El 30 de julio de 1971, treinta y nueve tupamaras fugaban de la cárcel
Treinta años después, la diputada Lucía Topolanski y Graciela Jorge. Detrás, uno de los muros de la cárcel, por Acevedo Díaz. El túnel unía uno de los dormitorios y el sistema de cloacas en la mitad de la calzada.
Durante los primeros siete meses de 1971 compartieron días y noches recluidas en la Cárcel de Mujeres de la calle Cabildo. El 30 de julio de ese año, Lucía Topolanski y Graciela Jorge, junto con otras 37 reclusas, protagonizaron una de las fugas más espectaculares que se recuerden.
Ahora que se han calmado las aguas y en la madurez de sus vidas, estas dos mujeres comparten tareas en el Palacio Legislativo. Lucía como diputada y Graciela desempeñándose de secretaria, en el despacho de un senador del Encuentro Progresista.
"Esta noche bien vale un mundo: es la noche de la verdad. La verdad fortalecida, después de haber estado durante largo tiempo con las manos vacías y a pecho descubierto".
La representante nacional Lucía Topolansky está sentada frente a su escritorio, le vuelve la espalda al amplio ventanal, a la caída de la tarde y al frío del mes de julio. Con voz pequeña y hablar pausado me dice: "Yo llegué a la Cárcel de Mujeres después de estar recluida un mes en la Jefatura de Policía, no me querían traer ya que me consideraban una detenida de alto riesgo. Cuando ingresé, yo sabía que en el término de unos meses me fugaba. Sucede que todo aquel que está preso, por razones como las nuestras, lo primero que se plantea es preparar la fuga".
Lo que tenía claro Lucía era que desde hacía varios meses el MLN estaba preparando la fuga masiva de todas las integrantes detenidas en la cárcel de la calle Cabildo. Un centro de detención que ya había experimentado un hecho similar el 8 marzo de 1970, cuando trece tupamaras, después de haber asistido a un oficio religioso, se fugaron por la nave central de la iglesia que existe dentro del predio de la cárcel, saliendo por la puerta principal y contando con el apoyo de catorce comandos, que estaban distribuidos en cuatro grupos.
"Todo se inició cuando la organización adquiere una vieja vivienda por los alrededores de Nueva Palmira y Democracia con el fin de construir un 'berretín' y un túnel subterráneo que conecte con las cloacas, como forma de llegar hasta la cárcel de la calle Cabildo, y luego cavar otro que llegara hasta el centro del espacio donde estábamos todas recluidas", recuerda la actual diputada.
Sostiene que se habían estudiado otras posibilidades de fuga, pero estas eran más complejas y arriesgadas. "El escapar por las cloacas significó en un principio remodelar la casa adquirida, con esa fachada de reciclaje, un camión sacaba tierra, escombros y entraba materiales de construcción, movilizándose varios compañeros en tareas de albañilería. Además las cloacas de esa parte de la ciudad son muy altas, se puede avanzar por ellas caminando, ya que son construcciones muy antiguas", nos dice con precisión de detalles.
Graciela Jorge afirma los recuerdos de Topolanski sosteniendo que todo estaba hecho con precisión milimétrica: "Fuimos pasando hacia afuera, lentamente, los detalles y las medidas del área y las distancias en que nos movíamos dentro de la cárcel: donde lavábamos la ropa, el lugar de la cocina, los dos patios interiores, el comedor y el espacio que ocupaba el lugar que nos servía de dormitorio a todas".
La tensión de los preparativos
Dentro de ese perímetro estuvieron moviéndose sin limitaciones, pero bajo la atenta mirada de las celadoras y rodeadas de altos muros grises, que desalentaban todo intento de libertad. Las dos recuerdan las tensiones vividas cuando comenzó la excavación del túnel que unía la cloaca con el edificio de la cárcel.
Este se inicia desde la mitad de la cuadra que corre por la calle Acevedo Díaz entre Nicaragua y Miguelete, desde el centro de la calzada, al centro del dormitorio.
"Los compañeros trabajaban de día, nosotros hacíamos ruido golpeando trastos, muebles, cacerolas, hablando fuerte, poniendo la radio alta y cantando para anular cualquier ruido. Al llegar la noche tirábamos mucha agua, descargando de continuo las cisternas y abriendo las canillas al máximo para hacer correr la tierra que se acumulaba en el túnel durante la excavación, todo sin levantar sospechas de nuestras celadoras, ni de nuestras compañeras", dice Graciela Jorge.
Las dos recuerdan que este operativo de la fuga lo sabían muy pocas, la mayoría no estaba enterada de nada, ni sospechaba lo que estaba planeado, ni que se estaba llevando a cabo desde hacía meses. "Hacíamos un trabajo clandestino dentro del presidio, no podíamos dejar pasar ninguna información. Por otra parte, habían algunas compañeras que no pertenecían a nuestro movimiento y debíamos cuidarnos de todo y de todas".
Lucía rememora que en una oportunidad se obstruyó un caño de las cámaras sépticas y que la dirección de la cárcel decidió llamar a los bomberos para que lo limpiara. "Nos ofrecimos nosotras a hacerlo, era un riesgo enorme, podían descubrir el túnel. Los bomberos quedaron contentísimos, al no tener que hacer un trabajo tan desagradable".
Gabriela agrega que un par de días antes de la fuga y cuando estaba todo listo apareció el ejército suplantando a la Policía, acordonando la calle y tomando rigurosas medidas de seguridad. "Nunca pudimos saber las razones del cambio por una guardia militar", nos dice.
El gran escape
Luego de la visita, de esa tarde del día 29, comenzó el preparativo de la última etapa del plan. Las reclusas, que estaban al tanto de todo lo que iba a suceder en horas, comenzaron a poner en conocimiento de sus compañeras lo que se preparaba.
"No podíamos confiar en nadie y esperamos que terminara la última visita, de ese día para comunicárselo a todas. Se lo dijimos, primero a las de nuestro movimiento y luego invitamos a las demás compañeras.
El plan consistía en seguir la rutina diaria, sin demostrar ansiedad o nerviosismo, cenamos como siempre, miramos televisión, hasta hicimos discusiones entre nosotras por temas menores, alguna compañera tocó la guitarra y cantó. Todo natural, como un día o una noche más", recuerda Gabriela.
También detallan que cuatro de ellas optaron por quedarse: "Dos tenían la libertad firmada, otra estaba embarazada y había una que hacía poco había tenido un hijo. Ellas tuvieron que aguantar toda la dureza de la represión, que les cayó después de la fuga", dice Lucía. Luego se prepararon todas vistiendo pantalones, championes, gorro o pañuelo para cubrirse la cabeza, una pollera arrollada a la cintura, se acostaron y esperaron la última ronda de los centinelas, que se hacía al llegar la medianoche, algunas armaron muñecos para dejar sobre la cama, tapados con frazadas. Ahora la tensa espera.
En los primeros minutos del treinta de julio, la presión de un gato hidraúlico, colocado dentro del túnel, comenzó a resquebrajar el hormigón del piso donde dormían las reclusas, amortiguaban los golpes poniendo frazadas, mientras que en completo silencio separaban los escombros, hasta que quedó al descubierto un hoyo para ingresar al túnel.
A las seis de la mañana se descubrió la fuga, pero a esa altura las 38 mujeres, guiadas por las cloacas, en grupos de seis y dirigidas por quienes habían realizado todo el trabajo desde afuera, llegaron hasta la casa de las inmediaciones de Democracia y Nueva Palmira, se quitaron los pantalones, aflojaron las polleras atadas a la cintura, recibieron zapatos, impermeables y salieron de la vivienda repartidas en una camioneta, un auto y el camión que sirvió para la transportar materiales, mientras se hacían los túneles.
En apenas un par de horas, se había consumado el operativo "La estrella". *
La República
30/07/01
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