26/7/08

Secuestro de las monjas francesas

"Desaparecieron hace 30 años, pero aún espero a Alice y Léonie"
Lo dice Evelyn Lamartine, la madre superiora en la Argentina de las monjas francesas desaparecidas durante la dictadura. Ella arriesgó su vida para salvarlas. En exclusiva, a 30 años del secuestro, habla por primera vez.

Durante 30 años eligió el silencio. Hoy decide romperlo: "Es una forma de que mis amigas sigan vivas", sonríe Evelyn Lamartine con sus 74 años y un mate por cebar. Vive en uno de los barrios más humildes del conurbano. Ahí donde el frío o el calor nunca son bienvenidos. "Nosotras optamos por esta vida. La gente, en cambio, no elige vivir en la pobreza". Cuando dice "nosotras" habla de las monjas de las Misiones Extranjeras de París y, en especial, de Alice Domon y Léonie Duquet, las religiosas francesas desaparecidas después de que Alfredo Astiz se infiltrara en el grupo de Madres de Plaza de Mayo.

En 1977, Evelyn era la madre superiora de la orden en la Argentina, una tarea nada sencilla durante esos años. "Yo elegí ser monja porque en el fondo mi preocupación era el mundo obrero, que era el mundo de mis padres", recuerda. Nunca pensó que esa elección la llevaría a protagonizar "casi una telenovela", como le vuelven ahora los hechos a la memoria.

Había conocido a Alice Domon en el noviciado en Francia y llegaron juntas a la Argentina el 5 de febrero de 1967. "Alice quería ir a la India, pero la convencimos de que acá también nos necesitaban", cuenta. A Léonie Duquet e Yvonne Pierron, otra hermana, las conoció en Buenos Aires: "Ellas ya estaban trabajando acá, en villas y colegios", explica. El compromiso con los más necesitados pronto las llevó a involucrarse en la lucha de las Madres de Plaza de Mayo. "En ese momento, ellos también estaban entre los más desamparados", rememora sobre aquella época.

"Ya en el 77, la cosa estaba peligrosa, lo sabíamos, pero no sentíamos miedo, sino bronca", enfatiza Evelyn. Por eso, Alice y Léonie habían intentado renunciar a la Congregación. No querían comprometer al resto de las religiosas ni tener privilegios. Las demás monjas se opusieron y les rogaron que pidieran una dispensa. El obispo de Toulouse les concedió la licencia.

En junio de ese año, participaron de la procesión de Corpus Christi. "Léonie, Yvonne y Alice iban con los familiares de desaparecidos rezando el rosario, de Congreso a Plaza de Mayo. Era una forma de pedir explicaciones por lo que estaba pasando. ¡No podía ser que la gente desapareciera como si se la hubiera llevado un ovni!", se indigna Evelyn. Léonie se volvió antes porque se sentía cansada, esta vez se salvaría. En cambio, Alice e Yvonne fueron detenidas junto a otros manifestantes: "Las llevaron a la comisaría 5ª de la calle Lavalle. Me avisaron y salí corriendo a pedir un velo para ir a buscarlas", señala. Las monjas habían decidido dejar de usar los hábitos para no verse diferentes y para trabajar más cómodas en sus barrios.

Evelyn se presentó al comisario como la madre superiora, pero aún así tuvo que tolerar los embates del funcionario que la retó porque no controlaba a "su tropa" y acusó a Alice e Yvonne de estar con los subversivos. "Nooo, estaban rezando el rosario, le dije yo con cara de idiota", ironiza Evelyn cuando habla de la primera vez que arriesgó su vida para salvar a sus hermanas. Las monjas quedaron "en investigación" y fueron liberadas al día siguiente.

Esa detención fue el preámbulo de lo que vendría meses más tarde: a Evelyn le estaría reservado el rol de la búsqueda, el rescate y la protección. Nadie sabe bien qué le pasó a Alice esa noche en aquella comisaría. Nunca lo contó, pero lo que haya sido no la detuvo y se involucró aún más con el reclamo por los desaparecidos. Alice, junto a Léonie, comenzó a elaborar las listas de desaparecidos, recolectaban dinero con los familiares para publicar una solicitada en la que reclamaban por el paradero de su gente. Ivonne regresó a Corrientes, mientras Evelyn misionaba en las villas de Hurlingham. Allí, 10 años antes, había conocido a uno de los vecinos más devotos del barrio: Jorge Rafael Videla. "Nunca imaginamos que iba a formar parte del infierno que vendría después", reflexiona y recuerda que lo conoció porque llevó a su hija María Cristina Videla de campamento.

El infierno para Yvonne comenzó tras el golpe: "Desde 1976 nos dimos cuenta de que esto iba mal, y que en cualquier momento había que aceptar la cárcel o morir" (ver reportaje). Para Alice y Léonie fue el secuestro, la tortura y la muerte. "La última vez que vi a Alice fue 15 días antes de que se la llevaran. Estaba llena de proyectos: quería abrir una escuela y planeaba visitar a su familia en Francia. La acompañé a tomar el colectivo...", revela Evelyn. Nunca más la vio.

El 8 de diciembre, un seminarista le avisó: "Agarraron a Alice de la iglesia de la Santa Cruz". "Dios mío, en la iglesia de mi barrio", pensó Evelyn, que se había criado en un conventillo de Once, a pocas cuadras de allí. En la iglesia de la Santa Cruz, hizo su catequesis y definió su vocación religiosa. "Llamé a Léonie, le conté y le rogué que se fuera", dice Evelyn. Pero Léonie se negó: "A lo mejor viene con hambre o quiere bañarse", le contestó. Dos días después, se la llevaron de la Parroquia San Pablo de Ramos Mejía.

