26/5/08

Madre y hermana de Barrios frente a militares en el juzgado

“El sistema político se encuentra enfrentado a un verdadero callejón sin salida, a un bloqueo institucional que surge del anunciado desacato colectivo por parte de las Fuerzas Armadas al cumplimiento de las resoluciones judiciales y, por lo tanto, a la comparecencia de los oficiales al llamado de los juzgados y de los jueces (...)” (senador blanco Uruguay Tourné).

Estas palabras vertidas en sala el día negro de 1986 en que se aprobó la ley de caducidad suenan anacrónicas, extemporáneas. Y lo son.

En estas últimas semanas los mismos militares que en aquella época representaban el cuco para la estabilidad democrática –y que el año pasado alimentaron con fuegos artificiales algunos titulares de prensa con anuncios de desacato y acuartelamiento– comparecieron ante la justicia penal sin chistar. El mito fantasmal se cayó. Además, el juzgado penal de la calle Misiones será escenario de un nuevo hecho histórico en las indagatorias por violaciones a los derechos humanos: Hilda Fernández y Jaqueline Barrios –madre y hermana del militante tupamaro desaparecido Washington Barrios– enfrentarán en careos a los militares retirados José Nino Gavazzo y Armando Méndez, integrantes de la coordinación represiva de la dictadura uruguaya.

La decisión –que será adoptada en los próximos días– surge de las contradicciones testimoniales que se han planteado en el expediente: las detalladas declaraciones de las denunciantes, que involucran a esos militares como protagonistas principales en el caso de desaparición física de Barrios en 1974, y las negativas de estos militares a admitir participación alguna en los hechos investigados.
“Yo estoy completamente decidida a tener un careo con Gavazzo y con quien sea para que se haga justicia; ellos saben que todo lo que digo es cierto; tengo 75 años y voy a seguir luchando porque mi hijo sigue desaparecido y porque mi nuera, que estaba embarazada, fue asesinada”, dijo a BRECHA Hilda Fernández. La fiscal Mirtha Guianze y el juez Luis Charles preveían la realización de careos, pero de lo contrario la madre y hermana de Barrios lo solicitarían ante la sede penal.

Además, es factible que se dispongan otros careos si algunos testigos se encuentran en condiciones psicológicas de volver a enfrentar cara a cara a los torturadores Gavazzo y Jorge “Pajarito” Silveira, esta vez ante un juez y una fiscal y bajo las garantías de un Estado de derecho.

Gavazzo admitió su participación en la coordinación represiva en Buenos Aires, pero dijo no estar involucrado en la desaparición de Barrios, ni en los asesinatos de la calle Mariano Soler. Silveira dijo que llegó hasta ese lugar con Gavazzo –estaban juntos en el OCOA– cuando todo había terminado. Méndez negó que hubiera ido con Gavazzo a la casa de los padres de Barrios a llevarles una esquela y la moto del desaparecido, como sostiene la familia de Washington. Manuel Cordero no fue a declarar porque sigue prófugo.

La firmeza de la señora Fernández en su declaración ante el juez y la calidad minuciosa de su relato al revivir los diálogos que –según denunció– mantuvo con Gavazzo y Méndez, son puntos fuertes para la instancia de careo. LA MEMORIA. Esas audiencias se basarán en las declaraciones ratificatorias de la denuncia que la madre de Barrios realizó en la sede penal, y que BRECHA reconstruye a continuación a partir del diálogo con ella:
Los hechos comienzan a producirse el 21 de abril de 1974, a las 2.45 de la madrugada, en los apartamentos ubicados en la calle Ramón Anador 3098 bis, esquina Ramón de Santiago, en Brazo Oriental. En el número 3 vivía el militante tupamaro Washington Barrios con su esposa, Silvia Reyes. Y en el número 5 –el del fondo– sus padres y su hermana.

El operativo militar se desplegó en la zona, en la calle, el corredor y las azoteas. A los vecinos, que miraban espantados, les gritaban que cerraran las persianas. Así comenzaron los tiros, la metralla. El individuo buscado no aparecía. Los soldados golpeaban todas las puertas de los apartamentos y gritaban: “¡Abran, abran! ¿Dónde está Washington Barrios?”.

La primera que sintió la irrupción de los soldados y el tartamudeo de las metralletas fue Jaqueline, porque la ventana de su cuarto, en el apartamento 5, daba al corredor. Ella tenía 10 años.
Cuando el padre de Washington abrió la puerta, uno de los militares le preguntó en tono imperativo:
—¿Usted cómo se llama?
—Washington Barrios.
—Dejá, dejá. Dámelo a mí que yo mismo lo mato –gritó otro uniformado más alejado de la puerta.
—No, no. A ése no lo maten, que es el padre.

La señora Fernández les decía que su hijo no estaba.
Gavazzo irrumpió en el apartamento 5 con una metralleta en la mano y revolvió todo. Levantó los colchones, abrió los roperos... No estaba uniformado: vestía pantalón gris, camisa celeste, corbata oscura y una campera azul.

El matrimonio gritaba que dejaran de disparar. Afuera, el estampido de los tiros parecía incesante.
—No tiren, no tiren que está mi nuera, no tiren que está embarazada.
—No pasa nada, no pasa nada –decía Gavazzo.

El militar y casi todos los soldados salieron del apartamento 5. El matrimonio y su hija quedaron vigilados a punta de metralleta.

