La negativa parlamentaria a desaforar a Erro, precipitó el golpe de Estado
Dijimos que la disolución de las Cámaras el 27 de junio de 1973, fue la culminación política de una escalada militar iniciada en el gobierno de Pacheco Areco que se fue agravando con los meses hasta volverse indetenible. También tuvo su proceso la toma de la decisión final que al principio fue resistida por algunos grupos militares y luego fue aceptada por todos cuando llegaron al convencimiento de que el Parlamento se había constituido en su principal enemigo a causa de sus denuncias públicas de torturas en los interrogatorios y de lo que consideraban dilatorias para la entrega del senador Enrique Erro. Aunque en las semanas previas casi todos los hombres públicos pensaban que se trataba de un hecho irremediable, la resolución fue tomada definitivamente el 22 de junio en una reunión secreta que mantuvo el Presidente Bordaberry con los más altos mandos de las tres armas, Hugo Chiappe Posse por el Ejército, Víctor González Ibargoyen por la Armada y José Pérez Caldas de la Marina, estando presentes además los jefes del Estado Mayor Conjunto (Esmaco), y de las cuatro regiones del Ejército y los jefes del Estado Mayor de las tres armas. Algunas "fugas" muy posteriores de lo conversado en ese cónclave permitieron saber que Bordaberry hizo una exposición de la crisis institucional que se estaba viviendo, haciendo luego un estudio de su falta de respaldo político y de la necesidad que tenía su gobierno de que las Fuerzas Armadas lo respaldaran hasta las últimas consecuencias. Expresó que las vías legales ya no eran utilizables y que la apatía del Parlamento nacional en aprobar el desafuero del senador Erro era una provocación porque en el caso que fuera igualmente detenido el Poder Legislativo iniciaría juicio político al presidente lo cual acarrearía inevitablemente la caída de la institución parlamentaria. Bordaberry dijo enfáticamente que la situación no tenía salida y reclamó apoyo para disolver las Cámaras y nombrar una junta o consejo de personas leales que facilitara las cosas. Todos sus planteos fueron aprobados por los jefes presentes, sin ninguna oposición. Tres días después, el lunes 25 tuvo lugar una nueva reunión para ultimar los detalles.
Mientras tanto se repetían una y otra vez las nerviosas entrevistas de los políticos, con gente de las tres armas a la que consideraban amiga, con el Vicepresidente Jorge Sapelli a quien se le sabía antigolpista e incluso con diplomáticos extranjeros. El día 26 trascendió que cuando el senador Erro regresara de Buenos Aires donde había viajado para participar de una reunión política, sería detenido con desafuero o sin él. A mediodía, el senador Zelmar Michelini vistó a su colega Wilson Ferreira y el primero le hizo saber que el Frente Amplio le había encomendado que se fuera a Buenos Aires para impedir el regreso de Erro, en lo cual Wilson estuvo de acuerdo. Esa tarde fue citado el Senado de la República para una reunión extraordinaria que recién tuvo quórum largamente pasada la medianoche. Estuvieron presentes dieciséis senadores presidiendo la sesión Eduardo Paz Aguirre porque Sapelli había ido a entrevistar al presidente para hacer una última y desesperada intentona de salvar las instituciones. Estos senadores fueron: el citado Paz Aguirre, Luis Hierro Gambardella, Carlos Julio Pereyra, Pedro Zabalza, Amílcar Vasconcellos, Francisco Rodríguez Camusso, Dardo Ortiz, Wilson Ferreira Aldunate, Walter Santoro, Enrique Rodriguez, Alembert Vaz, Américo Pla Rodríguez, Carminillo Mederos, Nelson Constanzo, Héctor Grauert y Jaso Anchorena, que entró en el peor momento para hacer una suplencia de Washington Beltrán y pudo ser senador solamente un rato. Michelini y Erro estaban en Buenos Aires pero aunque se trataba de la sesión más importante en varias décadas, otros doce faltaron sin aviso. Ellos fueron: Echegoyen, Barbot Pou, Zorrilla de San Martín, Juan Adolfo Singer, Caputi, Capeche, Carrere Sapriza, Carrese, Jude, Montaner, y Machado Brum. Aunque siempre se recuerda el encendido y breve discurso de Wilson, todos los presentes hicieron uso de la palabra para repudiar un atentado a las instituciones que ya estaba al borde de su concreción. No es posible reproducirlos todos, pero fragmentos de algunos de ellos, dan idea del clima que se vivió esa noche. Ferreira Aldunate culminó sus palabras de esta manera: "Perdonarán que yo antes de retirarme de sala arroje al rostro de los autores de este atentado el nombre de su más radical e irreconciliable enemigo que será, no tengan duda el vengador de la República: el Partido Nacional. ¡Viva el Partido Nacional!" Luis Hierro Gambardella que no le fue en zaga en su vehemencia terminó