23/9/08

Carla Rutila Artés: La Peruanita Recuperada

La abuela Matilde, la hija Graciela (en foto, aún desaparecida), la nieta Carla y la bisnieta Anahí.

Carla Rutila Artés, desaparecida por el Plan Cóndor, descubierta por su abuela siguiendo el rastro de una foto. Declarará en estos días ante el juez Garzón acusando al gobierno peruano como cómplice.

En estos días una peruana de nacimiento, Carla Rutila Artés, será la primera de las niñas secuestradas por la dictadura argentina que dará su testimonio ante el juez español Baltazar Garzón. Será en el juicio contra los responsables de violaciones de derechos humanos en Argentina y Chile. Carla, recuperada por su abuela tras más de 10 años de búsqueda, acusará al gobierno peruano como cómplice del Plan Cóndor al no haber hecho lo necesario por velar por la integridad de una ciudadana peruana. Su dramática historia tal como se la contó a CARETAS.

Una noche de 1984 Gina Amanda Ruffo veía televisión en Buenos Aires. Sola, como siempre. No tenía amigos, sus padres no se lo permitían. Obedecer era fácil pues cada tres meses se mudaban y hacía dos años que no iba al colegio. Los únicos niños que veía eran los hijos de los amigos de sus padres, los domingos en el asado, reuniones en que no entendía por qué los niños que eran hermanos no se parecían entre sí. Alejandro Ruffo, su hermano menor, no se parecía a ella. El era moreno, ella blanca. Aunque también había sido pelirroja, morena, castaña, y de ojos negros y azules: tintes y lentes de contacto que le ponía su papá. De paso, le cambiaban de nombre: Anita, Rosita, María Rosa. Recordaba haberse llamado así. No recordaba por qué.

Cuando salían en auto camino al asado y pasaban por una comisaría sus padres les habían enseñado algo. Tenían que viajar escondidos en el espacio para los pies de los asientos traseros, cubiertos por una manta. Perros viajaban sobre ellos. En la oscuridad, los ojos de los niños se buscaban tratando de entender el juego.
En algo se parecían los hermanos Ruffo. A ambos la madre los trataba con indiferencia. A ambos el padre los masacraba a palizas y los acompañaba en la ducha, tocándolos donde ellos nunca antes se habían tocado.

Esa noche que Gina veía televisión se vio a sí misma en la pantalla. Una señora con un pañuelo blanco daba vueltas al obelisco con una foto de ella, de bebita, diciendo que buscaba a esa niña, llamada Carla Rutila Artés. Se reconoció. Le preguntó a su madre quién era esa señora que tenía una foto suya.
-Es una vieja bruja que quiere sacarte sangre, fue la respuesta.
Gina, es decir Carla, a sus nueve años de edad jamás había escuchado la palabra desaparecido y las agujas le daban miedo. Siguió viendo Tv.



Anahí Huara reina en el departamento madrileño de Matilde Artés. Tiene meses de nacida y es la hija menor de su nieta Carla. Matilde se turna en el engreimiento y se ocupa de poner el CD que Anahí espera. Llamarla Matilde es un formalismo. Se reconoce y vive como Sasha, palabra quechua para árbol. Y no es casualidad. Sólo un roble podría haber resistido lo que ella ha vivido, relato agreste entre las canciones de cuna de la bebe que empieza a quedarse dormida haciendo perfectos globitos de baba.

La familia Artés vivía pacíficamente, en La Paz. Redundando, Matilde era la presentadora del programa Feliz Domingo, y había sido declarada, honor altiplánico, Mujer del Año en Bolivia entre los años 67 y 68. Alta y guapa, no pasaba desapercibida en la céntrica confitería La Paz, donde un alemán regordete y sospechosamente resinoso la cortejaba. Karl Altman, se llamaba, alias Klaus Barbie, alias el carnicero de Lyon. Un ex nazi en fuga. Matilde hacía teatro, había sido un éxito la puesta en escena de La Cruz y el Petróleo, obra del embajador peruano Edgardo de Habich donde se hacía un paralelo entre la historia bíblica y La Brea y Pariñas. Los ensayos habían sido en el local de la embajada peruana. Sasha, ya se le conocía así, tenía inquietudes sociales que dejaba transmitir en su arte, su vida, sus amigos. Para la dictadura derechista de Hugo Bánzer, eso quería decir que era una comunista peligrosa.

