9/7/08

Los sustos que nos dió el mar

Hace tiempo sospecho que los montevideanos arrastramos un oscuro conflicto, nunca solucionado, con el mar. Que lo miramos de reojo, con un recelo que no sabemos esconder ni explicar del todo. Como si le guardáramos quien sabe que penumbrosos enconos, cuyo origen no es fácil desentrañar. Como indicio menor, pero acaso significativo, el hecho de que, a pesar de nuestra asiduidad con el mar, jamás el montevideano fue pueblo navegante o pesquero, apenas si banñsta ...

Tratando de esclarecer el punto, que mucho me intriga, he llegado a preguntarme si esa discordia que me parece vislumbrar, no provendrá del momento fundacional mismo. Basta pensar que aquellos canarios arribados los primeros aquí, no eran gente de mar, sino labriegos habituados a entenderselas con la tierra, hechos a laborarla en paz, sumidos en el ajetreo de siembras y cosechas que eran su asunto desde la cuna hasta la sepultura. Pero aquí se encontraron rodeados de ese mar omnipotente que ellos no frecuentaban ni amaban en el terruño lejano, pero que ahora se les venía obsesivamente encima.

Después de todo, aquella inmensidad inabarcable los separaba, casi de seguro para siempre, de su solar nativo ... Y el mar era el camino por donde podía aparecerse un día el portugués enemigo a darles guerra; y el elemento rugidor y feroz que se desbocaba de pronto, y podía arrasar con cuanto ellos, trabajosa, arduamente, iban creando aquí. Todo esto además sin contabilizar la impresión traumática que arrastrarían los canarios de la segunda remesa, los que tanto padecieron en días de tormento interminable, durante aquel viaje en que atravesaron un mar que se les hizo hostíl hasta la pesadilla ...

Sea ese u otro el origen, lo cierto es que a lo largo de la historia montevideana pueden registrarse de tanto en tanto indicios de ese recelo o ese desapego que el mar provocaría en nosotros. Entre tantos de esos síntomas puede citarse un episodio acaecido en Montevideo en 1821, bajo dominación lusitana, donde se evidencia el temor irracional que el mar despertaba en nuestro vecindario, como si desatara oscuras simbologías ... Lo relata nuestro brillante costumbrista don Isidoro de María, y en su crónica aparece con impresionante elocuencia ese sentimiento de invencible rechazo hacia el mar, visto como amenazadora presencia enemiga, como potencia destructora y espantable que tarde o temprano terminaría con nosotros ... Si hasta corrían vaticinios de que el mar se tragaría a Montevideo y a Buenos Aires!

"Allá por el año 21 hubo un eclipse de luna, que puso en alarma a los benditos moradores de la Muy Fiel y Reconquistadora San Felipe y Santiago, julepeados con el anuncio fatídico de que esa noche iba a salir el mar de su centro, y tragárselos sin remedio."

"-Que si señor", decían las buenas viejas; "Sor Francisca pronosticó que el mar se tragaría a Montevideo y a Buenos Aires. Y bien puede ser que esta noche se cumpla su pronóstico. Encomendémonos a Dios y encendamos velas a todos los santos de la corte celestial".

Y los cuentos terroríficos iban y venían entre aquellos montevideanos crédulos, que arrastraban - se ve - todo un legado supersticioso de arraigo antiguo.

"El mar es traicionero. Me acuerdo de lo que me contaba mi difunto padre, sucedido en Buenos Aires allá por el año 1792, en que el río se retiró muy lejos, dejando en descubierto la playa, y luego volvió a crecer con mas fuerza, amenazando tragar la tierra".

"-Y me acuerdo también yo, añadia un viejo de los antiguos Miñones, de aquella fuerte pamperada que hubo en Buenos Aires el año 11, que barrió las aguas del río por espacio de diez leguas, dejando todo en seco, y tanto que unos capitanes de los buques ingleses fondeados a 3 y 4 leguas, se vinieron a ella a pie enjuto, dando la noticia de que una de nuestras fragatas bloqueadoras quedaba en seco, y casi se nos vienen fuerzas de tierra a atacarla a favor de la bajante, y luego volvió a crecer el río extraordinariamente con gran susto de la población, que creyó que iba a tragarla. Y fíese usted del mar. No lo hemos visto aquí entrarse como por su casa hasta la esquina del Reloj, y llegar a cubrir en una gran creciente hasta las troneras de la Isla de Ratas?".

Pero nada retrata mejor el pánico que subyacía en nuestro vecindario frente al mar aquel, traicionero y tragador, como la escena final que narra don Isidoro, con toda la población montevideana despierta y en ascuas a la espera del zarpazo tan temido ...

"El hecho fue que, por las dudas, la gente paso en vela toda la noche con ojo al mar, recorriendo multitud de vivientes la muralla, a ver si el mar se salía de su centro."

Por esa vez, nada ocurrió; pero la próxima, quien puede saberlo ... Lo cierto es que, cualquiera que se acerque a este relato con oído atento, percibirá el secreto temblor de un miedo de larga data, empozoniando la convivencia del montevideano con el mar vecino e inquietante.

"Boulevard Sarandí" de Milton Schinca.
(En el triste Montevideo Cisplatino 1817-1828)
Anécdotas, gentes, sucesos del pasado montevideano

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