así su alocución: "También le decimos a quien quiera ser tirano que sobre su sombra ignominiosa estarán siempre la sangre y la luz de Baltasar Brum, nuestra lucha, nuestro combate y la misión de defender las libertades con nuestra vida, con nuestra sangre y con nuestra muerte si fuera necesario". El escribano Dardo Ortiz también apostrofó duramente a los golpistas y a quienes los acompañaban: "Habrá quienes rodeen al nuevo poder como los cuervos que esperan alimentarse con nuestros despojos. Serán los mismos que los abandonarán como se abandona ya el barco en el momento en que lo crean a punto de hundirse. De lo que sí tengo seguridad señor presidente es de que cuando mi tránsito por este mundo haya terminado, mis hijos seguirán siendo los hijos de un hombre moral e intelectualmente honrado. Sé que quienes nos agobian hoy con su prepotencia y su cobardía, incapaces de vencernos con razones, dejarán sin duda una herencia materialmente cuantiosa, pero moralmente miserable. ¡Pobres ellos!" Y el doctor Amílcar Vasconcellos que siempre había estado en la mira de la Justicia militar por sus denuncias, también marcó a fuego en las palabras finales de su alocución a quienes de una forma u otra se aprestaban a colaborar con el nuevo gobierno. "Hay triunfadores efímeros que las hojas del viento desparraman y se olvidan hasta del odio de los pueblos. Ellos se sentirán vencedores y muchos serviles y miserables se acercarán para decorar una situación momentánea, pero ya sentirán también el látigo de la historia sobre sus hombros y el de sus hijos como una mancha indeleble por la inmensa traición que están cometiendo contra el Uruguay. Y de esto señor presidente, no los salvará absolutamente nadie. Contra esto, nadie puede defenderse".
Mucho se ha escrito y mucho se ha fantaseado acerca del procedimiento seguido por las Fuerzas Armadas en la madrugada del 27 de junio de 1973, cuando procedieron a la ocupación del Palacio Legislativo. En octubre de 1998, el autor de estas notas entrevistó para el semanario Búsqueda a Mario Farachio, secretario de la Presidencia del Senado, quien fue uno de los pocos testigos de los hechos, al haberse negado a abandonar su puesto hasta el último minuto.
"El señor Sapelli que era el presidente de la Asamblea General como compañero de fórmula de Bordaberry, estaba muy al tanto de lo que estaba pasando e informaba a los legisladores permanentemente. Según él, Bordaberry estaba decidido a facilitar una intervención de las Fuerzas Armadas. El 27 de junio informó que ya estaba pronto el decreto que liquidaría al Parlamento. Ese día estaba convocado el Senado para una sesión ordinaria a las cinco de la tarde. No me acuerdo cuál era el tema central. A media tarde Sapelli les confirmó a los legisladores presentes en ese momento en el Palacio que el decreto ya estaba firmado por Bordaberry y que la intervención militar era cuestión de horas. Era una información absolutamente oficial, no oficiosa. Entonces se decidió suspender la sesión prevista para las cinco. En realidad hubiera sido muy lamentable que en plena deliberación aparecieran los militares y clausuraran todo.
—¿Cómo reaccionaron los senadores?
—De distinta manera. El senador Vasconcellos que era muy vehemente, le dijo a todo el mundo que él no pensaba retirarse y que se iba a defender hasta las últimas consecuencias y hubo que calmarlo. Otros empezaron a retirar sus papeles y pertenencias personales. En medio del caos se coordinó una sesión para esa misma noche, para que cada cual pudiera expresarse. Me acuerdo que Sapelli no la presidió porque ya casi en la puerta de la sala nos dijo que se iba a hablar con Bordaberry ‘para hacer un último intento’. Todavía conservaba el optimismo. (...) Los discursos de esa sesión han sido suficientemente publicados y expuestos en la televisión. (...) Cuando terminó cada uno se fue retirando hasta que no quedó casi nadie. Normalmente, al finalizar las sesiones del Senado se cerraban las puertas de la calle custodiadas por el Batallón Florida. Fui hasta la puerta y le di la orden de que fuera cerrada, pero la guardia no me obedeció. Entonces me comuniqué con Sapelli para contarle esta anomalía y éste me contestó que no le prestara atención a ese hecho porque de un momento a otro el Palacio iba a ser ocupado. ‘Váyase para su casa’ — me dijo— ‘Ahí ya no tiene más nada que hacer’. Le contesté que no me iba porque los militares habían hecho denuncias de que en el Parlamento se cometían toda clase de actos indignos, desde que teníamos una cantina llena de botellas de whisky hasta que acá adentro existía un manejo fraudulento de los fondos públicos, desde que teníamos armas escondidas hasta que este era un centro de operaciones ilícitas."
