estaba convencido."

Durante muchos años, las dos partes estuvieron aportando versiones contradictorias de los sucesos a tal punto que sesenta años después, continuaban inconmovibles las pasiones sobre todo a nivel familiar. Si doña Maruja Iglesias de Grauert nonagenaria y todavía dolorida negaba que su marido estuviera buscando un levantamiento, el señor Alfredo Terra uno de los hijos del dictador a quien tuve la posibilidad de conocer y entrevistar a fines de los ochenta, exponía una visión radicalmente opuesta.

"Como consecuencia del pronunciamiento electoral de junio de 1933 por el cual una mayoría absoluta vino a dar apoyo a mi padre eligiendo a los representantes de la Constituyente, ya existía un proceso de manifestación de la legitimidad de la vía emprendida a raíz de la encrucijada del 31 de marzo que culmina con la aprobación plebiscitaria de la Reforma Constitucional del año siguiente. Pese a eso, había legisladores batllistas "netos" que consideraban que el régimen era inconstitucional y que por lo tanto debía promoverse una revolución armada para abatirlo. En la asamblea de Minas, los tres oradores instigaron a la revuelta, exhortando a la gente a estar preparada para esa eventualidad. Fue una reunión claramente subversiva. El gobierno no podía permanecer indiferente. Poco antes había sido abortada una conspiración que tenía por base un regimiento de artillería cuyos cabos y sargentos habían sido sobornados con promesas de ascensos y dinero por algunos políticos que pretendían hacerlos prender al Presidente de la República que en esos días iba a visitar al cuartel. Quien evitó que se produjera ese levantamiento fue el coronel Sanguinetti, el abuelo de quien fuera nuestro Primer Mandatario."

Casi treinta años antes, en 1962, un azar periodístico me había permitido grabar para el semanario Hechos que dirigía Zelmar Michelini al único testigo directo de la tragedia que permanecía con vida: el doctor Juan Francisco Guichón, quien entonces acababa de dejar el Senado de la República y tenía una visión mucho más romántica que Alfredo Terra de aquellas giras políticas por el interior.

"Lo nuestro era como un suicidio. Nosotros sabiamos que tarde o temprano, la dictadura iba a intentar prendernos porque si no lo hacía arriesgaba perder todo su prestigio. Nosotros íbamos a resistir y morir si era preciso. Minelli y yo habíamos elaborado durante mucho tiempo esa decisión. Estábamos dispuestos a ir al sacrificio como Brum para precipitar la caida de la tiranía. Julio que no compartía esa tesis nuestra fue sin embargo el único que murió. No me cansaré de elogiar la dignidad con que lo hizo. No vaciló en acompañarnos en el auto aún en pleno conocimiento de que en cualquier lugar del camino estaría la policía esperándonos."

¿Cómo se desarrollaron en realidad aquellas luctuosas veinticuatro horas? Los tres dirigentes batllistas concurrieron a Minas, donde se constituyeron en las figuras principales de un acto político de rechazo al régimen que había disuelto el Parlamento. Los testigos dijeron que había sido una reunión apasionada pero sin incidentes. Los discursos de Minelli, Grauert y Guichón fueron muy encendidos pero en ningún momento se incitó a la violencia, algo totalmente impracticable, sino más bien a una resistencia pasiva. Pasada la medianoche intentaron regresar a Montevideo en el auto de uno de ellos, pero se vieron impedidos de hacerlo porque la policía departamental, siguiendo instrucciones de su jefe, rodeó no solamente su vehículo sino otros más que los acompañaban a modo de escolta, impidiéndoles la marcha. Con una crispación que iba en aumento, aguardaron durante varias horas una salida que de acuerdo a sus presunciones, se estaba negociando telegráficamente con el Jefe de Policía de la capital, cuyas versiones textuales hemos ya reproducido. Aclaraba ya cuando fueron autorizados a continuar su camino, acompañados por numerosos coches de correligionarios y seguidos por dos vehículos de la Jefatura de Lavalleja. Los tres parlamentarios cesados tenían suficiente experiencia como para darse cuenta que no habían ganado la batalla sino que apenas habían obtenido una breve tregua que podía terminar en el momento menos esperado. Ese momento se produjo a poco de llegar a Pando. Allí les fue cerrado el paso por fuerzas llegadas desde Montevideo y dio comienzo el drama que fue descrito de esta manera por el diario El Día.

