" Debemos hacer frente a las derrotas y a los triunfos tratando por igual a esos dos grandes impostores".
(versos de un poema citado en sus "Memorias de la II Guerra Mundial" por Winston Churchill).
"Cuando el enemigo se equivoca, no conviene interrumpirlo", agregaba Napoleón.
Las citas llegan a la memoria observando la situación de Gregorio Alvarez.
"Serví" bajo sus órdenes varios años, cuando fui destinado a la División de Ejército Nº 4 junto con José Mujica y Mauricio Rosencof, como rehenes de la dictadura.
Le conozco todos los calabozos y hasta incluso tengo el honor de haber construido algunos muy especiales solamente para nosotros, mejorando la infraestructura edilicia de esa Gran Unidad.
Así visitamos desde 1973 a 1982 el 7º de Caballería, con asiento entonces en el histórico cuartel de Santa Clara de Olimar, el 8º de Caballería con sede en Melo, el 12º de Infantería radicado en Rocha, el 11º con asiento en Minas, el 10º con base en Treinta y Tres y el 4º de Ingenieros de Combate, instalado en la laguna del Sauce. Es decir: todos. Que, en calesita sorpresiva y arbitraria, volvíamos a visitar cada pocos meses.
Nuestra familia también los sufrió (más que nosotros) incluyendo, para el resto de los años (hasta once), el inefable sótano saladero del 3º de Ingenieros de Combate ubicado en Paso de los Toros pero ya en otra División (la 3).
Antes y después "disfrutamos" hasta los quince años en total, otros alojamientos, tanto de la Policía como del Ejército y, en éste, los calabozos de varias unidades de Montevideo y cercanías (División de Ejército Nº 1).
Conocemos pues PROFUNDAMENTE al Ejército: trece años de "servicio" (nos faltaron dos para jubilarnos de milicos con la "Ley Vieja"), sin licencia corta ni larga, entrando de "Guardia" absolutamente todos los días, nos correspondería, a todos los rehenes sobrevivientes hoy, la prima por servicio especial y continuo, más la insalubre de "tiempos de guerra", con lo que podríamos gozar de un "retiro" fantástico en todo similar al de Gregorio Alvarez, porque además también éramos "Comandantes", grado que en cualquier guerrilla victoriosa del mundo equivale al de teniente general.
O al de mariscal, como lo muestra el caso de Tito en Yugoslavia.
Además, ya lo dijimos en nuestra primera conferencia de prensa en Conventuales el 14 de marzo de 1985 (día de nuestra liberación): "somos mariscales de la derrota").
Como quien dice, pertenecemos a la familia de los De Gaulle más que a la de los Hitler o los Marshall. Y a no reírse porque los principales líderes del "maquis" francés (guerrilleros urbanos y rurales) fueron de ese modo condecorados al igual que su jefe mencionado.
Pero volviendo al punto que nos ocupa, el error estratégico de Gregorio Alvarez y similares, fue el denunciado por la sabiduría del poeta y la de Churchill.
No supieron tratar debidamente a ese gran Impostor llamado Triunfo.
O, dicho de otra manera, en términos tan poéticos pero más criollos: se les llenó el culo de papelitos. Papeles atroces.
Así, hoy son simple pero espantosamente criminales indiscutibles de guerra. Como Bormann o Menguele.
Cuentan ciertas historias que, para colmo, este personaje desoyó el consejo estratégico de sus pares cuando, luego de la paliza formidable del glorioso ¡NO! de 1980, se empecinó en mantener una dictadura (tan condenada ya entonces) con el solo objeto de llegar a ser un payasesco presidente de la República, enchastrando aún más, si cabía, los ya demasiado sucios uniformes militares.
Alucinado por el Gran Impostor del Triunfo, no pudo ver a la diosa Debacle esperándolo a la vuelta de la esquina, incluso luego de que ella, generosamente, le anunciara el desastre de muchos modos.
Es verdad: tuvo a su favor (a la postre en contra) surtidos alcahuetes militares y civiles.
Ahora, pobre hombre bien remunerado, enfrenta a la Justicia como un pésimo punguista, pagando buenos abogados con los residuos del botín, tratando por todos los medios imaginables de eludir las fauces abiertas y hambrientas de un lujurioso y babeante calabozo que musita tiernamente por su nuca: "Goyo vení, Goyo vení, Goyo vení..."
Se trata de un reo que hizo ultrajar a muchas chiquilinas y mujeres de este pueblo. También a hombres. Que mandó torturar hasta la muerte a hombres y a mujeres. Que desapareció sus cadáveres. Que maltrató hasta niveles inauditos a sus prisioneras y prisioneros. También, y mucho más, a sus respectivas familias. Que aterrorizó por años a la población de todo el país. Que no le ofreció cuartel ni garantías elementales a nada ni a nadie.
Que traicionó, incluso, a las Fuerzas Armadas.
Que vio a sus subordinados y subalternos de entonces, soportar el peso de la condena pública y hasta incluso marchar presos, sin mostrar el debido "carácter militar" de salir a decir: "¡Fui yo!".
¡Iban presos por su culpa y permaneció firme y en silencio sin chistar!
Sin "atajar". Sin asumir las consecuencias de sus otrora terminantes órdenes.
No tuvo el coraje mínimo, como militar, de asumir hace años su responsabilidad y evitarle al Ejército como a las Fuerzas Armadas en general el oprobio por el que han venido atravesando.
Perdió, de hecho y en el combate, su carácter militar.
Ha sido un desertor.
¿Qué pretendía su cobardía? ¿Pasar desapercibido? ¿Esconderse?
Mientras eso pretendía, sus soldados iban al patíbulo por su culpa y él los miraba con cara de "yo no fui".
Se amparó, incluso, en la proverbialmente generosa solidaridad corporativa uruguaya. Se valió malamente de ella para que le sacaran las castañas del fuego.
Pero él jamás fue solidario con nada ni nadie.
Ahora, contra toda su prédica, ejercita y esgrime burdas chicanas jurídicas (que prohibió cuando era monarca) para no asumir lo que hace añares, por bien de todos, tuvo que asumir.
Tejero, aquel español golpista frustráneo que asaltara en un fatídico febrero de 1981 el Parlamento y llamara estérilmente a un golpe de Estado, terminó preso.
Años después, hace poco, le ofrecieron o dieron (poco importa) un indulto.
Ese fascista, como corresponde, lo rechazó. Prefería seguir preso. Quería seguir preso.
Lamentablemente, debemos reconocerlo luego de ver lo que hace Gregorio Alvarez, en Uruguay no tenemos, ni tan siquiera, fascistas como Dios manda.
Eleuterio Fernández Huidobro
13/12/07
13/12/07
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