Valiente y tozudo en la defensa del honor de los Representantes Nacionales, de los funcionarios y del suyo propio, Farachio se mantuvo en su despacho acompañado del secretario de la Cámara de Diputados Collazo Moratorio y algunos pocos empleados. Fue una noche fría y larga. Cuando empezó a aclarar comprobaron que algunos tanques estaban rodeando el Palacio y que el asalto se produciría de un momento a otro.
—¿Quién dirigió la ocupación?
—El procedimiento estuvo a cargo de la Región Militar Número 1. La encabezaba un general que era el segundo de Esteban Cristi, no me acuerdo el nombre...¡Queirolo! A este señor lo acompañaba todo su Estado Mayor. Después apareció el general Gregorio Alvarez y algunos otros colegas.
—¿Todo fue así de pacífico?
—Bueno... tuve discusiones con algunos oficiales porque yo exigía que se revisara todo y que luego fuera levantada un acta. La revisación la hicieron varios soldados acompañados por varios funcionarios que para ser sincero estaban bastante asustados. Luego de eso se levantó un acta donde no apareció estampado ninguno de los hechos que se adjudicaban a los legisladores. Hubo algún oficial que expresó insultos en voz alta contra el Parlamento y los parlamentarios, yo reaccioné un poco violentamente y una persona a quien aprendí a apreciar, el coronel Albornoz, que también estaba presente, fue el encargado de calmarme. Y luego... bueno... (se emociona) yo caminé hacia la puerta y me fui llorando... Cuando lacraron todo no pude evitar una tremenda conmoción interna".
La memoria ha traicionado a Farachio porque las fotos de la irrupción de las Fuerzas Armadas muestran en una primera fila a los generales Cristi y Alvarez, no a Queirolo. ¿Qué hicieron mientras tanto aquellos conductores políticos que habían sido factores altamente irritativos para las Fuerzas Armadas que ahora controlaban la situación? El senador Carlos Julio Pereyra, compañero de fórmula presidencial con Wilson Ferreira Aldunate, resolvió irse a Buenos Aires y a las dos semanas regresó. Este proceder en apariencia extraño, lo justificó ante este periodista en una entrevista efectuada para el semanario Búsqueda en julio de 1989.
"—Al salir de la Cámara me llevaron la noticia de que me buscaban para llevarme preso y mis compañeros me aconsejaron que me fuera. Estuve en Buenos Aires coordinando con Wilson la resistencia y el 12 del mes siguiente volví.
—¿Por qué pensaba que quince días después había pasado el peligro?
—Mis amigos me habían informado, aunque por supuesto, el riesgo existía. Entré por Gualeguaychú y crucé a Fray Bentos con el diputado Raúl Rosales que me había ido a buscar para acompañarme. En esa etapa hubo una cuota de humor y de suspenso. Rosales me dijo que había pasado para allá con dos señoras muy respetables y que regresaríamos con ellas para disimular un poco. Cuando nos encontramos con las señoras constatamos que llevaban un bagayo tan enorme que en lugar de disminuir los riesgos los aumentaban (se ríe). Luego que cruzamos sin problemas nos quedamos en un establecimiento de campo de los hermanos Bezzozi, integrantes de una familia nacionalista de Mercedes, a la espera de noticias aclaratorias de la situación. Después que éstas llegaron, me trajo a Montevideo un diputado por Colonia también destituido por la dictadura: el doctor Ramiro Borrás. Mis amigos me esperaban con grandes precauciones, pero yo no quise ocultarme. Salí enseguida a la calle a probar suerte".
Tuvo fortuna y no fue detenido, aunque las prevenciones de sus amigos no eran fantasías: tiempo después le enviaron una botella con vino conteniendo un veneno poderosísimo que pudo haberlo matado. Tampoco sufrió prisión el doctor Amílcar Vasconcellos al que los militares odiaban por haberlos tratado en una audición radial de Latorritos y por las denuncias de su libro Febrero Amargo. Vasconcellos que vivía en la calle 18 de julio en el mismo edificio del Ministro del Interior de la dictadura coronel Néstor Bolentini, no fue nunca molestado. Los senadores Zelmar Michelini y Enrique Erro quedaron varados en Buenos Aires sin poder regresar. Michelini fue asesinado en mayo de 1976 junto al Presidente de la Cámara de Diputados Héctor Gutiérrez Ruiz. Este último salió hacia la capital argentina en el vapor de la carrera y salvo un cruce con el capitán Nader, uno de los golpistas más duros de la Marina quien no lo reconoció, no pasó mayores problemas. En cambio la huída de Wilson tuvo ribetes novelescos aunque no por eso exentos de peligro. Fue contada hora por hora al autor de este trabajo por la señora Susana Sienra de Ferreira, para el libro El viento nuestro de cada día.
