6/8/08

La primera audición de la 7ª Sinfonía en Montevideo

Los tres primeros movimientos de la sinfonía fueron compuestos entre agosto y diciembre de 1941, mientras Leningrado soportaba el sitio nazi, que implicó mil días de una heroica resistencia que no pudo ser quebrada. Shostakovich se desempeñaba en ese período como bombero, y su foto con el casco y el uniforme característico se hizo famosa. El cuarto movimiento fue creado en Samara. La obra se estrenó en el Bolshoi de Moscú el 5 de marzo de 1942, en plena guerra. La partitura fue microfilmada y sacada de Rusia a través de Irán y Egipto. La primera ejecución en el extranjero estuvo a cargo de la Orquesta Filarmónica de Londres el 22 de junio de 1942, en el primer aniversario de la invasión nazi a la Unión Soviética, y Arturo Toscanini la dirigió en Nueva York al frente de la orquesta de la NBC el 19 de julio de 1942. Los conciertos se transformaron en demostraciones antinazis y de homenaje al pueblo soviético en la lucha contra el fascismo. En la propia Leningrado cercada la obra se ejecutó el 9 de agosto de ese año. Montevideo, como decíamos, no permaneció ajeno. El 7 de agosto de 1943 se escuchó por primera vez, en el Estudio Auditorio del Sodre, con el gran director argentino Juan José Castro al frente de la Orquesta Sinfónica del instituto. Yo estuve allí y guardo un recuerdo imborrable de ese día. Quiso la casualidad que recientemente me entregaran una página escrita por mí en el suplemento cultural de El Popular muchos años después, en que rememoro el acontecimiento. Allí decía que Juan José Castro tuvo una relación prolongada con la Ossodre, sacó de un injusto olvido a compositores argentinos como Alberto Ginastera e hizo conocer a los modernos como Hindemith y Stravinski, y agregaba: "Lo estamos viendo en el podio de la vieja sala (incendiada en 1972, y aún en demolición) de Andes y Mercedes; alto, de gesto elegante para modelar en el aire la línea melódica, peinado todo para atrás, con los lentes montados al aire. Me daba la impresión de que toda la música le pasaba por el cuerpo, tal era la autenticidad de su versión".

Después contaba las impresiones de aquel concierto, al que concurrimos con la barra de mis amigos juveniles, entre los cuales estaba el pintor José Gurvich, que habíamos perfeccionado el método de entrar al Sodre sin pagar. Pero ésa es otra historia.

Lo que nos mueve a evocar este hecho es que se nos hizo llegar el texto de la nota que Lauro Ayestarán (nada menos) escribió en "El Uruguay moderno" sobre el estreno de la Sinfonía de Leningrado, y lo queremos compartir. La obra se volvió a ejecutar en marzo de 1944, también bajo la dirección del maestro Juan José Castro, en el marco de un festival de ayuda a los aliados. Unos cuarenta años después la incluyó en el programa el director soviético Valentín Kozhin, en su tercer año de trabajo al frente de la Ossodre.


El acontecimiento musical del año 1943
Dice Lauro Ayestarán que "Después de este torbellino sonoro que derrumba el arte, uno se pregunta qué quedó en valencias sonoras de la Séptima Sinfonía de Shostakovich despojada de su noble gesto presente, de su contenido circunstancial. Desde luego que esta proposición entraña una interrogante previa: ¿es posible deslindar ambos campos? A lo que corresponde contestar: deslindarlos para su valorización total.

Como en un gigantesco matraz se vuelcan en esta sinfonía los sistemas más dispares y contradictorios y sin embargo corre en toda ella como un río de fuego un solo estilo sombrío y exultante. En la progresión marcial del primer movimiento, por medio de la ampliación del material instrumental a la manera de Mauricio Ravel en su Bolero (hasta con su bajo obstinado de tambor), como los círculos que abre en el agua la caída de una piedra de una sola (una sola y austera melodía aquí), se llega hasta un clímax dinámico de una tensión casi insostenible y sin embargo de una lógica perfecta. No hay una falsa hinchazón sonora; el crescendo está determinado por el acoplamiento de nuevos instrumentos y por el enriquecimiento de los acordes doblados además en todos sus grados fundamentales. Visto a la lupa del frío especialista buscador de "novedades", por momentos la sinfonía presenta fragmentos pobres y vulgares. Esa melodía del segundo movimiento se arrastra pesada por el suelo durante largos compases antes de tomar vuelo y perderse a una altura soberana. La progresión de los últimos compases trae un flagrante recuerdo del 1812 de Tchaikowsky.

La resultante sonora de algunas de sus amalgamas instrumentales suenan a pasado poema sinfónico de fin de siglo como un Ricardo Strauss (¡sí señor!) en plena lucubración filosófico-sonora con dos o tres toques audaces aquí y allá como para demostrarnos fríamente que Shostakovich conoce también las conquistas sonoras de un Hindemith.

Mas, quien se detenga en todo ello se pierde una obra verdaderamente grande en la historia total de la música. Porque es necesario abrir el ángulo de visualidad para abarcar en su totalidad el mensaje. Y no es esta una posición arbitraria y si se quiere complaciente para poder salvar una obra discutible que para nosotros sea dicho de paso no lo es. Lo pide a gritos la propia dilatada extensión de la Sinfonía. Si Shostakovich hubiera cincelado con refinamiento todos los elementos que la integran nos hubieran dado una porcelana gigantesca por ende monstruosa, ya que la gracia de la porcelana finca en la brevedad del espacio en que se desarrolla. Es como una de esas grandes novelas-ríos donde se agitan y se traban centenares de conflictos donde los hombres caen en lo más hondo del pecado y donde Dios también no deja en el desamparo a sus criaturas como en ese canto de esperanza del movimiento final. Dicho esto sin intenciones de explicación filosófica ni fraguada moraleja. Sucia de vida se halla esta obra como la vida misma. Y el compositor ha sabido mantener su vitalidad primaria, elemental, germinadora, desde la primera a la última nota. Ese impulso generoso con que mueve los grandes planos sonoros constituye para nosotros el resultado final magnífico de esta sinfonía.

Ha sabido moverse con todos los viejos elementos y fecundarlos con potencia para darnos como las viejas palabras su nuevo mensaje con una perfecta solución de continuidad. Hasta el hecho de haber tomado para expresarse una de las formas clásicas de la rítmica del gesto: la Sinfonía (pese a todo lo que se ha dicho su primer tiempo en forma de Sonata en embrión, define claramente esta especie musical) nos habla de la escasa preocupación de novedad que lleva al compositor a enviar este mensaje de angustia y de esperanza; angustia y esperanza tan antiguas como la vida mortal del cuerpo".

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