3/8/08

Gabriel Terra VIII

Naturalmente, el hecho más dramático de las últimas horas había sido el suicidio en plena calle del doctor Baltasar Brum.

Brum esperó siete horas en la puerta de su casa con un revólver en cada mano y rodeado de familiares y amigos también armados, a que el ejército saliera a defender las instituciones, según algunas versiones o a que el pueblo adoptara una actitud heroica tomando en cuenta su decisión de resistir, según las de su partido. No ocurrió ni una cosa ni la otra y terminó su vida con un tiro en corazón. Ninguno de los diarios mencionados en párrafos anteriores brindó detalles del hecho, salvo brevísimas gacetillas. Tampoco hubo anuncios fúnebres. A su entierro no concurrió nadie del gobierno ni del cuerpo diplomático. Entrevistada en mayo de 1988 para el semanario Búsqueda por el autor de estas notas, la señora Matilde Terra, hija de quien fuera el principal protagonista de los sucesos de marzo de 1933, recordó la muerte de Brum de esta manera. "Estaba en casa de mi padre cuando vino la noticia que Brum se había suicidado. Papá quedó tan anonadado que le vi lágrimas en los ojos. "No puede ser -decía- "¿Cómo pudo haber pasado eso? ¡Si había decidido albergarse en la Embajada de España!" Mi padre le tenía gran aprecio. (...) Más le digo: dos o tres días antes del Golpe de Estado, papá recibió en casa la visita de Brum. Cuando se retiró él comentó con su hermano Antonio: "Si todos fueran como Brum no tendríamos tantos problemas".

Aunque en el libro antes citado Gabriel Terra hijo sostiene que "el gobierno dispuso de doce detenciones que a los cuatro días ya habían recuperado su libertad", la represión política fue mucho más dura. El mismo 31 de marzo fueron detenidos Antonio Rubio, Tomás Berreta (años después Presidente de la República), Lorenzo Batlle Pacheco, Emilio Frugoni, Gustavo Gallinal y Victoriano Martínez y enviados a la Isla de Flores, Ricardo Paseyro, Alfeo Brum y Salvador Estradé. Con el correr de los días esa lista se amplió hasta llegar a los sesenta y nueve desterrados, entre ellos el también futuro Primer Mandatario Luis Batlle Berres. Se denunciaron asimismo numerosos casos de torturas y malos tratos y constantes presiones contra la prensa opositora. Uno de los más comunes fue cortar la energía eléctrica a los talleres para evitar las ediciones.

El apoyo político más importante que recibió el ex presidente y ahora gobernante de hecho Gabriel Terra fue de parte de la mayoría del Partido Nacional. En esos días, el diario El Debate publicó una carta enviada desde Río de Janeiro por el doctor Luis Alberto de Herrera al dirigente Aniceto Patrón en la que le aconsejaba: "¡Qué gran suceso acaban ustedes de presenciar! Es consolador lo que estamos viendo: realizado el ensueño de liberación nacional que ardía en el pecho de los buenos ciudadanos (...) Es el comienzo de un nuevo tiempo. Los primeros pasos no puede ser más acertados (...) Rodeen al presidente, apóyenlo (...) Lo esencial es poner la patria por encima de los partidos (...) Consumada la crisis, yo no hago falta ahí".

A la adhesión de los partidos políticos que siempre lo habían alentado en sus propósitos (el herrerismo, el riverismo, el sosismo, el vierismo) Terra logró sumar la de tres ex presidentes, Claudio Williman, José Serrato y Juan Campisteguy e incluso -inesperadamente- la de Federico Fleurquin, el candidato de sus rivales del batllismo neto que le había disputado el cargo. Además tuvo a su lado a la masonería, a la cual pertenecía con un grado de jerarquía. Contó por otro lado con la simpatía de diversos estratos de la actividad nacional. El Comité Nacional de Vigilancia Económica, una corporación de esencia conservadora sin poder decisorio pero muy activa, le comunicó su apoyo. También la Federación Rural, los gerentes de banco y los corredores de bolsa le expresaron su aplauso por las medidas tomadas. Y el nuevo Ministro inglés Eugen Millington Drake informó a su gobierno que el nuevo régimen encarrilaba las cosas a entera satisfacción: "Un cambio en el Gobierno era claramente conveniente y deseado (...) Una nueva era está por comenzar". Salvo a la oposición, a nadie le importaban los horrores formales que habían hecho posible el cambio de gobierno. Si para llegar a esa nueva era había sido necesario violentar la Constitución, expulsar a los legisladores y a los consejeros libremente electos, censurar a la prensa, enviar a los dirigentes políticos opositores a la Isla de Flores, esos eran problemas que para muchos no merecían ser tomados en consideración.

