14/2/08

El país conmovido por el asesinato del comisario Pardeiro

En pleno carnaval de 1932, ocasión en la que se hiciera famosa la retirada de la murga Los asaltantes con patente, cuyas primeras estrofas ("Un saludo cordial"...) probablemente sean las más coreadas en las reuniones informales de los uruguayos, nuestro país vivía un período de calma casi total. Se creían superados los embates de los anarquistas violentos que en años anteriores habían sacado de su apatía a la sociedad y que en cierta forma eran un reflejo de la condena a muerte en Estados Unidos de los libertarios Nicola Sacco y Bartolomeo Vanzetti. El libro El caso Pardeiro, un ajusticiamiento anarquista de Fernando O' Neill Cuesta, recapitula los episodios de agitación social vividos en el Uruguay al final de la década del veinte. "Una bomba colocada en el zaguán de la Legación de Estados Unidos el 4 de julio de 1926; el ataque contra la panadería Estrella del norte en enero de 1927; otra bomba esta vez en la estación de tranvías La Comercial, en setiembre de 1927; el asalto al cambio Messina en octubre de 1928 (ver separata de Quepasa de marzo de 2001); el incidente del ómnibus El Deseado en julio de 1929; la fuga de la Penitenciaría a través de un túnel en marzo de 1931 y el atentado contra los dirigentes del Centro de Panaderos Libres en diciembre de 1931".


ESCENA DEL CRIMEN, cometido en Bulevar Artigas y Monte Caseros cuando por esta última calle pasaba el ferrocarril.


Prácticamente un año después de aquella famosa evasión lograda a través de un túnel excavado de afuera hacia adentro (al revés del construído en la fuga de los tupamaros) la ingerencia de los entonces denominados anarquistas tira-bombas era apenas un mal recuerdo, a lo sumo un peligro latente pero de difícil reactivación y el Uruguay vivía bastante ajeno a las agitaciones de los delincuentes sociales. Había crisis claro está, porque es difícil concebir a un país como el nuestro libre de agitaciones, pero éstas eran de orden institucional. El doctor Gabriel Terra electo en 1931 presidente por el Partido Colorado, reclamaba cada vez más airadamente una reforma constitucional que le permitiera zafarse de los corsets impuestos por la Constitución de 1917 y acompañado por el riverismo, parte del batllismo y la fracción herrerista del Partido Nacional, amenazaban veladamente con un golpe de Estado liberador de ataduras que finalmente tuvo lugar un año y poco después. Fiel reflejo de este estado de cosas, los diarios partidarios de todos los sectores no vacilaban en emplear tonos muy agresivos en sus prédicas cotidianas. Había sin embargo otro gran tema que se agravaría con los años y en el que tempranamente todos coincidían: el de la infiltración comunista en el país y en el resto de América. En 1932 el stalinismo había endurecido su línea luego de expulsar a León Trotsky y aunque poco tiempo después, primero en ocasión de la revolución española (1936-1939) y luego durante la Segunda Guerra Mundial su amenaza se había visto atenuada, en aquél momento se le consideraba el gran enemigo. Al Parlamento Nacional había accedido representando al Partido Comunista un obrero llamado José Lizarraga, quien solía ir a las sesiones vestido de overol, era el destinatario de todos los dardos. Precisamente en esos días, el sábado 20 de febrero, Lizarraga había encabezado un acto en la Seccional 12, durante el cual había incitado desde el estrado a un levantamiento popular contra el Presidente Terra. El diario El País en una nota titulada El pintoresco diputado comunista está preso y subtitulado Lizarraga quería la revuelta había reproducido las palabras textuales de éste. En un acto comenzado con La Internacional y el Himno Comunista Italiano, Lizarraga había cerrado la parte oratoria sentenciando: "Hay que derrocar violentamente el gobierno fascista de Terra para implantar así el de los obreros, el de los campesinos y el de los soldados". De inmediato lo habían detenido imputado de incitación para delinquir sin que de nada le valieran sus fueros parlamentarios. Los ecos de este episodio continuarían sonando en los días inmediatos. Reunido el Parlamento y luego de encendidos discursos, se resolvió que el diputado comunista fuera puesto en libertad. En la sesión, el doctor Prando había tratado a Lizarraga de energúmeno, de irresponsable y de hablar para pobres gatos, mientras el diputado Luis Batlle Berres sostuvo que las palabras de Lizarraga solamente provocaban risa.