Cuando Gavazzo regresó, la señora Fernández gritó:
—Mi nuera, mi nuera. ¿Qué está pasando?
—No pasó nada, no pasó nada, son tiros al aire.
Pero no lo eran. Así fueron acribilladas Silvia Reyes –con un embarazo de tres meses y medio–, Diana Maidanick y Laura Raggio. Cayeron tras la puerta del comedor, en el apartamento 3.
En el hecho resultó muerto un militar y fue herido en un brazo Juan Modesto Rebollo, que luego de la dictadura sería comandante en jefe del Ejército.

Washington Barrios se fue del país un día antes, el 20 de abril. Había ido hasta el apartamento de sus padres y les dijo: “Me voy para Buenos Aires; vuelvo el martes”. A su hermana le encomendó que cuidara a la “flaca”, su esposa Silvia Reyes.

El 17 de setiembre fue detenido en Argentina. Así fue publicado en los diarios de la época.
En la tarde del 20 o 21 de octubre Gavazzo y Méndez, vestidos de particular, se presentaron en el apartamento 5. Los padres de Barrios no estaban, sí su hermana, Jaqueline.
—Hola. ¿Están tus papás?
—No, están trabajando.
—Ah, nosotros somos amigos de tu hermano. Traemos noticias de él.
—Usted no es amigo de mi hermano, porque usted fue el que estuvo cuando mataron a mi cuñada –le dijo Jaqueline a Gavazzo.

El militar negó lo imposible ante la niña, y dejó dicho que a las 10 de la mañana del día siguiente volverían, para hablar con su madre.
Así fue. Los padres de Washington aguardaron el momento. Cuando abrieron la puerta reconocieron inmediatamente a Gavazzo, que había llegado con Méndez. Los dejaron pasar.

—Les traemos una esquelita –presentaron un papel, Hilda lo abrió e identificó la letra Washington: “Viejita, viejo, estoy bien. Que se porte bien la flaquita y el gordo, que pronto volveré”.
Hilda cerró la carta y le dijo a Gavazzo: —Usted no es amigo de mi hijo, usted estuvo cuando mataron a mi nuera. Recuerde que yo le pedía por favor que no tiraran, e igual la mataron.
—Bueno, señora, esto es una guerra. Y hay vencidos y vencedores.
—¿Qué guerra? ¿Qué guerra pudo haber hecho mi hijo y todos los demás chiquilines?
—Mire, señora, yo le voy a hablar de católico a católica: su nuera no fue la que mató a nuestro compañero. La que lo mató fue Diana Maidanick.
—¿Por qué me dice esto, porque Diana es de familia judía? Mire que el Dios es siempre el mismo, sea la religión que sea.

Gavazzo contestó con una sonrisa sarcástica, quizá la misma que esbozó al salir del juzgado el viernes 17. Hilda pidió que le devolvieran a su hijo, el militar le respondió que en dos o tres meses lo volvería a ver. Y pidió para entrar al apartamento 3. Lo dejaron pasar. En el apartamento estaba viviendo el otro hijo de Hilda junto a su esposa e hija. Cuando Gavazzo entró, la nuera de Hilda estaba cambiando los pañales de la beba, en la cama. Méndez se quedó afuera.

Gavazzo y un soldado fueron directo a la tapa del sótano. Bajaron y retiraron un tablero de madera, doblado con bisagras, con tachuelas rojas y blancas pinchadas. No demoraron ni un minuto. Eso revela que evidentemente tenían un dato preciso, y que seguramente se lo habían sacado a Washington Barrios.

Antes de retirarse en un coche del Ejército, Gavazzo le dijo a Hilda que podía pasar a retirar la motoneta de su hijo del taller de la calle Larrañaga. Washington la había dejado para reparar en ese taller unos días antes de viajar a Buenos Aires. Pero sólo él –desaparecido— y su esposa –muerta– sabían dónde estaba la moto. Sin embargo, Gavazzo tenía ese dato.

Los padres de Washington no fueron a buscarla. Unos días después, Hilda sintió un ruido de motor que se acercaba por el corredor. Su cara cambió. Washington siempre entraba andado con la moto. Salió al patio, ilusionada.

El que bajó de la moto no era su hijo, era el mayor Méndez.
—Como usted no la fue a buscar, se la traemos. Usted puede hacer lo que quiera. Si quiere se la queda, si quiere la puede vender, no va a tener ningún problema.
El militar le dio un sobre con toda la documentación de la moto. Hilda le dijo que la moto no le importaba, que quería ver a su hijo.

Méndez respondió:
—Ya lo va a ver, espere unos meses.

Pasaron 32 años, y Washington Barrios sigue desaparecido. Por más que Gavazzo, Silveira y Rebollo hayan señalado a Barrios como un individuo sin importancia para el OCOA, la situación era otra. Barrios trabajaba en la agencia Dodero, una compañía marítima de transporte Montevideo-Buenos Aires. Desde los 16 años cumplía funciones en la sección pasajes de la empresa. Desde ese lugar estratégico ayudó a salir del país a cientos de perseguidos por la represión militar. Documentación del OCOA aportada por el Ministerio del Interior al juzgado abona esta tesis.

Hilda y Jaqueline no sabían cómo se llamaban esos militares que una madrugada llegaron a su casa y cambiaron trágicamente sus vidas, pero con el paso de los años vieron las fotos en los diarios y los identificaron plenamente. Ahora están dispuestas a enfrentarlos ante la justicia.

Brecha

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