La investigaron, siguieron y detuvieron. Acusada de conspiradora internacional y conexión en La Paz del Che Guevara, fue detenida y torturada en los cuarteles del Departamento de Orden Público. Una de las torturas comunes entonces era la de colocar un lápiz en cada oído. Luego, con una especie de aplauso doble, se perforaban los tímpanos. A ella le malograron la espalda a puntapiés. Su nacionalidad argentina le valió ser liberada, pero deportada con sus dos hijos Juanjo y Graciela. Tenía amigos cerca, en el Perú.

Llegaron a Lima en 1972, donde recuperó la calma. Con su hija Graciela se impregnó de la humedad limeña, recorrió las catacumbas de San Francisco, saboreó los cebiches de La Herradura. Pero su hijo enfermó, y decidieron viajar a Chile, entusiasmadas por el proceso político que se empezaba a desarrollar entonces. Siendo amiga de Beatriz Allende, ésta le facilitó viajar a Cuba, pues las secuelas de las torturas demandaban atención médica especializada. Una hernia discal. Volvieron a Chile en 1973, viendo el Tanquetazo del 29 de junio, preámbulo de lo que venía. Graciela decidió volver a Buenos Aires a proseguir sus estudios. Ese día en el Aeropuerto de Pudahuel se despidió de su hija para siempre sin saberlo.

Luego del golpe de Pinochet, Sasha y su hijo vivieron asilados junto con quinientas personas más en Santiago en el refugio del padre Hurtado. Lograron huir, a Lima otra vez. Caminando por la Plaza San Martín se le acercaron dos sujetos que se identificaron como de Seguridad del Estado. Sin mayor explicación la llevaron a una oficina donde le dijeron que tenía diez días para irse del país. Como si la intolerancia que la había acosado en Bolivia pudiera seguirla de frontera en frontera. En ese entonces hablar del Plan Cóndor sólo tenía un significado ornitológico. Cuba les otorgó asilo político.

A finales de julio le llegó una buena noticia. Era abuela. A su nieta, nacida el 28 de junio en el Hogar de la Madre, en Lima, le habían puesto Carla Graciela. El padre era Enrique Joaquín Lucas, uruguayo, compañero sentimental de su hija Graciela. Recordando sus antiguos paseos juntas por Lima, ahora cuna de su hija, Graciela le escribía en sus cartas:
La Herradura = Cebiche = Chicha.

Las malas noticias llegaron al año siguiente, el 30 de abril de 1976. Su hija, con la bebe y su padre, habían vuelto a Bolivia. Y ahí, en Oruro, Graciela había sido detenida tras participar en una huelga minera. Entraron a su casa y se la llevaron con su hija de nueve meses. En la comisaría le habían dado la primera paliza. Fueron llevadas a La Paz, donde fueron separadas. La madre fue a prisión. La niña al asilo de Villa Fátima, bajo el nombre supuesto de Norah Nentala. NN, el macabro Nacht und Nebel (Noche y Niebla) utilizado en los campos de concentración nazis. Querían saber de ella dónde estaba su marido el tupamaro uruguayo. Carla era llevada a las sesiones de tortura de su madre. Frente a ella, desnuda y asida de los pies, maltratada para forzarla a hablar. Graciela Artés tenía 24 años. Su hija Carla nueve meses y ya era considerada una subversiva digna de tortura.

Su primera intención era volver a Lima y desde ahí, cerca de Bolivia, pedir a la Cruz Roja Internacional que le entregaran a su nieta peruana. En Lima no encontró un real interés de las autoridades. De padres españoles, reclamó esa nacionalidad. Se convirtió en una máquina de denunciar, e inició una vuelta al mundo -visitando cada embajada y consulado peruano en el camino- en busca de su hija y de su nieta peruana.
Así confirmó que el 29 de agosto de 1976 habían sido entregadas por el ministerio del interior boliviano en la frontera con Argentina, en La Quiaca. El 24 de marzo ya se había dado el golpe de Estado de Videla en Argentina. Las habían trasladado al campo de concentración Automotores Orletti, lugar donde culminaba el Plan Cóndor en Buenos Aires. Ser trasladado era también un eufemismo por ser eliminado. Antes de eso, en Bolivia, una monja española llamada Sor Amparo le había hecho una foto a la niña justo antes que se la llevasen. Conoció a su nieta por una foto carné.

En 1982, a través del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, Sasha tuvo acceso al gobierno peruano a través de Eduardo Llosa, director de la Asesoría Técnica del Ministerio de Relaciones Exteriores del Perú. De él, como de otros tantos, recibí promesas y palabras que nunca se cumplieron. El gobierno peruano nunca hizo nada por Carlita, si bien años después y en otras cirscuntancias, la reconocieron como ciudadana peruana de pleno derecho.

En La Paz logró por medio de la embajada española ser recibida por el cónsul general del Perú, Enrique Román-Morey, quien le entregó una carta personal para un amigo suyo que era ministro consejero. Sasha quería una entrevista con el presidente Belaúnde. En Lima, Artés dice que perdió siete horas esperando en Palacio de Gobierno para que le dijeran que la cita era imposible. Antes, el 21 de diciembre de 1981, había enviado una carta con toda la documentación de su nieta peruana a Javier Pérez de Cuéllar, entonces secretario general de la ONU. Nunca tendría una respuesta oficial. Años después se le cruzó en Madrid. Pérez de Cuéllar, gentilmente, le hizo saber que nunca había recibido carta alguna sobre su nieta.

Casi diez años después de búsqueda, Matilde Artés sólo tenía una cosa segura. El padre de su nieta había sido asesinado en el 76: había visto el cadáver. Sobre el paradero de su hija y nieta manejaba tres versiones:
a) Carla había sido asesinada y su cuerpo atado con alambre de púas al de su madre. Ambas, arrojadas al lago Corani.
b) Su hija Graciela había sido introducida junto con otras personas dentro de un container. Este había sido lanzado al mar.
c) Su hija Graciela era forzada a ejercer la prostitución en un barrio aledaño a La Paz. La bebe, muerta.

Entonces, hacia el año 83, le fue informado que un líder de la Alianza Anticomunista Argentina, Eduardo Ruffo, se encontraba prófugo acusado de 9 delitos de sangre, secuestro y tenencia ilegal de niños. Indicios lo señalaban como el principal sospechoso de haber secuestrado a su nieta. Voló a Argentina pensando que en quince días regresaba con Carla.

Fueron tres años más de trámites y pesquisas en Buenos Aires. Ya había nacido la Asociación Abuelas de Plaza de Mayo. Originalmente su reclamo se refería sólo a trece niños, pero con los años pasaron el medio millar. Sobre el caso de su nieta, otra versión decía que cuando Carla había llegado a la casa de los Ruffo, su "hermano" Alejandro tenía ya algunos días de nacido y había sido sometido a un cambio total de sangre: o la verdadera madre del niño tenía sangre rh negativo y querían eliminar toda pista que la relacionase a ella, o había contraído una septicemia en el campo de concentración donde había nacido. Estaba comprobado que la esposa de Ruffo, Amanda Cordero, había sido operada en 1973 de una ablación subtotal de útero: no podía concebir. Su esposo, quien según testigos se jactaba de matar entre 20 a 30 personas al año, le había sacado una partida falsa a la niña. Tres jueces se habían declarado incompetentes en la demanda contra esta banda de la AAA. Matilde se sumergió en las escuchas telefónicas de la banda, legalmente autorizadas por la justicia argentina. Ciento treinta y tantos teléfonos, más de doscientos nombres. Hablaban de una niña.

El 24 de agosto de 1985 la Policía argentina capturó a los Ruffo y a siete miembros más de su banda en una redada. Carla recuerda una imagen en la comisaría. Todos los amigos de sus padres, esposados en una comisaría. En otra habitación, su padre, esposado por la espalda le decía:
-No digas nada, te quieren sacar sangre.

-Ese día fue largo. Tras calmarla, un juez le dijo la verdad. No son tus padres, no te llamas Gina. Un familiar tuyo está acá, ¿quieres conocerla? La niña dijo que sí. Matilde entró y le dijo:
-Soy tu abuela y tengo más de 10 años buscándote.

A Alejandro lo vio un par de veces más. El, aún no identificado su origen, era cuidado por los padres de Ruffo. Le habían dicho que toda esta historia era falsa, y trataba de convencer a Carla para que se fuera con ellos. No lo volvio a ver.
Amenazada de muerte, su testimonio podía ser crucial para muchos de los detenidos, Carla además tenía que lidiar con la reconstrucción de sus orígenes, cronología y afectos. La abuela no lo pensó. Ella como española, su hija como peruana, huyeron vía Uruguay hacia España. La despedida fue un asado con chimichurri en Montevideo.

La foto en la que Carla se reconoció a través de la televisión la llaman La Milagrera. Es la que tomó la monja en Bolivia. Ruffo nunca fue juzgado por secuestro, siendo reincorporado a los servicios de inteligencia. Ultimas pruebas evidencian que éste viajaba constantemente a Bolivia en los días que Graciela Artés estaba detenida allá. La teoría de Sasha es que viajaba a torturarla a ella y a su nieta, mientras el gobierno peruano no hacía nada.

-Puedo dar mi palabra de honor que el gobierno peruano estaba enterado al dedillo de esta situación. Por precaución, las Abuelas siempre guardábamos documentos en varios países, y en algún lado tengo el documento que prueba esto. Es un documento de las autoridades peruanas hacia las autoridades argentinas pidiendo información sobre el paradero de la ciudadana peruana Carla Rutila Artés. Por eso, ante el juez Garzón, acusaremos a los gobiernos de Bolivia, origen de la desaparición y el secuestro, Argentina, ejecutor del delito, y a Perú, cómplice por omisión.

Las dos hablan con admiración del juez Garzón. Nunca nos hace esperar, dice Matilde. Ninguna de las dos puede ni quiere olvidar que el Perú, a través de sus autoridades, las hizo esperar, volver el lunes, llamar más tarde, durante años y años en la versión más cruel de la desidia peruana. Matilde, a pesar de lo que dicta la lógica, dice que aún no puede dar por muerta a su hija. Quiere que el gobierno argentino se lo diga oficialmente. Quiere elaborar su duelo, aún inconcluso. Carla escucha. Carla le puso el nombre de su madre a su primera hija. Carla tiene un audífono en el oído izquierdo. Los golpes recibidos de bebe le están haciendo perder la audición irreversiblemente. Necesitaría otro, para el oído derecho, pero por ahora no tiene los medios y la sordera avanza. Sólo la del oído. De pronto interrumpe la conversación, se levanta y se va. No ha sonado el teléfono, ni el timbre. No ha sonado nada, digamos. Regresa con la niña.
-La sentí, está con hambre, dijo con su hija en brazos.



El Perú comprometido en más de un caso.
Con la suscripción del Plan Cóndor, los regímenes militares del Cono Sur comprometieron durante los 70 sus aparatos militares, policiales y parapoliciales para asesinar, secuestrar, detener o enviar a su país de origen a los exiliados u opositores políticos. Parte de este plan, en otro caso que involucra al Perú, es el de Noemí Esther Gianetti de Molfino. Su hijo, José Alberto Molfino (CARETAS 619), declaró la semana pasada ante el juez Garzón en la Audiencia Nacional de Madrid. Molfino fue secuestrada en Lima en junio de 1980 y llevada clandestinamente -vía Bolivia- a España, donde fue asesinada. Su deceso fue investigado por el juzgado número 4 de Madrid. El juez Garzón,cuestionado tanto en España como en la Argentina y Chile por su competencia para intervenir en sucesos ocurridos en otros países se ha ratificado que se mantiene la competencia de la jurisdicción española "y la de este juzgado" para proseguir las pesquisas, ratificando además "todos y cada uno de los autos de imputación y de prisión dictados", amén de mantener "vigentes las órdenes de detencion internacionales libradas".

JAIME BEDOYA
Caretas Perú

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