Evelyn comenzó un peregrinaje inesperado: golpear puertas de tribunales, comisarías, despachos, y hasta de la Nunciatura. Acompañada por la hermana Montserrat Bertrán, fue a ver al representante del Papa, monseñor Pío Laghi. "Nos miró como si fuéramos bichos asquerosos, y nos dijo: "nosotros no sabemos nada, por algo habrá sido". Montse se arrodilló y le rogó que hiciera algo. «él se la sacó de encima, instintivamente, describe Evelyn, que entonces pensó: "Dios no se olvida de lo que dijiste".

No sintió miedo ni se retractó, buscaba a sus hermanas y no se detuvo. El caso de las monjas francesas desaparecidas cobraba relevancia internacional y para Francia ya era cuestión de Estado. Evelyn presentó los recursos de hábeas corpus para Alice y Léonie. "En esos años mucha gente moría por firmar ese papel. Ella, sin embargo, no tuvo temor y conociendo su suerte, no dudó y lo firmó", destaca Horacio Méndez Carreras, abogado de los franceses desaparecidos durante la dictadura, mientras señala la foja 1 del expediente Nø 40.249 del Juzgado Nacional en lo Criminal y Correccional Federal Nø 3, donde se abrió una de las causas (ver facsímil).

Después vinieron semanas de desesperación e incertidumbre. A pedido del embajador francés Francoise de la Gorce, Evelyn volvió a arriesgar su vida, esta vez, para sacar a Yvonne Pierron del país, la otra monja que estaba en la mira de Alfredo Astiz, quien ayer cumplió 57 años en el Instituto Penal de Campo de Mayo: "Le tengo lástima, usó toda su belleza y su inteligencia para hacer el mal", confiesa Evelyn.

Evelyn se repone de ese horror con una sonrisa cuando piensa en los chicos del centro de rehabilitación de adictos con los que trabaja. "No es exactamente lo mismo que hacían ellas, pero estamos en la misma línea. Son otras épocas y otras necesidades. En lo que hacemos, también están ellas. Entonces, no lograron matarlas", reflexiona y concluye: "Igual, uno siempre las sigue esperando".



Yvonne, la monja que Evelyn logró sacar del país
A pedido de la embajada francesa, Evelyn Lamartine salió a buscar a Yvonne Pierron. Su misión no era fácil: convencerla de que se fuera del país. "Viajé a Perugorría, en Corrientes. Yvonne se había metido en la selva. No me quería ver. Al final vino y le rogué que me acompañara a Buenos Aires", recuerda Evelyn.

"Yo con vos no voy, le dije", se suma Yvonne a la historia de Evelyn, guardada en silencio durante 30 años. Los argumentos de Evelyn eran convincentes: "Por la Congregación, por tu familia, si te quedás, no vale la pena". Yvonne estaba decidida a correr la misma suerte que sus compañeras.

"Entre el padre Carlos Blanco (asignado entonces a Perugorría) y Evelyn me dijeron que me iban a encontrar. Que en lugar de ofrecer mi vida, cruzara los mares y que, desde Europa, hiciera el ataque", arremete Yvonne, mientras el viaje de su mirada la lleva y la trae del pasado.

"Volvimos de Corrientes en el mejor micro y fuimos directo a ver al embajador", dice Evelyn. Los pasajes, pasaportes y documentos para sacarla del país vía Montevideo estaban listos, pero no contaban con la negativa de Ivonne, que insistía, mitad en francés, mitad en castellano, en volver a Perugorría. "Hermana Evelyn, la dejo en sus manos", ordenó el embajador.

Faltaban cuatro días para embarcar a Montevideo. Yvonne estuvo escondida en la Casa de Morón, sede de la Congregación. "No podíamos hablar con nadie, ni atender el teléfono, ni salir a ningún lado. Nada de nada, hasta que la llevamos a Aeroparque, todavía nos recuerdo esperando el avión duras como momias", describe Evelyn. "Me fletaron, por decir así -sonríe Ivonne y continúa- Estuve diez días en la embajada francesa en Uruguay. Me fui para denunciar lo que estaba pasando".

Yvonne vive en Misiones y se acerca a los 80 años, su voz es casi imperceptible, pero la fuerza de lo que dice lo atraviesa todo. Acaba de volver de Francia, donde presentó su biografía: "Missionaire sous la dictature" ("Una misionera bajo la dictadura").

En el libro, repasa detalles de su experiencia en la Argentina de los 70. A pesar de su edad no se detiene, va de proyecto en proyecto. "Cada vez que vengo a Buenos Aires visito a todas las hermanas, porque son mi verdadera familia, tenemos que ser muy unidas, sobre todo por las más ancianas", cuenta.

No le duele haber tenido que irse, con los años entendió su misión: "Al final me di cuenta de que en el fondo, en toda la masacre, en toda la muerte, escuchen -remarca Yvonne- siempre hay sobrevivientes. ¿Por qué? No es porque no tengan la fuerza para dar su vida -que nunca fue mi caso- es porque tenemos que tener en la historia un testigo. Porque lo vivido es irrefutable. Entonces, vos podés hablar, porque lo viviste y no me digan que no, porque esto pasó".

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