"—¿Hasta qué momento se mantuvo Wilson en el Palacio?
—Nos fuimos inmediatamente después que habló. Reitero que teníamos el dato muy confidencial que existía una orden de captura contra él y algunos otros legisladores no bien carecieran de fueros parlamentarios, así que no teníamos opciones. Yo escuché su alocución que fue muy breve y muy emocionante y hasta penetré al recinto para verlo. Después nos retiramos en medio de una masa humana que lo aclamaba. En ese momento sucedieron episodios que jamás pudimos olvidar. Un policía de guardia en la puerta se acercó a Wilson, lo tomó de un brazo y le dijo al oído: ‘Véngase a mi casa. Allí nadie va a pensar en ir a buscarlo’. Fue algo tan inesperado que Wilson al sentirse asido del brazo pensó que lo iban a detener y medio se rebeló. Este policía de apellido Grasso fue después destituido por la dictadura. Quiero homenajear a un hombre valiente que supo jugarse en los peores momentos. (...) ya fuera del recinto y de acuerdo a lo que habíamos planeado, los muchachos de Por la Patria rodearon un coche y comenzaron a gritar como si realmente Wilson estuviera adentro. En realidad los que iban en él eran Juan Raúl y un amigo Enrique Cadenas. Mientras tanto nosotros nos metimos en otro y salimos disimuladamente. Como habíamos calculado, la policía siguió al primer auto, lo detuvo a las pocas cuadras y lo revisó a ver si iba Wilson. Al no hallarlo detuvieron a los muchachos y los interrogaron hasta la madrugada.
—Cuénteme paso a paso todos los detalles que mediaron entre la salida del Palacio Legislativo y el arribo a Buenos Aires.
—Del Palacio nos fuimos directamente a lo de Laffite y de ahí al Puerto del Buceo. Nos habían dado las llaves de la cabina de una lanchita que había conseguido la señora de Ituño. Era tan chiquita que no podíamos estar parados pero tenía dos cuchetas en las que dormimos toda esa noche. Nunca supimos quien era su propietario pero lo conocimos porque vino a la semana siguiente a traernos algo para desayunar. Lo único que recuerdo es que era militante socialista. A primera hora de la tarde vinieron dos compañeros, Ricardo Vidal y ‘Peti’ Rachetti a avisarnos que nos teníamos que ir porque había ciertos movimientos sospechosos en el puertito. Nos indicaron que subiéramos a un auto que nos esperaba y fuimos directamente a casa de Rachetti en Carrasco. Allí ocurrió algo insólito. Nadie debía saber por obvias razones que Wilson se había refugiado allí, pero a los pocos minutos de llegar se empezaron a juntar los coches. Había sido imposible mantener el secreto. La señora de Rachetti estaba enferma y yo estaba acompañándola en su cuarto cuando sonó el teléfono. Lo atendió y le dijo a quien llamaba: ‘Por favor, te pido que llames en otro momento porque ahora estoy con gente’. Y la persona le contestó: ‘Ya sé que estás escondiendo a Wilson’. Bueno, en lo de Rachetti se deliberó un ratito porque aquello era ya indisimulable y un primo mío ofreció su casa en Punta del Este, que en junio y de noche podía pasar desapercibida. (...) Pero allá tampoco se podía contar con una mínima discreción. No bien llegamos la familia de al lado, a la que no conocíamos vino a ponerse a la orden. No nos explicamos cómo se había enterado. (...) Bueno, como también era ya imposible conservar el secreto mi primo nos llevó a una casita cerca de la laguna. Allí pasamos la tercera noche. Al día siguiente nos informaron del plan de fuga hacia Buenos Aires. (...) Vino Radiccioni con mi primo Carlos Búrmester y nos llevaron a un campo lindero al aeropuerto El Jagüel. Pasamos allí el día y cuando cayó la oscuridad llegó el momento. A la hora prefijada una avioneta que estaba por despegar carreteó hasta donde estábamos nosotros, se detuvo unos instantes y Wilson y yo, medio pegados al barro nos arrastramos un poco, cruzamos el alambrado en el mayor silencio y corrimos hacia ella. (...) Recién arriba de la avioneta tuvimos la certeza que habíamos logrado escapar. Y en ese momento fue que Wilson me dijo algo que siempre recordaré como un ejemplo de entereza y ese sentido del humor que fue parte indesprendible de su vida: ‘¡No podrás decir que te he dado una vida aburrida!’.
Leer: 4ª Parte - Bordaberry: el Estado de Derecho no debe confundirse con la democracia
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