30/12/08

Jorge Ferrari

Jorge Ferrari


“Me dieron picana eléctrica en Colonia”

– Comencemos por tus datos, para la gente que pueda no conocerte porque no sos de Colonia.
– Nací en Nueva Palmira, pero a los tres meses mis padres se trasladaron a Carmelo, así que más bien soy carmelitano. Ahí viví hasta los 25 años. Ahora vivo en Montevideo.

– ¿Durante la juventud participaste, en Carmelo, en algún movimiento partidario o gremial?
– Desde los 14 años, a nivel gremial estudiantil, en el Centro Estudiantil de Carmelo, donde yo era secretario cuando vino el golpe de estado. Muchos de los integrantes del Centro pasamos a ser detenidos políticos.

– ¿Qué edad tenías cuando el golpe de estado?
– 18 años. Hoy que tengo tres hijos, que felizmente también están comprometidos a nivel gremial estudiantil y partidario, uno se hace la idea de lo que fue haber pasado por las mazmorras de un infierno a los 18 años, algo que te marca para toda la vida y que también te deja secuelas que uno sigue arrastrando. Por eso no quisiera que esos horrores se repitan, pero lamentablemente las violaciones a los derechos humanos siguen cometiéndose en Uruguay. La impunidad sigue.

– O sea que sos del mismo pueblo que Aldo Perrini, asesinado en el batallón 4 de Colonia...
– Sí. Chiquito Perrini es un compañero que fue detenido con nosotros, el 5 de febrero del '74, con muchos compañeros de Carmelo: Perrini, José Valenti, días antes Román Chipolini, el Pucho Martínez, Ana Telma Delpratti...

– ¿Qué recordás de la muerte de Perrini a manos militares?
– A los pocos días de ser detenido se ensañaron con este compañero en las prácticas de la tortura, hasta que cayó muerto por la tortura.

– Hablamos de tortura y muerte en el cuartel de Colonia...
– Sí. Los primeros días pasamos por un régimen atroz de tortura. Recuerdo que los torturadores se ensañaron fundamentalmente con dos personas: uno el Chiquito y el otro Pacheco Oroná, que era un contrabandista de botellas, cuando en nuestro pueblo se contrabandeaba la ginebra. A Pacheco lo confundieron con otro del mismo apellido que -según los milicos- había trasladado gente para la otra orilla. A Perrini no lo pude ver porque estábamos encapuchados y esposa- dos, pero sí lo sentíamos. Él vendía helados en Carmelo, entonces para identificarse gritaba "¡helados, helados!". Estaba totalmente quebrado, golpeado, y seguían ensañándose con él. Un día no lo escuchamos más. Era un padre de familia, con dos hermosos gurises, un matrimonio joven....

– ¿Qué viviste en Colonia?
– Pasé por toda clase de tortura: picana, tacho, potro, lo único que les faltó fue violarnos, pero también sufrimos la tortura psicológica cuando sentíamos el pedido de clemencia de las compañeras para que no fueran llevadas nuevamente a salas de tortura o que pasaran por violación. A raíz de todo eso tengo trasplantes en el oído izquierdo medio, debido a las torturas con picana eléctrica; y hace pocos días me dieron de alta del Hospital de Clínicas, donde me sacaron un quiste en el testículo izquierdo; también tengo otro en el testículo derecho; todos los órganos genitales los tengo afectados; y las secuelas psicológicas...

– ¿Llegaste a identificar a alguno de los torturadores?
– En un momento, en una de las salas de tortura, el torturador me saca la venda. Lo que recuerdo es un apodo que él usaba: La Bruja o La Brujita. Llegaba a nuestras barracas y se jactaba diciendo: "¡Llegó La Brujita; apróntense!", que sería el que comandaría la tortura, aunque no era él solo.

– También había médicos militares en esas torturas.
– Sí. Había dos médicos, los dos de Colonia. Uno de ellos era (Eduardo) Solano; del otro no me acuerdo el nombre. Eran médicos militares y supervisaban la tortura.

– ¿A Solano llegaste a verlo en la tortura?
– No, porque estábamos encapuchados. Lo vi en la enfermería cuando me fracturaron tres costillas, me fajaron, y él dijo "ya pueden seguir". Y fui trasladado a un barracón, donde seguí con un régimen de tortura.

– ¿Fue el médico quien ordenó que te siguieran torturando?
– Yo lo entiendo de esa manera.

– ¿Cómo recibís que ahora, un gobierno que se dice de izquierda, le pida informaciones a los propios violadores de los derechos humanos? ¿Cómo interpretás que en este Uruguay de hoy se siga respetando la impunidad de esos represores, aplicando apenas el artículo 4º de la ley de caducidad? ¿Cómo entendés que el gobierno continúe ascendiendo a esos violadores a los principales puestos del poder real?
– Es un gran dolor por los que ya no están con nosotros. Eran nuestros hermanos, nuestros padres, nuestros hijos los que ya no están. Nos duele mucho que se siga ascendiendo a quienes están involucrados y denunciados por violaciones a los derechos humanos, como Arab, Serrón, Guarino, Rolán, Ruiz... Nos duele que queden impunes declaraciones como las de Lebel, justificando que en los interrogatorios se tenían que implementar los métodos de tortura para sacarles información a los detenidos. El caso de Roberto Rivero, en Colonia, que ejerció en Carmelo, y que se había ensañado con dos curas gauchos: Juan José Ramilo y Mario Guerriero, curas muy jugados en la denuncia a los atropellos que se cometían; la persecución que le hizo Rivero a Ramilo en Carmelo, en Colonia, en Nueva Helvecia...

Fredy González
Publicado en revista González, de Colonia. Octubre 2005
Tomado de Rodelu
18/10/05


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