"Al aproximarse a la ciudad de Pando, cerca del quilómetro treinta y cinco, se les interceptó el paso por las fuerzas policiales de la capital que habían sido mandadas expresamente para detenerlos lo que explica la orden dada anteriormente a la Jefatura de Minas, en el sentido de que permitiesen la venida de los coches custodiándolos. El auto en que viajaban Guichón, Grauert y Minelli y que manejaba este último, se vio así rodeado por un lado por la policía de Minas y por el otro por el destacamento de Montevideo que estaba constituído por los comisarios Cavassa, Berrueta y Gilomén y numerosos empleados los cuales disponían de motocicletas blindadas y gases lacrimógenos. Reforzaba la expedición el personal de la policía de Pando formado por el comisario Rodríguez y varios agentes. (...) Cuando se les levante la incomunicación a los señores Grauert, Guichón y Minelli sabremos cómo ocurrieron los hechos."

Julio César Grauert ya nunca podría aportar su versión a la prensa. Minelli, que escapó ileso pero a quien los gases le produjeron una afección bronquial que lo acompañó hasta su muerte y Guichón que fue herido de un balazo en el codo provocándole su fractura, describirían después lo ocurrido desde un punto de vista naturalmente opuesto al de la policía. Minelli declaró al vespertino batllista El Ideal en su edición del 28 de octubre:

"De acuerdo con el señor Guichón y con el doctor Grauert, llamé al comisario Cavassa y le dije: "no hemos cometido ningún delito, no hay orden del juez competente disponiendo nuestra detención, no queremos derramar la sangre de otros; dígale al doctor Terra de parte nuestra que sería de su responsabilidad si consintiera que corriera la sangre nuestra". Cavassa oyó, tomó un auto y se retiró. ¿Transmitió el mensaje? Lo ignoro. Esperamos entonces alrededor de una hora. Transcurrido ese tiempo volvió acompañado por dos motocicletas blindadas y armadas de unos aparatos larga gases. Se colocaron las motocicletas una del lado derecho del auto y la otra por la parte de atrás, a una distancia relativamente corta. Los policías armados a Mauser y revólver nos apuntaban. Llamé al comisario Cavassa y le pregunté lo que haría. Me contestó que procedería a lanzarnos gases. La espera fue probablemente de poco más de un minuto. Yo sentí un conjunto de estampidos simultáneos que en ese instante atribuí a las bombas de gases sin haber llegado a constatarlo porque mi desvanecimiento fue inmediato y total. Afirmo bajo mi palabra de honor que no disparé un solo tiro ni siquiera al aire. Y afirmo también que tampoco lo hicieron Grauert y Guichón."

En la entrevista que le hiciera en el año 63 para el semanario Hechos, el doctor Juan Francisco Guichón ratificó la versión de Minelli aunque sus palabras volvieron a hacer hincapié en el romanticismo casi mesiánico de la misión que se habían impuesto.

"Cuando nos dieron la voz de presos, nosotros, apuntándolos con nuestras armas, les dijimos que nunca nos entregaríamos. En ningún momento pensamos en tirar contra gente inocente. Le reitero que estábamos dispuestos a ir al sacrificio pero no a provocar al sacrificio de nadie. Cuando se acercó Cavassa tuvimos un cambio de palabras bastante fuerte. Luego él se fue sin duda a pedir instrucciones a Montevideo por teléfono. Al volver reunió a su gente detrás del auto y sin mediar intimación nos balearon a mansalva."

Hasta aquí las declaraciones de quienes se encontraban apretados entre dos fuegos dentro del auto, precisamente quienes llevarían la peor parte del enfrentamiento. Si usaron sus armas (que por algo las llevaban consigo) de acuerdo a la versión de la policía o si nunca las utilizaron y resultaron prácticamente fusilados, ya nunca se podrá aclarar.


Leer: 2ª Parte: A los 90 años, la viuda de Grauert aún reclamaba el castigo para los asesinos

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