Gabriel Terra siempre supo que el proceso iniciado por él con la disolución de las Cámaras y el Consejo Nacional de Administración en 1933, al que sus detractores denominaron dictadura marxista y sus partidarios revolución de marzo debía encontrar un sostén legal. Batllista al fin, aunque sus correligionarios en la oposición eso les cayera pesado (en su despacho del diario El Pueblo había fotos de José Batlle y Ordóñez) aspiraba a que de alguna forma sus dudosos pasos pudieran ser legitimados lo antes posible. Ni su formación liberal en lo político ni su carácter de masón, le permitían perpetuarse mucho más allá de lo permitido por las leyes. Su decreto inicial convocando para una elección de constituyentes fue la prueba más terminante. Claro que mientras durara la situación de hecho tenía que nombrar autoridades. Lo primero fue llenar los cargos de la nueva Junta de Gobierno de nueve miembros que tendría funciones de asesora del Poder Ejecutivo, la mayoría de los cuales pasarían luego a integrar el gabinete ministerial. Ellos fueron el teniente general Pablo Galarza, los doctores Alberto Demicheli, Francisco Ghigliani, Andrés Puyol, Pedro Manini Ríos, José Espalter, Roberto Berro y Alfredo Navarro y el señor Aniceto Patrón. Más tarde nombró a los numerosos integrantes de su Poder Legislativo provisorio al que llamó Asamblea Deliberante y a la cual la oposición puso el mote de Asamblea Delirante.

Casi tres meses después, el 25 de junio, tuvo lugar la elección de los constituyentes que se abocaría a redactar la nueva Constitución. Votaron doscientas cincuenta mil personas, es decir, el 58% del electorado. Se abstuvieron los batllistas netos, los nacionalistas independientes y los blancos radicales. El aniversario de la Declaratoria de la Independencia, de ese mismo año, se llevó a cabo la sesión inaugural de la asamblea. La presidió el anterior Presidente de la República, Juan Campisteguy, un colorado no batllista. Al aproximarse las nuevas elecciones de 1934, surgieron varias candidaturas dentro del partido gobernante. Las que tuvieron más fuerza fueron la del general Pedro Sicco y la del doctor Alberto Demicheli, pero ninguna pudo competir con la del propio presidente Terra que se aprestó a violar otra vez la Constitución ya que las dos Cartas fundamentales anteriores, prohibían la reelección presidencial. En marzo se proclamó la fórmula Terra-Navarro y el 19 de abril se plebiscito la Constitución recién elaborada, nuevamente con la abstención de los tres grupos que habían hecho lo propio en la convocatoria a constituyentes. Votó el 52 % de la ciudadanía (téngase presente que el voto no era obligatorio) y exactamente dos meses después, Terra asumió su segundo período presidencial.

Por más que sea necesario no perder de vista su origen espúreo, la nueva Constitución presentó adelantos significativos que todavía nos rigen. A) El Poder Ejecutivo dejó de ser colegiado para ser unipersonal. B) Se estableció un parlamento bicameral. La Cámara de Diputados fue reducida a noventa y nueve miembros y la de Senadores a treinta. Esta última, a causa de una curiosa componenda política, quedó integrada por quince miembros de la mayoría de cada lema. En aquel caso, quince terristas y quince herreristas. C) Los gobiernos departamentales, también pasaron a ser unipersonales. D) Se estableció el voto secreto y obligatorio y E) Se reconocieron los derechos civiles de la mujer. Estas comenzarían a ejercer su derecho a votar en la inmediata elección.