Más allá de estos escarceos políticos, el país disfrutaba de su carnaval sin mayores sobresaltos. Atraída por la muy reciente novedad del sonido incluído en las películas, la gente asistía a sus diecisiete cines (todos desaparecidos) de los cuales solamente cuatro estaban en el centro. Sin excepción, recalcaban en sus reseñas, que ofrecían espectáculos de films sonoros tales como Monsier Le Fox con Gilbert Roland en el Rex Theatre, La voz del corazón con Al Jonson en el Colonial o Dixiana con Bebe Daniels en el Rex Pocitos. Los avisos de los cines salían en el mismo cuerpo de los económicos y todos cubrían la tapa del diario El País. Algunos de éstos solicitaban empleadas domésticas con cama ofreciéndoles entre ocho y diez pesos por mes o vendían chalets señoriales como uno en Bulevar Artigas y Avenida Brasil frente a la Plaza Varela, con cinco habitaciones, garaje y calefacción por dieciséis mil pesos. La página policial por su parte no brindaba demasiadas atracciones. El martes 23 de febrero informaba que una mujer que sufría de un ataque al hígado, había acudido a un curandero de barrio quien le había aconsejado cal disuelta en agua. Ahora se encontraba en estado de coma con intoxicación y quemaduras internas. La información política en cambio era más movida y recalcaba que los miembros nacionalistas de todos los entes atónomos, ante las dificultades financieras que se estaban viviendo, recomendaban "reducir gastos y asignaciones burocráticas". La alarma provenía del hecho de que los Presupuestos que habían estado varios años dando superavit, ahora tenían un pequeño déficit. El Consejo Nacional de Gobierno por su parte proponía la supresión de los siguientes feriados que se sumaban a la descansada vida que se disfrutaba en aquellos años: Grito de Asencio, tres primeros días de Turismo, Día de España, Batalla de Las Piedras, Natalicio de Artigas, Día de la Democracia, Día de la Humanidad, Día de Italia, Cabido Abierto y Día de América. Y la página internacional, copada por la guerra entre Japón y China, traía una curiosa noticia proveniente de Alemania, donde la ascensión de Adolf Hitler parecía incontenible, que decía textualmente. "Berlín, (A.P) El diputado Nazif abandonó el recinto del Reichstag cuando el presidente le exigió que dejase de leer en alta voz el diario, sistema que empleaba para interrumpir el discurso del socialista Breitscheid que elogiaba a Hindemburg".



En ese ambiente social y político en el cual nada hacía prever tragedias, el asesinato del Comisario Pardeiro y el chofer de su coche provocó una enorme y dolorosa conmoción. Los hechos se desarrollaron de la siguiente manera. El 24 de febrero a la una y veinte de la tarde, el comisario Luis Pardeiro cuando regresaba a su casa en un coche conducido por funcionario policial José Chebel Seluja, al llegar a Bulevar Artigas y Monte Caseros, fue atacado a balazos por tres hombres. Como consecuencia del atentado ambos fallecieron de inmediato. Luego del crimen, los autores huyeron insólitamente a pie por la calle Hocquart y al llegar a la intersección de Coquimbo y Paullier, se apropiaron del vehículo de un mecánico al cual abandonaron más tarde en Ceibal y Pando. El auto en el cual viajaban Pardeiro y su chofer fue acribillado por diecisiete disparos. Hay que tener en cuenta que en esos años, la vía del ferrocarril se encontraba sobre la calle Monte Caseros y que había un paso a nivel que necesariamente enlentecía la marcha de los vehículos, circunstancia que fue aprovechada por los agresores. Según el único testigo de los sucesos, un albañil llamado Leocadio Noda, el fuego lo inició una persona de complexión gruesa que estaba parado en el cordón de la vereda auque de inmediato aparecieron dos personas más que salieron de una zanja y también hicieron participaron. El chofer José Chebel Seluja cayó del auto y cuando éste se encontraba ya sin control uno de los asaltantes se aproximó a Pardeiro y lo remató de un disparo en la cabeza. Noda no vio bien a los delincuentes pero el mecánico a quien le fue hurtado posteriorme su auto, dijo que uno de ellos tenían granos en la cara o huellas de que había padecido viruela.

Tanto los investigadores oficiales como los detectives improvisados de las páginas policiales de los diarios, vacilaban en las hipótesis. Unos pensaban que se trataba de un venganza a raíz de las pesquisas llevadas a cabo por Pardeiro en las denuncias de corrupción en la Aduana. Lo mismo afirmaban algunos diputados como el batllista Agustín Minelli quien agregaba que él mismo había sido amenazado de muerte a causa de sus investigaciones en aquel organismo público. El nacionalista Ricardo Paseyro coincidía con esa tesis y decía no creer en la posibilidad de un atentado llevado a cabo por personas extremistas "cuyas actividades en el país no eran tan peligrosas". Otros investigadores y la mayoría de los periodistas se inclinaban por una explicación que comprometía a los anarquistas y recordaban un episodio ocurrido menos de un año atrás, en mayo de 1931. En dicha fecha el señor Argentino Pesce, un enfermero que trabajaba en Sanidad Militar transitaba también por la calle Monte Caseros en dirección a la casa de su madre, cuando desde un auto que venía detrás suyo le descerrajaron un disparo de escopeta que no lo mató pero le trajo como consecuencia la amputación de parte del brazo derecho. Pesce no tenía enemigos y se creyó que había sido víctima de error. Pero los memoriosos tenían presente que su madre vivía muy cerca de la casa de Pardeiro y que el atentado había sido realizado en la misma calle. De resultar cierta esta teoría, el responsable del intento de homicidio habría actuado con absoluta desprolijidad ya que ni siquiera había comprobado la identidad de su víctima, que por otro lado tenía la mitad de los años de Pardeiro.

Lentamente la hipótesis de un operativo de sello libertario fue abriéndose camino y comenzó a pensarse en la posibilidad de una venganza. La página policial del diario El Día encabezó una campaña anti anarquista recordando que un año antes en ocasión de la prisión de Miguel Arcángel Rosigno, el ideólogo de la fuga de Punta Carretas, al ser éste entrevistado por los periodistas había expresado: "uno de los comisarios de Investigaciones usó conmigo los procedimientos más brutales e indignos". Y en El Diario del 24 de febrero del 32, podía leerse que Rosigno habría dicho en la cárcel que tenía cuentas que arreglar con Pardeiro agregando: "Los compañeros ya quisieron matarlo pero yo me opuse siempre. Cuando salga iré a buscarlo". Por cierto que el Comisario asesinado quien estaba encargado de la persecución de anarquistas y comunistas en aquellos años, no era de ninguna forma aunque eso no justifique su muerte, un contemporizador con los mencionados grupos políticos lo cual le había significado problemas penales y denuncias parlamentarias. En el libro El caso Pardeiro ya mencionado, su autor reproduce un reportaje hecho en Marcha en 1971, a Pedro Boadas Rivas uno de los ácratas asaltantes del Cambio Messina. "Cuando Rosigno fue detenido junto a otros anarquistas por la construcción del famoso túnel de la carbonería El Buen Trato en marzo de 1931, el comisario Pardeiro le aplicó una bofetada, noticia que llegó a conocimiento de un italiano anarquista conocido como Facha Bruta quien visitó a Rosigno en la cárcel y verificó la verdad del episodio".

El 26 de febrero de 1932, el diario El País publicó dos fotos del sepelio de Pardeiro y Seluja en las que puede verse a una enorme multitud acompañando a sus restos en el cementerio Central. Informó también de las expresiones de congoja vertidas en el Consejo Nacional de Administración, a cargo del vicepresidente Tomás Berreta y los consejeros Arturo Lussich, Estradé y García Morales. Todos relacionaban el crimen con la investigación de las maniobras fraudulentas en la Aduana. Sin embargo el mismo día, un título a todo lo ancho de la página policial del mismo diario decía claramente: "El matador de Rosasco es el asesino de Pardeiro". Y su texto explicitaba que una misma persona podría haber participado en el asesinato de Rosasco y en el atraco al pagador del Frigorífico del Cerro. ¿Quién era el mayor Rosasco? Un pesquisante argentino asesinado unos meses atrás en Buenos Aires por elementos anarquistas. ¿Qué había ocurrido en el cerro? En noviembre de 1931 cuatro hombres habían interceptado al camioncito que transportaba remesas de dinero desde la planta del frigorífico hasta la sucursal del Banco República. A balazos habían ultimado al chofer y al guardia huyendo con diez mil pesos en un taxi robado. Una testigo de este hecho describió a uno de los asaltante que la había amenazado para que no hablara como "un sujeto alto, rubio con cicatrices en la cara". En ocasión de la muerte de Rolasco, en Argentina, se tenía la certeza de que el cabecilla de la banda era un hombre "alto con la cara un tanto desfigurada por huellas de viruelas o granos". La misma filiación tenía quien había atacado al Pesce confundiéndolo con Pardeiro. El periodismo policial había avanzado más rápido que las propias autoridades. Sin embargo ese mismo día, todavía dudando, el Jefe de Policía general Alfredo Baldomir, quien seis años después asumiría como Presidente de la República, había arriesgado estas reflexiones de una simpleza sin par: "Los gestores del crimen pueden haber sido los de la Aduana, pensando que aquél les sería atribuído a los anarquistas o los anarquistas pensando que les iba a ser endilgado a los de la Aduana".



Dos meses después de asesinados Pardeiro y Seluja, la policía comenzó a llegar a la punta de la madeja. Primero fueron detenidos varios sospechosos en una casa del cerro, que se dedicaban a elaborar moneda falsa. Sólo uno de ellos, el anarquista Leonardo Russo resultó procesado aunque no por homicidio sino por falsificador. Finalmente en mayo y junio fueron apresados otros dos militantes: Domingo Aquino y José González Mintrossi. El proceso que siguió durante varios años estuvo plagado de retractaciones, falsos testimonios, denuncias de apremios físicos, confesiones ante la policía luego negadas ante el juez, inculpaciones a compañeros que en el momento de los hechos vivían en Buenos Aires y todo tipo de irregularidades que volcaron a toda la prensa en contra de los procesamientos. Se reiteró una y otra vez que los autores de los homicidios no eran esos y que se estaban buscando chivos expiatorios. Pese a la eficiencia de los abogados (uno de ellos fue el doctor Armando Malet tiempo después Ministro de Defensa Nacional) los dos últimos detenidos más Russo a quien también se le comprobó participación, fueron condenados a largas penas. Aquino y González a más de veinticinco años y Russo a veinte, sentencias que cumplieron rigurosamente.

No obstante todo lo referido, en junio de 1933 fue detenido en Rosario un peligrosísimo maleante anarquista autor de varios homicidios y conocido como Facha Bruta a causa de la fealdad de su rostro, cubierto de marcas. Facha Bruta contó incluso a la prensa, que junto a dos compinches de apellidos Guidot y Molina y un italiano a quien sólo conocía como Domingo (probablemente Aquino) habían atracado al pagador del frigorífico del cerro matando a dos personas y más tarde habían asesinado a Pardeiro y su chofer. Llevado por la vanidad de saberse primera figura del crimen, Facha Bruta cuyo nombre era Francisco Zappia empezó a ejercer una especie de vedettismo delictivo, haciendo alarde la autoría de cuanto crimen se había producido en el Río de la Plata. El diario Crítica de Buenos Aires publicó dos capítulos de sus memorias y un productor cinematográfico le había propuesto filmar su vida. Es probable que ese comportamiento jactancioso haya sido su perdición. El 15 de octubre de 1934 luego de encabezar un intento de fuga frustrado, fue muerto en el patio de la cárcel donde se alojaba. Como en las películas, unos reclusos lo sostuvieron y otro le aplicó seis bayonetazos.

Su muerte hizo que los crímenes del comisario Luis Pardeiro y su chofer nunca fueron totalmente aclarados. Si bien tres anarquistas que tampoco eran ajenos a otros delitos, fueron condenados a la máxima pena, siempre se sostuvo que el verdadero autor había sido asesinado en la cárcel de Rosario, República Argentina.

César Di Candia






Material consultado
-La historia del crimen en el Uruguay, León Gregor. Ed. del autor, 1944;
-El caso Pardeiro, un ajusticiamiento anarquista, Fernando O' Neill, Ed. Testimonio, Paysandú, 2001.
-Crónica roja, Gustavo Escanlar, Ed. Santillana, 2001;
-Colección del diario El País, 1932.

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