Aunque Terra contó con legisladores elegidos a dedo y un poder casi ilimitado, nunca pudo gobernar sin grandes sobresaltos. En octubre de 1933, se echó encima a medio país luego que en un enfrentamiento con la policía fue muerto el conductor de la extrema izquierda batllista Julio César Grauert. Ya a comienzos de ese mismo mes, como consecuencia de una clausura por cinco días del diario El País, el ministro del interior Francisco Ghigliani había escrito premonitoriamente en el órgano terrista El Pueblo: "amansarse y vivir o rebelarse y morir". Y después de muerto Grauert había rubricado sus amenazas: "Así les ha ido y así les irá a los que pretendan imitarlos". En 1934, un reclamos de salarios en el El Día, terminó en una huelga descomunal que involucró a todos los diarios de la capital y se mantuvo muchas semanas durante las cuales el gobierno se vio privado de toda difusión propagandística. El 28 de enero de 1935, estalló una revolución que fracasó por la falta de coordinación de las fuerzas y el manifiesto desorden con que fue encarada. En el Paso del Morlán, treinta y cuatro sublevados combatieron contra una Compañía gubernista de más de cien hombres y en la acción murieron tres hombres de cada bando. Más tarde, al bombardear la aviación gubernista un campamento de los levantados en armas, fallecieron cinco personas más. Nueve días después de comenzada, la revolución había finalizado. Esos hechos merecen un estudio más pormenorizado. A los seis meses de ocurridos, Terra sufrió un atentado en el Hipódromo de Maroñas en ocasión de la visita del presidente de Brasil Getulio Vargas. El dirigente nacionalista Bernardo García que había estado detenido en la Isla de Flores, le disparó un tiro a quemarropa, hiriéndolo levemente. Uno de los mensajes de salutación por haberse salvado, fue de Adolfo Hitler.

No ha sido propósito de estas notas profundizar en los años de gobierno de Gabriel Terra, ni en su reforma constitucional, sino evocar el clima político y social de aquellos años y las razones que se esgrimieron para el primer quiebre institucional del siglo pasado. Si bien es verdad que se vivieron circunstancias terribles, las que ocurrieron cuarenta años después terminaron por opacarlas y hacerlas olvidar. Terra gobernó como presidente constitucional dos años y un mes, otro año largo como presidente de facto y cerca de cuatro más como presidente irregular. Entregó el mando luego de las elecciones de 1938 en las que, abstención del batllismo neto mediante, los candidatos del Partido Colorado fueron su consuegro Eduardo Blanco Acevedo y su cuñado Alfredo Baldomir. Igual a lo ocurrido con su padre, dejó en la política todo su dinero, habiendo tenido que hipotecar la estancia de su esposa María Ilarraz Miranda, nieta de Avelino Miranda, uno de los Treinta y Tres orientales. Cuando el autor de estas notas entrevistó a sus hijos, Gabriel no tenía siquiera un auto y Matilde, de ochenta y cuatro años, veraneaba en una casita mínima ubicada en el balneario Aguas Dulces. Por resolución oficial, la sucesión de Terra fue exonerada del impuesto a la herencia porque la deuda con el Banco Hipotecario era mayor al valor de sus bienes. En la década del treinta, su persona despertó más enconos y más adhesiones que ningún otro político de su época. El juicio de la posteridad cercana a su muerte, acaecida en 1942 luego de una cruel enfermedad que lo tuvo paralizado y sin habla durante tres años, fue naturalmente prejuiciosa y subjetiva. Casi tres generaciones después, lo sucedido merece una observación más desapasionada.

Cesar Di Candia



Material consultado
Gabriel Terra, la verdad histórica. Gabriel Terra hijo.
Terra y el terrismo. Gerardo Caetano y Raúl Jacob. (Ed. Banda Oriental 1989)
Cobardía y Traición. Luis Batlle Berres. (Ed. del autor, Buenos Aires 1933)
El Uruguay hacia la dictadura. Gustavo Gallinal. (Ed. Nueva América, 1938)
El Uruguay de Terra. Raúl Jacob. (Ed. Banda Oriental, 1985)
Pasado y Presente. Ricardo Paseyro. (Ed. del utor, Buenos Aires 1935)
Diarios El País, El Día, La Idea, El Plata y semanario Acción del 1o de abril de 1933

No hay comentarios.: